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El  Arzobispo Rino Fisichella, Presidente del Pontificio Consejo para la  Nueva Evangelización, concedió recientemente una entrevista a  L’Osservatore Romano sobre la realidad que debe afrontar su dicasterio y  sobre algunos aspectos de su labor. Presentamos nuestra traducción en  lengua española.
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¿Qué mensaje ha querido dar el Papa instituyendo un dicasterio para promover la nueva evangelización?
Es  necesaria una premisa. La fundación del dicasterio se plantea como  conclusión ideal de un camino que comenzó con el Vaticano II. En la  mente de Juan XXIII debía ser un concilio capaz de hablar de Dios al  mundo contemporáneo. No por casualidad, en el discurso inaugural, el  Papa Roncalli recordó que los contenidos del mensaje cristiano no  cambian nunca; lo que cambia, en todo caso, es el modo de transmitirlos,  para que el mundo contemporáneo pueda comprenderlos sin malentendidos.  Es un camino que parte de la Dei Verbum y continúa luego con la Lumen  gentium. La Iglesia, custodia de la Palabra de Dios, la transforma en  luz de los pueblos, como recordó Benedicto XVI en la Misa del día de la  Epifanía. Y no olvida que es ad gentes, es decir, en misión continua.  También hoy se pone en diálogo con el mundo contemporáneo. Y es  consciente de que debe encontrar formas nuevas para este diálogo, de  modo que sea más comprensible al hombre de hoy. Por lo tanto, el de la  nueva evangelización es un camino marcado por el Vaticano II que llega a  su consumación – como el Papa quiso hacernos entender – pero para  repartir hacia nuevos horizontes. 
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Después  de la asamblea conciliar, en 1973 Pablo VI convocó el Sínodo de los  obispos sobre la evangelización y en 1974 publicó la Exhortación  apostólica Evangelii nuntiandi. ¿Se trataba ya de indicaciones precisas  sobre el camino a seguir?
La Evangelii nuntiandi  es un documento fundamental en la vida de la Iglesia. Conserva también  en nuestros días toda su actualidad. Por otro lado, Benedicto XVI cita  varias veces este documento en la carta con la cual ha instituido  nuestro dicasterio. Por lo tanto, debe ser considerado sin duda una  etapa importante en el camino hacia la creación del nuevo pontificio  consejo.
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Luego vino Juan Pablo II, que con su intuición profética acuñó la expresión “nueva evangelización”.
No  sólo. En todo el conjunto de su pontificado, el Papa Wojtyla continuó  centrándose en la nueva evangelización, que en algún contexto ha sido  ampliamente puesta en marcha. Todo esto, en la continuidad del  magisterio pontificio, conduce como consecuencia directa a nuestro  dicasterio. Benedicto XVI lo instituyó con la tarea peculiar de repensar  y aplicar la nueva evangelización, involucrando a todo el episcopado  mundial.
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¿Qué significa esto?
Se  trata de la tarea principal de este pontificio consejo. Y es  particularmente importante porque significa la constante búsqueda de la  confrontación con las conferencias episcopales. También ellas están  llamadas a constituir dentro de sus estructuras una oficina similar a la  nuestra. Un trabajo que asumirá toda su relevancia en la preparación y  en el desarrollo del Sínodo de los obispos 2012, dedicado precisamente  al tema de la nueva evangelización.
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¿Esto incluye también a los otros dicasterios de la Curia Romana?
Ciertamente.  La evangelización recorre transversalmente todo el servicio que la  Curia desarrolla para el Papa y para la Iglesia. Y no podría ser de otra  manera, dado que se trata del corazón mismo de la misión de la Iglesia.  El Papa es el primero en anunciar el Evangelio. Luego están los  obispos, con el propio presbiterio, con los religiosos, las religiosas,  los laicos. Por lo tanto, es inevitable que, en el servicio que la Curia  hace al Papa, la evangelización esté en el primer puesto. Es evidente  que hay algunos dicasterios con los cuales estaremos llamados a  colaborar más estrechamente en un espíritu de complementariedad. Pienso,  por ejemplo, en el Pontificio Consejo para la Cultura, que ha abierto  un espacio, el “patio de los gentiles”, para poder plantear la cuestión  de Dios a quien está lejos. Nuestro dicasterio, sin embargo, se debe  mover en otro frente. Nosotros estamos llamados a anunciar nuevamente a  Cristo, a volver a proponer el Evangelio a quien ya tiene la fe. Estamos  llamados a revigorizar el espíritu misionero: el espíritu que lleva  hacia los muchos cristianos que se han vuelto por desgracia  indiferentes, hacia los muchos bautizados que hoy han perdido la fe. 
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¿Pero cómo moverse en un mundo como el actual, caracterizado por situaciones sociales y religiosas tan diversificadas?
Ciertamente,  en una fase de globalización como la que estamos viviendo es difícil  pensar que los grandes problemas de las metrópolis del mundo no sean  iguales. Hablo de todos los problemas: por lo tanto, también el de la fe  que debe ser revigorizada o reconstruida. Trataremos, en primer lugar,  de hablar a los cristianos de las Iglesias de más antiguo origen. Es por  eso que Occidente es más fácilmente identificado como objetivo  principal de nuestra misión. Hablamos de cristianos y de Iglesias que  viven en territorios plasmados por el cristianismo.
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¿Está aquí la diferencia con el dicasterio misionero de Propaganda Fide?
Evidentemente se trata de tareas diversas. Propaganda Fide  debe llevar el primer anuncio. Así como de primer anuncio se trata para  el dicasterio de la cultura, a través de aquel particularísimo modo  expresado a través de los instrumentos cognoscitivos propios de la  filosofía, del arte y así sucesivamente. Diría que nuestra tarea es  mucho más ad intra: un compromiso capilar que va desde las  comunidades parroquiales hasta las diversas realidades que trabajan en  la Iglesia con el deseo de dar testimonio de la propia fe. 
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¿Hay diferencia entre el acercamiento a una sociedad secularista y el acercamiento a una sociedad secularizada?
El  secularismo es el apéndice del fenómeno de la secularización, se podría  decir que es su extremización. Es cierto, se necesita distinguir las  dos dimensiones. La secularización como tal es un fenómeno muy complejo;  el secularismo, en cambio, es aquella extremización que ha llevado a  formas de relativismo, de autonomía exasperada que el hombre considera  tener y que termina por alimentar sólo el derecho individual, olvidando  la responsabilidad social. Se reclaman derechos que no existen en fuerza  de la presunta autonomía de todos y de todo, en primer lugar de Dios  mismo.
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¿Cómo responderá su dicasterio a estos desafíos?
En  primer lugar, trataremos de tener un panorama completo de las diversas  iniciativas – y son ya muchas – que están en acto en la Iglesia en los  cinco continentes. Sabemos que hay grupos y movimientos muy bien  organizados, nacidos en tiempos de Juan Pablo II con el intento de  promover y sostener la nueva evangelización. Muchos de estos, por  ejemplo, ya trabajan en las universidades, en los campus, sobre todo en  los Estados Unidos. Hay otras realidades similares, nacidas en América  latina y ya difundidas en otros continentes, también en algunos países  europeos. Hay una gran riqueza de movimientos laicales que tienen como  objetivo específico la nueva evangelización. Existen planes pastorales  diocesanos dedicados a este objetivo. Pero todo esto es, más bien,  fragmentario. El primer objetivo del dicasterio, por lo tanto, es  conocer la realidad sobre el terreno para armonizar y sostener los  esfuerzos de todos, superando la fragmentación y promoviendo una gran  unidad. El intento es el de favorecer la complementariedad de cada  grupo. El mundo de hoy tiene necesidad de signos, y de signos unitarios:  signo de unidad es precisamente el testimonio de una Iglesia que  procede en el camino de la nueva evangelización. Por lo tanto, trabajar  juntos, aunque en el respeto y en la valorización del carisma de cada  uno.
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¿Cómo hará para realizar este trabajo de conocimiento capilar?
Tengo  intención de ir a conocer estos organismos en la realidad en la que  trabajan. Ya he visitado muchísimos países, he tenido importantes  reuniones con diversos obispos. Hemos comenzado a trabajar cuando  todavía no teníamos físicamente una sede. Mi agenda para el 2011 está ya  llena hasta todo junio. Estaré en viaje continuamente por el mundo, con  el fin de encontrar a los protagonistas de la nueva evangelización y de  afrontar con ellos discusiones de trabajo y debates públicos.
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¿Ha podido verificar interés y expectativas por los primeros pasos de este dicasterio? 
Diría  que sí. He recogido muchas voces positivas en torno a este  acontecimiento. Hay mucha expectativa, no sólo en la Iglesia, y mucha  curiosidad, no sólo en el mundo.
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¿Hay una imagen simbólica que representa la actividad del nuevo organismo?
He  elegido la Sagrada Familia de Antonio Gaudí, representada en su  proximidad con la metrópolis española. Despunta en el corazón de la  ciudad secularizada y quiere representar un mensaje muy concreto. Es una  invitación a usar un lenguaje nuevo para llenar el espacio que, sin la  Iglesia, quedaría como un vacío en el corazón mismo de la ciudad. Pero  debe ser un lenguaje en continuidad con todo aquello que nos ha  precedido, con lo que constituye el rico patrimonio de nuestra fe. La  Sagrada Familia es, de hecho, una catedral moderna. Todos, sin embargo,  la reconocen como iglesia porque ha conservado en sí todas las  características esenciales que, desde hace casi dos mil años, encuentran  expresión en el arte sacro. Estoy convencido de que una ciudad sin el  signo de la presencia de quien anuncia el Evangelio, invitando a los  hombres a no detenerse en la dimensión horizontal de la existencia sino a  dirigir la mirada hacia lo alto, es una ciudad que tiene dentro de sí  un profundo vacío. Porque no está abierta a la esperanza. No queremos  que nuestros contemporáneos adviertan este vacío. Por eso, estamos  convencidos de que no debe nunca faltar quien anuncia al hombre el  sentido profundo de la vida, testimoniando la novedad de Jesucristo. 
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Es un vacío que se advierte cada vez más claramente en el viejo continente.
En  la era de la globalización es difícil hablar de viejos y nuevos  continentes. Ciertamente la referencia es a Europa; y es evidente que  ella tendrá, de parte nuestra, una atención particular, aunque sólo  fuese porque también físicamente es más cercana. En Europa advertimos  dramáticamente una creciente cristianofobia que se manifiesta incluso en  países de antigua tradición cristiana. Nos preocupa mucho. Por lo  tanto, sentimos más la necesidad de estar presentes y de hacer reconocer  la misión de la Iglesia por lo que es realmente, no por cómo es a  menudo presentada de manera distorsionada.
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¿Estáis pensando también en modos nuevos de difundir el Evangelio?
Ciertamente.  Aquí hay otro terreno de colaboración y de corresponsabilidad con los  dicasterios de la Curia, en este caso con el Pontificio Consejo para las  Comunicaciones Sociales. Debemos proceder juntos. Estamos trabajando y  las ideas no faltan.
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Fuente: L’Osservatore Romano
Traducción: La Buhardilla de Jerónimo
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