En la
creación Dios se da a conocer de forma oscura, en los acontecimientos
de su vida, en los sentimientos que suscita en él. El camino
a recorrer por la persona no es una ruptura necesaria con el
mundo y con los demás personas, porque Dios se revela en la
creación misma, donde vive, donde está realmente presente, aunque
misteriosamente, en cada persona.
Se ha dicho que Dios vive ya en el corazón de la persona. Se ha dicho
que la ansiedad misma de la persona que busca a Dios es la
prueba secreta de la acción de Dios. Pero para el monje cristiano,
la experiencia interior está garantizada por la presencia objetiva
de un Dios que se hecho compañero de la persona en la humanidad
que Él ha asumido. Para Dios no ha sido suficiente revelarse
en la creación, se ha hecho presente a sí mismo en Cristo, y hoy
día entra en comunión con la persona a través de los sacramentos
divinos. No hay, pues, oposición entre la experiencia interior y
esta presencia objetiva de Dios que, en Cristo, se ha hecho nuestro
hermano. Pero es más bien esta presencia objetiva lo que nos da
la seguridad y la que nos libera de la duda y de la presunción que
quisieran identificar la acción del hombre y la acción de Dios. Por
eso la experiencia religiosa del monje cristiano no se opone, sino
que más bien encuentre la fuente de su fuerza en la pertenencia
del monje a la Iglesia que prolonga en cierto sentido la presencia
en el tiempo de la Encarnación de Dios, en la participación en la
liturgia, en particular en el misterio de la Eucaristía.
leer...