Ciudad del Vaticano (Agencia Fides)
Clemente Romano, narrando la muerte de los apóstoles Pedro y Pablo, hace notar como la envidia de algunos miembros de la misma comunidad cristiana la facilitó. Después de dos mil años el pecado sigue presente entre los hombres. Pero también están aquellos que se alegran con el Magisterio pontificio, ya que por ejemplo ha sabido frenar la interpretación “discontinua” del Concilio Vaticano II, explicando que los difundidos conflictos en el campo de la doctrina, de la educación y de la liturgia han sido causados por una mala compresión ya que el Concilio fue muy claro. El Papa es “Pedro”, el jefe de los apóstoles. Sus hermanos Obispos llevan adelante su misión de pastores de la grey de Cristo sólo en unión efectiva y afectiva con la Cátedra de Pedro. Si no, corremos el riesgo de regresar a la experiencia del siglo IV, cuando casi todos los Obispos del mundo terminaron cediendo a los deseos de un emperador arriano. Sólo el Papa, y unos pocos Obispos fieles a él, perseveraron en la fe católica.
El Papa está ahí para recordarnos que la Iglesia no es una estructura humana. Es por eso también que muchos pueblos y culturas distintas pueden encontrar en la fe su propia identidad. Como nos lo ha recordado varias veces el Siervo de Dios Juan Pablo II, estamos en medio de una “silenciosa apostasía”, que está siendo cada vez menos silenciosa y más evidente. En la historia de la Iglesia nunca hemos tenido una falta de fe tan difundida.
El adversario es sutil y sabe herir en lo más profundo el corazón de los hombres sin que casi se note. Ya nos lo advertía el profeta Daniel cuando afirmaba que el adversario conquistaría el poder sobre todas las naciones de manera pacífica y con halagos. El Cardenal J.H. Newman suponía que la apostasía del pueblo de Dios, en distintas épocas y lugares, había siempre precedido la llegada de los “anticristos”, tiranos como Antíoco o Nerón, Juliano el Apostata, los líderes ateos de la Revolución francesa, cada uno un “tipo” o “presagio” del anticristo, quién vendrá al final de la historia, cuando el misterio de la iniquidad se manifestará en toda su terrible insensatez. La incapacidad de los creyentes de vivir su propia fe, advertía Newman, como en otras épocas anteriores, conduciría “al reino del hombre del pecado, quién negando la divinidad de Cristo se sustituiría en su lugar” (M.D.O’Brien, Il Nemico, Cinisello Balsamo 2006, pp. 175-176).Hay un intento de reducir la Iglesia a una agencia mundial humanitaria y a la utopía de que la unidad de las naciones se podrá realizar a partir de organismos internacionales y no desde Cristo.
Pero el Señor, aún cuando duerme en la barca que va atravesando la tormenta, en el momento final se despertará y calmará las olas y dirigiéndose a nosotros nos preguntará porque hemos tenido tan poca fe. Mientras tanto carguemos la cruz. Observemos la traición. Suframos. Newman escribía aún: “El fin del diablo, cuando siembra la revolución en la Iglesia es traer la confusión, para que su atención se distraiga y sus energías se dispersen. De esta manera nos debilitamos precisamente en el momento de la historia cuando más fuertes necesitamos ser”. “¿Por qué el Santo Padre no actúa? ¿No puede imponerles a estos prelados la obediencia”. “Lo ha hecho varias veces y de la manera más cristiana. Pero no manda una policía o un ejército. Recientemente se manifestó más firme con los disidentes [...] La solución sin embargo no es el autoritarismo, ya que sería como tirar gasolina al fuego. El Santo Padre trabaja mientras hay luz. Nos lleva a todos hacia Aquel que cargó la cruz y murió en ella. Es todo lo que lleva en sus manos, una cruz; habla siempre del triunfo de la Cruz. Los que no quieren escuchar le responderán a Dios (Ivi,p 402-403).
fonte: Fraternidad de Cristo Sacerdote y Santa María Reina