Con profundo dolor y indignación sigo las noticias relativas a las visitas apostólicas que está llevando a cabo la Congregación para los Institutos Consagrados y Sociedades de Vida Apostólica en diversos conventos de monjas contemplativas de Estados Unidos.
La manera en que se están realizando dichas visitas, vulnerando todas las normas canónicas y los más elementales principios jurídicos, la intimidación y amenazas que caracterizan los interrogatorios a los que son sometidas las religiosas, y la violencia psicológica infligida a las residentes de los mencionados conventos, contra los principios de caridad y justicia que deberían inspirar la actuación de los funcionarios de un dicasterio pontificio, manifiestan de modo inquietante los prejuicios y las intenciones de persecución que motivan a los visitadores, cínicos ejecutores de órdenes impartidas por el prefecto, cardenal João Braz de Avis, y el secretario, monseñor José Rodríguez Carballo, cumpliendo precisas instrucciones de Bergoglio. Sea cual sea la comunidad, el acoso de los visitadores con objeto de dividir a las religiosas siempre es el mismo, como también es la misma la tentativa de ejercer una fuerte presión psicológica, hasta el punto de forzar la conciencia privada de personas que están habituadas a vivir en el silencio y en el recogimiento de la oración y la penitencia.
Como en todo lo que caracteriza esta operación de la iglesia bergogliana, tras esta obra de depuración subyace un odio y una furia iconoclasta contra las comunidades de vida contemplativa, y en particular contra las que están ligadas a la Tradición y el rito de siempre; un odio que se ha convertido en práctica habitual con la infausta instrucción Cor orans y su cruel y despiadada aplicación. Destaca asimismo un malsano interés por la administración pecuniaria y las donaciones que reciben las mencionadas comunidades, de las que el Vaticano intenta apoderarse con cualquier pretexto.
Ese odio no tienen la menor justificación jurídica ni disciplinaria, dado que dichos monasterios que son blanco del Vaticano se limitan a vivir según el carisma particular de su orden, fieles a sus santos fundadores y en espíritu de sincera comunión con la Iglesia. Las vocaciones van en aumento, como pasa siempre en todos los institutos que ponen en práctica la regla de sus fundadores y celebran la Misa Tridentina. El pecado de esas religiosas consiste en querer ser fieles al Magisterio inmutable de la Iglesia, a su bimilenaria Tradición y a su verdadera liturgia. Tal es, en definitiva, el pecado de todas las comunidades seglares y religiosas, masculinas o femeninas, ante la despiadada labor de destrucción bergogliana.
Considero mi preciso deber como pastor denunciar sin medias tintas la sistemática labor de demolición que está llevando a cabo la Congregación para los Religiosos, cuyos dirigentes no ocultan su particular aversión a toda forma de vida consagrada, en perfecta sintonía con quien les ha dado las órdenes y ante el verdaderamente desconcertante silencio y pasividad de los ordinarios, incapaces de proteger y defender la parte más valiosa y vulnerable del Cuerpo Místico.
No podemos olvidar que la implacable persecución vaticana se ha dejado caer con anterioridad sobre otras florecientes comunidades religiosas femeninas, hoy totalmente aniquiladas; por ejemplo, las Franciscanas de la Inmaculada (Italia), las Hermanitas de María de Saint-Aignant-sur- Roe (Francia), las hermanas de Auerbach (Alemania) y las Dominicas del Espíritu Santo (Francia), entre otras muchas.
Recuerdo igualmente que los autores de semejante fechoría son los primeros contra quienes se deberían haber tomado medidas disciplinarias a raíz de los gravísimos escándalos financieros en los que estuvo metido Carballo cuando era ministro general de los Frailes Menores. Su situación estaba tan comprometida que se vieron obligado a alojarlo en el Vaticano, cuando lo normal es que los miembros de la Curia residan extramuros. El cardenal Braz de Avis, notorio partidario de la teología de la liberación, fue nombrado por Bergoglio prefecto de la Congregación para los Religiosos, precisamente para reeducar a los consagrados conforme a los estalinianos métodos que distinguen al gobierno de la iglesia profunda bergogliana. Una purga propia de los peores regímenes dictatoriales y del clima de terror que desde 2013 impera en el Vaticano.
Exhorto a mis hermanos prelados, a los sacerdotes y sobre todo a los fieles laicos a alzar la voz contra la destrucción de la vida monástica contemplativa y las comunidades religiosas tradicionales. No sólo es necesario apoyarlas espiritual y moralmente, sino también brindar apoyo material y mediático a las víctimas de una agresión que se ha ido agravando en las últimas semanas, desde la promulgación del motu proprio Tradicionis Custodes; hay que defender a las religiosas perseguidas y desenmascarar a los responsables de una persecución tan odiosa a los ojos de Dios y de toda la Iglesia.
Viendo la perversidad de las autoridades eclesiásticas, soy consciente de lo difícil que es conjugar el voto solemne de obediencia a los superiores con la evidencia de las malvadas aspiraciones de éstos, así como lo doloroso que es oponer resistencia a quienes deberían ejercer la autoridad en nombre de Nuestro Señor. Con todo, prestarles colaboración siempre sería una forma de complicidad y connivencia culpable. La obediencia a Dios y la fidelidad a la Iglesia no pueden vincularse a un servilismo ciego que es enemigo de una y otra: «Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres» (Hechos 5,29). Y eso también vale para los religiosos como para los clérigos seculares, cuyo silencio ante la disolución de la Iglesia tiene que terminar ya.
En consideración a este grave dilema de conciencia que atormenta a las religiosas, hago un llamamiento especial a los fieles laicos y los benefactores de los conventos femeninos para que se ocupen, incluso por medio de los adecuados instrumentos legales, en garantizar y defender la independencia de los monasterios y sus propiedades.
A las religiosas perseguidas les garantizo mis constantes oraciones, y las invito a resistir con firmeza y valentía y ofrecer sus padecimientos por la conversión de quienes las persiguen. Que estas silenciosas esposas de Cristo se unan espiritualmente al doloroso calvario de las carmelitas mártires de Compiègne, las dieciséis monjas guillotinadas en la Francia del Terror por no haber querido abandonar su carmelo renunciando a sus votos religiosos. La heroica resistencia de aquellas hermanas consagradas, perseguidas in odium fidei por los sanguinarios de la Revolución, sírvales de ejemplo en estos tiempos de apostasía en que la persecución anticatólica y la furia ideológica procede de quienes deberían proteger a las comunidades de vida contemplativa como el tesoro más valioso de la Iglesia y el baluarte más eficaz contra las ofensivas del Enemigo. De faltar la oración constante de esas benditas almas, el cuerpo de la Iglesia estará más desarmado todavía en el momento en que arrecia con más vigor esta épica batalla.
Como las vírgenes prudentes de la parábola (Mt.25,1-13), manténganse las religiosas fieles a su divino Esposo y aguarden su llegada con las lámparas encendidas. Estos tiempos tenebrosos pasarán, y junto con ellos los renegados que con tanta furia las atacan.
Las más altas instancias vaticanas deberán responder ante Dios de estos pecados gravísimos de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, con sus inquietantes connotaciones ideológicas, así como del abuso de autoridad contra los bienes de la Iglesia y la salvación de las almas. Que el Señor abra los ojos de muchos que todavía no quieren reconocer la apostasía que aflige a la Iglesia Católica.
+Carlo Maria Viganò, arzobispo
Ex nuncio en los Estados Unidos