Estimado y reverendo padre Morselli:
Gracias por su correo, en el que veo confirmado su concepto sobrenatural de los males que afligen a la Santa Madre Iglesia.
Concuerdo con usted en que el Concilio Vaticano II no puede considerarse una especie de individuo dotado de voluntad propia. Reconocidos autores han demostrado que los esquemas preparatorios que habían sido laboriosamente redactados por el Santo Oficio debían reafirmar la imagen de una Iglesia granítica que en realidad, y sobre todo lejos de Roma, daba señales de peligrosa ruina. Y si resultó tan fácil sustituirlos por otros borradores novedosos elaborados en las camarillas de los novadores alemanes, suizos y holandeses, es evidente que muchos miembros del Colegio Episcopal (con su cohorte de sedicentes teólogos, la mayor parte de los cuales eran ya objeto de censuras canónicas) estaban corrompidos intelectualmente y en su voluntad.
Lo que usted identifica con las más comunes estrategias de marketing y ve con razón realizado en el Concilio fue una operación fraudulenta con la que estafaron a los fieles y el clero para hacer más negocio. Se cambió el producto y la imagen de la empresa promoviéndolos mediante campañas publicitarias y descuentos. Liquidaron las existencias que quedaban o se deshicieron de ellas. Pero la Iglesia de Cristo no es una empresa, no tiene fines comerciales y sus ministros no son empresarios. LEER...