DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
AL CONGRESO INTERNACIONAL
DE LA CONFEDERACIÓN BENEDICTINA
Sala de los Suizos del palacio pontificio de Castelgandolfo
Sábado 20 de septiembre de 2008
AL CONGRESO INTERNACIONAL
DE LA CONFEDERACIÓN BENEDICTINA
Sala de los Suizos del palacio pontificio de Castelgandolfo
Sábado 20 de septiembre de 2008
Queridos padres abades;
queridas hermanas abadesas:
queridas hermanas abadesas:
Con gran alegría os acojo y os saludo con ocasión del congreso internacional que cada cuatro años reúne en Roma a todos los abades de vuestra Confederación y a los superiores de los prioratos independientes, para reflexionar y discutir sobre las modalidades con las cuales encarnar el carisma benedictino en el actual contexto social y cultural, y responder a los desafíos siempre nuevos que plantea al testimonio del Evangelio. Saludo, ante todo, al abad primado dom Notker Wolf y le agradezco las palabras que me ha dirigido en nombre de todos. Saludo, asimismo, al grupo de abadesas, que han venido en representación de laCommunio Internationalis Benedictinarum, así como a los representantes ortodoxos.
En un mundo desacralizado y en una época marcada por una preocupante cultura del vacío y del "sin sentido", estáis llamados a anunciar sin componendas el primado de Dios y a realizar propuestas de posibles nuevos itinerarios de evangelización. El compromiso de santificación, personal y comunitaria, que queréis vivir y la oración litúrgica que cultiváis os habilitan para un testimonio de particular eficacia. En vuestros monasterios sois los primeros en renovar y profundizar diariamente el encuentro con la persona de Cristo, a quien tenéis siempre con vosotros como huésped, amigo y compañero. Por eso, vuestros conventos son lugares a donde hombres y mujeres, también en nuestra época, acuden para buscar a Dios y aprender a reconocer los signos de la presencia de Cristo, de su caridad, de su misericordia. Con humilde confianza no os canséis de compartir, con cuantos requieren vuestra asistencia espiritual, la riqueza del mensaje evangélico, que se resume en el anuncio del amor del Padre misericordioso, dispuesto a abrazar en Cristo a toda persona. Así seguiréis dando vuestra valiosa contribución a la vitalidad y a la santificación del pueblo de Dios, según el carisma peculiar de san Benito de Nursia.
Queridos abades y abadesas, sois custodios del patrimonio de una espiritualidad anclada radicalmente en el Evangelio. "Per ducatum evangelii pergamus itinera eius", dice san Benito en el Prólogo de su Regla. Precisamente esto os compromete a comunicar y dar a los demás los frutos de vuestra experiencia interior. Conozco y aprecio mucho la generosa y competente obra cultural y formativa que tantos monasterios vuestros llevan a cabo, especialmente en favor de las generaciones jóvenes, creando un clima de acogida fraterna que favorece una singular experiencia de Iglesia. En efecto, es de suma importancia preparar a los jóvenes para afrontar su futuro y responder a las múltiples exigencias de la sociedad teniendo como referencia constante el mensaje evangélico, que siempre es actual, inagotable y vivificante. Por tanto, dedicaos con renovado ardor apostólico a los jóvenes, que son el futuro de la Iglesia y de la humanidad. En efecto, para construir una Europa "nueva" es necesario comenzar por las nuevas generaciones, ofreciéndoles la posibilidad de aprovechar íntimamente las riquezas espirituales de la liturgia, de la meditación y de la lectio divina.
En realidad, esta acción pastoral y formativa es muy necesaria para toda la familia humana. En muchas partes del mundo, especialmente en Asia y África, hay gran necesidad de espacios vitales de encuentro con el Señor, en los cuales, a través de la oración y la contemplación, se recupere la serenidad y la paz consigo mismos y con los demás. Por tanto, con corazón abierto, no dejéis de salir al encuentro de las expectativas de cuantos, también fuera de Europa, expresan el vivo deseo de vuestra presencia y de vuestro apostolado para poder gozar de la riqueza de la espiritualidad benedictina. Dejaos guiar por el íntimo deseo de servir con caridad a todos los hombres, sin distinción de raza o de religión. Con libertad profética y sabio discernimiento, sed presencias significativas dondequiera que la Providencia os llame a estableceros, distinguiéndoos siempre por el equilibrio armonioso de oración y de trabajo que caracteriza vuestro estilo de vida.
Y ¿qué decir de la célebre hospitalidad benedictina? Es una peculiar vocación vuestra, una experiencia plenamente espiritual, humana y cultural. También aquí debe haber equilibrio: el corazón de la comunidad debe abrirse de par en par, pero los tiempos y los modos de la acogida han de ser bien proporcionados. Así podréis ofrecer a los hombres y a las mujeres de nuestro tiempo la posibilidad de profundizar el sentido de la existencia en el horizonte infinito de la esperanza cristiana, cultivando el silencio interior en la comunión de la Palabra de salvación. Una comunidad capaz de auténtica vida fraterna, fervorosa en la oración litúrgica, en el estudio, en el trabajo, en la disponibilidad cordial hacia el prójimo sediento de Dios constituye el mejor impulso para despertar en el corazón, especialmente de los jóvenes, la vocación monástica y, en general, un fecundo camino de fe.
Quiero dirigir unas palabras en especial a las representantes de las monjas y religiosas benedictinas. Queridas hermanas, también vosotras, como otras familias religiosas, sufrís por la escasez de nuevas vocaciones, sobre todo en algunos países. No os desaniméis; al contrario, afrontad estas dolorosas situaciones de crisis con serenidad y con la convicción de que a cada uno no se le pide tanto el éxito cuanto el compromiso de la fidelidad. Lo que se debe evitar absolutamente es la falta de adhesión espiritual al Señor y a la propia vocación y misión. En cambio, perseverando fielmente en ella, se confiesa con gran eficacia también ante el mundo la firme confianza en el Señor de la historia, en cuyas manos están los tiempos y el destino de las personas, de las instituciones, de los pueblos, y en sus manos debemos ponernos también por lo que respecta a las actuaciones históricas de sus dones. Haced vuestra la actitud espiritual de la Virgen María, dichosa de ser "ancilla Domini", totalmente disponible a la voluntad del Padre celestial.
Queridos monjes, monjas y religiosas, gracias por esta grata visita. Os acompaño con mi oración, para que en vuestros encuentros de estas jornadas del congreso podáis discernir las modalidades más oportunas para testimoniar visible y claramente, mediante el estilo de vida, el trabajo y la oración, el compromiso de una imitación radical del Señor. Que María santísima sostenga todos vuestros proyectos de bien, os ayude a tener siempre la mirada puesta en Dios, antes que en cualquier otra cosa, y os acompañe maternalmente en vuestro camino.
A la vez que invoco abundantes dones celestiales en apoyo de todos vuestros generosos propósitos, os imparto de corazón a vosotros y a toda la familia benedictina una especial bendición apostólica.