quarta-feira, 29 de abril de 2009
O espírito da Divina Liturgia e as razões do Motu Proprio de Bento XVI por Mons. Nicola Bux
Luego, la liturgia misma no tendría sentido sin los sentidos. Por eso Ratzinger recuerda que “los sentidos no deben ser eliminados, sino ampliados hasta su máxima posibilidad” y que para los padres orientales “Dios es radicalmente trascendente en su esencia, pero en su existencia ha querido y ha podido presentarse como viviente. Dios es el totalmente Otro, pero es lo suficientemente poderoso como para poder manifestare. Y ha hecho a su criatura de modo que sea capaz de verlo y amarlo”. Admitámoslo: las nuevas iglesias tal vez serán funcionales pero no son capaces de transmitir la Belleza de Dios, por eso, raramente son bellas. Entonces, es necesario pedir “el don de una nueva visión”.
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“Por eso, todos deberíamos estar preocupados de conseguir nuevamente esa fe capaz de contemplar. Allí donde esto ocurre, el arte encuentra también su justa expresión”. Un ejemplo: en el tiempo pascual se insiste mucho sobre el simbolismo del cirio y la idea de la luz, pero no basta; el arte ha desarrollado maravillosas representaciones del Resucitado. Han sido suprimidas. Se olvida, sobre todo hoy, que el hombre tiene necesidad de una imagen delante de él, no de una idea.
La gnosis de la música litúrgica: recordando el encuentro de la Iglesia de los orígenes con el mundo griego, el cardenal señala el riesgo de que poesía y música hicieran que el acontecimiento cristiano se disolviera en una especia de mística general, como pasó en los primeros siglos, convirtiéndose en “la puerta de entrada de la gnosis”. Así, el Concilio de Laodicea con el canon 59 prohibía el uso de composiciones privadas y no canónicas. El culto cristiano es lógico: es decir, está ligado al Logos. Sólo el espíritu que reconoce a Jesús como el Señor venido en la carne –dicen Pablo y Juan – es espíritu verdadero, de lo contrario es espíritu erróneo. No pocos músicos y compositores se preguntan si los himnos y las melodías que entran en nuestras iglesias tienen presente este criterio. ¿No estamos en presencia de una decadencia romántica y subjetiva indiferenciada?
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¿Qué es la participación activa? Han corrido ríos de tinta. Cuando algunos liturgistas quieren defender una de sus ideas o gustos, dicen: la gente debe participar. Se trata de un neoclericalismo que ha contagiado a los laicos de las sacristías. La participación se ha convertido en una “vexata quaestio”. Sin embargo, en la liturgia romana existe el concepto del facti participes, es decir, ser hechos partícipes de una acción que no es nuestra, incluso si se realiza en un discurso humano, porque Él se ha hecho Palabra y Carne: “La verdadera acción de la liturgia, en la que todos nosotros hemos de tener parte, - dice luego Ratzinger - es la acción de Dios mismo. Ésta es la novedad y la singularidad de la liturgia cristiana: Dios mismo es el que actúa y el que hace lo esencial”.
Sin la conciencia de ser hechos partícipes, las “actitudes” a asumir en la liturgia son puramente inútiles. He aquí uno de los motivos por los cuales la principal actitud de adoración, compartida por católicos y ortodoxos pero también por judíos y musulmanes, la proskynesis, la postración o el arrodillarse, ha sido casi proscripta. Es extraño que tantos liturgistas, tan atentos al reivindicar el primado de las Escrituras, hayan descuidado “la importancia central que este gesto tiene en la Biblia y que puede deducirse, concretamente, de un hecho: sólo en el Nuevo Testamento, la palabra proskynein aparece cincuenta y nueve veces, veinticuatro de ellas en el Apocalipsis, el libro de la liturgia celeste, que se le presenta a la Iglesia como el punto de referencia de su liturgia”.
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Si la liturgia cristiana no es, ante todo, el culto público e integral, la adoración de Dios, el Apocalipsis no puede ser el typikon, el libro normativo, como dicen los bizantinos. De lo contrario, ¿de dónde deberían sacar su fuerza vinculante las editiones typicae de los distintos libros litúrgicos? Es un derecho divino, y no preceptos humanos, aquello que la liturgia afirma y pide observar: “La liturgia cristiana es, precisamente por esto, liturgia cósmica, por el hecho de que dobla sus rodillas delante del Señor crucificado y ensalzado. Y éste es el centro de la verdadera cultura, de la cultura de la verdad. El gesto humilde con el que caemos a los pies del Señor, nos inserta en el verdadero camino de la vida, en armonía con todo el cosmos”. Hemos elegido este gesto entre todos, quizás el más importante y también ecuménico e… interreligioso.
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“Cuando se aplaude por la obra humana dentro de la liturgia, nos encontramos ante un signo claro de que se ha perdido totalmente la esencia de la liturgia, y ha sido sustituida por una especie de entretenimiento de inspiración religiosa”. Quién sabe qué habrán pensado los lectores… ¿Algún obispo tendría la valentía de ir contra la tendencia en la educación de los fieles? Otra cosa es la fiesta mundana que puede venir después de una liturgia de bautismo y comunión, matrimonio y ordenación: el cardenal considera esta costumbre “típicamente católica”, con tal que prevalezca la sobriedad. Pero la fiesta más espontánea surgida de la liturgia es la piedad popular. Algunos podrían considerar extraño que en el ámbito de la liturgia, que etimológicamente significa “acción del pueblo”, no se haya logrado y no se logre, con todas las adaptaciones, contener e interpretar el genius loci, a pesar de tanto hablar y hacer inculturación. No hay de qué asombrarse: es casi un ping pong entre el clero, que de todos modos pilotea la liturgia, y el pueblo, que expresa, no sin equívocos, la piedad.
Observa Ratzinger: “Hay que reconocer que la piedad popular tiene una importancia particular como puente entre la fe y las diversas culturas. Se debe por sí misma, y de forma inmediata, a cada cultura. La piedad popular ensancha el mundo de la fe y le da su vitalidad en sus respectivos contextos vitales. Es menos universal que la liturgia, que une los grandes espacios en la unidad de la fe y abarca las distintas culturas”. Liturgia y piedad popular son los dos pulmones de la fe y de la vida del pueblo cristiano. No obstante aquello que piensan ciertos teólogos e intelectuales, la piedad popular es, desde siempre, el lenguaje del pueblo de Dios, y la liturgia debe siempre saber inculturarse, como se dice hoy.
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La piedad popular es una parte fundamental y visible de la inculturación de la fe. Sin embargo, es despreciada por no pocos liturgistas y pastoralistas, los mismos que son paladines de la inculturación pero de las culturas exóticas, a menudo no cristianas, con todas las dificultades que esto implica. Entonces, en el surco de la bimilenaria tradición de la Iglesia, el libro escrito por Joseph Ratzinger vuelve a proponer, sobre los pasos de Romano Guardini y de otros grandes liturgistas del siglo XX, el espíritu de la liturgia cristiana (que no debe confundirse con otras liturgias profanas) como introducción al Espíritu Santo: nuestra alma se adhiere al Cuerpo de Cristo – se reviste de Cristo – (puede verse la reflexión sobre la teología de las vestiduras y del cuerpo en el último capítulo del libro). Aún antes de la resurrección, nuestra alma “entra en el Cuerpo de Cristo que se convierte, por decirlo así, en nuestro cuerpo, al igual que nosotros debemos convertirnos en Su Cuerpo”. Con la Eucaristía, que es la única Divina Liturgia, “futurae gloriae nobis pignus datur”.
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