sexta-feira, 17 de abril de 2009
Homilia pronunciada pelo arcebispo de Joanesburgo em quinta-feira santa
El Papa Juan Pablo II declaró el año 2005, “Año de la Eucaristía”. En la conclusión de aquel año, canonizó a cinco santos que se distinguieron por su piedad eucarística (Sacramentum Caritatis 4). También publicó la Carta Apostólica Mane Nobiscum Domine (2005) y una [previa] Encíclica sobre el Misterio y el Culto de la Santa Eucaristía. El Papa Benedicto continuó con la misma temática con su Exhortación Apostólica Post-Sinodal Sacramentum Caritatis. La Congregación para el Culto Divino publicó una Instrucción sobre el Sacramento de la Redención (2004). Estos valiosos documentos tratan sobre el Misterio de la Eucaristía, y están estrechamente relacionados con el sacerdocio.
El Año de la Eucaristía llegó y se fue, y todavía (como diócesis) difícilmente podremos presumir de tener una buena comprensión de estos documentos y de las enseñanzas que contienen. Pido con fuerza a los sacerdotes: pongan estos documentos al alcance de sus parroquianos. Ayúdennos a traducirlos a las lenguas vernáculas donde sea necesario.
Es una forma de revivir e incrementar la fe en la Eucaristía. Ésta es el tesoro supremo de la Iglesia Católica.
Aunque ni la Eucaristía ni la Adoración Eucarística han emergido como un tema principal en nuestro Sínodo Diocesano, no hay dudas de que son la base, el fundamento, la piedra angular de los temas adoptados por el Sínodo.
Poner nuestra atención en la Eucaristía y en la Adoración Eucarística sólo puede realzar y profundizar los temas adoptados por el Sínodo.
La Eucaristía es fuente y culmen de todo lo que la Iglesia es y hace. La fracción del pan ha estado siempre en el centro de la vida de la Iglesia (Mane 3). La Eucaristía contiene en sí misma todo el tesoro espiritual de la Iglesia (PO 5).
A través del ministerio del sacerdote, Cristo nos confió un memorial de Su propia Pasión y Resurrección. El memorial hace efectivamente presente, aquí y ahora, un evento del pasado, la Muerte y Resurrección de Jesucristo. El poder de estos eventos nos toca y nos transforma. En el Bautismo y en la Eucaristía entramos en una comunión de vida y de misión con el Señor Crucificado y Resucitado. Asumimos nosotros Su misión de transformar tanto nuestras vidas como las vidas de los demás. La Eucaristía es el don más precioso, la perla de gran precio dada a la Iglesia por el Señor mismo. Al recibir el Cuerpo y la Sangre de Cristo, decimos “Amén”, afirmando la Presencia Real del Cuerpo y la Sangre de Cristo mismo. Su Presencia invisible se hace visible por medio de los signos visibles de pan y vino. La Eucaristía da a los católicos su identidad original. La no celebración de la Eucaristía debida a la falta de sacerdotes, debilita esta identidad católica.
Cuando hay divisiones y conflictos serios y profundos en nuestras filas como sacerdotes, y en nuestras parroquias, entonces contradecimos el espíritu de la Eucaristía, que es “un Sacramento de amor, un signo de unidad y un vínculo de caridad” (Sacrosanctum Concilium 47).
Uno de los deberes principales de un sacerdote es ser un fiel dispensador de los misterios de Dios. A él se le confía el guiar a su pueblo hacia la fe y la conversión. “¿Cómo han de creer en Él, sin haber oído? ¿Y cómo oír de él, si nadie lo predica? ¿Y cómo predicarán los hombres, si no se los envía?” (Rom 10, 14) (Sacrosanctum Concilium 8, 19).
El sacerdote y el diácono tienen una relación cercana con la Eucaristía. La Eucaristía, dice Juan Pablo, “es la principal y central razón de ser del Sacramento del sacerdocio” (Ecclesia de Eucharistia 31). Los sacerdotes se derivan de la Eucaristía y existen para la Eucaristía. Son, en una manera especial, responsables de la Eucaristía. Se les confía la Eucaristía para los demás. El Pueblo de Dios espera de los sacerdotes una particular veneración y piedad eucarística.
Ahora bien, la Adoración Eucarística “no es sino la consecuencia natural de la celebración eucarística, la cual es en sí misma el acto más grande de adoración de la Iglesia” (Sacramentum Caritatis 66). La Adoración fuera de la Misa “prolonga e intensifica” todo lo que toma lugar durante la celebración eucarística. La adoración misma es un acto de testimonio, cuando uno ve a muchos reunidos en silencio ante el Señor. La Adoración Eucarística debiera convertirse en parte integrante de nuestra forma de ser Iglesia. Muchos han dicho que la Adoración Eucarística promueve las vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa. Los niños, los jóvenes y los adultos debieran ser educados y animados a apreciar la belleza del silencio en la presencia de Jesucristo.
Nuestra actitud y comportamiento externo, nuestros gestos, nuestros movimientos corporales, revelan nuestra fe o nuestra falta de fe en la Presencia invisible de Dios, en la “Presencia Real” de Cristo en la Eucaristía, en la Hostia Consagrada en el Tabernáculo.
- Muchos entran en la Iglesia y no hacen la señal de la Cruz con agua bendita.
- Muchos ya no hacen genuflexión, ni siquiera una reverencia que reconoce la Presencia de Cristo en el Tabernáculo.
- Los comulgatorios han sido desmantelados, por lo que ya no nos arrodillamos cuando recibimos el Cuerpo de Cristo.
- Nuestras iglesias son como un lugar de mercado antes y después de la Misa, en parte porque hemos movido el tabernáculo a un cuarto separado, o simplemente porque hemos perdido el sentido de la Presencia de lo sagrado. Hemos abandonado el silencio y una atmosfera devota en la iglesia.
- Donde sea posible, necesitamos restaurar la centralidad del Tabernáculo. Necesitamos recuperar la cultura y la práctica de la genuflexión y del silencio.
- La ley de la Iglesia nos exige que ayunemos por una hora antes de la Eucaristía. El mascar chicle durante la Misa es, simplemente, de mal gusto.
- Los gestos externos ayudan a preparar nuestra actitud espiritual interna hacia lo sagrado.
- Al poner en la Iglesia bancos sin reclinatorios, efectivamente desanimamos a los fieles a arrodillarse durante la Consagración.
- El llevar la Comunión a los enfermos deja a menudo mucho que desear. Usualmente, las Hostias Consagradas son distribuidas a los ministros laicos después de la Comunión. Y el sacerdote pregunta: ‘¿Cuántas?’. ¿Cuántas qué?. No suena como un lenguaje de personas que reconocen la Presencia del Señor.
Los ministros laicos que llevan la Comunión se detienen con frecuencia para charlar con los amigos antes de ir a ver a los enfermos. A veces van rápido de compras antes de ir a los enfermos. No es inusual para algunos quedarse con las Hostias Consagradas en casa porque no encontraron a la persona enferma o porque, a su regreso, encontraron la iglesia cerrada.
- No es inusual que los tabernáculos sean abiertos por la fuerza (o robados) y que las Hostias Consagradas queden esparcidas por el suelo. No es suficiente simplemente recoger las Hostias y ponerlas nuevamente en el Tabernáculo. Hay necesidad de un rito de purificación y de arrepentimiento.
- Es muy edificante ver al sacerdote rezando con los ministros del altar en la sacristía, antes y después de la Misa. El silencio en la sacristía también conduce a una atmósfera de oración. Tal práctica permanece en los ministros del altar largo tiempo después que se han retirado de la sacristía. Lamentablemente, algunas sacristías son como un lugar de mercado. No se reza ninguna oración.
- Sería ideal que los sacerdotes pudieran una vez más rezar mientras se revisten en la sacristía. Esta práctica reforzaría la cultura del silencio y una adecuada preparación para la Santa Misa.
- Sería igualmente ideal el restaurar para los laicos las oraciones antes de la Misa y las oraciones de acción de gracias después de la Misa. Tales ejercicios nos ayudarían a centrarnos en la Presencia Real de Cristo que ha sido recibido durante la Misa.
Como custodios de la Eucaristía, es nuestro privilegio el promover la Adoración Eucarística para que aquellos que la practiquen puedan gustar de la gracia de sanación que brota del Señor mismo.
Los jóvenes leen novelas: Wole Soyiaka, Chinua Achebe, Zeke Mphahlele, Bessy Head, Shakespeare, Jane Austin, Wallet Vilakazi, Dostoyevski, Tolstoi, etc. Ruego a los sacerdotes, a los diáconos y a los catequistas que introduzcan a los jóvenes en los escritos de Juan Pablo, de Pío XII y de Benedicto XVI sobre la Eucaristía y sobre la Adoración Eucarística.
Además, deseamos proponer que la Adoración Eucarística sea adoptada en cada comunidad parroquial donde tal práctica no existe hasta el momento.
- También recomendamos que éste sea el tema de la Arquidiócesis para los próximos tres años, en orden a que emerja un movimiento eucarístico. Consideramos que la Adoración Eucarística fortalece y profundiza los temas que han sido tratados por el Sínodo Diocesano.
- Recomendamos fuertemente el retorno a las procesiones de Corpus Christi, en orden a dar un testimonio público de nuestra fe.
Para resumir. En la Misa, Jesucristo es la forma suprema de “eucharistia”, es decir de acción de gracias. Él es la perfecta expresión de alabanza al Padre. Su acción de gracias hace posible nuestro sacrificio. Ante tan grande Sacramento, sólo podemos repetir las palabras del centurión: “Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero di tan sólo una palabra, y mi alma será sanada” (Mt 8, 8). En la Adoración Eucarística, meditamos en la maravillosa y fascinante Cena mística. Continuamos ofreciendo la acción de gracias y alabanza por la Pasión de nuestro Señor, que ha revelado el inmensurable amor de Dios por cada uno de nosotros. Tenemos una imperiosa obligación de subir de nivel en lo que atañe a la Presencia Real de Cristo en la Eucaristía.
Señor, ayúdanos a creer.
Homilía en el Jueves Santo 2009
+Buti Tlhagale
Arzobispo de Johannesburgo
Presidente de la SACBC
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Fuente: JHB Archdiocese - SOUTH Deanery
Fonte e Traducción: La Buhardilla de Jerónimo
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