Sermón Fontgombault – Festividad del Rosario: “Rodeen al Sínodo con las cuentas del Rosario”.
“No podemos renunciar a la verdad del Evangelio sobre la familia”
EL SANTÍSIMO ROSARIO DE LA BENDITA VIRGEN MARÍA
Sermón del Reverendo Dom Jean Pateau
Abad de Nuestra Señora de Fontgombault
(Fontgombault, 7 de octubre de 2015)
Queridos hermanos y hermanas:
Mis amadísimos hijos:
La festividad del Santísimo Rosario adquiere una importancia especial este año. El domingo pasado, en Roma, se inauguró la XIV Asamblea General Ordinaria del Sínodo de Obispos; está dedicada a la familia y versa sobre el tema: “La vocación y misión de la familia en la Iglesia y el mundo contemporáneo”.
María nos invita a rodear esta Asamblea con las cuentas de nuestros rosarios diarios, para que la voluntad de Dios sobre la familia sea buscada por todos, discernida y ofrecida con misericordia al mundo de hoy. El mundo espera de la Iglesia la Buena Nueva del Evangelio. No debemos renunciar a la completa verdad sobre la familia que los papas Pablo VI y san Juan Pablo II enseñaron de una forma muy clara, perderíamos entonces el entusiasmo por la misión, tendríamos que renunciar nosotros mismos a ser vencidos por el espíritu del mundo, que –aunque pretende conquistar– no tiene sin embargo nada nuevo que ofrecer.
Mientras se pueden escuchar voces que disienten entre los Padres del Sínodo, la inminente canonización de los esposos Martín es un signo de esperanza. Que el Espíritu Santo ilumine la mente de los verdaderos defensores de la familia. Las jóvenes Iglesias de África y Asia viven el fervor de la evangelización.
Aprendamos de ellos a recuperar nuestro fervor prístino.
Pidamos la gracia de la humildad ante la verdad que viene de Dios para los Padres del Sínodo.
En esta festividad del Santísimo Rosario, valdría la pena citar las palabras del santo Cura de Ars:
“La humildad es a la virtud lo que la cadena es al rosario: si quitas la cadena, todas las cuentas se dispersan; si quitas la humildad, todas las virtudes se disipan”.
Durante estos días, a fin de hacer más concreta nuestra unión con los Padres del Sínodo, podríamos seleccionar algunos misterios del Rosario que se pueden considerar más especialmente concernientes a la familia.
Los misterios gozosos, que se centran en María y la Sagrada Familia, responden naturalmente a esta categoría. Mientras meditamos la Anunciación de Nazaret, La Visitación, el Nacimiento en Belén, la Presentación en el Templo y el Niño Jesús perdido y hallado en el Templo, podemos concluir gracias a ellos que Dios está presente en cada familia humana.
Si María, a través de su sí, concibe en su vientre a su Hijo Jesús bajo la sombra del Espíritu Santo, cada concepción es también un gran sí a la operación divina, es la ocasión de un trabajo conjunto entre Dios y los padres, que no son sino procreadores.
La Visitación nos invita a considerar la práctica de la caridad y el apoyo mutuo en las familias. Tantas historias que mejor serían olvidadas…
La Natividad nos recuerda la sencillez de una familia humana: un hombre, una mujer y un niño; y nos sugiere maravillarnos ante un niño, que es el fruto y la materialización del amor.
Todo esto concluye en una acción de gracias con la Presentación en el Templo. Por último, cada familia debe recordar, a través del misterio del Hallazgo en el Templo, que no vive por sí misma ni para sí misma, sino que es Dios quien le da vida, y hacia Él caminan sus miembros.
La familia, cuando es concebida de acuerdo al diseño de Dios, nos ofrece una visión de la luz. Está abierta a la vida, es un lugar de caridad y misericordia. Separada de Dios, pierde su orientación y significado. El niño se vuelve irrelevante, mientras el don recíproco de los cónyuges se vuelve meramente una búsqueda de comodidad personal. El calor en el hogar se apaga, la humanidad se extingue.
Además de los misterios gozosos, los misterios gloriosos, que son misterios celestiales, describen a otra familia, la de Dios. La comunión de la Trinidad se ofrece de hecho para nuestra meditación a través de las Personas del Verbo (Resurrección), el Padre (Ascensión: asciendo hasta mi Padre) y el Espíritu Santo (Pentecostés): un Dios en tres personas. Para toda la eternidad, el Padre engendra al Hijo, que es Dios.
El Espíritu Santo es también Dios, procede del Padre y del Hijo. En el seno de Dios, encontramos la fecundidad del amor y la radicalidad del regalo.
En los últimos dos misterios gloriosos, la Asunción y la Coronación en el Cielo, María se une a esta comunión, con los escogidos de todos los tiempos, para ser coronada en medio de ellos.
Que el Santo Rosario sea nuestra compañía constante durante nuestras vidas. Cada cuenta que se desliza por nuestros dedos ocupa un lugar en la cadena que nos une al Cielo. Algún día, llegará a ser completa; Dios entonces tirará de su fin y María nos reconocerá como sus hijos.
Amén.
[Traducido por Rocío Salas. Artículo original]