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Ofrecemos  nuestra traducción de un interesante intercambio epistolar entre el  Padre Matías Augé, liturgista español, y el cardenal Joseph Ratzinger,  prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. El Padre Augé  había escrito al Cardenal Ratzinger en 1998 exponiéndole una serie de  críticas a la conferencia que el prelado había pronunciado con ocasión  del 10º aniversario del Motu proprio “Ecclesia Dei”. Pocos meses  después, el Cardenal Ratzinger respondía la carta, defendiendo los  argumentos que había expuesto en su conferencia y presentando su visión  de la cuestión litúrgica. Un interesante intercambio, que podemos leer  gracias a la gentileza del mismo Padre Augé, que ha publicado ambas  cartas en su blog,  las cuales luego han sido retomadas por el blog Messainlatino.
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Carta del Padre Augé al Cardenal Ratzinger 
Roma, 16 de noviembre de 1998
Eminencia Reverendísima,
Perdóneme  si me atrevo a escribir esta carta. Lo hago con sencillez, y también  con gran sinceridad. Soy profesor de liturgia en el Pontificio Instituto  Litúrgico de San Anselmo y en la Facultad de Teología de la Pontificia  Universidad Lateranense así como también Consultor de la Congregación  para el Culto Divino. He leído la conferencia que usted ha tenido poco  tiempo atrás con ocasión de los “Dix ans du Motu Proprio Ecclesia Dei”.  Confieso que su contenido me ha dejado profundamente perplejo. Me han  impresionado, particularmente, las respuestas que usted da a las  objeciones hechas por aquellos que no aprueban “el apego a la antigua  liturgia”. Y sobre estas quisiera detenerme en esta carta que le envío. 
La  acusación de desobediencia al Vaticano II es rechazada diciendo que el  Concilio no ha reformado los libros litúrgicos, sino que simplemente ha  ordenado su revisión. ¡Muy cierto!, y la afirmación no puede ser  contradicha. Le hago notar, sin embargo, que tampoco el Concilio de  Trento ha reformado los libros litúrgicos, habiendo dado sólo principios  muy generales al respecto. La reforma como tal, el Concilio la ha  pedido al Papa, y Pío V y sus sucesores la han llevado a cabo fielmente.  
No logro entender, luego, cómo los principios del Concilio Vaticano II concernientes a la reforma de la Misa presentes en la Sacrosanctum Concilium,  nn. 47-58 (por lo tanto, no sólo los nn. 34-35 citados por usted)  pueden estar de acuerdo con la restauración de la así llamada misa  tridentina. Además, si tomamos por buena la afirmación del Cardenal  Newman por usted recordada, es decir que la Iglesia nunca ha abolido o  prohibido “formas litúrgicas ortodoxas”, entonces me pregunto si, por  ejemplo, los notables cambios introducidos por Pío X en el Salterio  romano o por Pío XII en la Semana Santa han abolido o no los antiguos  ordenamientos tridentinos. Este principio podría inducir a algunos, por  ejemplo en España, a pensar que está permitido celebrar el antiguo rito  hispánico-visigodo, ortodoxo y reacondicionado después del Vaticano II.  Hablar del rito tridentino como diverso del rito del Vaticano II no me  parece exacto, más bien diría que es contrario a la noción misma de lo  que se entiende aquí por rito. Tanto el rito tridentino como el actual  son un solo rito: el rito romano, en dos diversas fases de su historia.
La  segunda objeción que se hace es que el retorno a la antigua liturgia  corre el riesgo de romper la unidad de la Iglesia. Esta objeción es  afrontada por usted distinguiendo entre el aspecto teológico y práctico  del problema. Puedo compartir muchas de las consideraciones que usted  hace al respecto, excepto algunos datos históricamente no sostenibles,  como por ejemplo la afirmación de que hasta el Concilio de Trento  existían los ritos mozárabes de Toledo y otros, suspendidos por el  Concilio. El rito mozárabe, de hecho, había sido suprimido ya por  Gregorio VII con exclusión de Toledo, donde permanece en vigor. El rito  ambrosiano, por su parte, no ha sido nunca suprimido. Lo que al respecto  no llego a comprender es que se olvide lo que Pablo VI afirma en la  Constitución Apostólica del 3 de abril de 1969 con la que promulga el  nuevo Misal, y es esto: “… confiamos que este Misal será acogido por los  fieles como medio para testimoniar y afirmar la unidad de todos, y que  por medio de él, en tanta variedad de lenguas, subirá al Padre  celestial… una sola e idéntica oración”. Pablo VI quiso, por lo tanto,  que el uso del nuevo Misal sea expresión de unidad de la Iglesia; y  añade luego para concluir: “Queremos que cuanto hemos establecido y  prescrito tenga fuerza y eficacia ahora y en el futuro, no obstante, si  fuere el caso, las Constituciones y Ordenaciones Apostólicas de Nuestros  Predecesores y cualquiera otra prescripción, incluso las dignas de  especial mención y con poder de derogar la ley”. 
Conozco  las sutiles distinciones hechas por algunos juristas o los que se  consideran tales. Creo, sin embargo, que se trata simplemente de  “sutilezas” que, en cuanto tales, no merecen gran atención. Se podrían  citar diversos documentos en los que se demuestra claramente la voluntad  de Pablo VI al respecto. Sólo recuerdo la carta que el 11 de octubre de  1975 el cardenal J. Villot escribía a Mons. Coffy, presidente de la  Comisión episcopal francesa de liturgia y pastoral sacramental  (Secretaría de Estado n.287608), en la que decía entre otras cosas:  ““Par la Constitution Missale Romanum, le Pape prescrit, comme vous le  savez, que le nouveau Missel doit remplacer l’ancien, nonobstant les  Constitutions et Ordonnances apostoliques de ses prédécesseurs, y  compris par conséquent toutes les dispostions figurant dans la  Constitution Quo Primum et qui permettrait de conserver l’ancien missel  [...] Bref, comme dit la Constitution Missale Romanum, c’est dans le  nouveau Missel romain et nulle part ailleurs que les catholiques de rite  romain doivent chercher le signe et l’instrument de l’unité mutuelle de  tous...”.
Eminencia,  como profesor de liturgia yo me encuentro enseñando cosas que me  parecen diversas a las que usted ha expresado en la mencionada  conferencia. Y creo que debo continuar por este camino en obediencia al  magisterio pontificio. También yo lamento los excesos con los que  algunos, después del Concilio, han celebrado o celebran todavía la  liturgia reformada. Pero no logro comprender por qué algunos  Eminentísimos Cardenales, no sólo usted, han creído oportuno poner  remedio a ello poniendo “de hecho” en discusión una reforma aprobada,  después de todo, por el Sumo Pontífice Pablo VI y abriendo cada vez más  las puertas al uso del antiguo Misal de Pío V. Con humildad, pero  también con parresia apostólica, siento la necesidad de afirmar mi  oposición a similares orientaciones. He preferido decir abiertamente lo  que muchos liturgistas y no liturgistas, que nos sentimos hijos  obedientes de la Iglesia, decimos en los pasillos de los Ateneos  romanos.
Suyo devotísimo en Cristo, 
Matías Augé cmf
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Respuesta del Cardenal Ratzinger al Padre Augé
18 de febrero de 1999
Reverendo Padre,
He  leído con atención su carta del 16 de noviembre, en la cual usted ha  formulado algunas críticas a la Conferencia dada por mí el día 24 de  octubre de 1998, con ocasión del 10º aniversario del Motu Proprio Ecclesia Dei.
Comprendo  que usted no comparte mis opiniones sobre la reforma litúrgica, su  aplicación, y la crisis que se deriva de algunas tendencias en ella  escondidas, como la desacralización.
Me parece, sin embargo, que su crítica no toma en consideración dos puntos:
1.  Es el Sumo Pontífice Juan Pablo II quien ha concedido, con el Indulto  de 1984, el uso de la liturgia anterior a la reforma paulina, bajo  ciertas condiciones; luego, el mismo Pontífice publicó, en 1988, el Motu  Proprio Ecclesia Dei, que manifiesta su voluntad de ir al  encuentro de los fieles que se sienten vinculados a ciertas formas de la  liturgia latina anterior, y por lo tanto pide a los obispos conceder  “de modo amplio y generoso” el uso de los libros litúrgicos de 1962.
2.  Una parte no pequeña de los fieles católicos, sobre todo de lengua  francesa, inglesa y alemana, permanecen fuertemente vinculados a la  liturgia antigua, y el Sumo Pontífice no quiere repetir para con ellos  lo que ya había ocurrido en 1970, donde se imponía la nueva liturgia de  manera extremadamente brusca, con un tiempo de paso de sólo 6 meses,  mientras el prestigioso Instituto litúrgico de Tréveris, de hecho, para  tal cuestión, que toca de manera tan viva el nervio de la fe, justamente  había pensado en un tiempo de 10 años, si no me equivoco.
Por  lo tanto, son estos dos puntos – es decir, la autoridad del Sumo  Pontífice reinante y su actitud pastoral y respetuosa hacia los fieles  tradicionalistas – que deberían ser tomados en consideración.
Permítame, entonces, añadir algunas respuestas a sus críticas sobre mi intervención.
1.  En cuanto al Concilio de Trento, nunca dije que éste habría reformado  los libros litúrgicos. Por el contrario, siempre he subrayado que la  reforma post-tridentina, ubicándose plenamente en la continuidad de la  historia de la liturgia, no quiso abolir las otras liturgias latinas  ortodoxas (cuyos textos existían desde hacía más de 200 años) y tampoco  imponer una uniformidad litúrgica.
Cuando  dije que también los fieles que hacen uso del Indulto de 1984 deben  seguir los ordenamientos del Concilio, quería mostrar que las decisiones  fundamentales del Vaticano II son el punto de encuentro de todas las  tendencias litúrgicas y que, por lo tanto, son también el puente para la  reconciliación en el ámbito litúrgico. Los oyentes presentes, en  realidad, han comprendido mis palabras como una invitación a la apertura  al Concilio, al encuentro con la reforma litúrgica. Pienso que quien  defiende la necesidad y el valor de la reforma, debería estar plenamente  de acuerdo con este modo de acercar los “tradicionalistas” al Concilio.
2.  La cita de Newman quiere significar que la autoridad de la Iglesia  nunca ha abolido en su historia, con un mandato jurídico, una liturgia  ortodoxa. Se ha verificado, en cambio, el fenómeno de una liturgia que  desaparece, y entonces pertenece a la historia, no al presente.
3.  No quisiera entrar en todos los detalles de su carta, aunque no sería  difícil responder a sus diversas críticas de mis argumentos. Sin  embargo, considero muy importante lo que respecta a la unidad del Rito  Romano. Esta unidad no está amenazada hoy por las pequeñas comunidades  que hacen uso del Indulto y son con frecuencia tratados como leprosos,  como personas que hacen algo indecoroso, más aún, inmoral; no, la unidad  del Rito Romano está amenazada por la creatividad litúrgica salvaje,  con frecuencia animada por liturgistas (por ejemplo, en Alemania se hace  la propaganda del proyecto “Misal 2000”, diciendo que el Misal de Pablo  VI estaría ya superado). Repito lo que he dicho en mi intervención: que  la diferencia entre el Misal de 1962 y la misa fielmente celebrada  según el Misal de Pablo VI es mucho menor que la diferencia entre las  diversas aplicaciones denominadas “creativas” del Misal de Pablo VI. En  esta situación, la presencia del Misal precedente puede convertirse en  un baluarte contra las alteraciones de la liturgia lamentablemente  frecuentes, y ser de este modo un apoyo de la reforma auténtica.  Oponerse al uso del Indulto de 1984 (1988) en nombre de la unidad del  Rito Romano es, según mi experiencia, una actitud muy lejana de la  realidad. Por otro lado, lamento un poco que usted no haya percibido, en  mi intervención, la invitación dirigida a los “tradicionalistas” a  abrirse al Concilio, a venir al encuentro hacia la reconciliación, en la  esperanza de superar, con el tiempo, la brecha entre los dos Misales.
Sin  embargo, le agradezco por su parresia, que me ha permitido discutir  francamente sobre una realidad que nos resulta igualmente importante. 
Con sentimientos de gratitud por el trabajo que usted desarrolla en la formación de los futuros sacerdotes, lo saludo
Suyo en el Señor, 
+ Joseph Card. Ratzinger
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Fuente: Mesainlatino
Traducción: La Buhardilla de Jerónimo
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