Desde el inicio de su pontificado el papa Francisco ha buscado un giro copernicano no sólo en la vida de la Iglesia, sino en la vivencia de la fe. Desde un subjetivismo camuflado en misericordia, Bergoglio ha izado a lo más alto de la Iglesia un equipo de leales que tienen en común la capacidad de destrucción subrepticia de la doctrina. Francisco no se ha servido nunca de declaraciones directas sino de construcciones lingüísticas en las que late una continua invitación a abandonar los rigorismos dogmáticos para abrirse a la realidad moderna, pero todo en una clave moralista en la que se apela a la subjetividad del oyente. Motivo por el cual ni se perciben enfrentadas las verdades doctrinales ni se apela a ellas para establecer un suelo desde el que juzgar el mensaje. Tal moralismo en el lenguaje, acompañado de gestos existenciales en el mismo Papa, son el campo abonado para la siembra del giro copernicano que se pretende. Y en esa estrategia el Sínodo Extraordinario de octubre de 2014 se quiso como la primera y fundamental piedra en esa demolición, pero no está tan claro que lo hayan conseguido. leer...