En Betsaida, en casa de Pedro. Encuentro con
Felipe y Natanael
Juan llama a la puerta de la casa donde hospedan a Jesús.
Se asoma una mujer y, viendo quién es, avisa a Jesús.
Se saludan con un gesto de paz.
Y luego:
- Has venido solícito, Juan - dice Jesús.
- He venido a comunicarte que Simón Pedro te ruega que
pases por Betsaida. He hablado de ti a muchos... No hemos
pescado esta noche; orado sí, como sabemos hacerlo,
renunciando con ello al lucro porque... el sábado todavía no había
terminado. Luego, esta mañana, hemos ido por las calles
hablando de ti. Hay gente que quisiera oírte... ¿Vienes, Maestro?.
- Voy. Aunque debiera ir a Nazaret antes que a Jerusalén.
- Pedro te llevará desde Betsaida a Tiberíades, con su
barca. Llegarás incluso antes.
- Vamos, entonces.
Jesús coge manto y bolsa. Pero Juan le toma esta última.
Y, después de saludar a la dueña de casa, se marchan.
La visión me muestra la salida del pueblo y el comienzo
del viaje hacia Betsaida. Pero no oigo la conversación, e incluso
la visión se interrumpe hasta la entrada de Betsaida.
Comprendo que se trata de esta ciudad porque veo a Pedro, Andrés y
Santiago, y con ellos algunas mujeres, esperando a Jesús
donde empiezan las casas.
- La paz sea con vosotros. Aquí me tenéis.
- Gracias, Maestro, en nombre nuestro y de los que
esperan. No es sábado, pero ¿no les vas a hablar a los que esperan
tus palabras?
- Sí, Pedro. Lo haré. En tu casa.
Pedro se muestra jubiloso:
- Ven, entonces: ésta es mi mujer, ésta es la madre de
Juan, éstas son amigas de ellas. Pero también te esperan otros:
parientes y amigos nuestros.
- Diles que partiré esta noche y que antes les hablaré.
No he dicho que, habiendo salido de Cafarnaúm cuando se
estaba poniendo el sol, los he visto llegar a Betsaida por la
mañana.
- Maestro... te ruego que te quedes una noche en mi casa.
Es largo el camino hacia Jerusalén, aunque te lo abrevie
hasta Tiberíades con mi barca. Mi casa es pobre, pero
honesta y amiga. Quédate con nosotros esta noche.
Jesús mira a Pedro y a todos los demás que esperan. Los
mira escrutador. Sonríe y dice: «Sí».
Nueva alegría de Pedro.
Algunos miran desde las puertas y se hacen señas. Un
hombre llama por el nombre a Santiago y le habla en voz baja
señalando a Jesús. Santiago asiente y el hombre va a
hablar aparte con otros que están parados en un cruce de caminos.
Entran en la casa de Pedro. Una cocina amplia y humosa. En
un rincón, redes, sogas y cestas para pesca; en medio, el
hogar ancho y bajo, por ahora apagado. Por las dos
puertas, una frente a otra, se ve el camino y el huerto, pequeño, con la
higuera y la vid; más allá del camino, el celeste ondear
del lago; más allá del huerto, la pared oscura de otra casa.
- Te ofrezco cuanto tengo, Maestro, y de la forma que sé
hacerlo...
- No
podrías ni mejor ni más, porque me lo ofreces con amor.
Le dan a Jesús agua para refrescarse y luego pan y
aceitunas. Jesús come un poco (en realidad para que vean que lo
acepta) y luego, con un gesto de agradecimiento, indica
que no quiere más.
Unos niños curiosean desde el huerto y el camino. No sé si
son o no lujos de Pedro. Sólo sé que él mira severamente a
estos niños impetuosos, para que no se acerquen. Jesús
sonríe y dice:
- Déjalos.
- Maestro, ¿quieres descansar? Ahí está mi habitación,
allí la de Andrés. Elige. No haremos ruido mientras estés
reposando.
-¿Tienes una terraza?
- Sí; y la vid, aunque esté todavía casi sin hojas, da un
poco de sombra.
- Llévame a la terraza. Prefiero descansar arriba. Pensaré
y oraré
- Como quieras. Ven.
Desde el huertecillo, una pequeña escalera sube hasta el
tejado, que es una terraza rodeada por una pared baja.
También aquí hay redes y sogas. ¡Cuánta luz de cielo y
cuánto azul de lago!
Jesús se sienta en un taburete con la espalda apoyada en el
murete. Pedro trata de ingeniárselas extendiendo una vela
por encima y al lado de la vid para hacer un sitio donde
poder uno resguardarse del sol. Se siente brisa y silencio. Jesús se deleita
en ello.
- Yo me voy, Maestro.
- Vete. Tú y Juan id a decir que a la hora de la puesta
del Sol hablaré aquí.
Jesús se queda solo y ora durante mucho tiempo. Aparte de
dos parejas de palomas que van y vienen desde los nidos, y
un trinar de gorriones, no hay ruido o ser vivo alrededor
de Jesús orante. Las horas pasan calmas y serenas.
Después Jesús se levanta, da alguna vuelta por la terraza,
mira al lago, mira y sonríe a unos niños que juegan en la calle
y que le sonríen, mira a la calle, hacia la placita que
está a unos cien metros de la casa. Luego baja. Se asoma a la cocina:
- Mujer, voy a pasear por la orilla.
Sale y, efectivamente, va a la orilla, con los niños. Les
pregunta:
-¿Qué hacéis?
- Queríamos jugar a la guerra. Pero él no quiere y
entonces se juega a la pesca.
El "él" que no quiere es un niño — ya un hombrecito
— de constitución menuda, pero de rostro luminosísimo. Quizás
sabe que, siendo grácil como es, se llevaría palos de los
demás haciendo "la guerra" y por ello sostiene la paz.
Pero Jesús aprovecha la ocasión para hablarles a esos
niños:
- Él tiene razón. La guerra es pena impuesta por Dios para castigo de los
hombres, y signo de que el hombre ha venido a
menos en su condición de verdadero hijo de Dios. Cuando el
Altísimo creó el mundo, hizo todas las cosas: el Sol, el mar, las
estrellas, los ríos, las plantas, los animales, pero no
hizo los armas. Creó al hombre y le dio ojos para que tuviera miradas de
amor, bocas para pronunciar palabras de amor, oído para
oírlas, manos para socorrer y acariciar, pies para correr con rapidez
hacia el hermano necesitado, y corazón capaz de amar. Dio
al hombre inteligencia, palabra, afectos, gustos. Pero no le dio el
odio. ¿Por qué?
Porque el hombre, criatura de Dios, debía ser amor, como Amor es Dios. Si el
hombre hubiera permanecido
como tal criatura,
habría permanecido en el amor, y la familia humana no habría conocido guerra ni
muerte.
- Pero él no quiere hacer la guerra porque pierde siempre»
(efectivamente, yo había adivinado).
Jesús sonríe y dice:
- No se debe no querer lo que a nosotros nos lesiona
porque nos lesione. Se debe no querer una cosa cuando lesiona a
todos. Si uno dice: "No quiero esto porque me produce
una pérdida", es egoísta. Sin embargo, el buen hijo de Dios dice:
"Hermanos, yo sé que vencería, pero os digo: no
hagamos esto porque significaría un daño para vosotros". ¡Cómo ha
comprendido éste el precepto principal! ¿Quién me lo sabe
decir?.
En coro, las once bocas dicen:
- Amarás a tu Dios con todo tu ser y a tu prójimo como a
tí mismo".
-¡Sois unos niños excelentes! ¿Vais todos al colegio?
- Sí.
-¿Quién es el más listo?
- Él (es el niño grácil que no quiere jugar a la guerra).
-¿Cómo te llamas?
- Joel.
-¡Gran nombre! Joel habla así: "... el débil diga:
"¡Soy fuerte!". Pero ¿fuerte en qué? En la ley del Dios verdadero,
para
estar entre los que Él en el valle de la Decisión juzgará
como santos suyos. Mas el juicio está próximo; no en el valle de la
Decisión, sino en el monte de la Redención. Allí, entre
Sol y Luna oscurecidos de horror, y estrellas temblando llanto de piedad,
serán discernidos los hijos de la Luz de los hijos de las
Tinieblas. Y todo Israel sabrá que su Dios ha venido. Dichosos los que lo
hayan reconocido: recibirán en su corazón miel, leche y
aguas claras y las espinas se les transformarán en eternas rosas. ¿Quién
de vosotros quiere estar entre aquéllos a los que Dios
juzgue santos?.
-¡Yo! ¡Yo! ¡Yo!.
-¿Amaréis entonces al Mesías?
-¡Sí! ¡Sí! ¡A ti! ¡A ti! ¡Te amamos a ti! ¡Sabemos quién
eres! Lo han dicho Simón y Santiago y también nuestras madres.
¡Llévanos contigo!.
- En verdad os tomaré conmigo si sois buenos. Nunca más,
palabras feas; nunca más, abusos; nunca más, riñas; nunca
más, malas respuestas a los padres. Oración, estudio,
trabajo, obediencia; y Yo os amaré y os acompañaré en vuestro camino.
Los niños están todos en círculo alrededor de Jesús.
Parece una corola policroma ceñida en torno a un largo pistilo azul
oscuro.
Un hombre bastante anciano se ha acercado, curioso. Jesús
se vuelve para acariciar a un niño que le está tirando del
vestido, y lo ve. Detiene en él intensamente su mirada. El
anciano se limita a saludar ruborizándose.
-¡Ven! ¡Sígueme!
- Sí, Maestro.
Jesús bendice a los niños y, al lado de Felipe (lo llama
por el nombre), vuelve a casa. Se sientan en el huertecillo.
-¿Quieres ser mi discípulo?
- Lo quiero—y no oso esperar serlo.
- Yo te he llamado.
- Lo soy, entonces. Heme aquí.
-¿Tenías conocimiento de mí?
- Me ha hablado de ti Andrés. Me ha dicho: "Aquel por
quien tú suspirabas ha venido". Porque Andrés sabía que yo
suspiraba por el Mesías.
- No queda frustrada tu espera. Él está delante de ti.
-¡Mi Maestro y mi Dios!
- Eres un israelita de recta intención. Por esto me
manifiesto a ti. Otro amigo tuyo — como tú, sincero israelita —
espera. Ve a decirle: "Hemos encontrado a Jesús de
Nazaret, hijo de José, de la estirpe de David, aquel de quien hablaron Moisés
y los profetas". Ve.
Jesús se queda solo hasta que vuelve Felipe con Natanael -
Bartolomé.
- He aquí un verdadero israelita en quien no hay engaño.
La paz sea contigo, Natanael.
-¿Cómo me conoces?
- Antes de que Felipe fuera a llamarte, te he visto debajo
de la higuera.
-¡Maestro, Tú eres el Hijo de Dios, Tú eres el Rey de
Israel!
-¿Porque he dicho que te he visto pensando debajo de la
higuera, crees? Cosas mucho más grandes que éstas verás. En
verdad os digo que los Cielos están abiertos y vosotros,
por la fe, veréis a los ángeles bajar y subir sobre el Hijo del Hombre: Yo,
quien te está hablando.
¡Maestro! ¡Yo no soy digno de tanto favor!
- Cree en mí y serás digno del Cielo. ¿Quieres creer?
- Quiero, Maestro.
La visión se detiene... Y continúa en la terraza, que está
llena de gente. Otras personas están en el huertecillo de Pedro.
Jesús habla.
- Paz a los hombres de buena voluntad. Paz y bendición a
sus casas, mujeres y niños. La gracia y la luz de Dios reinen en
ellas y en los corazones que las habitan.
Deseabais oírme. La Palabra habla. Habla a los honestos con alegría, habla
a los deshonestos con dolor, habla a los
santos y a los
puros con gozo, habla a los pecadores con piedad. No se niega. Ha venido para derramarse como río que
riega
tierras necesitadas de agua y que de él reciben alivio de
olas y nutrición de limo.
Vosotros queréis
saber qué se requiere para ser discípulos de la Palabra de Dios, del Mesías,
Verbo del Padre,
que viene
a reunir a Israel para que oiga una vez más las palabras
del Decálogo santo e inmutable y se santifique en ellas para estar limpio,
en la medida en que el hombre puede hacerlo de por sí,
para la hora de la Redención y del Reino.
Mirad. Yo digo a los sordos, a los ciegos, a los mudos, a
los leprosos, a los paralíticos, a los muertos: "Levantaos, sanad,
resucitad, caminad, ábranse en vosotros los ríos de la
luz, de la palabra, del sonido, para que podáis ver, oír, hablar de mí".
Pero,
más que a los cuerpos, esto se lo digo a vuestros espíritus.
Hombres de buena voluntad,
venid a mí sin temor. Si el espíritu está
lesionado, Yo le
devuelvo la salud. Si está enfermo, lo curo; Si muerto, lo resucito. Quiero
sólo vuestra buena voluntad.
¿Es difícil esto
que os pido? No. No os impongo los cientos de preceptos de los rabinos. Os
digo: seguid el Decálogo. La
Ley es una e
inmutable. Muchos
siglos han pasado desde la hora en que fue promulgada, hermosa, pura, fresca,
como criatura
recién nacida, como rosa recién abierta en el tallo.
Simple, sin mancha, ligera de seguir.
Durante los siglos, las culpas y las inclinaciones la han
complicado con leyes y más leyes menores, pesos y restricciones,
demasiadas cláusulas penosas. Yo os conduzco de nuevo a la
Ley como ésta era cuando el Altísimo la dio. Pero, os lo ruego por
vuestro bien, recibidla con el corazón sincero de los
verdaderos israelitas de entonces.
Vosotros susurráis — más en vuestro corazón que con los
labios — que la culpa está arriba, más que en vosotros, gente
humilde. Lo sé. En el Deuteronomio está dicho todo lo que
debe hacerse, y no era necesario más. Pero no juzguéis a quien
actuó no para sí, sino para los demás. Vosotros haced lo
que Dios dice. Y, sobre todo, esforzaos en ser perfectos en los dos
preceptos
principales. Si amáis a Dios con todo vuestro ser, no pecaréis, porque el
pecado produce dolor a Dios. Quien ama no
quiere causar
dolor. Si amáis al prójimo como a vosotros mismos, sólo podréis ser hijos
respetuosos para con los padres,
esposos fieles a los consortes, hombres honestos en las
transacciones, sin violencias para con los enemigos, sinceros a la hora de
testificar, sin envidia de quien posee, sin deseos de
lujuria hacia la mujer del prójimo. No queriendo hacer a los demás lo que no
querríais que se os hiciera a vosotros, no robaréis, no
mataréis, no calumniaréis, no entraréis como los cucos en el nido de los
demás.
Pero incluso os digo: "Portad a perfección vuestra obediencia a los dos
preceptos de amor: amad también a vuestros
enemigos".
¡Oh,
si sabéis amar como Él, cómo os amará el Altísimo, que ama al hombre —
transformado en enemigo suyo por la
culpa original y por los pecados individuales — hasta el punto de enviarle el
Redentor, el Cordero que es su Hijo, Yo, quien os
está hablando, el
Mesías, prometido para redimiros de toda culpa!
Amad. El amor sea
para vosotros escalera por la cual, hechos ángeles, subáis (como vio Jacob)
hasta el Cielo, oyendo al
Padre decir a todos
y a cada uno: "Yo seré tu protector dondequiera que vayas, y te traeré de
nuevo a este lugar: al Cielo, al
Reino Eterno".
La paz esté con vosotros.
La gente manifiesta su conmovida aprobación y se va
lentamente. Se quedan Pedro, Andrés, Santiago, Juan, Felipe y
Bartolomé.
-¿Te vas mañana, Maestro?
- Mañana al amanecer, si no te desagrada.
- Desagradarme el que te vayas, sí, pero la hora no; es
incluso propicia.
-¿Vas a ir a pescar?
- Esta noche, cuando salga la Luna.
- Has hecho bien, Simón Pedro, en no pescar durante la
pasada noche. Todavía no había terminado el sábado.
Nehemías, en sus reformas, quiso que en Judá se respetara
el sábado. Ahora también
demasiada gente en sábado prensa en los
lagares, transporta
haces, carga vino y fruta, y vende y compra pescado y corderos. Tenéis seis
días para esto. El sábado es del
Señor. Sólo una
cosa podéis hacer en sábado: el bien a vuestro prójimo, pero sin ningún tipo de
afán de lucro. Quien viola por
lucro el sábado
sólo puede obtener de Dios el castigo. ¿Gana algo?: lo perderá con creces en
los otros seis días.
¿No lo gana?: se
ha esforzado en vano el cuerpo, no concediéndole ese
reposo que la Inteligencia ha establecido para él, airándose el espíritu por
haber trabajado inútilmente, llegando incluso a proferir
imprecaciones. Sin embargo, el
día de Dios debe transcurrirse con el
corazón unido a
Dios en dulce oración de amor. Hay que ser fieles en todo.
- Pero... los escribas y doctores, que son tan severos con
nosotros... no trabajan durante el sábado. Ni siquiera le dan al
prójimo un pan por evitar el trabajo de dárselo... y, sin
embargo, fían préstamos abusivos aun en sábado, ¿Se puede hacer esto
en sábado porque no sea trabajo material?
- No. Nunca. Ni durante el sábado ni durante los otros
días. Quien presta abusivamente es deshonesto y cruel.
- Los escribas y fariseos, entonces...
- Simón no juzgues. Tú no lo hagas.
- Pero tengo ojos para ver...
-¿Sólo el mal está ante nuestros ojos, Simón?.
- No, Maestro.
- Entonces, ¿por qué mirar sólo el mal?
- Tienes razón, Maestro.
- Entonces mañana al amanecer partiré con Juan».
- Maestro...
- Simón, ¿qué te sucede?
- Maestro... ¿vas a Jerusalén?
- Ya lo sabes.
- Yo también voy a Jerusalén para la Pascua... y también
Andrés y Santiago....
-¿Y entonces?... Quieres decir que desearías venir conmigo
¿no? ¿Y la pesca? ¿Y la ganancia? Me has dicho que te gusta
tener dinero, y Yo me ausentaré durante muchos días.
Primero voy donde mi Madre, y a Jerusalén a la vuelta. Me quedaré allí
predicando. ¿Cómo te las arreglarás?...
Pedro se muestra dudoso, vacilante... pero al final se
decide:
- Por mí... voy contigo. ¡Te prefiero a ti antes que al
dinero!
- Yo también voy».
- También yo.
- Y nosotros también, ¿verdad, Felipe?
- Venid, pues. Me serviréis de ayuda».
-¡Oh!... — Pedro se emociona ante esta idea —. ¿En qué te
podemos ayudar?
- Os lo diré. Para actuar bien sólo tendréis que hacer
cuanto os diga. El obediente siempre actúa bien. Ahora oraremos y
luego cada uno irá a realizar sus cometidos.
-¿Y
Tú, Maestro?
- Oraré más. Soy la
Luz del mundo, pero también soy el Hijo del hombre. Por ello siempre tengo que
beber de la Luz
para ser el Hombre
que redime al hombre.
Oremos.
Jesús dice un salmo. El que comienza: «Quien reposa en la
ayuda del Altísimo vivirá bajo la protección del Dios del Cielo.
Dirá al Señor: "Tú eres mi protector, mi refugio. Es
mi Dios, en Él está mi esperanza. Él me libró del lazo de los cazadores y de
las
palabras agresivas" etc. etc.». Lo encuentro en el
libro 4°. Es el segundo del libro 4°, me parece que es el núm. 90 (Salmos 91).
María manda a Judas Tadeo a invitar a Jesús a las bodas de
Cana.
Veo la cocina de Pedro. En ella, además de Jesús, están
Pedro y su mujer, y Santiago y Juan. Parece que acaban de
terminar de cenar y que están conversando. Jesús muestra
interés por la pesca.
Entra Andrés y dice:
- Maestro, está aquí el dueño de la casa en que vives, con
uno que dice ser tu primo.
Jesús se levanta y va hacia la puerta, diciendo que pasen.
Y, cuando a la luz de la lámpara de aceite y de la lumbre ve
entrar a Judas Tadeo, exclama:
-¿Tú, Judas?
- Yo, Jesús.
Se besan. Judas Tadeo es un hombre apuesto, en la plenitud
de la hermosura viril. Es alto — si bien no tanto como Jesús
—, de robustez bien proporcionada, moreno, como lo era San
José de joven, de color aceitunado, no térreo; sus ojos tienen algo
en común con los de Jesús, porque son de tono azul pero
con tendencia al violáceo. Tiene barba cuadrada y morena, cabellos
ondulados, menos rizados que los de Jesús, morenos como la
barba.
- Vengo de Cafarnaúm. He ido allí en barca, y he venido
también en barca para llegar antes. Me envía tu Madre. Dice:
"Susana se casa mañana. Te ruego, Hijo, que estés
presente en esta boda". María participa en la ceremonia y con ella mi
madre
y los hermanos. Todos los parientes están invitados. Sólo
Tú estarías ausente. Los parientes te piden que complazcas en esto a
los novios.
Jesús se inclina ligeramente abriendo un poco los brazos y
dice:
- Un
deseo de mi Madre es ley para mí. Pero iré también por Susana y por los
parientes. Sólo... lo siento por vosotros... -
y mira a Pedro y a los otros - Son mis amigos - explica a
su primo. Y los nombra comenzando por Pedro. Por último dice: - Y éste
es Juan - y lo dice de una forma muy especial, que mueve a
Judas Tadeo a mirar más atentamente, y que hace ruborizarse al
predilecto. Jesús termina la presentación diciendo: -
Amigos, éste es Judas, hijo de Alfeo, mi primo hermano, según dice la
usanza, porque es hijo del hermano del esposo de mi Madre;
un buen amigo mío en el trabajo y en la vida.
- Mi casa está abierta para ti como para el Maestro.
Siéntate.
Luego, dirigiéndose a Jesús, Pedro dice:
-¿Entonces? ¿Ya no vamos contigo a Jerusalén?.
- Claro que vendréis. Iré después de la fiesta. Únicamente
que ya no me detendré en Nazaret.
- Haces bien, Jesús, porque tu Madre será mi huésped
durante algunos días. Así hemos quedado, y volverá a mi casa
también después de la boda - esto dice el hombre de
Cafarnaúm.
- Entonces lo haremos así. Ahora, con la barca de Judas,
Yo iré a Tiberíades y de allí a Cana, y con la misma barca volveré
a Cafarnaúm con mi Madre y contigo. El día siguiente
después del próximo sábado te acercas, Simón, si todavía quieres, e
iremos a Jerusalén para la Pascua.
-¡Sí que querré! Incluso iré el sábado para oírte en la
sinagoga.
-¿Ya predicas, Jesús? - pregunta Judas.
- Sí, primo.
-¡Y qué palabras! ¡No se oyen en boca de otros!.
Judas suspira. Con la cabeza apoyada en la mano y el codo
sobre la rodilla, mira a Jesús y suspira. Parece como si
quisiera hablar y no se atreviera.
Jesús lo anima para que hable:
-¿Qué te pasa, Judas? ¿Por qué me miras y suspiras?.
- Nada.
- No. Nada no. ¿Ya no soy el Jesús que tú estimabas?
¿Aquel para quien no tenías secretos?
-¡Sí que lo eres! Y cómo te echo de menos, a ti, maestro
de tu primo más mayor...
-¿Entonces? Habla.
- Quería decirte... Jesús... sé prudente... tienes una
Madre... que aparte de ti no tiene nada... Tú quieres ser un "rabí"
distinto de los demás y sabes, mejor que yo, que... las
castas poderosas no permiten cosas distintas de las usuales, establecidas
por ellos. Conozco tu modo de pensar... es santo... Pero
el mundo no es santo... y oprime a los santos... Jesús... ya sabes cuál ha
sido la suerte de tu primo Juan... Lo han apresado y si
todavía no ha muerto es porque ese repugnante Tetrarca tiene miedo del
pueblo
y del rayo divino. Asqueroso
y supersticioso, como cruel y lascivo. ¿Qué será de ti? ¿Qué final te quieres
buscar?
- Judas, ¿me preguntas esto tú, que conoces tanto acerca
de mi pensamiento? ¿Hablas por propia iniciativa? No. ¡No
mientas! Te han mandado — no mi Madre, por supuesto — a
decirme esto...
Judas baja la cabeza y calla.
- Habla, primo.
- Mi padre... y con él José y Simón... sabes... por tu
bien... por afecto hacia ti y María... no ven con buenos ojos lo que te
propones hacer... y... y querrían que Tú pensaras en tu
Madre...
-¿Y tú qué piensas?
- Yo... yo.
- Tú te debates entre las voces de arriba y de la Tierra.
No digo de abajo, digo de la Tierra. También vacila Santiago, aún
más que tú. Pero Yo os digo que por encima de la Tierra
está el Cielo, por encima de los intereses del mundo está la causa de
Dios. Necesitáis cambiar de modo de pensar. Cuando sepáis
hacerlo seréis perfectos.
- Pero... ¿y tu Madre?
-Judas, sólo Ella
tendría derecho a recordarme mis deberes de hijo, según la luz de la Tierra, o
sea, mi deber de trabajar
para Ella, para
hacer frente a sus necesidades materiales, mi deber de asistencia y consolación
estando cerca de mi Madre. Y Ella
no me pide nada de
esto. Desde que me tuvo, Ella sabía que habría de perderme, para encontrarme de
nuevo con más amplitud
que la del pequeño
círculo de la familia. Y desde entonces se ha preparado para esto. No es nueva
en su sangre esta absoluta
voluntad de
donación a Dios.
Su madre la ofreció al Templo antes de que Ella sonriera a la luz. Y Ella — me
lo ha dicho las
innumerables veces que me ha hablado de su infancia santa
teniéndome contra su corazón en las largas noches de invierno, o
en las claras de verano llenas de estrellas — y Ella se ofreció a Dios ya desde
aquellas primeras luces de su alba en el mundo. Y
más aún se ofreció
cuando me tuvo, para estar donde Yo estoy, en la vía de la misión que me viene
de Dios. Llegará un
momento en que
todos me abandonen. Quizás durante pocos minutos, pero la vileza se adueñará de
todos, y pensaréis que
hubiera sido mejor,
por cuanto se refiere a vuestra seguridad, no haberme conocido nunca. Pero
Ella, que ha comprendido y que
sabe, Ella estará
siempre conmigo. Y vosotros volveréis a ser míos por Ella. Con la fuerza de su
amorosa, segura fe, Ella os
aspirará hacia sí,
y, por tanto hacia mí, porque Yo estoy en mi Madre y Ella en mí, y Nosotros en
Dios. Esto
querría que
comprendierais vosotros todos, parientes según el mundo,
amigos e hijos según lo sobrenatural. Tú, y contigo los otros, no
sabéis quién es mi Madre. Si lo supierais, no la
criticaríais en vuestro corazón por no saberme tener sujeto a Ella, sino que la
veneraríais como a la Amiga más íntima de Dios, la
Poderosa que todo lo puede en orden al corazón del Eterno Padre, que todo
lo puede en orden al Hijo de su corazón. Ciertamente iré a
Cana. Quiero hacerla feliz. Comprenderéis mejor después de esta
hora.
Se le ve a Jesús majestuoso y persuasivo. Judas lo mira
atentamente. Piensa. Dice:
- Yo también, sin duda, iré contigo, con estos, si me
aceptas... porque siento que dices cosas justas. Perdona mi ceguera
y la de mis hermanos. ¡Eres mucho más santo que
nosotros!...
- No guardo rencor a quien no me conoce. Ni siquiera a
quien me odia. Pero me duele por el mal que a sí mismo se
hace. ¿Qué tienes en esa bolsa?
- La túnica que tu Madre te manda. Mañana será una gran
fiesta. Ella piensa que su Jesús la necesita para no causar
mala impresión entre los invitados. Ha estado hilando
incansable desde las primeras luces hasta las últimas, diariamente, para
prepararte esta túnica. Pero no ha ultimado el manto.
Todavía le faltan las orlas. Se siente desolada por ello.
- No hace falta. Iré con éste, y aquél lo reservaré para
Jerusalén. El Templó es más que una boda. Ella se alegrará».
- Si queréis estar para el alba en el camino que lleva a
Cana, os conviene levar anclas enseguida. La Luna sale, la travesía
será buena - dice Pedro.
- Vamos entonces. Ven, Juan. Te llevo conmigo. Simón
Pedro, Santiago, Andrés, ¡adiós! Os espero el sábado por la
noche en Cafarnaúm. ¡Adiós!, mujer. Paz a ti y a tu casa.
Salen
Jesús con Judas y Juan. Pedro
los sigue hasta la orilla y colabora en la operación de partida de la barca.
Y la visión termina.