Dios es nuestra Madre
"Es una característica de Dios hacer que el bien venza el mal.
Por tanto Jesucristo, que opuso venció también El, con el bien, el mal; es nuestra verdadera Madre: nosotros recibimos nuestro “Ser” de El - y aquí inicia Su Maternidad - y con ella la dulce Protección y Custodia del Amor que nunca dejará de circundarnos.
Como es verdad que Dios es nuestro Padre, así es verdad que Dios es nuestra Madre.
Y esta verdad El me la mostró en todas las cosas, pero especialmente en aquellas dulces palabras cuando dice: « Yo soy el que soy ».
Es como decir, yo soy la Potencia y la Bondad del Padre; yo soy la Sabiduría de la Madre; yo soy la Luz y la Gracia que es amor beato; yo soy la Trinidad; yo soy la Unidad, yo soy la soberana Bondad de todas las cosas, yo soy Aquél que te hace amar, yo soy Aquel que te hace desear, yo soy la satisfacción infinita de todos los verdaderos deseos. (...)
Nuestro altísimo Padre, Dios omnipotente, que es el Ser, nos conoce y nos ama desde siempre: en un tal conocimiento, por Su maravillosa y profunda caridad y por el consenso unánime de toda la Trinidad beata, El quiso que la Segunda Persona fuese nuestra Madre, nuestro Hermano, nuestro Salvador.
Es por tanto lógico que Dios, siendo Padre nuestro, sea también nuestra Madre. El Padre nuestro quiere, la Madre nuestra opera y nuestro buen Señor, el Espíritu Santo, confirma; por ésto a nosotros nos conviene amar a nuestro Dios, en el que tenemos el Ser, darle gracias reverentemente y alabarlo por habernos creado, y rezar ardientemente a nuesta Madre para obtener misericordia y piedad, y rezar a nuestro Señor, el Espiritu Santo , para obtener ayuda y gracia.
Y vi con completa certeza que Dios, antes de crearnos, nos ha amado, y Su amor nunca ha disminuido, y nunca lo hará.En este amor El ha hecho todas Sus obras, y en este amor El hace que todas las cosas sean para nuestro provecho; y en este amor nuestra vida es eterna.
En la creación hemos tenido un inicio, pero el amor con el que El nos ha creado estaba en El desde siempre : y en este amor nosotros tenemos nuestro inicio.
Y todo ello nosotros lo veremos en Dios, eternamente."
De las “Rivelazioni dell’amore divino” de santa Juliana de Norwich (1342-1416), (LIX, LXXXVI).
Oración
¡Te confío mis bienamados ‘hijos’, y te ruego, sumo y eterno Padre, que no los dejes huérfanos!
Visítales con tu gracia, porque, muertos a ellos mismos, vivan en la luz perfecta y verdadera; en el dulce vínculo de tu amor, únelos ¡Y así mueran consumados por la caridad ! (de S. Caterina da Siena, passione per la Chiesa, Scritti scelti, pag. 192)
Preparado por el "Movimento de los Focolares"
Santa Juliana de Norwich
En cierta oportunidad, en la primavera de 1373, cuando Juliana tenía unos 30 años, enfermó gravemente. Recuerden que muchas plagas asolaban a Europa durante la Edad Media. La muerte no era llevadera para esa gente, pero tampoco era la sorpresa y el horror que significa para nosotros hoy, con todos nuestros seguros de vida, leyes laborales e ilusiones que podemos forjarnos en contra del sufrimiento y las pérdidas.
Mientras el sol de primavera calentaba más fuerte, Juliana continuaba debilitándose , parecía preparada para moverse de esta vida con todos sus males y pérdidas hacia las altas tierras del cielo en donde ella había puesto su corazón. En esos días al menos, le parecía que valía la pena dejar la tierra e ir al cielo, su futuro hogar.
En la mañana del 13 de mayo una hermana en Cristo se acurrucó al lado de la cama de Juliana para orar junto a la débil y gris figura. Estaba como desmayada, sus pies y manos seguían enfriándose. Estaba perdiendo el sentido. Una Cruz colgaba en la pared en frente a su cama, y en esa Cruz fijó sus ojos.
La oscuridad comenzaba a acercarse. Sintió algo como náusea y frío al mismo tiempo y un entumecimiento apareció en su cara. La muerte la estaba tomando. Con la última onza de fortaleza terrenal, peleó para mantener sus ojos sobre el Cristo crucificado. Allí, ella estaba aterrada por la grandeza de lo que vio, como más tarde expresara por escrito: “…que El, quien es tan alto, haya venido tan bajo por amor”.
Quizás pensó que su Señor crucificado y levantado había venido para tomarla a Sí mismo para la eternidad. Pero no había sido tan afortunada en esa mañana de mayo. El le devolvió su espíritu. Su visión del asombroso amor de Cristo llegó con órdenes selladas de lo alto.
Sus amigos quedaron sorprendidos cuando el flujo de vida volvió a la cara de Juliana. Ella estaba llena de vida, aunque exhausta por la dura prueba. El resultado de la experiencia fue una transformación completa.
Su alma entró en quietud, elevada, serena, real y como pájaro que puede volar en círculos por encima de la tierra.
Ella había vuelto, según parecía, con una misión. Durante los 43 años siguientes, hasta su muerte apacible en 1416, luchó para dejar el testimonio escrito de lo que la visión le había mostrado acerca del amor de Dios. Y no sólo fue esta la única visión que tuvo, le siguieron otras también;su mirada interior habían sido abierta.
Una vez que el alma está abierta, sabemos cómo mirar para ver más allá de nosotros mismos. Lo que hizo de la intención de escribir de Juliana una batalla fue la dificultad de poner en lenguaje humano, completamente inadecuado, un conocimiento de profundo de las cosas que viene de lo alto.
Cada cristiano que tuvo una fe de calidad mística, ha tenido este problema. De todos modos, Juliana trató de poner por escrito el primer recuento de su visión tan pronto como le fue permitido dejar su lecho de enferma.
“Revelaciones de Amor Divino” es considerado por algunos como sin igual en la literatura espiritual de Inglaterra. Es simple atractivo y profundo. Juliana fue guiada genuinamente de modo natural y simple.
Aún más, sus escritos exploran y dan respuesta a profundos misterios de la fe cristiana, tales como: ¿Cómo puede el hombre tener libre albedrío y a la vez ser predestinado? ¿Cómo se puede culpar al hombre por su caída si Dios, quien es más grande, sabía lejos en el tiempo que él pecaría? ¿Cúal es la respuesta de Dios al sufrimiento de los inocentes?
Le preocupaba mucho el destino de aquellos que no habiendo conocido a Cristo, morían sin redención. Una de sus afirmaciones típicas que era parte de las respuestas en sus visiones fue la célebre frase: “de que todo estará bien, y todo estará bien, y toda clase de cosa irá bien”, por la cuál se la identifica como una mística optimista.
Ella afirmaba que aún lo que no comprendemos es fruto del amor de Dios y en esa certeza fundaba sus esperanzas.
Vivió el resto de su vida como ermitaña en una pequeña choza, cerca de la iglesia de Norwich. Oraba y contemplaba las visiones que le habían sido reveladas. Fue visitada por muchas personas, a las cuales ayudaban con sus consejos y don de discernimiento espiritual.
Se sabe que murió en paz, en fecha incierta. (Hay versiones contradictorias)
Sus escritos tienen algún parentesco con la mística del conocido pero anónimo “La Nube del No Saber”.
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