Jesucristo rescata a las almas en el Calvario
Queridos hermanos, Nuestro Señor deseaba ardientemente que llegara el momento de instituir la Sagrada Eucaristía, así lo manifestó a sus discípulos:
Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer (Lc. 22, 15).
Y lo deseaba porque ardía en deseos de salvar al buen ladrón, quería ardientemente rescatar su alma de las garras del maligno y llevarla a la gloria eterna.
El buen ladrón purificó su alma antes de dirigirse al Señor, lo hizo en su suplicio, pues aceptó como justa su condena de morir en la cruz. Dirigiéndose al Salvador del mundo le pidió de corazón y con sincero arrepentimiento estar en Su Reino. Y el Señor lo acogió con infinito Amor, con el ardor por la salvación de las almas que le llevó a culminar la Redención en la Santa Cruz obedeciendo al Padre Eterno.
El ardiente ardor con el que Señor deseaba ese momento, es el deseo que tiene que todas las almas se salven, aunque no todas lo desearán; muchas almas rechazan la salvación eterna y se condenarán para toda la eternidad.
Nuestro Señor Jesucristo en la Santa Cruz rescató al buen ladrón, y en la Santa Cruz rescata a todas las almas.
En el Santo Sacrificio de la Misa se salvan muchas almas, se trata tan solo de ponerlas en el altar. Cuando se ofrece la Santa Misa por las almas y se reza por ellas, se van purificando en el camino hacia el Calvario y una vez allí –si es la Voluntad del Señor- se salvan. ¿Por qué decimos si es la Voluntad del Señor? Bien porque esta alma necesite más Santas Misas, o porque ya no las necesite porque esté salvada o bien porque ya no le aprovecha el Santo Sacrificio por estar condenada. Pero bajo ningún aspecto la intención de la Santa Misa se pierde, sino que se aplica a otras almas necesitadas. Gran misterio e inabarcable Misericordia de Dios.
Cuando el sacerdote se dirige al altar e inicia la Santa Misa, y transcurre ella hasta la Consagración, podemos considerar piadosamente, el camino del Calvario de Nuestro Señor, y en este camino el alma es purificada por los azotes, empujones, escupitajos, bofetadas, caídas, insultos, blasfemias que el Redentor recibe. Es decir, con Su dolor purificador y redentor, el Señor, purifica al alma para el encuentro definitivo con Él. Y al llegar al Calvario, esto es en la Consagración, piadosamente así lo podemos considerar, el Señor le dirá: Hoy estarás conmigo en el Paraíso.
Pero, ¿qué ocurre en aquellas misas, verdaderas profanaciones del Cuerpo y Sangre de Cristo, parodias dolorosas y heréticas de Su Santo Sacrificio? No es aventurado decir que las intenciones se pierden, de la misma forma que el sacrificio de Nuestro Señor se despreció. ¿Y en las misas convertidas en heréticas comidas, qué pensar de ellas y de las intenciones que hubiere? También se pierden las intenciones de misa porque no hubo la intención de la Iglesia de oficiar el Santo Sacrificio. ¡Cuántas almas del Purgatorio que no logran salir de él, porque en tantas misas de profana y desprecia el Santo Sacrificio del Calvario!
Misas Gregorianas
Mucho le gustan al Señor las Misas gregorianas, treinta Santas Misas seguidas, sin interrupción, por el descanso eterno del fallecido. Tienen su origen en un hecho que nos ha dejado consignado en sus Diálogos en la Papa San Gregorio Magno (540-604). Fue el caso que habiendo muerto un religioso llamado Justo, que había violado el voto de pobreza guardándose ocultas tres monedas de oro, pero que murió arrepentido de su pecado, el mismo San Gregorio, que entonces era Prior suyo, hizo celebrar por él treinta días seguidos el Santo Sacrificio de la Misa, y al fin de ellos se tuvo revelación de que el monje había sido librado del Purgatorio el día mismo en que se dijo la última Misa.
No consta con certeza de dónde nace la eficacia especial del treintanario Gregoriano. Puede creerse que el Santo con sus oraciones les alcanzó y les alcanza esta especial eficacia.
Las Misas gregorianas se aplican sólo por los difuntos, son treinta misas seguidas sin interrupción, y solamente por el difunto, aunque no es necesario que sean oficiadas por el mismo sacerdote. Si el sacerdote encargado de hacerlas no pudiera algún día, podría continuarlas otro sacerdote.
Los fieles tienen, por tradición, especial confianza en que Dios, por su Misericordia, concede que salga del Purgatorio el alma por la que se apliquen las treinta Misas Gregorianas. Esta confianza es piadosa, pero aprobada por la Iglesia.
La grandeza del Santo Sacrificio de la Misa
El Señor se complace muy especialmente en el Santo Sacrifico de la Misa cuando se celebra con devoción y santidad. Son grandísimas las gracias que la Santísima Trinidad derrama sobre el sacerdote que oficia, los fieles que asisten y las almas por las que se aplica la Santa Misa.
Cuando se llega a entender, lo que humanamente se puede entender que es nada, que la misma Iglesia nace del Sacrificio de Cristo, en el Calvario, lo mismo que el sacerdocio, que nuestra salvación y redención de obró en la Santa Cruz; que la Resurrección sólo podemos mirarla desde la Cruz, que es en el Calvario donde hemos sido engendrado para la gloria eterna en medio de los horribles sufrimientos de Nuestro Señor, entonces podremos vivir la Santa Misa.
Entonces nos conmoveremos en cada Santa Misa, porque en cada una de ellas viviremos nuevamente y distintamente nuestro encuentro con Cristo crucificado entre dolores inenarrables, y vivo y glorioso, que nos une a Sí para que compartamos con Él un reflejo tímido, lejano y desdibujado de Su dolor por cada uno de nosotros.
Todas las gracias nos vienen del Calvario. En cada Santo Sacrificio se aplican los méritos de la Sagrada Pasión de Nuestro Señor. Las almas del Purgatorio viven el continuo dolor de no ver a Dios, en la continua dolorosa purificación de sus pecados, en un continuo sufrimiento. Necesitan de forma imperiosa ser libradas de su purificación, y nada mejor que la Santa Misa para rescatarlas de su estado de dolor.
El Santo Sacrificio de la Misa es la obra más grande Amor de Dios hacia el hombre, el misterio insondable donde Dios Todopoderoso ha obrado todo Su Poder y Misericordia. Donde la Santísima Trinidad se ha manifestado al hombre en todos Sus atributos. Cuando el Santo Sacrificio se pervierte y se denigra, se comete la más grande ofensa a la Santísima Trinidad, despreciando a cada una de la Tres Divinas Personas; el hombre se rebela contra Dios. La denigración de la Santa Misa es el triunfo del enemigo infernal.
La Santa Misa es el mayor tesoro que Dios nos ha dado a Su Iglesia. Celebrada con todo el amor por nuestra parte, es la vida del sacerdote, es la escuela de santidad diaria del sacerdote. Siendo así para los sacerdotes, lo es para los fieles que, estando dispuestos, reciben los frutos de una Santa Misa bien oficiada.
Padre Juan Manuel Rodríguez de la Rosa