Historia de la Virgen de la Medalla Milagrosa
Historia de las Apariciones de la Virgen a Santa Catalina Labouré, París – Francia
18 de Julio – 185º AniversarioAño: 1830 / Lugar: Rue-du-Bac, París, FranciaNuestra Señora de las Gracias y de la Medalla MilagrosaVidente: Santa Catalina Labouré (1806-1876)
Santa Catalina Labouré fue una religiosa de las Hijas de la Caridad, vidente de cuatro Apariciones de la Santísima Virgen, a quien le fue encargada la misión de transmitir el pedido de Nuestra Señora de crear la Medalla Milagrosa.
Nació en Fain-lès-Moutiers, Borgoña, Francia, el 2 de Mayo de 1806. Fue la octava de los diez hijos del granjero Pierre Labouré. Perdió a su madre a los 8 años y fue criada por su tía. Al cumplir los doce años volvió a la granja de su padre y allí fue puesta a cargo de todos los oficios de la cocina y los animales (vacas, alimentación de los cerdos y 800 palomas).
Entró al convento el 22 de Enero de 1830 y después de tres meses de postulantado, el 21 de abril fue trasladada al noviciado de París en el número 140 de la Rue du Bac. Días después asistió al traslado de las reliquias de San Vicente (25 de abril de 1830).
La novicia Sor Catalina estaba presente cuando trasladaron los restos de su fundador, San Vicente de Paul, a la nueva iglesia de los Padres Paúles, a sólo unas cuadras de su noviciado. En esta capilla, durante la novena, Catalina vio el corazón de San Vicente en varios colores. De color blanco, significando la unión que debía existir, entres las Congregaciones fundadas por San Vicente. De color rojo, significando el fervor y la propagación que habían de tener dichas Congregaciones. De color rojo oscuro, significando la tristeza por el sufrimiento que ella padecería.
Oyó interiormente una Voz: “El corazón de San Vicente está profundamente afligido por los males que van a venir sobre Francia.”
La misma Voz añadió un poco más tarde: “El corazón de San Vicente está más consolado por haber obtenido de Dios, a través de la intercesión de la Santísima Virgen María, el que ninguna de las dos Congregaciones perezca en medio de estas desgracias, sino que Dios hará uso de ellas para reanimar la fe.”
Visiones del Señor en la Eucaristía:
Durante los 9 meses de su noviciado en la Rue du Bac, sor Catalina tuvo también la Gracia especial de ver todos los días al Señor en el Santísimo Sacramento. El Domingo de la Santísima Trinidad, 6 de Junio de 1830, el Señor se mostró durante el evangelio de la Misa como un Rey, con una Cruz en el Pecho. De pronto, los ornamentos reales de Jesús cayeron por tierra, lo mismo que la Cruz, como despojo despreciable. Inmediatamente —escribió sor Catalina— tuve las ideas más negras y terribles: Que el Rey de la Tierra estaba perdido y sería despojado de Sus vestiduras reales. Sí, se acercaban cosa malas.
Narra Santa Catalina:
Nos habían distribuido a las novicias un pedazo del roquete de lino de San Vicente. Yo corté la mitad y me lo tragué, durmiéndome con el pensamiento de que San Vicente me obtendría la gracia de ver a la Santísima Virgen. En fin, a las once y media de la noche, oí que me llamaban por el nombre: ‘¡Hermana mía! ¡Hermana mía!’ Despertando, corro la cortina y veo un niño de cuatro o cinco años, vestido de blanco, que me dice: ‘Ven a la Capilla; la Santísima Virgen os espera.’
Me vestí deprisa y me dirigí hacia el niño, que permanecía de pie. Yo lo seguí, siempre a mi izquierda. Por todos los lugares donde pasábamos, las luces estaban encendidas, lo que me sorprendía mucho. Sin embargo, quedé mucho más asombrada, cuando entré en la Capilla: la puerta se abrió; mas el niño la había tocado con la punta del dedo. Y mi sorpresa fue aún más completa cuando vi todas las velas y candelabros encendidos, lo que me recordaba la Misa de media noche.
El niño la llevó al presbiterio, junto al sillón destinado al Padre Director, donde solía predicar a las Hijas de la Caridad, y allí se puso de rodillas, y el niño permaneció de pie todo el tiempo al lado derecho. La espera le pareció muy larga, ya que con ansia deseaba ver a la Virgen. Miraba ella con cierta inquietud hacia la tribuna derecha, por si las hermanas de vela, que solían detenerse para hacer un acto e adoración, la veían.
Por fin, llegó la hora. El niño me previno: “¡He aquí la Santísima Virgen! ¡Aquí está Ella!” Yo oí como un ligero ruido de vestido de seda, que venía del lado del presbiterio, cerca del cuadro de San José, y que posaba sobre los escalones del altar, del lado del Evangelio, en una silla igual a la de Santa Ana.
Sor Catalina en el fondo de su corazón dudaba si verdaderamente estaba o no en presencia de la Reina de los Cielos, pero el niño le dijo: ‘Mirad a la Virgen’. Le era casi imposible describir lo que experimentaba en aquel instante, lo que pasó dentro de ella, y le parecía que no veía a la Santísima Virgen. Entonces el niño le habló, no como niño, sino como el hombre más enérgico y con palabras muy fuertes: ‘¿Por ventura no puede la Reina de los Cielos aparecerse a una pobre criatura mortal en la forma que más Le agrade?’
Entonces, mirando a la Virgen, me puse en un instante a su lado, me arrodillé en el presbiterio, con las manos apoyadas en las rodillas de la Santísima Virgen. Fue el momento más dulce de vida —afirma la santa—. Me sería imposible expresar todo lo que sentí.
Ella me dijo cómo debía portarme con mi director, la manera de comportarme en las penas y acudir (mostrándome con la mano izquierda) a arrojarme al pie del altar y desahogar allí mi corazón, pues allí recibiría todos los consuelos de que tuviera necesidad. Entonces le pregunté que significaban las cosas que yo había visto (el significado de todas las apariciones y revelaciones que había tenido de San Vicente y del Señor), y Ella me lo explicó todo.
Nuestra Señora me dijo:
“… Hija Mía, el buen Dios quiere encargaros una misión. Tendréis mucho que sufrir, mas superaréis estos sufrimientos pensando que lo hacéis para la Gloria del buen Dios. No te faltarán contradicciones; mas te asistirá la Gracia; no temas. Háblale a tu director con confianza y sencillez; ten confianza no temas. Verás ciertas cosas; díselas. Recibirás inspiraciones en la oración.
Los tiempos son muy calamitosos. Han de llover desgracias sobre Francia. El trono será derribado. El mundo entero se verá afligido por calamidades de todas clases.”
(Al decir esto, la Santísima Virgen tenía un aire muy apenado).
“Pero venid al pie de este altar. Aquí las Gracias serán derramadas… a todos los que las pidan con fervor; a todos, grandes y pequeños, ricos y pobres.
Deseo derramar Gracias sobre tu comunidad; lo deseo ardientemente. Me causa dolor el que haya grandes abusos en la observancia, el que no se cumplan las reglas, el que haya tanta relajación en ambas comunidades, a pesar de que hay almas grandes en ellas. Díselo al que está encargado de ti, aunque no sea el superior. Pronto será puesto al frente de la comunidad. Él deberá hacer cuanto pueda para restablecer el vigor de la Regla. Cuando esto suceda otra comunidad se unirá a las de ustedes.
Vendrá un momento en que el peligro será grande; se creerá todo perdido; entonces Yo estaré contigo, ten confianza. Reconocerás Mi Visita y la Protección de Dios y de San Vicente sobre las dos comunidades…
Mas no será lo mismo en otras comunidades, en ellas habrá víctimas…
(Lágrimas en Sus Ojos).
El Clero de París tendrá muchas víctimas. Morirá el Señor Arzobispo.
Hija Mía, será despreciada la Cruz, y el Corazón de Mi Hijo será otra vez traspasado; correrá la sangre por las calles.
(La Virgen no podía hablar del Dolor, las Palabras se anudaban en Su garganta; semblante pálido).
El mundo entero se entristecerá.
Ella piensa: ¿Cuándo ocurrirá esto? Y una Voz interior asegura:
“Cuarenta años y diez, y después la Paz.”
La Virgen, después de estar con ella unas dos horas, desaparece de la vista de Sor Catalina como una sombra que se desvanece.
Todas las profecías se cumplieron:
- La misión de Dios pronto le fue indicada con la revelación de la Medalla Milagrosa.
- Una semana después de esta Aparición estallaba la revolución. Los revoltosos ocupaban las calles de París, saqueos, asesinatos, y finalmente era destronado Carlos X, sustituido por el ‘rey ciudadano’ Luis Felipe I, gran maestro de la masonería.
- El Padre Aladel es nombrado en 1846, Superior de las Hijas de la Caridad, establece la observancia de la Regla, y hacia la década del 60 otra comunidad femenina se une a las Hijas de la Caridad.
- En 1870 (a los 40 años) llegó el momento del gran peligro, con los horrores de la Comuna y el fusilamiento del Arzobispo, Monseñor Darboy, y otros muchos Sacerdotes.
- Sólo queda por cumplir la última parte.
Cuatro meses habían transcurrido desde la Primera Aparición de Nuestra Señora, que dejara en Santa Catalina profundas añoranzas y un inmenso deseo de volver a ver a la Madre de Dios. He aquí cómo en sus manuscritos la propia novicia de las Hijas de la Caridad narra la Segunda Aparición:
El día 27 de Noviembre de 1830… Vi a la Santísima Virgen. Era de estatura mediana, estaba de pie, vestida con un traje de seda blanco aurora, hecho a la manera que se llama á la Viergé, con mangas lisas y un velo blanco que le cubría la Cabeza y descendía de cada lado hasta abajo. Bajo el velo, vi Sus cabellos lisos, separados en el medio, y por encima un bordado de más o menos tres centímetros de altura, sin flecos; esto es, apoyado ligeramente sobre los cabellos. El Rostro bastante encubierto, los Pies apoyados sobre media esfera, y teniendo en las Manos una esfera de oro, que representaba el Globo. Tenía las Manos a la altura de la cintura, de una manera muy natural, y los Ojos elevados al Cielo… Aquí Su Rostro era magníficamente bello. Yo no sabría describirlo… Y poco después, de repente, percibí, en esos dedos, anillos con piedras, unas más bellas que las otras, unas mayores y otras menores, que lanzaban rayos, a cual más bello. Partían de las piedras mayores los más bellos rayos, siempre ensanchándose hacia los extremos, llenando toda la parte de abajo. El globo de oro se desvaneció de entre las Manos de la Virgen. Sus Brazos se extendieron abiertos, mientras los rayos de Luz seguían cayendo sobre el globo blanco de Sus Pies. Yo no veía más Sus Pies…
En ese momento en que estaba contemplando, la Santísima Virgen bajó los Ojos, mirándome fijamente. Una Voz se hizo oír, diciéndome estas Palabras:
“La esfera que ves representa el mundo entero, especialmente Francia… y cada persona en particular…”
Aquí yo no sé expresar lo que sentí y lo que vi, la belleza y el fulgor, los rayos tan bellos…
“Estos rayos son el símbolo de las Gracias que Yo derramo sobre las personas que Me las piden. Las perlas que no emiten rayos son las gracias de las almas que no piden.”
Me hacía así comprender cuánto es agradable rezar a la Santísima Virgen y cuánto Ella es generosa con las personas que le rezan; cuántas Gracias concede a las personas que le ruegan; qué alegría Ella siente concediéndolas…
En ese momento, se formó un cuadro en torno de la Santísima Virgen, un poco ovalado, donde había en lo alto estas palabras: ‘Oh, María, Sin Pecado Concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos’, escritas en letras de oro. (…) Entonces, una Voz se hizo oír, que me dijo:
“Haced, haced acuñar una Medalla con este modelo. Todas las personas que la usen recibirán grandes Gracias, llevándola en el cuello. Las Gracias serán abundantes para las personas que la usen con confianza…”
En ese instante, el cuadro me pareció volverse, y ahí vi el reverso de la Medalla. En él aparecía una M, sobre la cual había una Cruz descansando sobre una barra, la cual atravesaba la letra hasta un tercio de su altura, y debajo los Corazones de Jesús y de María, de los cuales el primero estaba circundado de una Corona de Espinas, y el segundo traspasado por una Espada. En torno había doce estrellas.
La misma Aparición se repitió, con las mismas circunstancias, hacia finales de Diciembre de 1830 y principios de Enero de 1831.
Con el mismo vestido color de aurora y el mismo velo, la Virgen María se hacer ver, sosteniendo nuevamente un globo de oro, rematado por una pequeña cruz. De los mismos anillos, adornados de piedras preciosas, irradiaba con intensidades diversas, la misma Luz: Es imposible expresar lo que sentí —decía ella— y todo cuanto comprendí en el momento en que la Santísima Virgen ofrecía el Globo a Nuestro Señor.
Estando ocupada en contemplar a la Santísima Virgen, una Voz se hizo oír en el fondo de mi corazón: ‘Estos rayos son el símbolo de las Gracias que la Santísima Virgen obtiene para las personas que se las piden. Esas líneas deben ser colocadas como leyenda debajo de la Santísima Virgen.’
Yo estaba de buenos sentimientos, cuando todo desapareció como algo que se apaga; y me quedé repleta de alegría y consolación.
Así concluye el ciclo de las Apariciones de la Santísima Virgen a Santa Catalina, que recibe, no obstante, un consolador Mensaje:
“Hija Mía, de ahora en adelante no Me veréis más. Sin embargo, oiréis Mi Voz durante la oración.”
Preocupada por saber lo que era necesario poner del lado reverso de la Medalla, tras muchas oraciones, un día, en la meditación, me pareció oír una Voz, que me decía:
“La M y los Dos Corazones son bastante elocuentes.”
El Padre Aladel, confesor de Santa Catalina, a quien ésta, todo relataba, se mostraba frío e incrédulo, considerándola soñadora, visionaria, alucinada. Transcurrieron dos años de tormento: “Nuestra Señora quiere… Nuestra Señora está descontenta… es necesario acuñar la Medalla”, —le insiste la Santa—. Por fin, después de consultar al Arzobispo de París, Monseñor de Quélen, que le anima a llevar adelante la empresa, el Padre Aladel encarga a la Casa Vachette las primeras 20.000 medallas, en 1832.
La ejecución de las medallas iba a comenzar, cuando una epidemia de cólera, venida de Rusia a través de Polonia, irrumpió en París el 26 de Marzo, en pleno Carnaval, segando vidas, como en un sobrecogedor cántico fúnebre… En un solo día, hubo 861 víctimas mortales. En total fueron registradas oficialmente 18.400 muertes. En realidad, hubo más de 20.000. Las descripciones de la época son aterradoras: en cuatro o cinco horas, el cuerpo de un hombre en perfecta salud se reducía al estado de un esqueleto. En un abrir y cerrar de ojos, jóvenes llenos de vida tomaban el aspecto de viejos carcomidos, y poco después, no eran sino cadáveres.
En los últimos días de Mayo, cuando la epidemia parecía menguar, se comenzaron a acuñar las primeras Medallas. En la segunda quincena de Junio, sin embargo, un nuevo brote del tremendo castigo duplica el pánico del pueblo… Finalmente, el día 30, la casa Vachette entrega las primeras 1.500 medallas, que son distribuidas por las Hijas de la Caridad y abren el cortejo sin fin de las gracias y de los milagros.
La Medalla se llamaba originalmente: ‘De la Inmaculada Concepción’, pero al expandirse la devoción y haber tantos milagros concedidos a través de ella, se le llamó popularmente ‘La Medalla Milagrosa’.
Cuerpo Incorrupto
Durante cuarenta y cinco años Sor Catalina hizo los oficios más humildes: cocina, atención a ancianos, portería. Falleció el 31 de Diciembre de 1876, sin haber revelado sus visiones a nadie, salvo su director espiritual.
Exhumado su cuerpo, en 1933, fue encontrado en perfecta conservación y se encuentra actualmente en un féretro de cristal, en la Capilla de Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa, en la Rue du Bac, París.