
"Mediator                            Dei"
Sobre la Sagrada Liturgia
20 de noviembre de 1947
Sobre la Sagrada Liturgia
20 de noviembre de 1947
C)            ¿QUIEN DIRIGE ESTE PROGRESO?
            74. Por esto, sólo el Sumo Pontífice tiene derecho de            reconocer y establecer cualquier costumbre del culto, de  introducir            y aprobar nuevos ritos y de cambiar aquellos que estime deben  ser cambiados;            los Obispos, después, tienen el derecho y el deber de vigilar            diligentemente para que las prescripciones de los Sagrados  Cánones            relativos al Culto divino sean puntualmente observadas. No es  posible            dejar al arbitrio de los particulares, aun cuando sean  miembros del            clero, las cosas santas y venerables que se refieren a la vida  religiosa            de la comunidad cristiana, al ejercicio del Sacerdocio de  Jesucristo            y al culto divino, al honor que se debe a la Santísima  Trinidad,            al Verbo Encarnado, a su augusta Madre y a los otros Santos y a  la salvación            de los hombres; por el mismo motivo a nadie le está permitido            regular en este terreno acciones externas que tienen un íntimo             nexo con la disciplina eclesiástica, con el orden, con la  unidad            y la concordia del Cuerpo Místico, y no pocas veces, con la  misma            integridad de la Fe católica.
D)            VERDADERA DOCTRINA
1)            La Iglesia, organismo vivo.
            75. Ciertamente, la Iglesia es un organismo vivo, y por esto  crece y            se desarrolla también en aquellas cosas que atañen a la            Sagrada Liturgia, adaptándose y conformándose a las  circunstancias            y a las exigencias que se presentan en el transcurso del  tiempo, dejando            a salvo, sin embargo, la integridad de su doctrina.
2)            Excesos.
            76. No obstante lo cual hay que reprochar severamente la  temeraria osadía            de aquellos que de propósito introducen nuevas costumbres  litúrgicas            o hacen revivir ritos ya caídos en desuso y que no concuerdan            con las leyes y rúbricas vigentes. No sin gran dolor sabemos            que esto sucede en cosas no sólo de poca, sino también            de gravísima importancia; no falta, en efecto, quien usa la  lengua            vulgar en las celebraciones del Sacrificio Eucarístico, quien            transfiere a otras fechas fiestas fijadas ya por estimables  razones,            quien excluye de los libros legítimos de oraciones públicas            las Sagradas Escrituras del Antiguo Testamento, reputándolas            poco apropiadas y oportunas para nuestros tiempos.
3)            Doctrina sobre alguno de estos excesos. 
a)            La lengua latina y la lengua vulgar. 
            77. El empleo de la lengua latina, vigente en una gran parte  de la Iglesia,            es un claro y noble signo de unidad y un eficaz antídoto  contra            toda corrupción de la pura doctrina. Por otra parte, en muchos             ritos el empleo de la lengua vulgar puede ser bastante útil  para            el pueblo, pero sólo la Sede Apostólica tiene facultades            para autorizarlos, y por esto no es lícito hacer nada en este            terreno sin su juicio y su aprobación, porque, ya lo hemos  dicho,            la ordenación de la Sagrada Liturgia es de su exclusiva  competencia.
b)            Ritos y ceremonias antiguas y nuevas. 
            78. Del mismo modo se deben juzgar los esfuerzos de algunos  para resucitar            ciertos antiguos ritos y ceremonias. La Liturgia de la época            antigua es, sin duda, digna de veneración; pero una costumbre            antigua no es, por el solo motivo de su antigüedad, la mejor,  sea            en sí misma, sea en su relación con los tiempos posteriores            y las nuevas condiciones establecidas. También los ritos  litúrgicos            más recientes son respetables, porque han nacido bajo el  influjo            del Espíritu Santo, que está con la Iglesia hasta la  consumación            del mundo, y son medios de los cuales se sirve la Esposa Santa  de Jesucristo            para estimular y procurar la santidad de los hombres.
            79. Es ciertamente cosa santa y digna de toda alabanza  recurrir con            la mente y con el alma a las fuentes de la Sagrada Liturgia,  porque            su estudio, remontándose a los orígenes, ayuda no poco            a comprender el significado de las fiestas y a indagar con  mayor profundidad            y exactitud el sentido de las ceremonias; pero, ciertamente,  no es tan            santo y loable el reducir todas las cosas a las antiguas. 
            80. Así, para poner un ejemplo, está fuera del recto camino            el que quiere devolver al Altar su antigua forma de mesa; el  que quiere            excluir de los ornamentos el color negro; el que quiere  eliminar de            los templos las imágenes y estatuas sagradas; el que quiere  que            las imágenes del Redentor crucificado se presenten de manera            que su Cuerpo no manifieste los dolores acerbísimos que  padeció;            finalmente, el que reprueba e1 canto polifónico, aun cuando  esté            conforme con las normas emanadas de la Santa Sede. 
            81. Lo mismo que ningún católico de corazón puede            refutar las sentencias de la doctrina cristiana, compuestas y  decretadas            con gran provecho en épocas recientes por la Iglesia,  inspirada            y asistida del Espíritu Santo, para volver a las fórmulas            de los antiguos Concilios; ni puede rechazar las leyes  vigentes para            volver a las prescripciones de las antiguas fuentes del  Derecho Canónico;            así, cuando se trata de la Sagrada Liturgia, no estaría            animado de un celo recto e inteligente el que quisiese volver a  los            antiguos ritos y usos, rechazando las nuevas normas  introducidas, por            disposición de la Divina Providencia, debido al cambio de las            circunstancias. 
            82. En efecto, este modo de pensar y de obrar, hace revivir el  excesivo            e insano arqueologismo suscitado por el Concilio ilegítimo de            Pistola, y se esfuerza en resucitar los múltiples errores que            fueron las premisas de aquel conciliábulo y le siguieron con            gran daño de las almas, y que la Iglesia, vigilante custodio            del «depósito de la Fe», que le ha sido confiado            por su divino Fundador, condenó con justo derecho. En efecto,            deplorables propósitos e iniciativas Venden a paralizar la  acción            santificadora, con la cual la Sagrada Liturgia dirige  saludablemente            al Padre a sus hijos de adopción.