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Dios se comunicó a sí mismo en relación con el hombre en el Señor Jesús. Durante su vida mortal, Jesús todavía era ajeno a los hombres, pero en el don de su Espíritu se hizo realmente presente. Su presencia ya no está condicionada por el tiempo y el espacio; es el tiempo, el espacio, las personas y todas las cosas que entran en contacto con él. Él es la nueva creación que condiciona todo y no está sujeto a nadie, el nuevo mundo de Dios. Es Dios que se da, que se comunica a los hombres en el don de su Espíritu.
En el don del Espíritu, él entra en nosotros y nosotros en él, y nos hacemos uno con él. Si la presencia implicara alguna extrañeza, ya no sería presencia. Te invierte, te llena, no se identifica contigo porque te trasciende, te abraza. No se entiende por espacio y tiempo; cada vez, cada lugar está en relación con él.
No está fuera de ti, al contrario, llena tu propia alma, de alguna manera tú mismo te conviertes en la presencia, y se convierte en ti. Hasta que aún no te hayas transformado en ella, ¿cómo podría ser para ti una presencia real? Cristo está realmente presente si tú estás en Él, si tú mismo eres el Cristo. Por eso la presencia real definitiva es el "Christus totus", la humanidad redimida.
La presencia misma de la Eucaristía no es todavía definitiva, perfecta, sino que está ordenada a lo que será la futura Iglesia; la presencia se realiza en nosotros porque en la Eucaristía el Cristo es para nosotros. Según los antiguos teólogos, la presencia de Cristo en la Eucaristía es una presencia en el misterio, la presencia real son los cristianos. La presencia en el misterio está ordenada a la presencia real que somos.
Mientras Él esté presente en el misterio, Él no está todavía plenamente presente para nosotros. Cristo es todavía distinto y separado de nosotros, de alguna manera es ajeno a los hombres: así, para los que no tienen fe, la presencia real de Cristo es inaccesible como la de Dios. Aquellos que no creen no pueden establecer una relación con la presencia.
Dios verdaderamente, en su inmensidad, lo llena todo, es íntimo de todo, pero su presencia no es real porque las criaturas se encuentran como si estuvieran fuera de él. Él los llena, pero no entran en una relación con la presencia. Dios está en ellos, pero ellos no están en Él. Y sin embargo se puede decir que el misterio eucarístico es el de la presencia real, porque supone y realiza la relación de Cristo con los hombres, con su esposa la Iglesia. El misterio no se celebra sin la presencia de la Iglesia.
La presencia presupone así distinción y unidad perfecta, expresa de hecho una relación de intimidad absoluta. La presencia de Cristo es la unidad de Christus totus en la distinción de los individuos. Él es la presencia real en la que subsisten el Hijo y la madre, el cónyuge y la novia. La distinción personal existe, en la unidad de una sola vida, de un solo cuerpo, de un solo ser, como dice San Pablo repetidamente en sus cartas y de la cual la de los Efesios es una expresión maravillosa (Ef 4,-6). Antes del don del Espíritu, aun el Hijo del hombre permanecía dividido y ajeno a la humanidad de Pedro y Juan. Eran como mundos contiguos, pero uno no estaba en el otro. Ahora, en cambio, son uno, son la presencia real.
DIVO BARSOTTI
La presencia de Cristo
Ediciones de la Fundazione
Divo Barsotti
págs. 147 a 149