La santa Comunión pertenece a la integridad del Sacrificio y a la participación en él por medio de la Comunión del augusto Sacramento, y aunque es absolutamente necesaria al Ministro sacrificante, en lo que toca a los fieles sólo es evidentemente recomendable
PIO XII
"Mediator Dei"
Sobre la Sagrada Liturgia
20 de noviembre de 1947
Sobre la Sagrada Liturgia
20 de noviembre de 1947
III. La Comunión Eucarística
A) LA COMUNIÓN. SUS RELACIONES CON EL SACRIFICIO
1° Resumen de la Doctrina.
138. El augusto Sacrificio del Altar se completa con la Comunión del divino Convite. Pero, como todos saben, para obtener la integridad del mismo Sacrificio, sólo es necesario que el Sacerdote se nutra del alimento celestial, pero no que el pueblo (aunque esto sea por demás sumamente deseable) se acerque a la Santa Comunión.
2° No es necesaria la de los fieles.
139. Nos place, a este propósito, recordar las consideraciones de Nuestro Predecesor Benedicto XIV sobre las definiciones del Concilio de Trento: «En primer lugar, debemos decir que a ningún fiel se le puede ocurrir que las Misas privadas, en las que sólo el Sacerdote toma la Eucaristía, pierdan por esto su valor de verdadero, perfecto e íntegro Sacrificio, instituido por Cristo Nuestro Señor, y hayan por ello de considerarse ilícitas. Tampoco ignoran los fieles (o al menos pueden ser fácilmente instruidos de ello) que el Sacrosanto Concilio de Trento, fundándose en la doctrina custodiada en la ininterrumpida Tradición de la Iglesia, condenó la nueva y falsa doctrina de Lutero, contraria a ella».(11) «Quien diga que las Misas en las que sólo el Sacerdote comulga sacramentalmente son ilícitas y deben por ello derogarse, sean anatema» (12).
140. Se alejan, pues, del camino de la verdad aquellos que se niegan a celebrar si el pueblo cristiano no se acerca a la Mesa divina; y todavía más se alejan aquellos que, por sostener la absoluta necesidad de que los fieles se nutran del alimento eucarístico juntamente con el Sacerdote, afirman capciosamente que no se trata tan sólo de un Sacrificio, sino de un Sacrificio y de un convite de fraterna comunión y hacen de la santa Comunión, realizada en común casi el punto supremo de toda la celebración.
141. Hay que afirmar una vez más que el Sacrificio Eucarístico consiste esencialmente en la inmolación cruenta de la Víctima divina, inmolación que es místicamente manifestada por la separación de las sagradas Especies y por la oblación de las mismas hecha al Eterno Padre. La santa Comunión pertenece a la integridad del Sacrificio y a la participación en él por medio de la Comunión del augusto Sacramento, y aunque es absolutamente necesaria al Ministro sacrificante, en lo que toca a los fieles sólo es evidentemente recomendable.
3° Pero es de consejo.
1. La Comunión.
142. Y así como la Iglesia, en cuanto Maestra de verdad, se esfuerza con todo cuidado en tutelar la integridad de la Fe católica, así, en cuanto Madre solicita de sus hijos, les exhorta a participar con frecuencia e interés en este máximo beneficio de nuestra Religión.
143. Desea ante todo que los cristianos (especialmente cuando no pueden con facilidad recibir de hecho el alimento eucarístico) lo reciban al menos con el deseo, de forma que, con viva fe, con ánimo reverentemente humilde y confiado en la voluntad del Redentor divino, con el amor más ardiente se unan a El.
144. Pero no basta. Puesto que, como hemos dicha más arriba, podemos participar en el Sacrificio también con la Comunión Sacramental, por medio del Convite de los Ángeles, la Madre Iglesia, para que más eficazmente «podamos sentir en nosotros de continuo el fruto de la Redención» (13), repite a todos sus hijos la invitación de Cristo Nuestro Señor: «Tomad y comed... Haced esto en mi memoria» (I Cor. 11, 24).
145. A cuyo propósito, el Concilio de Trento, haciéndose eco del deseo de Jesucristo y de su Esposa inmaculada, nos exhorta ardientemente «para que en todas las Misas los fieles presentes participen no sólo espiritualmente, sino también recibiendo sacramentalmente la Eucaristía, a fin de que reciban más abundantemente el fruto de este Sacrificio» (14).
146. También Nuestro inmortal predecesor Benedicto XIV, para que quedase mejor y más claramente manifiesta la participación de los fieles en el mismo Sacrificio divino por medio de la Comunión Eucarística, alaba la devoción de aquellos que no sólo desean nutrirse del alimento celestial, durante la asistencia al Sacrificio, sino que prefieren alimentarse de las Hostias consagradas en el mismo Sacrificio, si bien, como él declara, se participa real y verdaderamente en el Sacrificio, aun cuando se trate de Pan eucarístico debidamente consagrado con anterioridad. Así escribe, en efecto: «Y aunque participen en el mismo sacrificio además de aquellos a quienes el Sacerdote celebrante da parte de la Víctima por él ofrecida en la Santa Misa, otras personas a las que el Sacerdote da la Eucaristía que se suele conservar, no por esto la Iglesia ha prohibido en el pasado ni prohíbe ahora que el Sacerdote satisfaga la devoción y la justa petición de aquellos que asisten a la Misa y solicitan participar en el mismo Sacrificio que ellos también ofrecen a la manera que les está asignada; antes bien, aprueba y desea que esto se haga y reprobaría a aquellos Sacerdotes por cuya culpa o negligencia se negase a los fieles esta participación» (15).
147. Quiera, pues, Dios que todos, espontánea y libremente, correspondan a esta solícita invitación de la Iglesia; quiera Dios que los fieles, incluso todos los días, participen no sólo espiritualmente en el Sacrificio divino, sino también con la Comunión del Augusto Sacramento, recibiendo el Cuerpo de Jesucristo, ofrecido por todos al Eterno Padre. Estimulad, Venerables Hermanos, en las almas confiadas a Vuestro cuidado el hambre apasionada e insaciable de Jesucristo; que Vuestra enseñanza llene los Altares de niños y de jóvenes que ofrezcan al Redentor divino su inocencia y su entusiasmo; que los cónyuges se acerquen al Altar a menudo, para que puedan educar la prole que les ha sido confiada en el sentido y en la caridad de Jesucristo; sean invitados los obreros para que puedan tomar el alimento eficaz e indefectible que restaura sus fuerzas y les prepara para sus fatigas la eterna misericordia en el cielo; reuníos, en fin, los hombres de todas las clases y «apresuraos a entrar», porque éste es el Pan de la vida del que todos tienen necesidad. La Iglesia de Jesucristo sólo tiene este Pan para saciar las aspiraciones y los deseos de nuestras almas, para unirlas íntimamente a Jesucristo y, en fin, para que por su virtud se conviertan en «un solo Cuerpo» (I Cor. 10, 17) y sean como hermanos todos los que se sientan a una misma Mesa para tomar el remedio de la inmortalidad con la fracción de un único Pan.
2. Las circunstancias de la Comunión.
148. Es bastante oportuno también (lo que, por otra parte, está establecido por la Liturgia) que el pueblo acuda a la Santa Comunión después que el Sacerdote haya tomado del Altar el alimento divino; y, como más arriba hemos dicho, son de alabar aquellos que, asistiendo a la Misa, reciben las Hostias consagradas en el mismo Sacrificio, de forma que se cumpla en verdad que «todos los que participando de este Altar hayamos recibido el Sacrosanto Cuerpo y Sangre de tu Hijo, seamos colmados de toda la gracia y bendición celestial» (16).
149. Sin embargo, no faltan a veces las causas, ni son raras las ocasiones en que el Pan Eucarístico es distribuido antes o después del mismo Sacrificio y también que se comulgue, aunque la Comunión se distribuya inmediatamente después de la del Sacerdote, con Hostias consagradas anteriormente. También en esos casos, como por otra parte ya hemos advertido, el pueblo participa en verdad en el Sacrificio Eucarístico y puede, a veces con mayor facilidad, acercarse a la Mesa de la Vida eterna.
150. Sin embargo, si la Iglesia, con maternal condescendencia, se esfuerza en salir al encuentro de las necesidades espirituales de sus hijos, éstos, por su parte, no deben desdeñar aquello que aconseja la Sagrada Liturgia, y siempre que no haya un motivo plausible para lo contrario, deben hacer todo aquello que más claramente manifiesta en el Altar la unidad viva del Cuerpo místico.
B) ACCIÓN DE GRACIAS DESPUÉS DE LA COMUNIÓN
1º. Su conveniencia.
151. La acción sagrada, que está regulada por particulares normas litúrgicas, no dispensa, después de haber sido realizada, de la acción de gracias, a aquel que ha gustado del alimento celestial; antes bien, es muy conveniente que, después de haber recibido el alimento eucarístico, y terminados los ritos públicos, se recoja íntimamente unido al Divino Maestro, se entretenga con El en dulcísimo y saludable coloquio durante el tiempo que las circunstancias le permitan.
2°. El error.
152. Se alejan, por tanto, del recto camino de la verdad, aquellos que, aferrándose a las palabras más que al espíritu, afirman y enseñan que acabada la Misa no se debe prolongar la acción de gracias, no sólo porque el Sacrificio del Altar es ya por su naturaleza una Acción de Gracias, sino también porque esto es gestión de la piedad privada y personal y no del bien de la comunidad.
3°. Razones que la exigen.
153. Antes al contrario, la misma naturaleza del Sacramento exige que el cristiano que lo reciba obtenga de él abundantes frutos de santidad. Ciertamente, ya se ha disuelto la pública congregación de la comunidad, pero es necesario que cada uno, unido con Cristo, no interrumpa en su alma el cántico de alabanzas, «dando siempre gracias por todo a Dios Padre, en el Nombre de Nuestro Señor Jesucristo» (Efes. 5, 20).
154. A lo que también nos exhorta la Sagrada Liturgia del Sacrificio Eucarístico cuando nos manda rezar con estas palabras: «Señor... Te rogamos que siempre perseveremos en acción de gracias... y que jamás cesemos de alabarte»(17). Por tanto, si siempre se debe dar gracias a Dios y jamás se debe dejar de alabarlo, ¿quién se atrevería a reprender y desaprobar a la Iglesia, que aconseja a sus Sacerdotes y a los fieles que se mantengan, al menos por un poco de tiempo, después de la Comunión, en coloquio con el Divino Redentor, y que han insertado en los libros litúrgicos las oportunas plegarias, enriquecidas con indulgencias, con las cuáles los Sagrados Ministros se pueden preparar convenientemente antes de celebrar y de comulgar y, acabada la Santa Misa, manifestar a Dios su agradecimiento?
155. La Sagrada Liturgia, lejos de sofocar los sentimientos íntimos de cada cristiano, los capacita y los estimula para que se asimilen a Jesucristo y, por medio de El, sean dirigidos al Padre; de aquí que exija que quien se haya acercado a la Mesa Eucarística, dé gracias a Dios como es debido. Al divino Redentor le agrada escuchar nuestras plegarias, hablar con nosotros con el Corazón abierto y ofrecernos refugio en su Corazón inflamado de Amor.
156. Además, estos actos, propios de cada individuo, son absolutamente necesarios para gozar más abundantemente de todos los tesoros sobrenaturales de que tan rica es la Eucaristía y para transmitirlos a los otros, según nuestras posibilidades, a fin de que Cristo Nuestro Señor consiga en todas las almas la plenitud de su virtud.
4º. Alabanzas a quienes la hacen.
157. ¿Por qué, pues, Venerables Hermanos, no hemos de alabar a aquellos que, aun después de haberse disuelto oficialmente la Asamblea cristiana, se mantienen en íntima familiaridad con el Redentor Divino, no sólo para entretenerse en dulce coloquio con El, sino también para darle gracias y alabarle y especialmente para pedirle ayuda, a fin de quitar de su alma todo lo que pueda disminuir la eficacia del Sacramento y hacer de su parte todo lo que pueda favorecer la acción presente de Jesús? Les exhortamos también a hacerlo de forma particular, bien llevando a la práctica los propósitos concebidos y ejercitando las virtudes cristianas, bien adaptando a sus propias necesidades cuanto han recibido con munificencia.
5º. Palabras de "La Imitación de Cristo".
158. Verdaderamente hablaba según los preceptos y el espíritu de la Liturgia, el autor del áureo librito de «La Imitación de Cristo», cuando aconsejaba a los que habían comulgado: «Recógete en secreto y goza a tu Dios, para poseer aquello que el mundo entero no podrá quitarte» (18).
6º. Unirnos a Cristo.
159. Todos nosotros, pues, íntimamente unidos a Cristo, debemos tratar de sumergirnos en su Alma Santísima y de unirnos con El para participar así en los actos de Adoración con los que El ofrece a la Trinidad Augusta el homenaje más grato y aceptable; en los actos de Alabanza y de Acción de gracias que El ofrece al Padre Eterno y de que se hace unánime eco el cántico del cielo y la tierra, como está dicho: «Bendecid al Señor en todas sus criaturas» (Dan. 3, 57); en los actos, finalmente, con los que, unidos, imploramos la ayuda celestial en el momento más oportuno para pedir y obtener socorro en nombre de Cristo, y sobre todo en aquellos con los que nos ofrecemos e inmolamos como víctimas, diciendo: «Haz de nosotros mismos un homenaje en tu honor»(19).
7º. Permanecer en Cristo.
160. El Divino Redentor repite incesantemente su apremiante invitación: «Permaneced en Mí» .(Juan 15, 4) Por medio del Sacramento de la Eucaristía, Cristo habita en nosotros y nosotros habitamos en Cristo; y de la misma manera que Cristo, permaneciendo en nosotros, vive y obra, así es necesario que nosotros, permaneciendo en Cristo, por El vivamos y obremos.