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UN MES EN LA ESCUELA DEL SAGRADO CORAZON DE JESUS
Venid a mí todos… y aprended de mí, porque soy
manso y humilde de Corazón. (Jesús de Teresa)
Cuando el corazón le di / Puse en mí este letrero: /
Que muero porque no muero. (Teresa de Jesús)
Prólogo
Pensar como Cristo Jesús, sentir como Cristo Jesús, amar como Cristo Jesús, obrar
como Cristo Jesús, conversar como Cristo Jesús, hablar como Cristo Jesús, conformar,
en una palabra, toda nuestra vida con la de Cristo, revestirnos de Cristo Jesús, he aquí
el único negocio y ocupación esencial, primera de todo cristiano. Porque cristiano
quiere decir alter Christus, otro Cristo, y nadie puede salvarse si no fuere hallado
conforme con la imagen de Cristo. Mas para conformarnos con la vida de Cristo Jesús
es ante todo menester estudiarla, saberla, meditarla y no solo en su corteza exterior,
sino entrando en los sentimientos, afectos, deseos, intenciones de Cristo Jesús, para
hacerlo todo en unión perfecta con Él.
Coadyuvar a este fin altísimo y perfectísimo es lo que nos proponemos al convidar a los
fieles a pasar o asistir a lo menos un mes a la escuela del Sagrado Corazón de Jesús. No
sabemos si será en nosotros temeridad pretensión tan divina; pero el amor y confianza
que la bondad de Jesús nos inspira y el deseo de engolosinar a las almas con un bien el
más necesario, nos hace atrevidos. El buen Jesús, pues, nos perdone el intentar
descubrir a los fieles las investigables riquezas de su infinito amor según las luces que
nos dé. ¡Oh! penetrar en el Sancta Sanctorum de su Corazón adorable recon8ocemos es
una temeridad; pero, repetimos, el mismo Señor Jesús con su bondad y sus palabras
nos convida a ello. Pues, ¿cómo, por ejemplo, aprenderemos su mansedumbre y
humildad; cómo en cada acción nos pondremos delante a Cristo para imitarle si no
conocemos los sentimientos de su corazón al practicarlos? Porque Cristo vivió, comió,
durmió, habló, calló, anduvo, se cansó, descansó, sudó y tuvo hambre, sed, pobreza,
etc., etc., trabajó, en una palabra, padeció y murió por nosotros, por nuestra salud.
¿Por qué, pues, no nos hemos de hacer o representar a Jesús práctico, real, digámoslo
así, y no teórico o ideal, que es causa de que no le amemos e imitemos en todas las
cosas como debemos?
Porque cuando yo digo Cristo Jesús me represento a un niño agraciado, o a un joven
gallardo o de edad madura, con todas las gracias y encantos que la Divinidad podía
derramar en un alma y cuerpo humanos; pero también al mismo tiempo me lo
represento sujeto a todas nuestras miserias, excepto el pecado, por mi amor; porque
es nuestro hermano, carne de nuestra carne, sangre de nuestra sangre y hueso de
nuestros huesos. Este es, pues, mi Jesús, Dios y Hombre verdadero, vivo, personal, que
se dejó ver en la tierra y vivió, conversó con nosotros, hombres, por treinta y tres años,
ya que por nuestra salud siendo Verbo Eterno del Padre descendió del cielo, se
encarnó, padeció, murió, resucitó, subió a los cielos y se quedó entre nosotros hasta la