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1° Ofrecen con el Sacerdote.
105. Todo esto consta de fe cierta, pero hay que afirmar, además, que los fieles ofrecen la Víctima divina, aunque bajo un distinto aspecto.
a) Los argumentos.
106. Lo declararon ya abiertamente algunos de Nuestros Predecesores y Doctores de la Iglesia. «No sólo -dice Inocencio III, de inmortal memoria-, ofrecen los Sacerdotes, sino también todos los fieles; porque lo que en particular se cumple por ministerio del Sacerdote, se cumple universalmente por voto de los fieles» (1) . Y nos place citar, por lo menos, uno de los muchos textos de S. Roberto Bellarmino a este propósito: «El Sacrificio -dice- es ofrecido principalmente en la persona de Cristo. Por eso la oblación que sigue a la Consagración atestigua que toda la Iglesia consiente en la oblación hecha de Cristo y ofrece conjuntamente con El» (2).
107. Con no menor claridad, los ritos y las oraciones del Sacrificio Eucarístico significan y demuestran que la oblación de la Víctima es hecha por los Sacerdotes en unión del pueblo. En efecto, no sólo el sagrado Ministro, después del ofrecimiento del pan y del vino, dice explícitamente vuelto al pueblo: «Orad, hermanos, para que este sacrificio mío y vuestro sea aceptado cerca de Dios Omnipotente» (3), sino que las oraciones con que es ofrecida la Víctima divina, son dichas en plural, y en ellas se indica repetidas veces que e1 pueblo toma también parte como oferente en este augusto Sacrificio. Se dice, por ejemplo: «Por los cuales te ofrecemos y ellos mismos te ofrecen... por eso Te rogamos, Señor, que aceptes aplacado esta oferta de tus siervos y de toda tu familia... Nosotros, siervos tuyos, y también tu pueblo santo, ofrecemos a tu Divina Majestad las cosas que Tú mismo nos has dado, esta Hostia pura, Hostia santa, Hostia inmaculada» (4).
b) El carácter bautismal.
108. No es de maravillarse el que los fieles sean elevados a semejante dignidad. En efecto, con el lavado del Bautismo los fieles se convierten, a título común, en miembros del Cuerpo Místico de Cristo Sacerdote, y por medio del «carácter» que se imprime en sus almas, son delegados al culto divino, participando así, de acuerdo con su estado, en el Sacerdocio de Cristo.
c) Sentido en que ofrecen.
1. Introducción.
109. En la Iglesia católica, la razón humana, iluminada por la Fe, se ha esforzado siempre por tener el mayor conocimiento posible de las cosas divinas; por eso es natural que también el pueblo cristiano pregunte piadosamente en qué sentido se dice en el Canon del Sacrificio que él mismo lo ofrece también. Para satisfacer este piadoso deseo, Nos place tratar aquí el tema con concisión y claridad.
2. Razones.
110. Hay, ante todo, razones más bien remotas: A veces, por ejemplo, sucede que los fieles que asisten a los ritos sagrados unen alternativamente sus plegarias a las oraciones sacerdotales; otras veces sucede de manera semejante -en la antigüedad esto ocurría con mayor frecuencia-, que ofrecen al ministro del Altar pan y vino para que se conviertan en el Cuerpo y Sangre de Cristo, y, finalmente, otras veces, con limosnas, hacen que el Sacerdote ofrezca por ellos la Víctima divina.
111. Pero hay también una razón, más profunda, para que se pueda decir que todos los cristianos, y especialmente aquellos que asisten al Altar, participan en la oferta.
Para no hacer nacer errores peligrosos en este importantísimo argumento, es necesario precisar con exactitud el significado del término oferta.
112. La inmolación incruenta, por medio de la cual, una vez pronunciadas las palabras de la Consagración, Cristo está presente en el Altar en estado de Víctima, es realizada solamente por el Sacerdote, en cuanto representa a la Persona de Cristo, y no en cuanto representa a las personas de los fieles.
113. Pero al poner sobre el Altar la Víctima divina, el Sacerdote la presenta al Padre como oblación a gloria de la Santísima Trinidad y para el bien de todas las almas. En esta oblación propiamente dicha, los fieles participan en la forma que les está consentida y por un doble motivo: porque ofrecen el sacrificio, no sólo por las manos del Sacerdote, sino también, en cierto modo, conjuntamente con él y porque con esta participación también la oferta hecha por el pueblo cae dentro del culto litúrgico.
114. Que los fieles ofrecen el Sacrificio por medio del Sacerdote es claro, por el hecho de que el Ministro del Altar obra en persona de Cristo en cuanto Cabeza, que ofrece en nombre de todos los miembros; por lo que con justo derecho se dice que toda la Iglesia, por medio de Cristo, realiza la oblación de la Víctima.
115. Cuando se dice que el pueblo ofrece conjuntamente con el Sacerdote, no se afirma que los miembros de la Iglesia, a semejanza del propio Sacerdote, realicen el rito litúrgico, visible -el cual pertenece solamente al Ministro de Dios, para ello designado-, sino que unen sus votos de alabanza, de impetración y de expiación, así como su acción de gracias a la intención del Sacerdote, ante el mismo Sumo Sacerdote, a fin de que sean presentadas a Dios Padre en la misma oblación de la Víctima, y con el rito externo del Sacerdote. Es necesario, en efecto, que el rito externo del Sacrificio manifieste por su naturaleza el culto interno; ahora bien, el Sacrificio de la Nueva Ley significa aquel obsequio supremo con el que el principal oferente, que es Cristo, y con El y por El todos sus miembros místicos, honran debidamente a Dios.
3. Conocimiento y exageraciones de esta doctrina.
116. Con gran alegría de Nuestro ánimo hemos sido informados de que esta doctrina, principalmente en los últimos tiempos, por él intenso estudio de la disciplina Litúrgica por parte de muchos, ha sido puesta en su justo lugar. Pero no podemos por menos de deplorar vivamente las exageraciones y las desviaciones de la verdad, que no concuerdan con los genuinos preceptos de la Iglesia.
117. Algunos, en efecto, reprueban por completo las Misas que se celebran en privado y sin la asistencia del pueblo, como si se desviasen de la forma primitiva del Sacrificio; no falta tampoco quien afirma que los Sacerdotes no pueden ofrecer la Víctima divina al mismo tiempo en varios altares, porque de esta forma disocian la comunidad y ponen en peligro su unidad; asimismo, tampoco faltan quienes llegan hasta el punto de creer necesaria la confirmación y ratificación del Sacrificio por parte del pueblo, para que pueda tener su fuerza y eficacia.
118. Erróneamente se apela en este caso a la índole social del Sacrificio Eucarístico. En efecto, cada vez que el Sacerdote repite lo que hizo el Divino Redentor en la última Cena, el Sacrificio es realmente consumado y tiene siempre y en cualquier lugar, necesariamente y por su intrínseca naturaleza, una función pública y social en cuanto el oferente obra en nombre de Cristo y de los cristianos, de los cuales el Divino Redentor es la Cabeza, y lo ofrece a Dios por la Santa Iglesia Católica, por los vivos y por los difuntos. Y esto se verifica ciertamente lo mismo si asisten los fieles -que Nos deseamos y recomendamos que estén presentes, numerosísimos y fervorosísimos- como si no asisten, no siendo en forma alguna necesario que el pueblo ratifique lo que hace el Sagrado Ministro.
119. Si bien de lo que hemos dicho resulta claramente que el Santo Sacrificio de la Misa es ofrecido válidamente en nombre de Cristo y de la Iglesia, no está privado de sus frutos sociales, aun cuando se celebre sin asistencia dé ningún acólito, no obstante, y por la dignidad de este Ministerio, queremos é insistimos -como por otra parte siempre lo mandó la Santa Madre Iglesia- en que ningún Sacerdote se acerque al Altar si no hay quien le asista y le responda, como prescribe el canon 813