«Pericóresis mariana»: propuesta de un itinerario espiritual
En este post, compartimos, a modo de hipótesis teológica, algunas reflexiones que nos han surgido después de una lectura atenta y meditada del Tratado de la Verdadera Devoción de San Luis María Grignon de Montfort. Lectura que recomendamos a todos nuestros lectores, como preparación al acto de Consagración a la Sabiduría Encarnada por manos de María Santísima, el cual es un excelente camino de santificación personal.
El Magisterio de la Iglesia nos enseña que la Santísima Virgen María «aplastó la soberbia cabeza de la Serpiente con su humildad, desde el primer instante de su Inmaculada Concepción» (León XIII, Acta Sanctae Sedis vol. XXIII, Cf. Gen 3,15). Por eso, la Sagrada Liturgia dice de Ella que es «Terribilis ut castrorum accies ordinata» (Terrible como un ejército en orden de batalla, Antífona de Vísperas del día de la Asunción). En esta hora de la historia de la salvación, los hijos de la Iglesia necesitamos como nunca refugiarnos bajo el manto protector y poderoso de la Madre de la Verdad, a fin de poder obtener, con Ella y en Ella, la victoria sobre todos nuestros enemigos.
Apoyándose en la fórmula litúrgica que cierra el Canon de la Santa Misa ─por Cristo, con Él y en Él, a ti Dios Padre Omnipotente, todo honor y toda gloria, por los siglos de los siglos─, San Luis María Grignon de Montfort propone la vivencia interior de su Consagración, reconociendo la causalidad múltiple ejercida por la Santísima Virgen sobre nosotros, en el mundo sobrenatural. Causalidad subordinada e intrínsecamente unida a la de su Divino Hijo. Es así que el esclavo de Jesucristo por María debe hacerlo todo por María, con María, para María y en María. Es en esta última característica en la que nos queremos detener y reflexionar: cómo vivir y hacerlo todo en María.
A modo de preámbulo, explicaremos brevemente lo que la teología católica entiende por circumincesión o pericóresis, para ver como esta realidad puede aplicarse de modo analógico a la relación de nuestra alma con Jesucristo y su Santa Madre.
El término latino circumincesión (en griego pericóresis) fue acuñado por Padres de la Iglesia y aplicado al misterio trinitario para expresar cómo cada Persona divina está en la otra. Entendemos, por tanto, por circumincesión la mutua inmanencia, la interioridad recíproca de las tres Personas divinas, de modo que cada Persona está contenida en la otra. El Concilio de Florencia lo expresó con estas palabras:
«A causa de esta unidad, el Padre está todo en el Hijo, todo en el Espíritu Santo; el Hijo está todo en el Padre, todo en el Espíritu Santo; el Espíritu Santo está todo en el Padre, todo en el Hijo». (Concilio de Florencia, año 1442: DS 1331)
Santo Tomás de Aquino, al preguntarse si el Hijo está en el Padre y viceversa, desarrolla más ampliamente este tema desde el punto de vista teológico. Dice que esta mutua inmanencia se da en cuanto a la esencia, a la relación y al origen. Para los lectores que quieran profundizar en este tema, los remitimos a la lectura de la Prima Pars de la Suma Teológica, cuestión 42, artículo 5, donde está ampliamente desarrollada.
Para Santo Tomás, el misterio de la circumincesión trinitaria no sólo nos permite adentrarnos algo en la vida íntima de Dios, sino que también nos permite asomarnos al misterio de la Encarnación. Dice Santo Tomás: «[El Hijo] designa su procesión temporal diciendo “vine al mundo". Ahora bien, así como la salida eterna del Padre no se da localmente, así tampoco su venida al mundo es local. Porque así como el Hijo está en el Padre y viceversa, así el Padre todo lo llena, y también el Hijo; y esto no es algo que se mueva localmente. En consecuencia, dijo que vino al mundo en cuanto que asumió la naturaleza humana, en lo relativo al cuerpo, en cuanto que tuvo origen desde el mundo, no cambiando de lugar.» (Super Johannem, Caput 16, lectio 7). Con la Encarnación, El Verbo hecho carne empezó a caminar por el mundo pero sin dejar de estar en el Padre y en el Espíritu Santo, y sin que el Padre ni el Espíritu Santo hayan dejado de estar en Él.
Esta pericoresis de las personas divinas se extiende hasta nosotros por el don de la gracia. «El que me ama guardará mi palabra; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él» (Jn 14,23). Jesús habló por primera vez de esta unión al anunciar el misterio de la Sagrada Eucaristía: «Quien come mi Carne y bebe mi Sangre, en Mí mora y Yo en él» (Jn 6,56). El mismo indica cuál es el fundamento y la razón de ser de esta unión, a saber, una influencia constante que Él ejerce sobre nosotros y por la cual nos comunica e infunde incesantemente la vida de la gracia: «Así como Yo vivo por el Padre, así también quien me come vivirá por Mí» (Jn 6,57). Por lo tanto, estamos en Él y Él en nosotros, porque vivimos de Él y por Él, y Él nos comunica la vida de la gracia por un influjo constante de su santa Humanidad sobre nosotros. Es, pues, una unión espiritual muy profunda y estrecha. Este es el lazo principal que nos une a Cristo.
A María Santísima se la podría denominar como San Bernardo hizo, «acueducto» del Cuerpo místico de Cristo, por el que se transmiten las influencias vivificantes de la Cabeza a los miembros, y al que los miembros están estrechamente unidos. También se la podría llamar «vínculo vital» de la vid, pues une la cepa a los sarmientos, y a través del cual la savia del tronco es canalizada hacia ellos. La unión de nuestra alma con la Santa Virgen es una unión subordinada a la del alma con Cristo, y estrechamente unida a la Suya.
Cuando San Luis María comenta que la Santísima Virgen debe morar en sus predestinados, no se refiere al «morar» según el modo que es propio a la Divinidad, sino por otras tres maneras de estas presente: por visión, por acción y por unión mística.
1) Por visión: Nos ve en Dios y por el título único de Madre de Jesús y de nuestras almas, su conocimiento penetra hasta lo más íntimo de nuestro ser: su mirada y su pensamiento están, por tanto, en nosotros; aunque no estemos dispuestos a agotar el manantial de riquezas que este modo de presencia supone para nosotros, ni a comportarnos con la seriedad y la alegría propia del alma que esto comprende y consiente en vivir por completo a la vista de su Soberana y Madre.
2) Por acción: Obra Ella
+ sobre nosotros y
+ en nosotros y también
+ por medio de nosotros.
Influye hasta dentro de nosotros por sus oraciones, por sus virtudes, por las gracias que nos transmite, por la educación que nos da, por los consejos y las órdenes con que nos gobierna, etc.
3) Por unión mística: María mora en nosotros porque en el alma que está en gracia se da un estado de amor sobrenatural, que implica presencia de unión mística con Nuestro Señor y con su Madre, en la cual, el ser que ama está en el amado y recíprocamente (Cf. Suma Teológica, I-II, q.28). Si aun en el orden natural, el amor como tal toca a su objeto, independiente de la distancia física que les separa, ¿cuánto más el amor sobrenatural y divino, que hace que seamos uno en Cristo y en el Padre, como dice Nuestro Señor? En virtud de este amor sobrenatural, tenemos con María una unión de presencia verdaderamente inefable.
San Luis María no considera esta última gracia como tan excepcional y rara, puesto que escribe: «Ten también cuidado de no atormentarte si no gozas tan pronto de la dulce presencia de la Santísima Virgen en tu interior; pues esta gracia no se concede a todos; y cuando Dios favorece con ella a un alma por su gran misericordia, es muy fácil que la pierda, si no es fiel en recogerse frecuentemente»(El Secreto de María, n.52).
En estos estados, el alma se siente atraída a permanecer en el inefable interior de la Madre de Dios. María se apodera de nuestra alma y la trabaja; y nosotros percibimos la suya, por decirlo así, y estamos en contacto con ella. Aquí «es preciso permanecer con complacencia, reposar con confianza, esconderse con seguridad y perderse sin reserva» (Tratado de la Verdadera Devoción, n. 264).Esta unión podrá hacerse cada vez más íntima y consciente. Es un camino en el cual hay muchos grados que alcanzar y recorrer, lo cual será siempre de gran fruto y gozo espiritual.
La Santísima Virgen podría decirnos entonces, como nos dice Cristo Nuestro Señor: Permaneced en mí y yo en vosotros: «Permaneced en mí por la gracia santificante, que es el lazo vivo que os une conmigo. Permaneced en mí por una caridad creciente, que es la fuerza y el poder misterioso que os lleva hacia mí, y a mí hacia vosotros. Permaneced en mí sometiéndoos cada vez más total y dócilmente a mi influencia de gracia. Permaneced en mí por medio de un pensamiento frecuente, un recuerdo constante, una mirada continua de alma puesta en mí» (Hupperts, Fundamentos y práctica de la vida mariana, Cap. VI).
Que la Santísima Virgen reciba el homenaje de amor y gratitud hacia Ella que nos han movido a escribir estas reflexiones, para animar a muchas personas a entregar la vida a Jesucristo por sus manos, para la Gloria de la Santa Trinidad.