La sacralidad
de la liturgia
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La sacralidad de la liturgia, por tanto, obliga a la constitución litúrgica
conciliar a deducir las consecuencias: “Por lo mismo, nadie, aunque sea
sacerdote, añada, quite o cambie cosa alguna por iniciativa propia en la
Liturgia” (n. 22 § 3).
Ha escrito Joseph Ratzinger en el prólogo del libro de Alcuin Reid "Lo sviluppo organico della liturgia" (“El desarrollo orgánico de la liturgia”), Cantagalli, Siena, 2013: “Me parece muy importante que el Catecismo, mencionando los límites del poder de la suprema autoridad de la Iglesia sobre la reforma, recuerde cuál es la esencia del primado, tal como la resaltan los Concilios Vaticanos I y II: el Papa no es un monarca absoluto cuya voluntad es ley; más bien, es el custodio de la antigua Tradición [una de las dos fuentes de la divina revelación – ndr), y el primer garante de la obediencia. No puede hacer lo que quiere, y precisamente por esto puede oponerse a quienes pretenden hacer lo que quieren. La ley a la que debe atenerse no es el actuar ´ad libitum´, sino la obediencia a la fe. Por lo que, en relación a la liturgia, tiene el deber de un jardinero y no de un técnico que construye coches nuevos y tira los viejos. El ´rito´, es decir, la forma de celebración y de oración que madura en la fe y en la vida de la Iglesia, es la forma condensada de la Tradición viviente, en la cual la esfera del rito expresa el conjunto de su fe y de su oración, haciendo así que se experimente, al mismo tiempo, la comunión entre las generaciones, la comunión entre los que rezan antes de nosotros y después de nosotros. De este modo, el rito es como un don hecho a la Iglesia, una forma viviente de ´paradosis´". http://misalvador777.tripod.com/manantial/id1238.html |