CONSTITUCIONES
Segunda
Redacción
Capítulo
I: núm.2 y 3
Dios
te Salve María...
María,
Esposa Inmaculada del Espíritu Santo...
San
José...
Lo
primero que tenemos que tener presente siempre al estudiar las
constituciones es que Dios lo quiere, que Dios nos quiere, Dios nos
quiere esclavos de amor de la Virgen y de su eucaristía, una
convicción propia de nuestra vocación y sobretodo cuando
vemos que uno marcha o camina o va hacia aquí...;tengamos esa
convicción. Pase lo que pase yo me quedo...yo
permanezco...voluntario. Aunque la vida se nos desbarate, aunque la
cabeza vaya sobre una pared, no importa...;Dios lo quiere y nosotros
nos lanzamos por ahí...Y sabemos que Dios lo ha querido porque hemos
tenido la acogida en la Iglesia y hemos tenido la acogida por medio
de la gente íntima con Dios, de los amigos de Dios, que han sido los
que han empujado esta obra hasta donde estamos. Pero tener siempre
esa convicción íntima y profunda que aunque la tierra tiemble,
aunque se desaten las tormentas más feroces, yo permanezco firme con
las cadenas atadas al Rey y a la Reina, al Señor y a la Señora, a
la Eucaristía y a la Virgen.
Pues
entonces, vamos a ver donde nos habíamos quedado la última vez. Es
por el número 2. Para nosotros el fin primordial, elemento
sustancial es la contemplación de los misterios de Cristo;
primeramente de la Eucaristía y su Madre, y desde esta contemplación
iluminar la vida de los hermanos. Es decir, que el fin
primero de nuestra vocación es la oración. El servicio que
nosotros primeramente damos a la Iglesia lo hacemos desde la oración.
Hemos sido convocados para orar, para adorar, para alabar, para
bendecir, para glorificar al Padre, por medio del corazón maternal
de la madre escondidos en esa Eucaristía Santa de Cristo. Así,
como por la mañana lo primero que hacemos es precisamente, pues eso,
ponernos de rodillas ante esa eucaristía y adorarla y glorificarla,
pues, es lo primero en nuestra vida y es lo primero en nuestra
vocación, o sea, que quede bien claro, que para nosotros pues...por
eso el coro, la oración, debe ser siempre, siempre valorada,
renovada, que se quede todo en las manos, no importa, que se te
queden las amistades sin escribir, no importa, que se te queden los
enfermos sin visitar, no importa, que se te queden las personas sin
asistir, no importa...Ahora, que no se te quede un sólo día sin tú
orar, sin tú alabar, sin tú bendecir, sin tú glorificar al Padre.
Ya Dios se ocupará, si nosotros no llegamos hasta ese lugar...Lo
importante es cumplir con nuestra misión en la Iglesia...de
orantes...hombres orantes, humildes, sencillos, espontáneos, pobres,
virginales, pequeños, irradiadores de ese misterio de luz, que es la
Eucaristía y es la Virgen; portadores de esa energía, de esa fuerza
que nos da esa eucaristía.
Y así viviendo con el fin primordial,
primero y principal, sustancial..la sustancia, es decir, la sustancia
de nuestra vida es eso, la oración; le damos a los hombres un
testimonio de que realmente lo que importa en la vida es vivir en ese
amor divino. Porque oración...cuando los estudiemos más adelante
nos daremos cuenta que la oración es eso..., es esa intimidad con
él, ese dejarnos mirar por él , ese dejarnos tocar, ese besar sus
manos santas, ese mirar a sus ojos, ese escuchar sus silencios, y ese
sentir su prueba, a veces dolorosa, hacia nosotros.
Regalar a la
Iglesia pues eso, esa presencia orante, es para nosotros el fin por
el cual la Stma. Virgen nos ha reunido y nos ha convocado.
Interesante es saber como los grupos apostólicos que se reunen en
las parroquias...montones, y le vas a interrogar que si oras, y
“...bueno una oracioncita por la manaña y otra por la noche.” Y
le preguntaba yo a una legionaria de Pajuil el domingo por la noche,
una de las grandes líderes de la Legión, “...y ud...¿ reza el
rosario todos los días ?”, “Bueno, Padre, tengo que decir la
verdad que todos los días no.” O sea, si la Legión de María, y
no puede rezar el rosario todos los días entonces, ¿qué legión
es...de María? Pues, no es de María. Es decir, ver que
podamos ofrecer un servicio, pero que incluso los líderes mismos de
la Iglesia están orando poquísimo, casi nada, lo justo, por no
decir ni...ni lo justo, ni lo necesario. Que nosotros no...no
escatimemos tiempo en ningún momento para elevar siempre una súplica
sencilla y humilde, y confiada y constante. Me decía a mí en una
ocasión, una religiosa que atendía a una alta persona eclesial: “Me
sorprendía como esa persona cogía el periódico y lo devoraba con
cuanto llegaba; sin embargo le ofrecía el breviario y no quería
rezarlo...’Rece, tenga el breviario, récelo...’, ‘no, no
quiero.’ Inmediatamente preguntaba, ‘¿ha llegado el
periódico?’, y lo devoraba hasta...hasta sus últimas noticias.”
Sin embargo no tenía tiempo, aquel ilustre personaje de la Iglesia
para tan siquiera salmodiar a Dios...
Convertirnos
pues en un arpa...convertirnos pues en un arpa que...que siempre
emita sonidos para Dios. Esa arpa que el Espíritu Santo pueda tocar
en todo momento y encontrar todas esas cuerdas dispuestas,
disponibles para la salmodia...felices en la salmodia, contentos en
la salmodia. Por eso, buscamos siempre los modos de que esta
salmodia se renueve, de que esta salmodia sea viva, de que esta
oración sea fiesta, sea alegría silenciosa, silencio alegre...Como
San Juan de la Cruz, “...música callada y...y soledad sonora”.
Que lo llevemos por dentro, en todo momento...En ese encuentro con
Dios, cada día más...que nos vaya cambiando la vida y...y nuestra
salmodia sea pues, el canto de Dios en la tierra...por sus
enamorados. Que nuestro coro, pues sea eso, pues, una sucursal, una
sucursal del cielo, una colonia del cielo, una habitación de Dios.
Que se nos acreciente tanto el fervor en la oración que pregustemos
aquí ya en la tierra esa presencia de Dios y la saboreemos. Que no
queramos otra cosa sino gozarnos en él...gozarme de que...de su
hermosura y holgarme de que él tenga esa hermosura;... esa
fascinación por lo divino, por lo sobrenatural.
Pase lo que pase y
pese a lo que pese, aunque veamos ingratitud y traición y miserias,
no importa... nosotros seguimos cantando, seguimos esperando,
seguimos alabando, seguimos felices y contentos en la paz y en el
amor. Que ese coro sea como la imagen de...de esa ciudad celestial
que...que no conoce otra vibración sino una alabanza a Dios. Por
consiguiente, que el coro sea como la expresión de una ciudad
amurallada donde no entra nada del mundo y sólo es vivencia para
Dios. Ser capaces de levantar unas murallas a nuestros alrededores,
a todo aquello que no es de Dios; invencibles para lo divino,
gustadores de lo sobrenatural.
Recuerdo
que en una ocasión, estando por allá, por Tel-Aviv , por Israel, un
sacerdote me acusaba de que padecía de gula espiritual y yo pensé
para mis adentros, “...bueno, en fin, no sé si será gula como le
llama él, no sé que será, pero, ¿a qué vine sino a vivir para
Dios y a estar con él? Lo demás no tiene sentido, se cae de por sí
mismo.” Aunque sintamos así, que los demás como que nos
tildan o no valoran nuestras aguas y no quieren beber de ellas, no
nos importe. ¿Qué te importa a tí lo que piense el otro?
Impórtete lo que piensa Dios, impórtete lo que Dios quiere de tí,
impórtete lo que la Iglesia necesita.
Y precisamente en el reclamo
ése, en la bofetada ésa, está el grito de una alma que en el fondo
lo que necesita es Dios, es tu oración, tu entrega, tu diálogo
vivo. La Iglesia está en su crisis y es porque no tiene almas de
oración. Estoy convencidísimo de que si cada uno orace quince
minutos diarios, una oración viva, profunda en la llama de Dios, la
vida se cambiaría, tomaría otra dimensión, no existirían tantos
egoísmos, no existirían tantos orgullos, tantos criterios
personales...
Todo se renueva en la oración. La crisis de la Iglesia
es una crisis de oración y los culpables primero son...pues, somos
nosotros los curas...y las monjas, los que merecemos pues, todos los
palos de Dios, porque hablamos pero no hablamos las palabras de él,
que es el único que tiene sus derechos en nosotros. Hablamos de lo
nuestro, de lo que yo creo y de lo que yo pienso y no de lo que él
piensa y él es...Jamás ni nunca se dará esa sustitución de la
nada por Dios en nosotros mientras nosotros no abramos nuestro ser en
una oración callada y silenciosa y en una oración festiva en los
salmos y en una oración constante.
¡Podemos
orar de tantas maneras y de tantas formas! Se me vino a la mente
aquella monja que me consultaba que estaba preocupada porque
no...según ella no sabía hacer oración. “¿Y cómo ud. ora?”
“Pues yo, pues yo...nada, como lo mío es la lavandería pues yo
cojo las sábanas y las tiendo y le digo, ‘Jesús ésta soy yo,
unas pobres sábanas, sé tú un sol que purifique y las seque y le
quite las manchas.’ Y lo decía con esa exhaustividad y con esa
entrega ,que era verdad...era un alma contemplativa. No sabía orar
porque decía que las hermanas, (ella era una lega), decía, “Las
demás hermanas (o madres, como le llamaba) rezan con sus buenos
libros y yo mo puedo...” Es decir, lo importante no es lo que
decimos, sino lo importante es lo que vivimos. Que el pensar y el
hacer vayan en unidad, que no haya fisuras interiones. Muchas veces
tenemos tantas fisuras interiones que entonces nos convertimos en robots, en máquinas, en personas que hablan...hablan...hablan pero
por dentro lo que llevan son piezas y a veces no ajustadas, y no una
vida.
Por eso, que realmente, nosotros lo que podamos predicar y lo
que podamos hablar, lo hallamos hecho vida. Y solamente se puede
hacer vida en la oración. La antigua frase de los santos...de todos
los santos, está en todos los santos, no hay vida de santos en que
no esté esta frase escondida o explícita, “quien ora se salva,
quien no ora se condena.” Es que la verdad es ésa, quien no ora
muere a sí mismo. Por eso nosotros...nuestra misión es una...una
misión escondida, callada, orante en la Iglesia.
Ese
número tres es el eco precisamente de ese dos: Los
esclavos de la Eucaristía y de María Virgen son una congregación
de vida contemplativa al servicio de la Iglesia en su misión
apostólica orante.
Es decir, hemos sido congregados para orar, nuestro apostolado
principal es la oración, la victimación, la salmodia, la fiesta en
el coro..., la gustación de Cristo, el gozo de estarnos con él, de
sentir esa presencia que realmente va cambiando la vida y la va
haciendo cada vez más relativa. Relativa hacia lo temporal y
firmísima hacia lo eterno, hacia lo absoluto. Relativa hacia
aquello que pueden ser vínculos y lazos puramente humanos, firmísima
y definitiva hacia todo lo que es lazo divino. Por eso, ésta es la
vida de aquel que es capaz de enamorarse plenamente de Jesucristo,
obsesionarse por él. No se puede ser Esclavo si realmente no
sentimos esa fascinación por nuestro Rey, por él...y por Ella.
Queremos,
pues como dice...se cierra ese número tres, testificar
existencialmente, es decir, testificar con nuestra existencia, con
nuestra vida personal, que la vida eterna, pues como dice Santo Tomás
en la Suma , pues, no es otra cosa sino la consumación de la vida
contemplativa, es decir, de la vida en unión con él en la tierra.
La contemplación no es otra cosa sino la unión mística, la unión
misteriosa que él realiza en nosotros. La contemplación no es otra
cosa que ese desposorio santo entre el alma y él...ese matrimonio
espiritual.
Pues
nuestra vida tiene que ser, pues eso, pues, es el anuncio de que la
vida contemplativa, pues, es la presencia de la vida eterna, porque
en la eternidad no habrá otra cosa sino unirnos a él y cantarle,
vivirle y gozarle y hablarle y...y no separarnos jamás de él. Allí
sí es verdad que no hay evasivas, ni hay escapes. Allí sí es
verdad que no hay mecanismos de defensas, ni miedos...; allí sí es
verdad, que no tenemos por qué estar escuchando voces ajenas a su
misterio que a veces nos tiranizan. Allí sí es verdad, que el alma
se convierte en una torre, allí sí es verdad que el alma realmente
se diviniza, se engrandece, se dilata, se amplía, se renueva. Esa
vida eterna, pues, es para nosotros, el fin por el cual hemos venido
a anunciársela a los hombres... “Yo les anuncio la vida eterna
porque la vida se nos manifestó”, como decía Juan en la primera
carta, “Comunicar a los hombres lo que hemos visto, oído y
contemplado, al Verbo de la vida”. Por consiguiente, si nuestra
vida está llamada a ser, pues, esa pregustación, ese...ese anticipo
de gozo en el tiempo de la eternidad, deberíamos entonces,
esmerarnos para que este lugar sea una estampa constante de cielo;
que el que venga aquí pueda decir, “¡Qué bien se está...hagamos
las tres tiendas!
Estamos
llamados a convertir este lugar, por consiguiente, en un tabor; en un
tabor donde se manifiesta la gloria de Cristo, un tabor donde
nosotros contemplamos sus esplendores divinos, un tabor donde los
hombres ven clarísimamente cómo ese vestido se cambia y se
transforma y se llena de luz, un tabor donde los hombres suben hasta
llegar con él a una transfiguración completa...Este es el tabor de
Dios, aquí se transforman y se transfiguran los hombres, aquí se
cambian los corazones y se viste el hombre con el vestido del amor de
Dios, se desposa místicamente con él;. es tabor de Dios que
también es tabor de la Virgen; el que viene aquí contempla las
glorias de María.
Y
pensar que Dios quiere pues, ese tabor realizarlo através de cada
uno de nosotros, quiere que tú seas ese tabor, esa presencia viva de
él y de la Virgen, “¿A dónde vas?”, “Voy a estarme con
Dios...a contemplarle, a gozarme con él.” Esa campana que sea
para nosotros pues, la expresión más clara de que hay un
desposorio. Esa campana cada vez que suena es...sea para lo que
sea...siempre es para lo mismo, para festejar la boda, para anunciar
la boda, para celebrar la boda, para decirnos que él es y está con
nosotros, para reafirmar nuestra cita con él.
Por eso cada vez que
suena la campana el alma se debe estremecer...de misterio y saber que
realmente pues, suena para los dos...suena para los dos. Y los dos
miramos hacia la Iglesia y él te llama, te invita y...nos recuerda
que el fin de nosotros pues...pues es ése, quedarnos, abandonarnos.
Por eso, déjate de tí, déjate ya, mírale a él. Que su presencia
te invada, te llene de todo. Métete en esa región profunda de tí
mismo donde Dios dirá ,como dice las santas constituciones, esa
palabra sustancial, su Verbo...; meternos dentro de nosotros mismos,
donde Dios dirá su palabra sustancial y nos revelará ese secreto
que sólo revela a los enamorados, el secreto de morir a nosotros
mismos para encontrarnos con él. Meternos bien dentro de nosotros
para que el sonido externo de una campana sea para nosotros, en
nuestro interior, el eco vivo de la invitación suya a unas fiestas.
Por
eso el Esclavo se caracteriza por...por ese espíritu de oración
y...y de contemplación porque no mira a otra cosa que no sea su
Señor, no se fija en otra cosa que no sea su Señora, no valoriza
otras palabras que no vengan de él, no toma por definitivo nada que
no sea de él.
Sólo él es mi...mi definición, sólo él me
define, sólo él me vive, sólo él me amplía, sólo él me sitúa,
sólo él me abre horizontes, sólo él me basta, sólo a él lo
tengo, sólo a él lo quiero. “No quieras enviarme ya más
mensajeros que no saben decirme lo que quiero. Y, ...veánte mis
ojos, pues eres su lumbre de ellos y sólo para tí quiero tenellos.”
O sea, que no tenemos entonces por qué asustarnos por nada de la
vida. Nada nos asusta, esa oración nos convierte a nosotros en
raza firme, raza nueva, raza inemovible, raza de piedra...
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