sábado, 31 de janeiro de 2009
ENTREVISTA AO CARDEAL ANTÓNIO CAÑIZARES LLOVERA ,NOVO PERFEITO DA CONGREGAÇÃO PARA O CULTO DIVINO (EXTRACTOS )
Supongo que para usted, Eminencia, será muy duro dejar Toledo…
Efectivamente dejar Toledo es un desgarro, un despojo; pero lo vivo como una experiencia de unidad con la Iglesia, como aquella de la que habla san Pablo en su carta a los filipenses. El despojarse de sí mismo es la gran esperanza de la humanidad, es una experiencia que vivió Abraham, cuyo ejemplo me está ayudando mucho en estos días: “Ve hacia la tierra que te mostraré”.
También yo voy hacia una tierra prometida, tierra de futuro. Dios me conduce donde está el futuro, que es junto a Pedro, con Pedro, siempre con Pedro. Voy, además, a la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos.
¿Dónde está el futuro del hombre si no es en la adoración de Dios? El Papa está insistiendo de todos los modos sobre este punto. Basta leer su bellísimo libro “Introducción al espíritu de la liturgia”, que es mi programa de acción como prefecto de la congregación.
La adoración es la ofrenda a Dios, es el reconocimiento de Dios como centro de todo, aquel Dios que no es antagonista del hombre sino, por el contrario, que va al encuentro del hombre, lo eleva, lo ennoblece.
Delante de Él, el hombre sólo puede decir: “Estoy aquí, me ofrezco en todo lo que Tú me has dado que es precisamente la persona de Cristo”. A través de la liturgia, Cristo se hace presente en la Iglesia, la cual no es simplemente una sociedad que prosigue “la causa de Jesús” sino que es Jesús mismo presente y operante en ella.
En la liturgia nos sentimos transformados porque vemos cada cosa desde Dios y, en consecuencia, transfigurados por su amor, que se realiza en la Eucaristía. En la liturgia, Dios va al encuentro del hombre, Dios habla al hombre como amigo, le revela su intimidad, lo hace entrar en su secreto y su verdad.
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Benedicto XVI ha insistido mucho sobre el carácter de la Tradición como elemento constitutivo de la fe de la Iglesia. En sus catequesis sobre los Santos Padres, en sus homilías y en sus discursos, se refleja constantemente este pensamiento.
De hecho, la Tradición por excelencia, el evento fundamental de la Tradición, es la Eucaristía. Lo dice san Pablo: “les he transmitido lo que he recibido”. La Eucaristía es fundamentalmente Tradición, don de la realidad única que la Iglesia tiene y que constituye la Iglesia, Jesucristo.
Y la Iglesia de Jesucristo ha sido y será siempre Tradición, nunca ruptura con cuando ha heredado. Algunos han sostenido que la reforma conciliar rompía con la liturgia precedente pero en realidad es lo contrario: se trataba de dar aquello que se había recibido con fidelidad y, obviamente, con la natural actualización de las que algunas formas tenían necesidad.
Por eso pienso que la verdadera renovación de la Liturgia es asumir la Tradición, haciendo posible una Iglesia capaz de donar aquello que es su riqueza, vida y pensamiento, aquello que ha transformado la historia y generado una humanidad nueva. La Liturgia es memoria, pero no memoria de un pasado inerte sino más bien de algo que se está realizando delante de nosotros y que aún debe realizarse en su plenitud.
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¿No le parece que los católicos a menudo hemos convertido esta memoria viva en letra muerta? Cuando un católico dice en la Misa, por ejemplo, “¡Ven Señor Jesús!”, ¿usted cree que es plenamente consciente de lo que está diciendo?
Lamentablemente ya no somos conscientes de que al decir “¡Ven Señor Jesús!” estamos repitiendo el marana tha de San Pablo (1 Corintios 16, 22) y del Apocalipsis (22, 20), y no lo relacionamos ni siquiera con la frase del Padrenuestro “venga a nosotros tu reino”. Hemos hecho de las palabras litúrgicas una rutina. Aquel “¡Ven Señor Jesús!” es pronunciado por una comunidad que está viviendo en la dificultad y que anhela el retorno de su Salvador.
Y, naturalmente, si lo dijéramos con toda la verdad que contiene estaríamos expresando también todo el “espíritu de la liturgia” ya que estaríamos pidiendo que lo que está ocurriendo allí se convierta en realidad histórica y visible para los hombres y santifique también el futuro del hombre: la vida eterna. Recuperar la liturgia, recuperar la Eucaristía dominical, debe ser uno de los compromisos de la Iglesia: sobre este punto han insistido mucho los últimos dos Papas. Es necesario superar la “rutinización”; es necesario realizar una formación profunda en la liturgia.
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Es decir, una catequesis sobre la liturgia…
Efectivamente, una catequesis de la liturgia. Además, que todo en la catequesis conduzca a la liturgia. Se ha separado mucho liturgia y catequesis; el catecismo de la Iglesia Católica, en cambio, las une plenamente. Volvamos ahora al “¡Ven Señor Jesús!” que usted ha citado antes. Si tomamos los textos catequísticos y examinamos como son consideradas estas realidades últimas observamos que con frecuencia no son tratadas o, si lo son, son vistas como una especie de utopía o de escatología social.
Han desaparecido la resurrección de la carne (y esto ha condicionado incluso la traducción misma del Credo), la vida eterna, la retribución personal, el estar realmente con Dios. Y así la fe se transforma en un secularismo más o menos espiritualista. Una ausencia similar constatamos al examinar el modo en que se trata la Creación en estos textos catequísticos. Si no hay Creación, no hay vida eterna: el hombre es sólo de este mundo, inmanentismo puro.
Esta distorsión de los dogmas de la fe se ha cristalizado en la presentación del “Jesús de los valores”, el Jesús que sólo sería un mero modelo moral para imitar; de este modo, la misma crucifixión se puede presentar, como se lee en algunos libros, como una especie de accidente de trabajo.
Se pierden así los valores de sacrificio, redención, expiación, reconciliación, misericordia que nos salva del pecado, del abismo de la muerte y del infierno. No se habla ni siquiera del infierno, otra realidad ausente como también está ausente el pecado original. Y así la fe se transforma en un moralismo fácilmente sustituible por cualquier otro.
Fonte: La Buhardilla de Jeronimo