CIUDAD DEL VATICANO, miércoles 23 de febrero de 2011 (ZENIT.org).- A pesar de ser sobrino de un papa y de haber vivido casi toda su vida en los “ambientes mundanos” del gobierno y de la diplomacia, el Papa no dudó hoy en proponer a san Roberto Bellarmino como modelo de obispo “sencillo y lleno de celo apostólico”.
De este santo, autor de numerosas obras de espiritualidad y de doctrina, y de haber contribuido enormemente a la Iglesia de los siglos XVI y XVII, el Papa quiso destacar su faceta como hombre de oración y contemplación.
“Belarmino enseña con gran claridad y con el ejemplo de su propia vida que no puede haber una verdadera reforma de la Iglesia si primero no se da nuestra reforma personal y la conversión de nuestro corazón”, subrayó el Papa.
Roberto Bellarmino (1542-1621) constituyó una figura fundamental para la Iglesia de la Contrarreforma, al sistematizar la concepción de la Iglesia, en respuesta a la crisis provocada por la Reforma luterana.
Nacido en Montepulciano (Italia), ingresó muy joven en la Compañía de Jesús. Fue primeramente profesor de Teología en Lovaina y en Roma, época en que elaboró una de sus obras más famosas, Controversia.
“Había terminado hacía poco tiempo el Concilio de Trento y para la Iglesia católica era necesario reforzar y confirmar su propia identidad también respecto a la Reforma protestante. La acción de Belarmino se insertó en este contexto”, explicó el Pontífice.
Su obra constituye, afirmó, “un punto de referencia, todavía válido, para la eclesiología católica sobre las cuestiones acerca de la Revelación, la naturaleza de la Iglesia, los Sacramentos y la antropología teológica”.
“En estos se acentúa el aspecto institucional de la Iglesia, con motivo de los errores que circulaban sobre tales cuestiones”.
En esta obra monumental, que intenta sistematizar las varias controversias teológicas de la época, el santo “evita todo corte polémico y agresivo respecto a las ideas de la Reforma, y usa los argumentos de la razón y de la Tradición de la Iglesia e ilustra de un modo claro y eficaz la doctrina católica”, subrayó el Papa.
A pesar de su brillantez como teólogo, prosiguió el Papa, su legado “se encuentra en la forma en la que concibió su trabajo. Los tediosos oficios de gobierno no le impidieron, de hecho, caminar hacia la santidad con la fidelidad a las exigencias de su propio estado de religioso, sacerdote y obispo”.
“Siendo, como sacerdote y obispo, antes que nada un pastor de almas, sintió el deber de predicar asiduamente”, explicó.
“Su predicación y sus catequesis tienen este mismo carácter de sencillez que obtuvo de la educación jesuita, toda dirigida concentrar las fuerzas del alma en Jesús, profundamente conocido, amado e imitado”.
San Belarmino ofrece “un modelo de oración, alma de toda actividad: una oración que escucha la Palabra del Señor, que se colma con la contemplación de la grandeza, que no se encierra en sí misma, que se alegra de abandonarse a Dios”.
El santo, “que vivió en la fastuosa y a menudo malsana sociedad de los últimos años del siglo XVI y la primera del siglo XVII, de esta contemplación recoge aplicaciones prácticas y proyecta la situación de la Iglesia de su tiempo con animosa inspiración pastoral”.
Sus enseñanzas, concluyó el Papa, “nos recuerdan que el fin de nuestra vida es el Señor, el dios que se ha revelado en Jesucristo, en el cual Él continua llamándonos y prometiéndonos la comunión con Él”.
“Nos recuerdan la importancia de confiar en el Señor, de vivir una vida fiel al Evangelio, de aceptar e iluminar con la fe y con la oración toda circunstancia y toda acción de nuestra vida, siempre deseosos de la unión con Él”.
De este santo, autor de numerosas obras de espiritualidad y de doctrina, y de haber contribuido enormemente a la Iglesia de los siglos XVI y XVII, el Papa quiso destacar su faceta como hombre de oración y contemplación.
“Belarmino enseña con gran claridad y con el ejemplo de su propia vida que no puede haber una verdadera reforma de la Iglesia si primero no se da nuestra reforma personal y la conversión de nuestro corazón”, subrayó el Papa.
Roberto Bellarmino (1542-1621) constituyó una figura fundamental para la Iglesia de la Contrarreforma, al sistematizar la concepción de la Iglesia, en respuesta a la crisis provocada por la Reforma luterana.
Nacido en Montepulciano (Italia), ingresó muy joven en la Compañía de Jesús. Fue primeramente profesor de Teología en Lovaina y en Roma, época en que elaboró una de sus obras más famosas, Controversia.
“Había terminado hacía poco tiempo el Concilio de Trento y para la Iglesia católica era necesario reforzar y confirmar su propia identidad también respecto a la Reforma protestante. La acción de Belarmino se insertó en este contexto”, explicó el Pontífice.
Su obra constituye, afirmó, “un punto de referencia, todavía válido, para la eclesiología católica sobre las cuestiones acerca de la Revelación, la naturaleza de la Iglesia, los Sacramentos y la antropología teológica”.
“En estos se acentúa el aspecto institucional de la Iglesia, con motivo de los errores que circulaban sobre tales cuestiones”.
En esta obra monumental, que intenta sistematizar las varias controversias teológicas de la época, el santo “evita todo corte polémico y agresivo respecto a las ideas de la Reforma, y usa los argumentos de la razón y de la Tradición de la Iglesia e ilustra de un modo claro y eficaz la doctrina católica”, subrayó el Papa.
A pesar de su brillantez como teólogo, prosiguió el Papa, su legado “se encuentra en la forma en la que concibió su trabajo. Los tediosos oficios de gobierno no le impidieron, de hecho, caminar hacia la santidad con la fidelidad a las exigencias de su propio estado de religioso, sacerdote y obispo”.
“Siendo, como sacerdote y obispo, antes que nada un pastor de almas, sintió el deber de predicar asiduamente”, explicó.
“Su predicación y sus catequesis tienen este mismo carácter de sencillez que obtuvo de la educación jesuita, toda dirigida concentrar las fuerzas del alma en Jesús, profundamente conocido, amado e imitado”.
San Belarmino ofrece “un modelo de oración, alma de toda actividad: una oración que escucha la Palabra del Señor, que se colma con la contemplación de la grandeza, que no se encierra en sí misma, que se alegra de abandonarse a Dios”.
El santo, “que vivió en la fastuosa y a menudo malsana sociedad de los últimos años del siglo XVI y la primera del siglo XVII, de esta contemplación recoge aplicaciones prácticas y proyecta la situación de la Iglesia de su tiempo con animosa inspiración pastoral”.
Sus enseñanzas, concluyó el Papa, “nos recuerdan que el fin de nuestra vida es el Señor, el dios que se ha revelado en Jesucristo, en el cual Él continua llamándonos y prometiéndonos la comunión con Él”.
“Nos recuerdan la importancia de confiar en el Señor, de vivir una vida fiel al Evangelio, de aceptar e iluminar con la fe y con la oración toda circunstancia y toda acción de nuestra vida, siempre deseosos de la unión con Él”.