sexta-feira, 7 de agosto de 2015
ESPIRITUALIDAD BENEDICTINA
La vida ascética. Pese a sus posibles adaptaciones a otros estados de vida, la e. b. es esencialmente una forma de e. monástica. Es+.o implica, entre otras cosas, que dé gran importancia a la ascesis: la renuncia, la abnegación, el esfuerzo constante por realizar la total purificación del alma.
Por lo que se refiere a austeridades corporales, los b. se atienen al legado de la tradición monástica primitiva: ayuno, abstinencia, velas nocturnas, silencio. Estas privaciones ayudan mucho al dominio propio. Otras penitencias corporales directamente aflictivas, no son propias de la e. b. S. Benito imprimió al ascetismo una nota de «discreción», de humanidad, reconocida por todos.
La proverbial discreción benedictina, sin embargo, no se debe a una falta de generosidad: es medida, equilibrio, discernimiento en determinar lo mejor posible, en la elección de los medios más apropiados y en su ordenación al fin que se pretende alcanzar. Ahora bien, la austeridad corporal está sobre todo al servicio de renuncias más internas y esenciales. Lo que realmente importa es el ascetismo espiritual. En esta materia, S. Benito es radical. Ya en el s. VIII estimaba Pablo Diácono que el Patriarca castiga de tal modo al hombre interior que ya no se puede ir más allá. La renuncia a la propia voluntad, la obediencia exterior e interior, la humildad, son las virtudes básicas de la ascesis benedictina. Humilitas tiene en la Regla un sentido mucho más amplio y profundo que el que se le suele atribuir modernamente: implica la renuncia más completa y la fiel imitación de Cristo. Bajo el título De humilitate, el capítulo VII de la Regla presenta todo el ascetismo del monje como un esfuerzo por seguir a Cristo hasta lo más hondo del anonadamiento; y esto, paradójicamente, constituye su ascensión espiritual; la humilitas reviste formas concretas, que forman otros tantos peldaños; por ellos el monje, simultáneamente, baja hasta la abnegación más radical y sube hasta las alturas más sublimes de la perfección sobrenatural. Este capítulo de la Regla ha sido considerado por toda la tradición benedictina como la base de su ascetismo y en esta escuela se forjaron los grandes monjes del pasado.
La unión con Dios. La escala de la humilitas conduce al monje a la caridad perfecta, al apaciguamiento definitivo de las pasiones, la apátheia de los antiguos, a la contemplación, a la vida mística. Desde este momento la unión con Dios se intensifica y puede llegar a los grados más elevados.
La e. b. es monástica y, por consiguiente, contemplativa. En todos los estadios de la ascensión espiritual concede a la oraciónun lugar realmente central. La oración, en su doble aspecto comunitario y privado, es la vida misma del monje.Una de las características más constantes de la e. b. a lo largo de los siglos es el singular aprecio en que se ha tenido el Oficio divino y la liturgia en general. Incluso en épocas en que no se vivía de la liturgia, se cumplía materialmente el precepto de la Regla: «nada se anteponga a la obra de Dios» (Oficio divino). Pero los representantes de la tradición benedictina no suelen distinguir netamente entre oración pública y privada; las consideran más bien como dos tiempos de una misma realidad: la «oración continua», el ideal que debía procurar realizar todo monje, La oración privada o «secreta» se distingue, sobre todo, por dos rasgos característicos: se inspira muy naturalmente en la Biblia y en la liturgia, y, amante de su libertad bajo el soplo del Espíritu, rechaza los cauces o trabas de cualquier clase de método. Con razón se ha escrito que el método benedictino de oración consiste en la ausencia de todo método.
Al mismo tiempo que fuente de oración, la lectio divina es considerada como la respuesta de Dios a la oración del monje. Esta idea, que se halla ya en S. Cipriano y S. jerónimo, fue adoptada con amor por la e. b. Los textos de la Escritura que el monje escucha, lee o medita, constituyen para 61 un mensaje personal. A través de su Palabra escrita, Dios habla especial y concretamente al monje. De esta manera, oración y lectio divina vienen a ser las dos partes que alternan en un verdadero diálogo entre Dios y el alma.
Gracias a la fidelidad a este diálogo interior en la fe y el, amor, el alma va penetrando en la intimidad de Dios. Pero los representantes auténticos de la e. b. no nos dan una exposición precisa, minuciosa, de los grados de oración ni del progreso del alma en su unión con Dios. Describen la unión mística sirviéndose de temas, imágenes y alegorías tomados del Cantar de los Cantares o de otros libros de la S. E., raras veces de otras fuentes; pero no la someten a un análisis riguroso. Más que describir la realidad, intentan suscitar su deseo.
Sentido escatológico. En esta materia, como en todo, la e. b. se caracteriza por su aspecto escatológico. Así, uno de los temas más corrientes en las obras representativas de esta e. es el del Paraíso. Consideran la vida monástica como la restauración del estado en que el hombre fue creado. El monje va penetrando más y más en este estado paradisíaco según la medida de su fidelidad a los deberes que le impone su vocación. El dominio de la concupiscencia, la paz consigo mismo, la armonía con el resto de la creación y, sobre todo, la íntima amistad y conversación con Dios, iue son los grandes bienes propios del Paraíso, los posee el monje especialmente cuando alcanza las cumbres de la contemplación. Con todo, el «Paraíso del claustro» no es más que una anticipación, muy imperfecta, del Paraíso definitivo de la Jerusalén celestial. Los monjes no sólo lo saben, sino que lo experimentan. Y conciben la contemplación, en este mundo, ante todo como un deseo de la contemplación perfecta, de la visión divina en el cielo; un deseo alimentado por el amor y al que el amor ofrece un principio de satisfacción. Pero sólo un principio, un ligero ensayo de la unión total, que estimula al alma a desear más y más. V. t.: ESPIRITUALIDAD; MONAQUISMO; CISTERCIENSES.LER...