La acción ecuménica de Pablo VI en la ejecución de la reforma litúrgica, la cual desembocó en el misal de 1969 –que es, en resumidas cuentas, el actual–, merece un comentario aparte. En efecto: la santa misa es el corazón de la Iglesia, el sostén de su misma vida sobrenatural. Las plegarias y los gestos que la Iglesia manda que cumpla el sacerdote y, en parte, los fieles poseen todos un significado preciso que remite directamente a la fe propia de la Iglesia, ya a la relativa a sus dogmas en general, ya a la que tiene por objeto, en particular, el valor del sacrificio expiatorio de la misa y el dogma de la presencia real y permanente de Cristo bajo las especies eucarísticas. De ahí que ni siquiera un Papa esté autorizado a realizar modificaciones que atenten contra la pureza y la claridad doctrinal de las oraciones oficiales de la Iglesia, con las cuales expresamos las verdades de nuestra fe. En cambio, las modificaciones que hizo introducir Pablo VI tienden casi todas a rebajar, ofuscar, embrollar y volver ambiguas dichas verdades, y ello con la mira puesta, sobre todo, en bailarle el agua al mundo protestante. leer...