
Pablo VI y los observadores protestantes del Consilium: Rev. Jasper, Dr. Shepherd, Prof. George, pastor Kenneth, Rev. Brand y el Hno. Max Thurian de Taizé
La Escritura y la reforma litúrgicaUtilizar las traducciones para introducir errores teológicos fue  una táctica usada con premeditación por los promotores de la  transformación revolucionaria de la Liturgia. Así se afirma con toda  claridad en una entrevista  concedida por el canónigo Andrea Rose (A.R.) a Stefano Wailliez, (S.W.)  con vistas a la elaboración de un estudio histórico sobre la reforma  litúrgica. Rose fue teólogo y liturgista, participando como consultor  del Consilium ad exequendam constitutionem de sacra liturgia, la  comisión cuyo secretario fue mons. Bugnini y a la cual se le encargó el  cometido de poner por obra la constitución sobre la liturgia del  concilio Vaticano II. 
 “S. W.: Mons. Bugnini explica en sus memorias que, cuando no  llegaba a obtener esta o aquella formulación en el texto oficial, decía:  “Se acomodará esto en las traducciones”. ¿Oyó usted decir eso a su  alrededor?A. R.: Pues claro que sí; eso lo decían en Roma. Dom Dumas  trabajó mucho en tal sentido. Era muy progresista. También él decía:  “Esto se acomodará en las traducciones”. Abogó mucho por la libertad de  las versiones. Llegó a las últimas consecuencias en todo esto”.
También se cuestiona en la misma entrevista otro de los grandes mitos de  la reforma litúrgica: el presunto enriquecimiento de la liturgia por  obra de la incorporación más abundante de la Palabra de Dios (la “mesa”  de la Palabra). Una incorporación que, como hemos visto con solo un  ejemplo, se ha efectuado con criterios sesgados y prejuicios  ideológicos.
“S. W.: Mons. Gamber dice, a propósito de los ciclos de las lecturas  de la misa, que “se veía a las claras que la nueva organización era obra  de exegetas, no de liturgistas”. Dado que figuraba usted en ese grupo  de trabajo, ¿qué opina al respecto?A. R.: Los exegetas se las echaban de amos, igual que los  judaizantes. Los primeros cristianos, en cambio, usaron las versiones  griegas de los textos. No se preocuparon de la “veritas hebraica”.  ¿Acaso había que esperar al siglo XX para descubrir por fin cómo  proceder? ¡Y me habla usted de la gran tradición! ¿Qué sentido tiene la  pastoral cuando los exegetas imperan sobre los liturgistas? De hecho,  Bugnini y los exegetas querían transformar la primera parte de la misa  en un curso de exegesis”.

¡Cuántas ánimas dejan de ir a la gloria y van al infierno por la negligencia de ellos!“¿Y qué aprovecha al hombre ganar todo el mundo, si pierde su alma?”. Estas  palabras sugeridas repetida y oportunamente por San Ignacio de Loyola  al joven San Francisco Javier provocaron su conversión y cambio de vida.  Probablemente de haberlas escuchado en nuestra aggiornata  versión hubiera preferido continuar con sus estudios y su brillante  carrera en París. Claro, que también me pregunto que hubiera hecho en  nuestra Iglesia ecuménica y posconciliar alguien que, como el santo de  Navarra, clamaba en sus cartas en términos como éstos:
“Muchas veces me vienen pensamientos de ir a los estudios de esas  partes, dando voces como hombre que ha perdido el juicio, y  principalmente a la universidad de París, diciendo en Sorbona a los que  tiene más letras que voluntad para disponerse a fructificar con ellas:  ¡cuántas ánimas dejan de ir a la gloria y van al infierno por la  negligencia de ellos! […] Estuve cuasi tentado de escribir a la  universidad de París, cuántos mil millares de gentiles se harían  cristianos, si hubiese operarios, para que fuesen solícitos de buscar y  favorecer las personas que no buscan sus propios intereses, sino los de  Jesucristo… Muchas veces me acaesce tener cansados los brazos de  bautizar, y no poder hablar de tantas veces decir el Credo y los  mandamientos en su lengua de ellos” (A sus compañeros de Roma, 20 de enero 1548).
DE:http://www.religionenlibertad.com/articulo_imprimir.asp?idarticulo=10132
Pablo VI y los observadores protestantes del Consilium: Rev. Jasper, Dr. Shepherd, Prof. George, pastor Kenneth, Rev. Brand y el Hno. Max Thurian de Taizé
La Escritura y la reforma litúrgica
También se cuestiona en la misma entrevista otro de los grandes mitos de la reforma litúrgica: el presunto enriquecimiento de la liturgia por obra de la incorporación más abundante de la Palabra de Dios (la “mesa” de la Palabra). Una incorporación que, como hemos visto con solo un ejemplo, se ha efectuado con criterios sesgados y prejuicios ideológicos.
“S. W.: Mons. Gamber dice, a propósito de los ciclos de las lecturas de la misa, que “se veía a las claras que la nueva organización era obra de exegetas, no de liturgistas”. Dado que figuraba usted en ese grupo de trabajo, ¿qué opina al respecto?
¡Cuántas ánimas dejan de ir a la gloria y van al infierno por la negligencia de ellos!
Se  trata de la entrevista concedida por el canónigo Andrea Rose (fallecido  poco ha, por desgracia) a Stefano Wailliez, con vistas a la elaboración  de un estudio histórico sobre la reforma litúrgica.
Canónigo titular de la catedral de Namur (Bélgica), Andrea  Rose fue teólogo y liturgista. Se cuentan entre sus obras, allende  multitud de artículos sobre el oficio divino y las lecturas bíblicas,  los libros “Salmos y plegaria cristiana” (Brujas, 1965) y “Los salmos,  voz de Cristo y voz de la Iglesia” (París, 1981). La idea principal de  estos escritos suyos es que el Antiguo Testamento (salmos inclusive)  debe interpretarse a la luz del Nuevo y de los escrito de los Padres.  Esto es lo que hace la Iglesia en su liturgia. El canónigo Rose fue  asimismo consultor del Consilium ad exequendam constitutionem de sacra liturgia,  la comisión cuyo secretario fue mons. Bugnini y a la cual se le encargó  el cometido de poner por obra la constitución sobre la liturgia del  concilio Vaticano II. Cuando al Consilium le sucedió la  Sagrada Congregación para el Culto Divino, al canónigo Rose lo  nombraron consultor del nuevo organismo. Su papel en la revisión de la  liturgia lo desempeñó principalmente en el ámbito del Oficio Divino,  pero alcanzó también el de las lecturas bíblicas, las oraciones y los  prefacios de la santa misa. Ofrece aquí su testimonio a título de  coautor de la reforma litúrgica del rito latino.
La  entrevista, que se publica ahora por vez primera (al menos en Italia),  constituye un testimonio preciosos por varios conceptos:
1) El canónigo Rose es un testigo directo, uno de los últimos testigos directos, de los trabajos del Consilium al que encargó Pablo VI llevara a efecto la constitución conciliar sobre la sagrada liturgia.
2) Es un testigo prudente, que  se niega a pronunciarse, como se verá, sobre cuanto no le consta con  seguridad (p. ej., la filiación masónica de Bugnini, la contribución  efectiva de los “observadores” protestantes).
3)  No es lo que se dice un “lefebvriano” o un “tradicionalista”, antes al  contrario, no echa de ver todas las razones que asisten a dicha  resistencia católica, y tiene asimismo ideas inexactas sobre ella, como  lo evidencia la última parte del diálogo (esto debería bastar para  poner su testimonio a reparo de cualquier prejuicio); pero posee el  “sentido de la tradición” en la medida suficiente como para comprender  que la denominada reforma litúrgica fue en realidad una “catástrofe”, de  la cual es menester salir.
4) Su testimonio, en lo que mira a la orientación del Consilium,  concuerda perfectamente con el que dejó el card. Ferdinando Antonelli  en sus memorias personales (cf. Sì Sì No No, 30 de noviembre de 1999,  pp. 3 ss.; edic. italiana), y, tocante a la persona de Bugnini en  particular, coincide a la perfección con el juicio que dio de éste, a  su tiempo, el abate dom Alfonso Pietro Salvini, O. S. B. (Divagazioni di  una lunga vita [Errabundeos de una larga vida] Livorno: ed. Stella del  Mare; cf. el número correspondiente a la edición italiana de sí si no no  del 31 de octubre de 1991, p. 3: La danza de los hotentotes), así como  con otros testimonios (cf. Sì Sì No No, 15 de sept. de 1992, p. 6:  Meminisse iuvat; ed. italiana).
N.  B. Se puede consultar La riforma liturgica (La Reforma Litúrgica) de  Aníbal Bugnini para más informaciones sobre el canónigo A. Rose. La  traducción y los subtítulos de la entrevista son de nuestra redacción.
¡Bugnini!
S. Wailliez: En tanto que consultor del Consilium, figuró usted en los Coetus  (grupos de trabajo) nn. 3, 4, 6, 9, 11, 18 bis, 21 bis. Cuando se leen  las memorias de mons. Bugnini se tiene la impresión de que se trataba  de una máquina complejísima: había casi treinta grupos de trabajo.
A. Rose: Sí, era una máquina muy compleja.
S. W.: Pero entonces, ¿cuál era la fuerza motriz que la impulsaba?
A. R.: ¡Bugnini!
S. W.: Se ha hablado mucho de mons. Bugnini, pero debía de haber otras corrientes, otras tendencias en el Consilium. ¿O es que realmente Bugnini campaba por él como amo y señor?
A.  R.: Lo que yo sé, en todo caso, es que mons. Martimort no estaba muy de  acuerdo con él. Me lo criticaba continuamente en cuanto volvía la  espalda. Me decía, p. ej.: “¡Este Bugnini hace todo lo que le da la  gana!”. Él (Martimort) era mucho más competente que aquél. Un día me  dijo: “¡Lo que sabe Bugnini! Se ve que sus profesores de secundaria no  perdieron el tiempo con él...”. He aquí lo que pensaba Martimort sobre  Bugnini. Al principio yo creía que exageraba, pero luego me di cuenta de  que tenía razón. Bugnini carecía de profundidad de pensamiento. Fue  grave nombrar a un veleta como él en el puesto que desempeñaba. ¡Que la  gestión de la liturgia estuviera en manos de un hombre semejante, de  un superficial...!
S.  W.: Le he formulado esta pregunta sobre mons. Bugnini porque, por otro  lado, se sabe también el papel que desempeñó Pablo VI, quien seguía en  persona el desarrollo de los trabajos.
A.  R. Es verdad. Pero Bugnini siempre estaba con él dándole explicaciones.  Un día estaba yo con el padre Dumas en la plaza de San Pedro (era al  principio, cuando los problemas aun no se habían agravado mucho). Nos  encontramos con Bugnini, quien nos señaló las ventanas de los aposentos  de Pablo VI diciendo: “¡Rueguen, rueguen para que conservemos este  Papa!”. Lo decía porque manipulaba a Pablo VI: iba a informarle, pero le  contaba las cosas a su sabor. Luego volvía diciendo: “El Santo Padre  desea esto, el Santo Padre desea aquello”; pero era él quien, por debajo  de cuerda...
S. W.: Se dice de mons. Bugnini que era masón. ¿Qué piensa usted?
A. R.: Sería menester probarlo, evidentemente.
S. W.: ¿Le parece que tenía estilo masónico?
A. R.: No, no. Ya se lo he dicho: carecía de profundidad.
S. W.: ¿No tenía ninguna?
A.  R.: Escribió después libros enteros para justificar su reforma, pero...  cuando llegaba yo a Roma e iba a saludar a Martimort, éste me contaba  todos los manejos de Bugnini para lograr que se aprobara todo lo que  quería. El padre Martimort era otro hombre. Tenía otra cultura. Y  criticaba la manera de obrar de Bugnini.
La liturgia de las horas: un ritual a la carta
S.  W.: Cuando se examina la nueva liturgia de las horas -visto que usted  trabajó en su elaboración-, se queda uno sorprendido de las múltiples  posibilidades de elección: se pueden tomar salmos distintos de los  indicados, otros himnos, omitir las antífonas, añadir silencios,  lecturas, etc.; todo “por justas razones pastorales”, lo que significa  que cada uno puede hacer lo que le plazca. ¿Cómo reaccionó usted cuando  se propuso este ritual a la carta?
A.  R.: Nosotros pusimos sólo lo que era oficial. Pero luego se agregó “vel  alios cantus, vel alios psalmos”, etc. De habernos opuesto, se nos  habría tachado de integristas.
S. W.: ¿No plantea problemas eclesiológicos tan gran flexibilidad?
A.  R.: Sí, por cierto. Si todo el mundo puede confeccionarse su propio  ritual, ¿se puede seguir hablando de oración oficial de la Iglesia?  Salta a los ojos que la eclesialidad es lo que se pone en peligro con el  nuevo ritual flexible.
S. W.: ¿Se originaban luchas en los distintos coetus a que usted pertenecía a propósito de dichas posibilidades múltiples de elección?
A. R.: Sí, y Martimort era más bien contrario. Pero Bugnini, que lo manipulaba todo, se mostraba favorable. [...]
Las lecturas de la Misa y el “retorno a la gran Tradición”
S. W. Por lo que toca a las lecturas de las misas, estaba usted en el coetus nº 4. Se tenía en mente enriquecer los ciclos de las lecturas. ¿Qué piensa usted de la reforma que se verificó en tal punto?
A.  R.: [...] lo que se hizo se habría podido realizar de manera más  inteligente. Por ejemplo, es de deplorar la supresión de las cuatro  témporas. Precisamente en esos tiempos se verificaban de tres a cinco  lecturas antes del evangelio. ¡Pero se tuvo que abolir justamente las  cuatro témporas! Tales días son, por añadidura, algo antiquísimo, que  había conservado el carácter semanal primitivo de la liturgia:  miércoles, viernes y la gran víspera (del domingo). ¡Todo tirado por la  borda!
S. W.: ¿Dónde está en todo eso el retorno a la gran tradición?
A. R.: Constituye una incoherencia, como es obvio. Algunos abogaban en el Consilium  por el retorno a la gran tradición cuando les convenía. Francamente,  estoy de acuerdo con que se hagan algunas pequeñas reformas, pero lo que  se llevó a cabo fue abiertamente radical.
S. W.: Mons. Gamber  dice, a propósito de los ciclos de las lecturas de la misa, que “se  veía a las claras que la nueva organización era obra de exegetas, no de  liturgistas”. Dado que figuraba usted en ese grupo de trabajo, ¿qué  opina al respecto?
A.  R.: Los exegetas se las echaban de amos, igual que los judaizantes. Los  primeros cristianos, en cambio, usaron las versiones griegas de los  textos. No se preocuparon de la “veritas hebraica”. ¿Acaso había que  esperar al siglo XX para descubrir por fin cómo proceder? ¡Y me habla  usted de la gran tradición! ¿Qué sentido tiene la pastoral cuando los  exegetas imperan sobre los liturgistas? De hecho, Bugnini y los  exegetas querían transformar la primera parte de la misa en un curso de  exegesis.
El Ordinario de la Misa: el Ofertorio “cepillado”
S.  W.: Tocante al ordinario de la misa: no estaba usted en el grupo de  trabajo interesado, pero ¿diría usted que también aquí se pecó de  radicalidad?
A.  R.: ¡Ah, sí! Los que se ocupaban de la misa fueron mucho más radicales  con ella que nosotros con el oficio. Mire, se pasó el cepillo sobre el  ofertorio. Dom Capelle no quería ni oír hablar de él. Decía que en él  “se habla como si el sacrificio ya se hubiera consumado. Se corre el  riesgo de creer que todo ha terminado ya”. No se daba cuenta de que  todas las liturgias presentan tal anticipación. En el ofertorio se  coloca uno ya en la perspectiva de la consumación.
S. W.: ¿No se daba ahí una falta de perspectiva finalista?
A.  R.: Sí. Y así se llegó a suprimir todo, todo lo que era plegaria de  ofertorio, porque, según se decía, el sacrificio venía después. Pero  eran ésas opiniones espirituales harto racionalistas, en fin de  cuentas. ¡Es elemental!
S. W.: ¿Ha conocido usted alguna vez, a  lo largo de su experiencia pastoral, a fieles que crean que las  sagradas oblatas se consagran en el ofertorio? Es decir: ¿ha constatado  usted concretamente los daños que recalcaba Dom Capelle?
A. R.: Pues claro que no, de ninguna manera: ¡jamás! Y además, mire lo que se hace en los ritos orientales: es lo mismo. Sería interesante cotejar todo eso.
La multiplicación del Canon
S.  W.: Otro punto importante del ordinario de la misa es la desaparición  del canon romano. Subsiste más o menos en la plegaria nº 1, pero ésta no es ya la única plegaria eucarística, por lo que, hablando con propiedad, el canon ha desaparecido.
A. R.: Sí además de la supresión del ofertorio se multiplican las preces eucarísticas, como dice usted. Mire la oración nº 2:  no puede estar más adulterada. ¡Y aún les parecía poco! Fue por eso por  lo que dije “no”, lo que me valió que me pusieran de patitas en la  calle. Pero ésa es otra historia.
La excusa de las traducciones
S.  W.: También está el asunto de las traducciones para los países  francófonos, sobre el cual se ha pronunciado usted varias veces.
A.  R.: Sí, es un problema enorme. El padre Gy no quiere que se le aborde:  les deparó la ocasión de introducir todo lo que querían.
S. W.: Mons. Bugnini  explica en sus memorias que, cuando no llegaba a obtener esta o aquella  formulación en el texto oficial, decía: “Se acomodará esto en las  traducciones”. ¿Oyó usted decir eso a su alrededor?
A. R.: Pues claro que sí; eso lo decían en Roma. Dom Dumas trabajó mucho en tal sentido. Era
muy  progresista. También él decía: “Esto se acomodará en las traducciones”.  Abogó mucho por la libertad de las versiones. Llegó a las últimas  consecuencias en todo esto.
S.  W.: En la versión francesa oficial del Credo figura la locución “de la  misma naturaleza que el Padre”, en vez de la voz “consubstantialis”  (consubstancial). ¿No está eso en el límite del arrianismo?
A. R.: Ah, sí; es evidente...
S.  W.: En Francia se libraron batallas épicas en las iglesias, durante la  misa, por la cuestión de la expresión “de la misma naturaleza”.
A.  R.: Sí, sí, estoy al tanto. Pero los obispos aprueban tal versión. La  aprueban. No quieren que se la cambie. No fueron ellos los que hicieron  eso, sino la comisión; pero no quieren que se desapruebe a ésta.
Los observadores protestantes
S.  W.: Se ha hablado mucho de los observadores protestantes. Se han  escrito muchas cosas sobre ellos. Lo que me interesa son los hechos.  ¿Vio usted a dichos observadores durante algunas sesiones?
A.  R.: Sí, ciertamente. Estaban allí, a un lado, sentados a una mesa. No  decían nada. Que hablaban con la gente a la entrada es evidente: no  podían dejar de hacerlo. Pero, dado que nunca tomaban la palabra  públicamente, ¿ejercieron una influencia real en ciertas cosas? Sería  menester un hecho concreto para afirmarlo.
S. W.: En un primer tiempo sólo le he preguntado por su presencia. Dicho esto, en un artículo de Notitiae, nº 23,  y en un testimonio de Jasper, observador anglicano, se habla del hecho  de que los observadores no participaban en las sesiones de trabajo, pero  mantenían reuniones sistemáticamente con los relatores, los  presidentes de los grupos.
A.  R.: No se sabía nada de ello. Iban juntos a alguna parte, eso era  inevitable, pero no se anunciaba oficialmente. A nosotros no nos ponían  al corriente al respecto. Es cuando menos extraño, pero fíjese en que  no había ningún “ortodoxo” entre los observadores... Los “ortodoxos”  desconfiaban ya de antes, conociendo el carácter revolucionario de  muchos católicos. No les gustaba. En el fondo, se percataban bien de la  verdad de las cosas.
La creatividad
S. W.: Ha dicho de mons. Bugnini que era un combinador [en italiano en el texto; nota de la
Redacción]. ¿Podría ser más preciso?
A. R.: Me miraba mal porque no hacía todo lo que él quería ni aceptaba toda su creatividad.
S.  W.: A usted lo expulsaron porque se negó a aprobar se permitiera a las  conferencias episcopales componer preces eucarísticas propias. Aludió  usted a ello hace un momento. ¿Conque la ruptura se verificó por una  cuestión de creatividad?
A.  R.: Sí. Redacté un informe contrario y, como consecuencia, las  conferencias episcopales se quedaron sin ese permiso. Entonces mons.  Bugnini se dijo: “Ese hombre es peligroso”.
S.  W.: [...] A propósito de la creatividad: siempre se la ha visto  practicar, sobre todo en el campo del arte. Los estilos del arte sagrado  han evolucionado mucho con el tiempo.
A.  R.: No soy contrario a la creatividad por principio. Pero debe  arraigarse en una tradición. Cuando no lo hace en ninguna se inventa  cualquier cosa.
La desaparición del diablo
S.  W.: Se desempeñó usted como miembro del grupo 18 bis, que se ocupó de  las oraciones del misal. Dom Hala, de Solesmes, explica en el Habeamus Gratiam que,  en las colectas, “se cambió el vocabulario por razones pastorales”, y  aduce como ejemplo: “las palabras ‘diabolus’ y ‘diabolicus’ han  desaparecido por completo del nuevo misal”.
A.  R.: No creían ya en el diablo; por lo menos algunos. Pero las cabezas  dirigentes se pusieron de acuerdo para que no se notasen mucho tales  cambios. Dichas supresiones no se mencionaron en los criterios de  revisión. Pero está claro que algunos del Consilium no creían ya en el diablo.
La maldita incompetencia de los obispos
S. W.: Cuando se habla del Consilium, se piensa siempre en los consultores, en los expertos: el padre Gy, mons. Martimort, dom Botte, dom Vagaggini, Jungman... Casi se olvidan los miembros en sentido estricto, los obispos, los únicos que tenían derecho de voto. ¿Cómo se lo explica?
A. R.: Los obispos que tenían sus sesiones en el Consilium  no eran nada del otro mundo. Sólo dos me dejaron cierto recuerdo: mons.  Isnard, de Nuevo Friburgo (Brasil), y mons. Jenny, de Cambrai. Los  expertos, en cambio, eran competentísimos. Su orientación es harina de  otro costal... pero eran competentes. Eran ellos quienes hacían el  trabajo...
S. W.: Entre los obispos miembros del Consilium  figuraba el célebre mons. Boudon, presidente de la Comisión Litúrgica  de la Conferencia Episcopal Francesa. ¿Era un incompetente?
A.  R.: Recuerdo que estaba allí, pero no me dejó un recuerdo indeleble. El  padre Gy lo llevaba por donde quería. El intelecto agente de mons.  Boudon era el padre Gy.
Los cambios de opinión de Pablo VI
S.  W.: A partir de 1971-1972, pareció bastante claro que Pablo VI  comenzaba a darse cuenta de que algunas cosas no marchaban bien.
A.  R.: Tendría uno que haber sido ciego para no verlo... Fue por eso por  lo que se acabó quitando de en medio a Bugnini también, y por cierto que  muy brutalmente. Pero no se tocó nada de lo que había hecho mal. No se  osó revisar lo que se había promulgado.
S.  W.: Parece que se delinea en la actualidad un movimiento precisamente  en tal sentido. Se habla cada vez más de “liberalización del misal  tridentino”, y ahora es el cardenal Sodano, Secretario de Estado, quien  ha hecho suya la idea de una reforma de la reforma.
A.  R.: ¡Bravo! Hay que salir de esta situación lo antes posible. Se impone  revisarlo todo. Pero ¿dónde se hallarán los “competentes”? Sería  menester que no remitiesen personas como las causantes de la catástrofe  que hemos sufrido.
S. W.: ¿Hay que sentar a todas las partes en torno a la mesa?
A. R.: A todas las personas serias, deseosas de trabajar por la Iglesia.
S.  W.: Cuando se habla de liturgia tradicional, no cabe duda de que se  piensa en mons. Lefebvre y en la Hermandad San Pío X que él fundó. ¿Hay  que invitar a ésta también?
A.  R.: ¡Claro que sí! Hay que hablar con esas personas. A veces tienen  opiniones fijistas y no siempre comprenden que se necesitaban algunos  arreglos, sobre todo en las lecturas de la misa o en el breviario. Pero  hay que hablar con ellas. ¡No se puede escuchar a todos, sobre todo a  los protestantes, y no invitar a las discusiones a la gente de mons.  Lefebvre! A cambio, también ellos deberían tomar la iniciativa de ir a  ver a quienes tienen el sentido de la tradición aunque no siempre  compartan sus opiniones. Deben esforzarse por salir de su concha. Hay  que poner los problemas en el tapete honestamente.
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