El Drama del Catolicismo Postconciliar (I)
El Drama del Catolicismo Postconciliar (II) | ||
El Drama del Catolicismo Postconciliar (III) |
Escrito por Padre Alfonso Gálvez | ||||||
Jueves, 08 de Marzo de 2012 04:55 | ||||||
La práctica negación del pecado original por el Modernismo conduce al desconocimiento del sentido del pecado y de la necesidad de la justificación. Para la doctrina modernista, todo hombre que viene a este mundo nace ya justificado, gracias a la unión de Jesucristo con la naturaleza humana. De ahí el rechazo de la Muerte de Cristo como Sacrificio y la ocultación del carácter satisfactorio de la Misa. Así se explica que, mientras que se pregona a voz en grito la consigna del Cristo Resucitado, se le hace olvidar al mismo tiempo al cristiano corriente la realidad del Cristo Muerto en la Cruz por los pecados de los hombres..., y la necesidad que incumbe a cada uno de unirse a tal Muerte por medio del arrepentimiento, primero, y de un cambio radical de vida, después. Este punto de la cuestión es mucho más delicado e importante de lo que parece. El dogma de la Muerte de Cristo en la Cruz no es un mero tema de devoción para los católicos, sino un pilar fundamental de su existencia como cristianos. Según el Apóstol San Pablo, los bautizados recibieron el bautismo para unirse y participar en la Muerte de Jesucristo. Fueron bautizados, por lo tanto, precisamente para eso y no para otra cosa, por más que el Catolicismo postconciliar parezca haberlo olvidado por completo: Pues fuimos sepultados juntamente con Él mediante el bautismo para unirnos a su muerte, para que, así como Cristo fue resucitado de entre los muertos para la gloria del Padre, así también nosotros caminemos en una vida nueva (Ro 6:4). De donde se desprende que al católico del postconcilio se le ofrecen dos alternativas entre las que habrá de elegir necesariamente: o bien la de acogerse a las doctrinas y prácticas de los Movimientos Neocatecumenales y doctrinas modernistas, o bien la de abrazar la Doctrina que la Iglesia ha predicado, a través de su Magisterio, durante veinte siglos. Y pues que no existe aquí término medio, he ahí la explicación de que multitud de católicos hayan dejado de serlo sin haberse enterado de lo sucedido, e incluso creyendo que viven ahora mejor la verdadera Fe. El presente trabajo no es un Estudio sobre el Modernismo, sino un breve escarceo que trata de aclarar, por medio de unos pocos ejemplos, algunos de los rasgos con los que la más moderna y quizá la más peligrosa herejía de todos los tiempos, gana diariamente multitud de seguidores entre los católicos. Por lo que habremos de limitarnos, ya para terminar, a aportar un último caso en el que puede observarse con claridad el uso de la ambigüedad filológica, incluso en documentos oficiales que afectan a puntos importantes de la Fe. El caso al que vamos a aludir se refiere a la Presencia Real de Jesucristo en la Eucaristía, que es el que da lugar al siguiente planteamiento del problema: En el documento Constitución Conciliar sobre la Liturgia Sacrosanctum Concilium (I, 7), se habla de los modos de presencia de Cristo en su Iglesia. Y según se dice en el texto, Cristo está siempre presente a su Iglesia sobre todo en la acción litúrgica. Está presente en el sacrificio de la Misa, sea en la persona del ministro, ofreciéndose ahora por ministerio de los sacerdotes el mismo que entonces se ofreció en la cruz, sea sobre todo (‘’maxime”) bajo las especies eucarísticas. Está presente con su virtud en los sacramentos, de modo que cuando alguien bautiza, es Cristo quien bautiza. Está presente en su palabra, pues cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura, es Él quien habla. Está presente, por último, cuando la Iglesia suplica y canta salmos, el mismo que prometió: “Donde estén dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”. Como puede verse claramente, el texto coloca en paralelo, o al mismo nivel aparentemente, los diversos modos de presencia de Cristo en su Iglesia. Fácilmente puede comprenderse que tales modos se refieren a una presencia meramente virtual o moral (presente en su palabra, con su virtud en los sacramentos, cuando se lee la Sagrada Escritura...), al modo como suele decirse, por ejemplo, de una persona querida ya fallecida que sigue estando presente entre nosotros y según una forma de hablar que todo el mundo entiende. Aquí el problema se plantea, como hemos dicho antes, con respecto a la Presencia Real de Cristo en la Eucaristía. Al colocarse tal modo de presencia en paralelo, incluida en la misma lista con los otros modos de estar presente reconocidos como virtuales, fácilmente se da paso a la confusión de creer que también la Presencia en la Eucaristía es meramente virtual. Es cierto que, con respecto a ella, parece hacerse una excepción mediante la palabra maxime (en el texto oficial latino, la cual significa sobre todo o principalmente). Sin embargo, si bien se examina la cuestión, todo queda tal como estaba. Pues una presencia virtual en grado maxime sigue siendo indudablemente presencia virtual; lo mismo que una inteligencia en grado maxime sigue siendo inteligencia, o un estado de imbecilidad en grado maxime anda lejos de haber dejado de ser imbecilidad. Se podrá discutir el problema todo lo que se quiera, como en realidad se ha hecho y se sigue haciendo. Pero con todo, lo que es innegable es que la ambigüedad está ahí, mientras que la confusión, para quien quiera aprovecharse de ella, está bien servida.
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