La espiritualidad benedictina es la espiritualidad del siglo XXI.
La espiritualidad benedictina es la espiritualidad del siglo XXI, porque aborda los problemas que afrontamos hoy: servicio, relaciones, autoridad, comunidad, equilibrio, trabajo, sencillez, oración y desarrollo espiritual psicológico. Su importancia radica en que la espiritualidad benedictina ofrece más un modo de vida y una actitud mental que un conjunto de prescripciones religiosas. Después de todo al modo de vida benedictino se le atribuye la salvación de la Europa cristiana de los estragos de la Edad Media. Y en una época que tiende de nuevo a la autodestrucción, al mundo puede interesarle preguntar cómo lo hizo.
La Regla benedictina no es un tratado de teología sistemática. Su lógica es la lógica de la vida cotidiana vivida en Cristo y vivida como es debido.
Algunos apuntes históricos sobre Benito.-
Benito de Nursia nació el año 480. Cuando era estudiante en Roma, se cansó de la decadente cultura circundante y se marchó a vivir una vida espiritual sencilla como ermitaño en la campiña de Subiaco, a unos cincuenta kilómetros de la ciudad. No mucho tiempo después, sin embargo, fue descubierto tanto por los habitantes de la zona como es por algunos discípulos que también buscaban un modo de vida más lleno de sentido. De estas relaciones brotó la vida monástica que, posteriormente, abarcaría toda Europa. En nuestros días hay más de catorce mil comunidades de hombres y mujeres benedictinos y cistercienses que viven bajo ésta regla.
Además de los monjes y monjas profesos que siguen el modo de benedictino, hay innumerables laicos del mundo entero que encuentran también en la regla una guía y un fundamento para su propia vida en medio de un mundo caótico y cuestionador.
Y el Señor, que busca a su obrero entre la muchedumbre del pueblo al que dirige esta llamada, dice de nuevo: <<¿Quién es el hombre que quiere la vida y desea ver días felices?» (Sal 34,13). Si tú, al oírlo, respondes «Yo», Dios te dice: «Si quieres poseer la vida verdadera y eterna, guarda tu lengua del mal y que tus labios no hablen con falsedad. Apártate del mal y haz el bien; busca la paz y síguela» (Sal 34,14-15). Y si hacéis esto, «pondré mis ojos sobre vosotros, y mis oídos oirán vuestras preces, y antes de que me invoquéis» diré: «Aquí estoy» (Is 58,9). ¿Qué cosa más dulce para nosotros, carísimos hermanos, que esta voz del Señor que nos invita? Ved cómo el Señor nos muestra piadosamente el camino de la vida. Ciñamos, pues, nuestra cintura con la fe y la práctica de las buenas obras y sigamos sus caminos guiados por el Evangelio, para merecer ver en su reino a «Aquel que nos llamó a su eterna presencia» (1 Tes 2,12).
Para Benito, según se ve, la vida espiritual no es una colección de prácticas ascéticas, sino un modo de estar en el mundo abierto a Dios y a los demás. Luchamos, como es natural, con tentaciones de separar ambas cosas. Es tan fácil decirnos que dejamos a un lado las necesidades de los demás porque estamos atendiendo las necesidades de Dios... Es tan fácil ir a la iglesia en lugar de a casa de un amigo cuya depresión nos deprime... Es tan fácil preferir el silencio a las exigencias de los hijos... Es mucho más fácil leer un libro de religión que escuchar al marido hablar de su trabajo o a la mujer de su soledad. Es mucho más fácil practicar la religión privatizada de las oraciones y las penitencias que pasar por tontos por culpa de la religión cristiana de la visión global y la paz. Sin embargo, en lo profundo de sí mismas todas las tradiciones espirituales, rechazan esas racionalizaciones: «¿Hay vida después de la muerte?», preguntó en una ocasión un discípulo a un venerable maestro. Y éste contestó: «La gran pregunta espiritual de la vida no es si hay vida después de la muerte. La gran pregunta espiritual es si hay vida antes de la muerte». Benito, obviamente, cree que la vida vivida plenamente es vida vivida en dos planos: atención a Dios y al bien de los demás.
Piadosos –dice este párrafo- son quienes nunca hablan destructivamente de otra persona–por ira, rencor o venganza– y quienes aportan un corazón abierto a un mundo cerrado y desgarrador.Los piadosos saben cuándo el mundo en que viven les sitúa en una resbaladiza pendiente muy distante del bien, la verdad y lo santo, y se niegan a tomar parte en ese declinante proceso. Y, lo que es más digno de mención, se aprestan a contrarrestarlo. No basta, da a entender Benito, con limitarse a distanciarse del mal. No basta, por ejemplo, con negarse a difamar a los demás, sino que debemos reparar su reputación; no basta con desaprobar los residuos tóxicos, sino que debemos actuar para salvar el planeta; no basta con preocuparse por los pobres, sino que debemos actuar para impedir la pobreza. Debemos ser personas que aportan creación a la vida: «Si hacéis esto -nos recuerda la regla-, "pondré mis ojos sobre vosotros, y mis oídos oirán vuestras preces"». Si hacéis esto, estaréis en presencia de Dios. Finalmente, en lo que concierne a Benito, la vida espiritual depende de que seamos unos pacificadores pacíficos.
La agitación elimina de nosotros la conciencia de Dios. Cuando nos motiva la agitación, cuando nos consume" la inquietud, nos sumimos en nuestros planes personales que tienen tendencia a ser siempre desproporcionados. Nos vemos atrapados en cosas que, bien analizadas, sencillamente carecen de importancia, son pasajeras y tienen que ver con vivir cómodamente en lugar de vivir como es debido. Perdemos los nervios porque los niños gritan o las máquinas se estropean o los semáforos duran demasiado. Perdemos el contacto con el centro de las cosas.
Al mismo tiempo, la tranquilidad pasiva no es el propósito de la vida benedictina. Esta espiritualidad llama a ser amables y dejar una estela de no violencia. Resulta sorprendente que un documento del siglo VI adoptara tal postura en un mundo violento.
En esta regla de vida sencillamente se ignora la violencia. La violencia no funciona. Ni la violencia política, ni la violencia social, ni la violencia física, ni siquiera la violencia que nos hacemos a nosotros mismos en nombre de la religión. Las guerras no han funcionado, ni tampoco el clasismo ni el fanatismo. El benedictismo, por otro lado, sencillamente no tiene como propósito doblegar, al cuerpo ni vencer al mundo, sino que se dispone, sencillamente, a sosegar un universo permeado por la violencia siendo una pacífica voz por la paz en un mundo que piensa que todo —las relaciones internacionales, la educación de los niños, el desarrollo económico e incluso todo en la vida espiritual- se lleva a cabo por la fuerza,
El benedictismo es una llamada a vivir en el mundo, no sólo sin alzar las armas contra los demás, sino haciendo el bien. El pasaje implica claramente que quienes hacen de la creación de Dios su enemigo sencillamente no «merecen ver en su reino a "Aquel que nos llamó a su eterna presencia"». .
Reflexiones extraídas del libro: La Regla De San Benito. Vocación de Eternidad. JOAN CHITTISTER, O.S.B.