segunda-feira, 28 de abril de 2014

PAPA SAN JUAN XXIII : En la cumbre de la celebración diaria de la Santa Misa, nuestra misma humanidad, puesta al servicio del único, eterno y sumo Sacerdote Jesús, se convierte en el humilde instrumento que Él se apropia para la renovación de su Sacrificio.,





 
Primeiro Sínodo Diocesano de Roma
(24-31 de janeiro de 1960)

  • Quirógrafo Pontifício do Primeiro Sínodo Diocesano de Roma (24 de janeiro de 1960)
    [
    Espanhol, Latim]

  • Alocução durante a solene inauguração do Sínodo (24 de janeiro de 1960)
    [Espanhol, Italiano, Latim]




  • Aos alunos dos Seminários e Colégios Eclesiásticos de Roma (28 de janeiro de 1960)
    [Italiano, Latim, Espanhol]

  • Às religiosas Religiosas que auxiliam nas igrejas de Roma (29 de janeiro de 1960)
    [Espanhol, Italiano]


  • Agradecimento pelas homenagens recebidas no discurso de Mons. Luigi Traglia, Vice-gerente de Roma e Presidente da Comissão Sinodal (31 de janeiro de 1960)
    [Espanhol, Italiano]

DISCURSO DE SU SANTIDAD JUAN XXIII
AL CLERO DE ROMA EN LA PRIMERA SESIÓN DEL SÍNODO
*

Sala de las Bendiciones
Lunes 25 de enero de 1960




Al inaugurar ayer tarde las sesiones Sinodales rendimos homenaje a los dos gloriosos santos Juanes, el Bautista y el Evangelista, titulares ambos de la Sacrosanta Archibasílica dedicada al Santísimo Salvador y Catedral insigne de la Diócesis de Roma.

Al final de aquella primera ceremonia de introducción, que resultó tan solemne e impresionante nos pareció oír la voz del anciano profeta y salmista Zacarías dirigiéndose a Nos, como a su hijo recién nacido, a Nos que somos los continuadores y objeto de su gran profecía; voz que invita a caminar ante la faz del Señor y a preparar sus caminos, ad dandam scientiam salutis plebi eius (Lc 1,76-77).

Y ahora nos hallamos aquí; hemos traído nuestras tiendas a esta Colina Vaticana junto al sagrado Sepulcro de Pedro, Príncipe de los Apóstoles, que evoca espontáneamente el de Pablo, ambos figuras eminente, que ayer tarde ya encontramos, al evocar el Concilio llamado de Jerusalén, primera tentativa de reunión Sinodal.

Siendo huéspedes de su misma casa, será más grato nuestro coloquio con ellos y apreciaremos mejor sus enseñanzas.

Invocación a los santos apóstoles Pedro y Pablo

Oh Pedro, Simon Joannis, como fuiste llamada en el solemne acto de tu altísima investidura, henos aquí: tu lejano e indigno sucesor, en su doble misión de Vicario de Cristo en la tierra, y de Obispo de Roma, está ante ti, humilde y compungido, como lo estuviste tú cuando el Maestro quiso lavarte los pies, en el acto de instituir el más grande sacramento. Tú sabes que en esta hora tan emocionante, el último llamado a ocupar tu puesto repite también: non tantum pedes meos, sed et manus et caput (Jn 13,9). Séle propicio en su importante misión de Pastor y Padre con estos sus más valiosos y queridos colaboradores, en el orden sacerdotal.

Y tú, Pablo, Vaso de elección y Doctor de las gentes, asociado al magisterio, al culto, a la gloria del apostolado de Pedro, alcánzanos a todos los aquí reunidos tu espíritu y tu fuego difundido a través de tus catorce cartas todavía y siempre resplandecientes como lámparas en la Iglesia del Señor.

¡Hermanos e hijos!

Con esta doble invocación Nos sentimos que podemos marchar decididamente por nuestro camino. El estudio tan atento y ferviente de cada una de las disposiciones de vida y de ministerio pastoral, está ante Nos en una serie de artículos redactados con competencia, claridad y eficacia, merecedores de la admiración y el elogio de personalidades competentísimas y acreditadas, que Nos invitamos a considerar y juzgar. Se trata de un conjunto impresionante de puntos doctrinales y disciplinares, cuya aplicación práctica a la vida del clero y del pueblo romano traerá consigo, si la gracia del Señor nos ayuda, verdadero progreso religioso y social tanto más notable cuanto que responde mejor a las condiciones actuales de pensamientos y costumbres.

La solicitud del Obispo por su diócesis, además de la preparación de convenientes disposiciones de carácter disciplinar, le obliga a mover las voluntades para que obren y se renueve todo lo que tiene síntoma de cansancio y de desuso y todo adquiera nuevas energías.

El punto central y más elevado para esta revigorización y embellecimiento espiritual es el sacerdote y en el sacerdote su persona y su vida.

Pues bien, la persona del sacerdote es sagrada; su vida debe ser santa.

Permitidnos que sobre estos dos títulos hablemos un poco.

La persona del sacerdote es sagrada

Queridos hermanos e hijos. Podríamos retener vuestra atención con amplitud y profundidad doctrinal, patrística, o haciendo consideraciones de orden y estilo moderno o modernísimo. Pero preferimos dispensaros de ello y preferimos detenernos en dos fuentes de doctrina celestial, evangélica y eclesiástica, como son las enseñanzas de San Pedro y San Pablo en sus cartas y, al lado estos dos oráculos, los cánones y Decretos del Concilio Tridentino, completados e ilustrados por el preciosísimo Catecismo Romano o Catecismo del Concilio Tridentino, publicado por San Pío V (1566) y reeditado por el Papa veneciano Clemente XIII (1758-1769). A este Catechismus Romanus el Cardenal Agustín Valerio, amigo de San Carlos Borromeo, lo llamaba divinitus datum Ecclesiae y es ocasión excelente que aprovechamos —incluso por el título de la obra que honra a nuestra ciudad episcopal— de proclamar su grandísimo valor para el uso corriente de la predicación sagrada en las parroquias y para el que tiene poco tiempo para estudios profundos y también para el que, ocupado en ellos, está deseoso de precisión teológica, dogmática y moral. Decir esto, es también un recuerdo —os pedimos Nos disculpéis— de nuestra juventud, alegre y activa, cuando nos ocupábamos, incluso con vista a publicarlo, en conocer más a fondo este verdadero y preciosísimo tesoro. Ad iuvandam rempublicam Christianam, et restituendam veterem Ecclesiae disciplinam nobis divinitus datum esse videmus... —son palabras del antiguo Obispo de Verona— vos qui aliquando aetate procesistis —este es nuestro caso y el de los más viejos de entre vosotros— legite hunc catechismum, septies, et plusquam septies; mirabilis enim fructus ex eo percipietis.

Abordando nuestro tema, decimos que la persona del sacerdote es sagrada. Como tal ha sido iniciada y señalada en el rito de la ordenación. La misión primera y principal del sacerdote es ofrecerse como hostia inmaculada para realizar la obra de Cristo Redentor del género humano. De esta unión con Cristo, que renueva sobre el altar el sacrificio de la Cruz, el Concilio de Trento afirma: Divina res est tam Sancti Sacerdotii ministerium (Sess. XXIII, c. 2). Este carácter de consagración aumenta en dignidad cuando se le añade la potestad conferida al sacerdocio de perdonar los pecados: Quis potest dimittere peccata, nisi solus Deus? (Mc 2,7).

Pues bien, es natural que este ofrecimiento divino y esta práctica de misericordia de perdonar los pecados en nombre de Jesús muerto por los pecadores y saludado continuamente, especialmente por indicación del Bautista, como el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo, sea tanto más agradable a Dios cuanto más inocente, puro, inmaculado, alejado del pecado y elevado a los cielos sea el sacerdote que con Jesús se ofrece y absuelve los pecados en el nombre de Dios. Se dice que así como «Cristo es Dios», así también sus sacerdotes tienen que estar poseídos y guiados por Cristo y por Dios.

Malaquías ya había proferido este elogio de la persona del sacerdote antiguo: «El es el Ángel del Señor».

Cuando decimos que la persona del sacerdote es sagrada, pensamos enseguida en el altar de Dios donde el sube todos los días, y del que baja para los cometidos que la obediencia le impone.

En esa sumidad, donde se realizan los más altos misterios del culto, se fija la mirada del joven seminarista, que por varios grados, y tras una larga preparación, desde allí se dirige a los fieles, que no saben imaginarse al sacerdote si no en la irradiación de luz y de gracia de la Santa Misa.

La buena índole, los estudios severos, la propiedad de lenguaje y de tratamiento son como el manto que envuelve la humanidad del sacerdote: pero la linfa divina de su aplicación a los misterios divinos y a las obras de apostolado, deben sacarla del altar. Este es su puesto, el que ante todo le conviene. Desde allí habla a los fieles. Pero al dirigirse a ellos con lenguajes elaborado en la meditación y hecho suyo, ha de parecer como si fuera de la casa en el templo del Señor; y las sagradas palabras del Misal, del Breviario, del Ritual, han de resonar en las intimidades misteriosas de su alma, antes que bajo las bóvedas del santuario.

Ya sea que se encuentre en el lecho de los enfermos o en el confesionario o en el baptisterio o en el campo santo, en todas partes el sacerdote expresa la riqueza, la belleza, la fascinación de la Liturgia.

Más que la lámpara que arde junto al altar Eucarístico, la persona del buen sacerdote dirige hacia Nuestro Señor los pensamientos, los sentimientos, las miradas de los fieles.

«El Santísimo Sacramento —escribió el cardenal Manning— consagra el Tabernáculo, el altar, el santuario, la casa del sacerdote. La zarza Horeb ardía, pero el sacerdote y todo lo que lo rodea está envuelto en el esplendor y está bajo el influjo del Santísimo Sacramento confiado a sus cuidados». (Card. Manning, Sacerdocio eterno, pág. 39)

La vida debe ser santa

Pasando de la figura a la vida sacerdotal se comprende cuán santa debe ser.

Así la describe San Pedro en el exordio de su primera carta (1Pe 1). En la que saluda a los fieles de la dispersión: Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia, países para Nos personalmente tan queridos, pero desgraciadamente hoy tan alejados de Cristo, si bien le respetan todavía algo en la persona de sus seguidores que llegan allá.

Así, pues, el Apóstol les envía un mensaje de gracia, de paz y de santificación en el Espíritu en la obediencia y en la aspersión de la sangre de Cristo. Y ¿qué otra cosa es esta aspersión de sangre sino un recuerdo del sacrificio del Cuerpo y de la Sangre al cual se Consagra el sacerdote de Cristo? Expresión real y simbólica ésta que ha movido a escribir a un doctor más reciente de la Iglesia: Christus magna sacerdotum tunica: Cristo es la gran túnica de los sacerdotes, que es decir, que la vida del sacerdote debe estar toda ella penetrada de la santidad de Cristo. «Induimini Dominum Iesum Christum» (Rm 13,14). Palabras textuales de San Pablo.

Más abajo, en la misma carta, San Pedro, en el deseo ardentísimo de su ferviente alma apostólica, habla a sus fieles, a todos a la vez, a los elegidos, que gustaron quoniam dulcis est Dominus (1Pe 2,3). Se complace en llamarlos piedras vivas colocadas sobre la gran piedra angular, desechada por los hombres, pero elegida y glorificada por Dios. «A Él habéis de allegaros —dice— como a piedra viva; vosotros como piedras vivas sois edificados en casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales, agradables a Dios por Jesucristo». Y más abajo repite: «pero vosotros sois linaje escogido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido para pregonar el poder del que os llamó de las tinieblas a su luz admirable, y ahora sois pueblo de Dios» (Ibid., 2, 4-10)

Observad que estas expresiones tan ardientes no se refieren precisamente al estado sacerdotal propiamente dicho, sino a todo el pueblo cristiano invitado, en un sentido muy amplio, a ofrecer —cada uno de los fieles— el don de sí mismo a Dios, lo cual lleva a Santo Tomás a las siguientes conclusiones: «Totus ritus Christianae religionis derivatur a sacerdotio Christi. Et ideo manifestum est quod character sacramentalis specialiter est character Christi: cuius sacerdotio configurantur fideles secundum sacramentales characteres: qui nihil aliud sunt quam quaedam participationes sacerdotii Christi, ab ipso Christo derivatae» (Sum. Theol. 3, q.63, a.3 c.).

Y ahora oigamos por extenso también a San Pablo. Considerad, queridos hijos. Por su parte, en la carta Ad Hebreos (5,1-5) y en su segunda a Timoteo exalta el sacerdocio de los presbíteros establecidos para servicio y beneficio de los hombres en sus relaciones con Dios, a quien ofrecen dones y sacrificios. Enseñanza que adquiere un tono de suma gravedad cuando ordena que «el que milita, no se embaraza con los negocios de la vida con el fin de agradar a quien le alistó» (2Tim 2,4).

Afirmación clara que, al reafirmar implícitamente el carácter sagrado de la persona sacerdotal, determina los contornos de su resplandeciente fisonomía y fundamenta la santidad de su vida.

¡Ah! Escuchemos atentamente y siempre, nosotros sacerdotes del Señor, estas palabras. Y tomemos ejemplo de Cristo Jesús que a los doce años respondió a su madre y a San José, que se lamentaban de haberlo perdido —precisamente para que sirviese de ejemplo a futuros sacerdotes—: «¿No sabíais que yo debo ocuparme en las cosas de mi padre?»

San Lucas es el que nos cuenta este episodio (2, 48-49). Y el mismo San Lucas nos ofrece en su Evangelio páginas admirables sobre el desprendimiento del sacerdote de las cosas materiales de la vida y de su actitud de alma en las vicisitudes terrenas. El sacerdote no puede evitar el contacto con el mundo, especialmente si siente las más graves preocupaciones del ministerio pastoral en el que la práctica de la caridad, que es una importante misión y deber, puede convertirse en tentación para la propia alma sacerdotal.

Os pido leáis, queridos hijos, durante estos días, todo entero, este capítulo XII de San Lucas, al cual un exégeta de la Biblia —el padre Hetzenauer— con el título general de «Institutio discipulorum et turbarum» añade varios temas: «De sinceritate et animo impavido — de avaritia vitanda — de sollicitudine superflua — de vigilantia — de dispensatione fideli — de separatione hominum —de probatione temporis» (Hetzenauer, Novum Test. Sumptibus Pustet, 1922).

Al oír estas cosas, San Pedro, allí presente, preguntó a Jesús ingenuamente: «Domine ad nos dicis hanc parabolam, an et ad omnes?» (Lc 12, 41). ¿Esto que estás diciendo, lo dices a nosotros o también a todos los que te escuchamos? El Señor continuó su discurso exhortando a la prudencia, a la discreción, justamente a quien tiene las más graves responsabilidades de la vida, que está sostenida por el recuerdo de la vocación recibida. Y esta vocación de los discípulos, Pedro y compañeros, fue una gran vocación.

Lo cual demuestra que el verdadero sacerdote, el Apóstol del Señor, no solo tiene que ser perfecto mediante la práctica de aquellas virtudes en las que incluso todos los seglares reconocen su buen modus vivendi, sino que incluso debe aventajarlos con el ejemplo luminoso y edificación para toda la grey cristiana, que siente el derecho y a veces lo reclama de tener un sacerdote santo en la parroquia para bendición y paz de todas las familias.

Pero volvamos todavía a San Pablo más directamente.

En estos días, después de las fiestas Navideñas, la Santa Iglesia nos hacía gustar en el breviario la carta a los Romanos del gran Doctor (Cap. 8).

¡Qué magnificencia y esplendor de doctrina. apostólica y pastoral! Comprende dos partes, como dos grandes alas de celestial doctrina, extendidas sobre los hijos de la Redención. La primera: el Evangelio, revelación de la justicia de Dios que no proviene de la filosofía ni la ley antigua sino de la palabra de Jesucristo; la segunda, el Evangelio virtud salvadora de todo creyente, que nos libra del pecado original, del pecado actual, de la esclavitud de la ley, de la condenación eterna mediante la vida en Cristo, vida de la gracia, vida de la gloria; con ayuda del Espíritu Santo que sana nuestras enfermedades, que implora y pide por nosotros gemitibus inenarrabilibus «Rom 8, 26).

Y aquí está el punto luminoso de la santidad del sacerdocio nuevo quia secundum Deum postulat pro sanctis (Ibid., 8,27). Pues sabemos que es para consuelo de la buena voluntad de santificarnos el que diligentibus Deum omnia cooperantur in bonum, iis qui secundum propositum vocati sunt sancti" (Ibid., 8, 28 ). Aquí está el misterio de nuestra vocación sacerdotal que nos sublima. Nam quos praescivit et praedestinavit conformes fieri imagini Filii sui, ut sit ipse primogenitus in multis fratribus. Quos autem praedestinavit, hos et vocavit; et quos vocavit, hos iustificavit; quos autem iustificavit, illos et glorificavit (Ibid., 8, 29,30).

Considerad atentamente, queridos hermanos, qué dignidad la nuestra, qué honor para nuestra alma sacerdotal y para nuestra vida y qué empeño debemos poner en santificarnos de verdad y santificar a todos los que nos rodean.

Jesús, Hijo de Dios, sacerdote eterno, se ha hecho nuestro hermano primogénito. El ser sacerdotes con Él destinados a continuar junto con Él la obra de Redención del mundo, confiere a nuestro humilde nombre un esplendor incomparable para nuestra alma y una dignidad casi más sublime que la de los ángeles. Si Dios está por nosotros —continúa el Doctor de las Gentes en su Carta a nuestros antepasados romanos—, si el Hijo de Dios está con nosotros y nosotros participamos de su sacerdocio quis contra nos? (Ibid., 8, 31), ¿quién nos separará de su Amor, que implora al Padre por nosotros? ¿La tribulación? ¿La angustia? ¿El hambre? ¿La desnudez? ¿El peligro? ¿La persecución? ¿La espada? Ningún temor. Somos y seremos siempre vencedores; mejor, más que vencedores por obra de aquel que nos ha elevado al sacerdocio como hermanos y como a tales nos ha amado y nos ama.

El mensaje paulino prosigue moviendo en la segunda parte la otra ala luminosa y resplandeciente de
admirables sugerencias acerca de nuestros deberes con Dios, con el prójimo y con nosotros mismos, y nos pone en guardia para que evitemos cosas tales, como juicios temerarios, escándalos de los débiles, y, además, para que seamos el sostén de la debilidad humana del que es débil; y con qué invitación tan inapreciable e impresionante: Unusquisque vestrum proximo suo placeat in bonum ad aedificationem (Ibid., 15,2). Que cada uno de nosotros procure agradar a su prójimo obrando el bien para edificación. A continuación vienen las recomendaciones para ejercitar la paciencia, al ejemplo de Jesús paciente: ut per patientiam et consolationem Scripturarum spem habeamus (Ibid., 14,4).


Vivir la consagración

Queridos hermanos e hijos! Nos es grato invitaros a que leáis personalmente y con mucha atención también toda esta obra maestra del apostolado paulino: la carta a los Romanos. En ella hallaréis luces escondidas y muy valiosas, y motivos de inefables consuelos.

En una de estas mañanas, preocupados en coordinar las ideas que han sido objeto de este primer coloquio confidencial sobre la consagración y santificación de nuestra alma y de nuestra vida, experimentamos una pequeña turbación de alma, al querer profundizar en el gesto divino de Jesús y las palabras auténticas por las que realizó la Consagración de todos los Obispos y de todos los sacerdotes del mundo. Habíamos llegado al canon de la misa. Las palabras, las bendiciones, las cruces, el fervor —no seráfico, por cierto, pero sí humilde y sincero— eran perfectos con arreglo a las minuciosas prescripciones litúrgicas. Hoc est Corpus meum. Hic est calix sanguinis mei...: pronunciando las palabras secretas seguida y atentamente sobre el cáliz parum elevatum. Todo sucedió normalmente. Pero ¡oh dulce e inolvidable sorpresa! ¡Qué bien venían las palabras siguientes, leídas en el misal y repetidas en voz todavía más baja, antes de la genuflexión del cáliz y de su elevación a la vista del pueblo: Haec quotiescumque feceritis, in mei memoriam facietis. Exactamente en el sentido de las palabras de San Lucas en este punto (Lc 22,19). Dedit eis dicens: hoc facite in meam commemorationem.

Vosotros Nos comprendéis, queridos hermanos e hijos. Acaso ¿no os puede ocurrir también a vosotros que estas palabras se desvanezcan un poco entre un gesto y entre una y otra genuflexión?

Formulemos juntos el deseo —y éste será uno de los recuerdos del Sínodo Romano— de que la celebración diaria de la Santa Misa sea siempre fervorosa y piadosa por parte de cada uno y de todos nosotros. Pero así mismo pidamos a nuestro Ángel Custodio que nos asista en el rito sagrado para que nos ayude benigna y suavemente a pronunciar, secrete, según las prescripciones de la rúbrica, pero con fe, con gratitud, con amor, las palabras casi tímidas y temblorosas, que, sellando el testamento del amor de Jesús con nosotros, consagran la divina realidad del sacerdocio suyo y nuestro y nos destinan a las alegrías inefables y perennes de esta y de la otra vida. Haec quotiescumque feceritis, in mei memoriam facietis.
En la cumbre de la celebración diaria de la Santa Misa, somos más perfectamente —digamos— y expresivamente sacerdotes.

Todo calla a nuestro alrededor, y nuestra misma humanidad, puesta al servicio del único, eterno y sumo Sacerdote Jesús, se convierte en el humilde instrumento que Él se apropia para la renovación de su Sacrificio.
Y hay otros momentos, en los que las vibraciones más altas de la fe y el ejercicio del culto, del magisterio, de la caridad, requieren que la persona del sacerdote sea sagrada, la vida santa.

Estos dos elementos que componen en una unidad excelsa la fisonomía concreta y esplendente del eclesiástico reciben luz y calor de la divina Liturgia.

Esta disciplina, que debe ser estudio diario y ejercicio de virtud, es lo que Nos recomendamos a vuestra atención.

Estos tesoros de doctrina, sabiduría, belleza, puestos en la mente, el corazón y los labios, hacen más fácil para el sacerdote el acercamiento de las almas, y a veces preparan consuelos que van más allá de sus deseos más santos.

¡Queridos hijos! Al igual que habéis comprendido Nuestro voto para la celebración más férvida de la Santa Misa en el respeto concienzudo de sus rúbricas, del mismo modo insistid en el estudio y en el amor de la Sagrada Liturgia .

Así es. Así sea.



* AAS 52 (1960) 201-211

Papa San Giovanni XXIII "incallito tradizionalista"

Giovanni XXIII incallito tradizionalista?
di Vincenzo Sansonetti
Segnalato da Rafminimi

Pur non condividendo la figura di un Giovanni XXIII "incallito tradizionalista", pubblichiamo volentieri un articolo di Vincenzo Sansonetti, se non per altro, almeno per evidenziare come idee e provvedimenti tradizionali, oggi tanto perseguitate e condannate, erano idee del Papa e della Chiesa fino al Concilio Vaticano II, dove una minoranza modernista e progressista, imponendosi con colpi di mano e atteggiamenti e metodi della peggiore genia mafiosa, riuscì a prendere in mano le redini del potere e instaurare il regime dell'antichiesa, dell'apostasia, del tradimento, del giudaismo [ATTENZIONE! giudaismo dal traditore Giuda, non dal popolo giudeo] più sfacciato, regime del quale tutt'ora subiamo la violenza e le nefaste applicazioni.
Sottolineatur, grassetti e colori sono nostri.

L'anno della beatificazione (il 2000) ha costituito l'occasione per una nuova serie di ricerche e pubblicazioni rigorose sulla sua vita e il sue operato, dopo che per anni, forse decenni, era mancato un approfondimento documentato e puntuale. Ma tali studi, purtroppo, sono stati presto dimenticati e messi da parte, complici anche due sciagurati film per la tv in cui Rai e Mediaset hanno fatto a gara per semplificarne eccessivamente la figura, alimentando i luoghi comuni su di lui, fino al punto di inventare persone e circostanze. Così, quest'anno, il 2003, l'anno del quarantesimo dalla morte e della pubblicazione della "Pacem in Terris" (l'enciclica diventata più famosa, non necessariamente il documento più significativo del suo pontificato), si e rifatto vivo il "partito" di chi usa a piacimento Papa Roncalli per sostenere le proprie (gracili) idee politiche e le proprie (banali) concezioni ecclesiali.
Noi vorremmo invece attenerci al pieno rispetto della verità storica, tutta intera.
Non è corretto, infatti, creare a posteriori la rappresentazione falsata di un personaggio, sottolineando in maniera esasperata solo alcuni aspetti della sua biografia, quelli più convenienti, e tacendone al contrario altri, quelli, come oggi si dice, meno "politicamente corretti". Proviamo a fare alcuni esempi, facendo emergere in tal modo quasi un Papa Giovanni sconosciuto, segreto, in realtà censurato e obliato.

La disciplina del clero
Il 25 gennaio 1959, nella basilica di San Paolo Fuori le Mura, Giovanni XXIII non dà solo l'annuncio inatteso della sua intenzione di convocare un nuovo Concilio; comunica anche l'imminenza di un Sinodo per la diocesi di Roma (il Papa ha anche la responsabilità episcopale della diocesi di Roma), che dirigerà personalmente dal gennaio 1960. I lavori dureranno un anno, per giungere a una serie di conclusioni, contenute in 775 articoli, alcuni dei quali sorprendenti. Sulla falsariga di una disciplina del clero di tipo tradizionale, si stabiliscono regole molto rigide per i preti: nessun sacerdote della diocesi di Roma può frequentare sale cinematografiche, lo stadio e altri locali pubblici, è proibito viaggiare in automobile con una donna, anche quando si tratta della madre o di una sorella; si pretende la sobrietà del vitto ed è obbligatoria la veste talare.


Oggi invece dobbiamo subirci francescani in discoteca o presidenti di giurie da miss, scalmanate suore allo stadio, pretonzoli in compagnia di prostitute (per aiutarle..., non per convertirle!), faccioni immagine della sazietà, preti, vescovi e cardinali in tenute (non abiti) tanto trasandate da nauseare... anche per il senso di irriverenza e di profanazione del ministero che ricoprono.


Sul piano liturgico, si impone l'uso del gregoriano, i canti popolari di nuova invenzione devono essere approvati, si allontana dalle chiese ogni profanità, vietando in generale che negli edifici sacri si eseguano spettacoli e concerti, si vendano stampati e immagini, si scattino fotografie.
Si condanna ogni creatività del celebrante, "che farebbe scadere l'atto liturgico, che è atto di Chiesa, a semplice esercizio di pietà privata". L'antico rigore viene stabilito anche circa gli spazi sacri, vietando alle donne l'accesso al presbiterio.
Ma queste norme, a cui tanto teneva il Beato Giovanni XXIII, alla fine rimasero lettera morta. Le conclusioni del Sinodo Romano, che doveva prefigurare il Concilio, caddero subito nell'oblio, e lo stesso Concilio, dove le voci "progressiste" prevalsero anche sui voleri del Papa, non le citerà neppure una volta, quasi non fossero neppure mai esistite.
Altro che orripilanti canti moderni, privi di alcuna melodia e dal senso financo equivoco. In chiesa oggi si balla, si danza, si gioca, si fa speccacolo, si fanno concerti e soprattutto si battono le mani, per ogni cretinata e financo nelle circostanze meno appropriate (quali sono quelle dei defunti). In chiesa oggi si vendono tutti i tipi di giornale, in particolare quel "Famiglia Cristiana" che fa tanta concorrenza ai più sporchi rotocalchi (vincendo spesso in bruttezza e sconcezza, d'immagini e di argomenti), un giornale che non ha più niente di cristiano. Le foto poi immortalano spesso certi baci hollywoodiani dati sull'altare da sensuali sposini.
Le donne oggi non solo hanno libero accesso al presbiterio, non solo fanno da chierichette, ma, novelle sacerdotesse di un cristianesimo molto paganeggiante, affiancano il celebrante sull'altare e hanno libero accesso alle Ostie Consacrate che maneggiano e distribuiscono con la più irriverente disinvoltura...
Proprio Roncalli, quando era nunzio a Parigi non volle essere fotografato in compagnia della anzianissima madre badessa di un convento, perché, affermava che MAI E POI MAI il prete deve essere accostato ad un donna, chiunque essa sia.

La lingua latina nella liturgia
Forse la più importante disposizione del Sinodo Romano è la solenne conferma dell'uso del latino nella liturgia, come lingua ufficiale e universale della Chiesa. Capitolo spinoso, e inquietante, quello del latino, la "lingua propria della Chiesa con la Chiesa perpetuamente congiunta" (come l'ha definita lo stesso Giovanni XXIII). Esiste una Costituzione apostolica di Papa Roncalli, praticamente sconosciuta e ignorata dalle biografie, la Veterum Sapientia, l'atto più solenne, come egli volle, del suo pontificato, al punto che la promulgazione, il 22 febbraio 1962, avvenne in San Pietro al cospetto del collegio cardinalizio e di tutto il clero romano. La Costituzione apostolica, interamente dedicata allo studio del latino, confermava la continuità della cultura cristiana con la cultura classica del mondo ellenico e romano, perché le lettere cristiane sono, sin dai primordi, lettere greche e lettere latine. Ma è nella sua parte pratica e dispositiva, non solo in quella dottrinale, che la Veterum Sapientia si rivela di una fermezza esemplare. Il Papa ordina ai vescovi di vigilare a che nessun 'novatore" s'attentasse di scrivere una parola contro la "lingua cattolica". A proposito degli studi ecclesiastici, stabilisce che si ridia il giusto spazio al greco e al latino, a costo di accorciare le discipline del cosiddetto cursus laicale; nei seminari le scienze fondamentali, come la dogmatica e la morale, vanno insegnate in latino, seguendo manuali scritti in latino, e "chi tra gli insegnanti apparisse incapace o renitente alla latinità, si rimuova entro un congruo tempo"!

Il dissenso all'interno della Chiesa
Guardando con attenzione nel pontificato di Giovanni XXIII, ci sono altri esempi di comportamenti che potremmo continuare a definire, con la mentalità di oggi, "politicamente non corretti". In relazione al dissenso all'interno della Chiesa, così vivo in quegli anni, contrastano con lo stereotipo del Papa "progressista" che ci siamo fatti, almeno due episodi. Il primo è la censura del Sant'Uffizio contro il libro di don Lorenzo Milani Esperienze pastorali, condiviso da Roncalli. Venti giorni prima della sua elezione a Papa, scrivendo al vescovo di Bergamo, l'allora Patriarca di Venezia afferma: "Ha letto, Eccellenza, la Civiltà cattolica del 20 settembre circa il volume Esperienze pastorali? L'autore del libro deve essere un povero pazzerello scappato dal manicomio. Guai se si incontra con qualche pazzerello della sua specie! Ho veduto anche il libro. Cose incredibili". L' altro provvedimento è il monito del Sant'Uffizio, pubblicato il 30 giugno 1962 [<http://www.paginecattoliche.it/Theilard-Osservatore.htm>, ndr] con il consenso del Papa, contro le ultime opere del discusso teologo e paleontologo francese Pierre Teilhard de Chardin, il gesuita-scienziato morto nel 1955, a 74 anni: "Fa troppo spesso un'indebita trasposizione", si sostiene, "dei termini e dei concetti della sua teoria evoluzionistica sul piano metafisico e teologico". Alzino la mano i teologi che hanno tenuto conto di questo giudizio condiviso dal Papa "buono"
Vincenzo Sansonetti.
Vedasi l'articolo collegato: La bontà di Giovanni XXIII


Bibliografia
Vincenzo Sansonetti, Un santo di nome Giovanni, Sonzogno, Milano 2000.
Andrea Tornielli, Vita di un Padre Santo, Gribaudi, Milano 2000.
Alessandro Gnocchi e Mario Palmaro, Formidabili quei Papi, Pio IX e Giovanni XXIII: due ritratti in controluce, con prefazione di Luigi Negri, Ancora, Milano 2000.
(c) Il Timone n. 27, Settembre/Ottobre 2003
http://www.kattoliko.it/leggendanera/chiesa/giovanni23.htm

FONTE+
 

LE APPLICAZIONI DEL VATICANO II OPPOSTE ALLE INTENZIONI DI GIOVANNI XXIII

ANNUNCIO DEL CONCILIO

Papa Giovanni XXIII annuncio del concilio
 
LE APPLICAZIONI DEL VATICANO II OPPOSTE ALLE INTENZIONI DI GIOVANNI XXIII

RICONOSCIMENTI DELLO SMARRIMENTO


A) Paolo VI, Seminario lombardo in Roma, Oss. Rom., 7 dicembre 1968: "La Chiesa si trova in un'ora inquieta di autocri­tica, si direbbe di autodemolizione. È come un rivolgimento acuto e complesso che nes­suno si sarebbe atteso dopo il Concilio. La Chiesa quasi quasi viene a colpire se stessa".

B) Paolo VI, Oss. Rom., 30 giugno 1972: ".... da qualche parte il fumo di Satana è entrato nel tempio di Dio". /.../ "Anche nella Chiesa regna questo stato di incertezza. Si credeva che dopo il Concilio sarebbe venuta una giornata di sole per la storia della Chiesa. E venuta invece una giornata di nuvole, di tempesta, di buio".

C) Paolo VI, Oss. Rom., 18 luglio 1975. Più che l'assalto esterno, percuote la Chiesa, l'interiore dissoluzione: "Basta con il dissenso interiore alla Chiesa. Basta con una disgregatrice interpretazione del pluralismo. Basta con l'autolesione dei cattolici alla loro indispensabile coesio­ne. Basta con la disobbedienza qualificata come libertà".

D) Papa Giovanni Paolo II in oc­casione di un convegno per la Missioni al popolo, affermò: "Bisogna ammettere reali­sticamente e con profonda e sofferta sen­sibilità che i cristiani, oggi, in gran parte, si sentono smarriti, confusi, perplessi e perfino delusi; si sono sparse a piene mani idee contrastanti con la Verità rivelata e da sempre insegnata; si sono propagate vere e proprie eresie, in campo dogmatico e mo­rale, creando dubbi, confusioni, ribellioni; si è manomessa la Liturgia; immersi nel "relativismo" intellettuale e morale, e perciò nel permissivismo, i cristiani sono tentati dall'ateismo, dall'agnosticismo, dall'illumi­nismo vagamente moralistico, da un cristia­nesimo sociologico, senza dogmi definiti e senza morale oggettiva" (Oss. Rom., 7 feb­braio 1981).

MUTAZIONE SOSTANZIALE?


/.../ Può esserci una Chiesa sostanzialmente nuova? Qui c'è un'idea impossibile nella Tradizione cattolica: l'idea che il divenire storico della Chiesa, possa essere un divenire di fondo, UNA MUTAZIONE SOSTAN­ZIALE, un cambiamento da "tutt'altra" in "tutt'altra". Invece nel divenire della Chie­sa cambiano le forme accidentali e le con­giunture storiche, ma resta identica e sen­za innovazioni sostanziali, la sostanza della religione. La sola novità che l'ecclesiologia ortodossa conosca è la novità escatologica con "nuova terra e nuovo cielo", in cui la creazione è liberata dall'imperfezione, non dal limite del peccato mediante la giustizia delle giustizie. La Chiesa diviene, ma non muta. Non si dà, in essa, novità radicale. Se la fede cattolica si mutasse da tutt'altro in tutt'altro, non ci sarebbe più l'identico soggetto, ci sarebbero due soggetti sostan­zialmente differenti e morrebbe la continu­ità tra Chiesa presente, passata e futura. Ci sono mutazioni nel tempo solo accidenta­li, non già nella sostanza. Di questa sostan­za "non passerà uno iota". Nemmeno uno iota muterà. Theilard de Chardin non può preconizzare un andare del Cristianesimo oltre se stesso, perché questo significherebbe morire.

CONCILIO OPPOSTO ALLA PREPARAZIONE


Il Vaticano II ebbe risultati contrari a quel­li indicati dalla sua preparazione. La pre­parazione al Concilio (durata 2-3 anni) fu subito e interamente messa da parte. (nota 5 = Questo fatto, dalle opere che fanno la storia del Concilio, è taciuto o esaltato come una grande vittoria). Il Concilio nasce da se medesimo, indipendentemente e contro la preparazione che era stata fatta, sotto la presidenza di Giovanni XXIII. I fatti riuscirono diffor­mi dalla preparazione. Vene di pensiero modernista c'erano già in qualche punto della fase preparatoria. Esse però non impregnarono l'insieme degli schemi preliminari così pro­fondamente e distintamente come avvenne nei documenti finali del Concilio.

A) Così, ad esempio, la flessibilità della Liturgia alle varie indoli nazionali era pro­posta nello schema della liturgia, ma era ristretta solo ai territori di missione e non si faceva menzione dell'esigenza tutta soggettiva di una creatività del celebrante.

B) La pratica dell'assoluzione comu­nitaria, allargata a scapito della confessione individuale, era proposta nello schema "de sacramentis".

C) Perfino l'ordinazione presbite­rale di uomini sposati (non però quella di donne!) trovava posto nello schema "de ordine sacro".

D) Lo schema "de libertate religiosa" (Card. Bea) avanzava, in sostanza, la grande novità che venne infine adottata, facendo uscire, sembra, la dottrina dalla via co­mune, da sempre professata dalla Chiesa Cattolica.

E) Nello schema "de disciplina cleri" contemplava l'inabilitazione e la rimozione di vescovi e presbiteri, toccata una data età. (Motu proprio "Ingravescentem ae­tatem", riguarda i Cardinali ottuagenari)

F) Un votum particolare circa la tala­re, diede adito al costume di vestire alla lai­cale, dissimulando la differenza specifica del prete dal laico e facendo cadere persino la prescrizione che faceva obbligo della tala­re durante le funzioni ministeriali.

C'era chi voleva innovare l'educazione del clero. Schema "de sacro rum alumnis for­mandis". La Chiesa ha sempre operato per formare preti secondo un principio pecu­liare corrispondente alla peculiarità onto­logica e morale del loro stato consacrato. (NA.R. = se i preti sono ontologicamente diversi, cioè ricevono un dono che altri non hanno, è chiaro che devono essere formati in modo diverso da chi non possiede la loro specificità, il loro dono unico, originale e irriducibile ad altri doni = N.d.R.) . Nello schema, invece, si chiedeva una formazione del clero che fosse assimilata, quanto più possibile, alla formazione dei laici.(sic!) Per questo la "ratio studiorum" dei seminari doveva esemplarsi su quella degli Stati e, in generale, la cultura del clero doveva smettere ogni originalità rispetto a quella dei laici. Il motivo (prevalente poi, in Concilio) era che gli uomini di Chiesa si devono con­formare al mondo (sic!) per potere esercitare sul mondo la loro azione di insegnamento e di santificazione. La Chiesa contemporanea cerca infatti "alcuni punti di convergenza tra il pensiero della Chiesa e la mentalità carat­teristica del nostro tempo" (Oss. Rom. 25 luglio 1974).

G) Anche circa la "riunione dei cri­stiani non cattolici", si fece sentire la voce di chi pareggiava i protestanti (senza sa­cerdozio, senza gerarchia, senza successione apostolica e senza sacramenti) agli ortodos­si aventi invece quasi tutto in comune coi cattolici, fuorché primato e infallibilità. Pio IX aveva fatto nettissima distinzione: inviò messi apostolici a portare lettere invitatorie ai patriarchi orientali, ma non riconobbe come Chiese le varie confessioni prote­stanti, riguardate come pure associazioni e inviò un appello "ad omnes protestantes", non perché intervenissero al Concilio, ma affinché tornassero all'unità da cui si erano allontanati. L’atteggiamento invece affiorato nella preparazione poggiava sopra un'impli­cita parziale parità tra cattolici e acattolici; esso riuscì minoritario nella fase preparato­ria, ma ottenne poi che si invitassero, come "osservatori", i protestanti, indistinti dagli ortodossi ed esercitò la sua influenza nel de­creto sull'ecumenismo.

H) C'era un generale ottimismo nel­la diagnosi e nei pronostici nella minoran­za della Commissione centrale preparatoria. Che l'aumento delle scoperte scientifiche (la tecnica in cui s'identifica la civiltà mo­derna) corrisponda al regno della dignità e della felicità umana, fu affacciato nello schema "de Ecclesid", al Cap. 5 "de laicis", ma impugnato dalla maggioranza che in­sisteva sul carattere adiaforo dei progressi tecnici: questi non garantiscono, di per se, un aumento della moralità. Eppure questo argomento della dominazione della terra per mezzo della tecnica, verrà sacralizzato (cfr. § 218) nei documenti definitivi e investirà tutto il pensiero teologico post-conciliare.

Elevare la tecnica a forza civilizzatrice e mo­ralmente perfezionatrice dell'uomo, non solo è uno sbaglio in sé, ma partoriva l'idea del solo progresso inarrestabile del mondo e questo gran vento di ottimismo (NAR. = anche da questo si vede che i documenti sono almeno datati e vanno corretti c/o al­meno aggiornati = N.d.R.)

Questo "ottimismo ingenuo" doveva pre­siedere alle formulazioni assembleari e oscu­rare la visione reale dello stato del cattoli­cesimo.

I) Per avere un'idea chiara di questo strano atteggiamento riferiamo le critiche che un Padre della Commissione centra­le preparatoria opponeva alla descrizione troppo fiorita della situazione del mondo e della situazione della Chiesa nel mon­do (NAR. = è evidente quindi che questo era il clima e la mentalità e che esso esisteva già da tempo e che voleva impregnare di sé i documenti del Concilio = N.d.R.): "Non approvo la descrizione fatta qui con tanta esultanza dello stato presente della Chie­sa, ispirata a mio avviso più alla speranza che alla verità. Perché infatti parli di aumen­to del fervore religioso? O in confronto a quale epoca intendi? Non si devono forse tener in conto le statistiche secondo cui la fede cattolica, il culto divino e i pubblici costumi, declinano e rovinano? Lo stato generale delle menti non è forse alieno dalla religione cattolica, essendo separati lo Stato dalla Chiesa, la filosofia dalla fede, l'in­dagine scientifica dalla riverenza verso il Creatore e lo sviluppo tecnico dall'ossequio alla legge morale? Non soffre forse la Chie­sa per la penuria di clero? Molte parti della Santa Chiesa non sono forse conculcate dai Giganti e dai Minotauri che insuperbisco­no nel mondo? Oppure, come nella Cina, sono travagliate dallo scisma? Le nostre missioni, piantate e irrigate con tanto zelo e carità, non le ha forse devastate il nemi­co? L’ateismo non viene forse oggi celebrato non più solo dai singoli ma stabilito, cosa assolutamente inaudita, per legge da intere nazioni? Il numero dei cattolici, non decre­sce proporzionalmente ogni giorno, mentre si espandono smisuratamente Maomettani e Gentili? Noi, infatti, che eravamo poco fa un quarto del genere umano, siamo ri­dotti ad un quinto. E non è forse vero che i nostri costumi paganeggiano col divorzio, l'aborto, l'eutanasia, la sodomia e con Mam­mona?".

IL SINODO ROMANO


Quesito paradosso (esito difforme da quello preordinato, previsto, a cui preludeva) del Concilio, rispetto alla sua preparazione, appare anche da tre fatti principali: 1) la fallacia delle previsioni fatte dal Papa e dai preparatori del Concilio; 2) l'inutilità effet­tiva del Sinodo Romano indetto da Giovan­ni XXIII come anticipazione del Concilio; 3) la nullificazione, quasi immediata, della Enciclica "Veterum sapientia" che prefigu­rava la fisionomia culturale della Chiesa del Concilio.

1) Papa Giovanni XXIII aveva prepa­rato il Concilio con un atto di rinnovamen­to e di adeguamento funzionale della Chiesa e pensava di poterlo concludere entro pochi mesi (Nota 11 - Questo risulta dalla positio dell'istruttoria preliminare del processo di beatificazione, ma risulta anche dalle parole del Papa stesso nell'udienza del 13/10/1962 che faceva credere potersi il Concilio con­cludere a Natale), forse come il Laterano I, sotto Callisto II nel 1123, quando 300 Vescovi lo finirono in 19 giorni, o forse come il Laterano II sotto Innocenzo II, nel 1139,*;con 1000 Vescovi che lo finirono in 17 giorni. Fu invece aperto l'11/10/1962 e chiuso 1'8/12/1965, durando così, discon­tinuatamente, tre anni. Il rovesciamento delle previsioni nacque dall'essere abortito il Concilio quale era stato preparato e dall'es­sersi successivamente elaborato un Concilio difforme dal primo e per così dire generatosi da sé stesso e, come dicevano i Greci, auto­ghenes. (cfr. pp. 48-49).

TEMI DEL SINODO ROMANO


Fu ideato e convocato da Giovanni XXIII come un atto solenne previo al Concilio, di cui doveva essere una prefigurazione ed una realizzazione anticipata. Così dichiarò testualmente il Papa stesso nell'allocuzione al clero e ai fedeli di Roma il 29 giugno 1960. L'importanza, dunque, oltrepassa­va l'ambito della Diocesi di Roma e vo­leva abbracciare tutta la Chiesa. La sua importanza veniva paragonata a quella che rispetto al Concilio di Trento avevano avuto i Sinodi provinciali celebrati da San Carlo Borromeo. Si riproponeva l'antico adagio che vuole comporsi tutta la Chiesa Catto­lica sul modello della Chiesa romana. Nel­la mente di Papa Giovanni XXIII il Sinodo era destinato ad avere un effetto esempla­re grandioso: apparve anche dal fatto che ordinò subito che i testi fossero tradotti in italiano e in tutte le principali lingue.

I testi del Sinodo Romano, che furono promulgati il 25, 26 e 27 gennaio 1960, sono una reversione (ripresa, ritorno ????), totale all'essenza propria della Chiesa, all'essen­za, intendiamo, non pure soprannaturale (questa non si può perdere), ma dell'essen­za storica della Chiesa, un ritiramento (per dire con Machiavelli) dell'istituzione verso i suoi principii. In tutti gli ordini della vita ecclesiale, infatti, il Sinodo proponeva una vigorosa restaurazione. La disciplina del cle­ro era modellata sullo stampo tradizionale, maturato dal Tridentino e fondato sui due principii, sempre professati e sempre pra­ticati.

1) Il primo è quello della peculiarità della persona consacrata e abilitata sopran­naturalmente a esercitare le operazioni di Cristo, e quindi inconfusibilmente sepa­rata dai laici (sacro equivale a separato). Il Sinodo prescriveva ai sacerdoti tutto uno stile di condotta nettamente differenziato dalle maniere laicali. Tale stile esige l'abito ecclesiastico, la sobrietà del vitto, l'asten­sione dai pubblici spettacoli, la fuga delle profanità. Della formazione culturale del clero era similmente riaffermata l'originalità e si delineava il sistema che l'anno dopo il Papa sanzionò solennemente nell'Encicli­ca "Veterum Sapientia". Il Papa Giovanni XXIII ordinò anche che si ripubblicasse il "Catechismo" del Concilio Tridentino, ma l'ordine non fu accolto. (NA.R. = eviden­temente il partito dei modernisti e dei disobbedienti era attivo e funzionava già prima del Vaticano II = N.d.R.) Soltanto nel 1981, per iniziativa privata, se ne ebbe in Italia una traduzione (cfr. Oss. Rom., 5-6 luglio 1982)

2) Il secondo principio, conseguente al primo, è quello dell'educazione ascetica e della vita sacrificata, che differenzia il clero come ceto (ma anche il laicato, è chiama­to a vivere la dimensione ascetica della vita cristiana).

LEGISLAZIONE LITURGICA DEL SINODO


Non meno significante è la legislazione li­turgica del Sinodo Romano:

a) Si conferma solennemente l'uso del latino,

b) si condanna ogni creatività del ce­lebrante che farebbe scadere l'atto liturgico, che è atto della Chiesa Cattolica, a semplice esercizio di pietà privata,

c) si indica l'urgenza e la necessità di battezzare i bambini quanto prima.

d) Si prescrive il tabernaco­lo nella forma e nel luogo tradi­zionale,

e) si comanda il canto gre­goriano,

f) si sottopongono all'ap­provazione dell'Ordinario i canti popolari di nuova invenzione,

g) si allontana dalle Chie­se ogni profanità, vietando in ge­nerale che dentro l'edificio sacro si eseguano spettacoli e concerti, si vendano stampati ed immagini, si dia campo ai fotografi, si accendano pro­miscuamente lumi (si dovrà commettere al prete di farlo).

Il rigore antico del sacro viene ristabilito an­che circa gli spazi sacri, vietando alle don­ne l'accesso al presbiterio. Infine gli altari facciali sono concessi solo per eccezione che spetta al Vescovo diocesano di concedere. Ognuno può constatare come una tale mas­siccia reintegrazione della disciplina antica voluta dal Sinodo fu quasi in ogni articolo contraddetta e smentita dal Vaticano II. E così il Sinodo Romano, che doveva essere prefigurazione e norma del Concilio Vati­cano Il, precipitò in pochi anni nel più as­soluto oblio ed è in verità "tamquam non fuerit" .

(Nota 12 - In Oss. Rom., 4 giugno 1981, si scrisse, addirittura, che il rinnovamento della Chiesa fu cominciato da Giovanni XXIII con la celebrazione del Sinodo Ro­mano e con la celebrazione del Concilio e che "i due finiscono per amalgamarsi". Sì, se amalgamare significa annientare. Il Sino­do romano non è citato dal Concilio Vatica­no II neppure una volta). Per dare un saggio di questa nullificazione del Sinodo romano osserverò che, avendo io cercato, in Curie e archivi diocesani, i testi del Sinodo Roma­no, non ve li trovai e dovetti estrarli da pub­bliche biblioteche civili (cfr. pp. 49-51) .

"VETERUM SAPIENTIA"


L’uso della lingua latina è, non metafisica­mente, ma storicamente, connaturato alla Chiesa Cattolica. Esso costituisce inoltre un mezzo e un segno primario della continu­ità storica della Chiesa. E siccome non c'è interno senza esterno e tale "interno" sorge, fluttua, si innalza, si abbassa insieme con l'esterno, è sempre stata persuasione della Chiesa che l'esternità del latino si dovesse conservare perpetuamente per preservare l'interno della Chiesa. /.../ La rovina del­la latinità conseguita al Vaticano II si ac­compagnò infatti a moltissimi sintomi di quell'autodemolizione della Chiesa depre­cata da Paolo VI. Anche qui salta agli occhi la frattura tra l'ispirazione preparatoria data al Concilio e il risultato effettivo di esso.

Con l'enciclica "Veterum sapientia", Gio­vanni XXIII intendeva operare un ritorno ("ritiramento") della Chiesa ai suoi princi­pii, essendo questa ripresa dei principi fon­damentali, nella mente del Papa, la vera condizione del rinnovarsi della Chiesa nella propria peculiare natura nel presente "ar­ticulus temporum". Il Papa attribuì al do­cumento un'importanza specialissima e volle rivestita la sua promulgazione di una solennità che non ha pari nella storia di questo secolo: in San Pietro, al cospetto del collegio Cardinalizio e di tutto il clero roma­no. L’Enciclica, tecnicamente, fu annientata dall'oblio nel quale fu fatta cadere immedia­tamente (NA.R. = evidentemente il partito dei modernisti e dei disobbedienti era atti­vo e funzionava già prima del Vaticano II = N.d.R.) ed ebbe un insuccesso storico. Ma la sua importanza rimane (i valori non sono tali solo e se perché accettati): la sua impor­tanza è data dalla perfetta consonanza con l'individualità storica della Chiesa.

A) Eenciclica è anzitutto un'afferma­zione di continuità. (NAR. = ricordiamo che Lutero volle l'abbandono del latino principalmente e in modo strumentale per allontanare le masse da Roma, dal papato = N.d.R.). C'è continuità con la letteratura greca e latina perché le lettere cristiane sono, sin dai primordi, lettere greche e let­tere latine. Gli incunaboli del Libro Sacro sono greci; i simboli di fede più antichi sono greci e latini; la Chiesa di Roma dalla metà del secolo III è tutta latina, parla in latino; i Concili dei primi secoli non hanno altro idioma che il greco. Questa è una continui­tà interna alla Chiesa che concatena tutte le sue epoche. Ma vi è poi una continuità, per dir così, esterna che travalica l'era cristiana e va a ripigliare tutta la sapienza gentilesca. La dottrina dei Padri greci e latini, richiamata dal Pontefice con un testo di Tertulliano è che vi è continuità tra il mondo di pensie­ro in cui visse la sapienza antica ("Veterum sapientia") e il mondo di pensiero elabora­to dopo la rivelazione del Verbo incarnato. /.../ La cultura cristiana è, in qualche modo, preparata ed aspettata obbedienzialmente, come dissero i medievali, dalla sapienza an­tica, perché nessuna verità, nessuna giusti­zia, nessuna bellezza è estranea alla cultura cristiana. Essa é, dunque, non opposta, ma consentanea alla cultura antica e si e sem­pre sostenuta in essa, non solo facendosela ancella e giovandosene funzionalmente, ma portandola in grembo. Però questo rapporto richiede che si mantenga ferma la distinzio­ne tra razionale e sovrarazionale e che si eviti di cadere nel naturalismo e nello storicismo. S. Agostino afferma questa continuità in modo assoluto e universale: "Infatti quella realtà stessa che oggi si chiama religione cri­stiana, già esisteva negli antichi e non mancò mai dagli inizi del genere umano" (Retract., 1, cap. 13).

B) La parte pratica e dispositiva della "Veterum sapientia" è di una fermez­za che è l'espressione e l'applicazione di una cristallina dottrina. I punti decisivi sono proprio quelli che, per la successiva papale desistenza, ne determinarono la nullificazio­ne.

1) La "ratio studiorum" ecclesiastica riacquista la propria originalità fondata sul­lo specifico dello "homo clericus"; si de­cide che si risostanzi l'apprendimento delle discipline tradizionali, massime il latino e greco;

2) Che per ciò ottenere si espungano e si raccorcino le discipline del "cursus" laicale che, per una tendenza assimilativa si erano andate introducendo o ampliando (NA.R. = invece la Gaudium et spes, pre­scriverà che nelle scienze sacre bisogna in­trodurre psicologia e sociologia, addirittura per avere una fede più matu­ra, cfr. Gaudium et spes, n. 61 e: "Nella cura pastorale si conoscano sufficientemen­te e si faccia buon uso non soltanto dei principi della teologia, ma anche delle scoperte delle scienze pro­fane, in primo luogo della psicologia e della sociolo­gia, cosicché anche i fedeli siano condotti ad una più pura e matura vita di fede" = N. d. R.).

3) Prescrive che nei semi­nari le scienze fondamentali, come la dog­matica e la morale, si professino in latino, seguendo manuali parimenti latini;

4) Che chi tra gli insegnanti apparisse incapace o renitente alla latinità, si rimuova entro un congruo tempo.

5) A coronamento della Costituzione apostolica, destinata a procurare una ge­nerale reintegrazione della latinità nella Chiesa, il Papa decretava l'erezione di un Istituto superiore di latinità, che avrebbe dovuto formare latinisti per tutta la Chie­sa e curare un lessico del latino moderno. (Nota 15: "La disfatta del latino nella chiesa post-conciliare è al contrario manifesta. Per­sino nel Congresso internazionale tomistico del 1974 il latino non figurava tra le lingue ammesse. Non c'è dubbio che c'è stato il passaggio ad una Chiesa multilingue ma aliena dal latino"). La "Veterum sapientia", che toccava un punto storicamente essenzia­le del cattolicesimo, richiedeva una grande virtù di obbedienza da parte di tutti, so­prattutto degli organi esecutivi. Occorreva una grande forza pratica per fare applicare la riforma chiedendo, tra l'altro, agli insegnan­ti di conformarsi o dimettersi. Invece la ri­forma degli studi ecclesiastici fu osteggiata da molti lati (in molti ambiti) e con vari motivi (in vari modi), massimi nella pro­vincia tedesca (in Germania) con un libro del Winninger che ebbe addirittura la prefazione del vescovo di Strasburgo. La riforma degli studi ecclesiastici di Giovanni XXIII fu in breve tempo annientata. Il Papa, che prima spingeva per la sua attuazione, or­dinò che non se ne esigesse più l'esecuzione; quelli a cui toccava, per ufficio, di renderla operativa, assecondarono la fiacchezza pa­pale e la "Veterum sapientia", di cui erano state tanto esaltate l'opportunità e l'utilità, fu del tutto cancellata e non citata in alcun documento conciliare.

(NAR. = evidentemente il partito dei modernisti e dei disobbedienti era attivo e funzionava già prima del Vaticano II = Era già pronto ed operativo tutto il programma e la macchina organizzativa per far deviare il Concilio in senso modernista = N.d.R.)

In alcune biografie di Giovanni XXIII se ne tace del tutto come se non fosse mai esistita, mentre i più zelanti la menzionano soltanto come un errore. E non c'è nella storia di tut­ta la Chiesa un documento così solennizzato e così gettato alle ortiche. Resta da stabilire se la sua cancellazione "de libro viventium" è stata la conseguenza di una mancanza di saggezza nel pubblicarla o se è invece stato l'effetto di una mancanza di intrepidezza (fermezza-coraggio) nell'esigerne l'esecuzio­ne. II Card. Siri, in un'intervista pubblicata dal mensile "30 Giorni", riferì dell'esisten­za di un gruppo di "contro impostazione" al Concilio che operava dentro il Concilio con l'aiuto esterno di stampa e media, che lavorava contro la linea e il programma di Giovanni XXIII e che si riunì già prima del Concilio in una certa parte dell'Europa. At­traverso questo gruppo si è manifestata una chiara volontà di manipolare e stravolgere il Concilio (cfr. Fede e Cultura, Giugno 2009, pp. 29-31). Un'ulteriore e diremmo definitiva prova viene dalla confessione di uno dei "congiurati", riferita da un inso­spettabile scrittore che era il preferito di Paolo VI: Jean Guitton. L’accademico di Francia così infatti riferisce: "L’indomani faccio visita al card. Tisserant, che è irritato con Giovanni XXIII. Mi fa vedere un qua­dro, dipinto da sua nipote sulla base di una fotografia, che rappresenta una riunione di cardinali prima del concilio. Vi si vedono sei o sette porporati attorno al presidente, che è Tisserant: "Questo quadro è storico, o piut­tosto è simbolico. Rappresenta la riunione che noi abbiamo avuto prima dell'apertura del concilio, dove noi abbiamo deciso di bloccare la prima sessione, rifiutando le re­gole tiranniche stabilite da Giovanni XXIII" (Jean Guitton, Paolo VI segreto, San Pao­lo, (1985) Quarta edizione 2002, p. 115). ["Ce tableau est historique ou plutòt il est symbolique. Il représent la réunion que nous avions eu avant l'ouverture du Concile où nous avons décidé de bloquer la premiè­re séance en refusant des règles tyranniques établies par Jean XXIII" (Paul VI, secret, Pa­ris, 1979, p. 123)1. Chi erano gli altri por­porati presenti a quel "consiglio di guerra"? Non è difficile immaginare chi facesse parte di quei "noi", visto che al Concilio, in quel­la prima sessione qualcuno di quel "noi" si impegnò pubblicamente e concretamente a farla fallire quella sessione. (Tratto da: Fede e Cultura)
 

PAPA SÃO JOÃO XXIII: desejamos convidar-vos a recitardes o Rosário com particular devoção também por estas outras intenções, que tanto temos a peito, a saber: a fim de que o sínodo de Roma seja frutuoso e salutar para esta nossa dileta cidade; e afim de que do próximo Concílio Ecumênico do qual participareis com a vossa presença e com o vosso conselho, toda a Igreja obtenha uma afirmação tão maravilhosa, que o vigoroso reflorescimento de todas as virtudes cristãs


CARTA ENCÍCLICAGRATA RECORDATIODO SUMO PONTÍFICE
PAPA JOÃO XXIII

AOS VENERÁVEIS IRMÃOS PATRIARCAS,
PRIMAZES, ARCEBISPOS, BISPOS
E AOS OUTROS ORDINÁRIOS DO LUGAR
EM PAZ E COMUNHÃO
COM A SÉ APOSTÓLICA
SOBRE A REZA DO TERÇO
PARA AS MISSÕES E PARA A PAZ
1. Desde os da nossa juventude, com freqüência se nos apresenta à alma a grata recordação daquelas cartas encíclicas [1] que o nosso predecessor, de imortal memória, Leão XIII, na iminência do mês de outubro, muitas vezes endereçou ao mundo católico, para exortar os fiéis, especialmente durante aquele mês, à piedosa prática do Santo Rosário. Trata-se de encíclicas várias pelo seu conteúdo, ricas de sabedoria, vibrantes de sempre nova inspiração, e o mais possível oportunas para a vida cristã. Era um forte e persuasivo apelo a dirigir confiantes súplicas a Deus, mediante a poderosíssima intercessão da Virgem sua Mãe, com a recitação do Santo Rosário. Este, com efeito, como de todos é sabido, é uma excelente modalidade de oração meditada, constituída à guisa de coroa mística, na qual as orações do Pai-Nosso, da Ave-Maria e do Glória ao Pai se entrelaçam com a consideração dos mais altos mistérios da nossa fé, pelos quais é apresentado à mente, como outros tantos quadros, o drama da encarnação e da redenção de nosso Senhor.
2. Com o passar dos anos, esta suave recordação da nossa idade juvenil nunca nos abandonou, e nem tampouco se enfraqueceu; antes dizemo-lo com paternal confiança – valeu para tornar bastante caro ao nosso espírito o Santo Rosário, que nunca deixamos de recitar inteiro cada dia do ano: ato de piedade mariana que sobretudo desejamos praticar com particular fervor no mês de outubro.
3. Durante o curso deste primeiro ano do nosso Pontificado, que já chega ao fim, não nos faltou ocasião de exortar muitas vezes o clero e o povo cristão a preces públicas e privadas; mas agora pretendemos fazê-lo com uma exortação mais viva, diremos, e comovida, por muitos motivos que brevemente exporemos nesta nossa encíclica.
4. I. No próximo mês de outubro completa-se o primeiro aniversário do piedosíssimo trânsito do nosso predecessor Pio XII, cuja existência refulgiu de tantos e tamanhos méritos. Vinte dias depois, sem mérito algum nosso, por oculto desígnio de Deus, fomos elevados ao sumo pontificado. Dois sumos pontífices estendem-se a mão, como que para se transmitirem a sagrada herança da grei mística e para conclamarem a continuidade da sua ansiosa solicitude pastoral e do seu amor a todos os povos.
5. Não são porventura estas duas datas, uma de tristeza e outra de júbilo, a clara demonstração, perante todos, de que, na perpétua sucessão dos acontecimentos humanos, o pontificado romano sobrevive ao longo do curso dos séculos, mesmo se todo chefe visível da Igreja católica, chegado ao tempo fixado pela Providência, é chamado a deixar este exílio terrestre?
6. Volvendo o olhar quer para Pio XII quer para seu humilde sucessor, nos quais se perpetua o ofício de supremo pastor comado a S. Pedro, os fiéis elevem a Deus a mesma prece: "Protege o papa, os bispos e todos os ministros do evangelho, nós te pedimos, escuta-nos, Senhor!". [2]
7. E apraz-nos, ademais, aqui recordar que também o nosso imediato predecessor, com a Encíclica Ingruentium malorum [3], já exortou os fiéis de todo o mundo, como ora o fazemos nós, à piedosa recitação do Santo Rosário, especialmente no mês de outubro. Naquela encíclica há uma advertência que de muito bom grado repetimos: "Volvei-vos com sempre maior confiança para a Virgem Mãe de Deus, a quem os cristãos sempre e principalmente têm recorrido nas adversidades, visto que ela foi constituída fonte de salvação para todo o gênero humano". [4]
8. II. A 11 de outubro teremos a grande alegria de entregar o crucifixo a uma densa falange de jovens missionários, que, deixando a sua dileta pátria, assumirão a árdua tarefa de levar a luz do Evangelho a povos longínquos. Nesse mesmo dia, à tarde, é desejo nosso subir ao Janículo para celebrar, com alegres auspícios, o primeiro centenário de fundação do Colégio Americano do Norte, em união com os superiores e com os alunos.
9. As duas cerimônias, embora não intencionalmente marcadas para o mesmo dia, têm o mesmo significado: isto é, de afirmação clara e decidida dos princípios sobrenaturais que movem todas as atividades da Igreja católica; e da voluntária e generosa dedicação de seus alhos à causa do mútuo respeito, da fraternidade e da paz ente os povos.
10. O maravilhoso espetáculo destas juventudes que, vencidas inúmeras dificuldades e incômodos, se oferecem a Deus para que também os outros entrem na posse de Cristo (cf. Fl 3,8), seja nas mais longínquas terras ainda não evangelizadas, seja nas imensas cidades industriais onde, no vertiginoso pulsar da vida moderna, as almas às vezes se estiolam e se deixam oprimir pelas coisas terrenas, este espetáculo, repetimos, é comovedor e anima à esperança de dias melhores.
11. Nos lábios dos velhos que até aqui carregaram o peso destas graves responsabilidades floresce a ardente prece de S. Pedro: "Concede aos teus servos anunciarem com toda confiança a palavra de Deus" (cf. At 4,29).
12. Portanto, vivamente desejamos que durante o próximo mês de outubro todos estes nossos filhos sejam recomendados, com fervorosas preces, à augusta Virgem Maria.
13. III. Há, além disto, uma outra intenção que nos impele a dirigir mais ardentes súplicas a Jesus Cristo e à sua amabilíssima Mãe, preces para as quais convidamos o sacro colégio de cardeais, e vós, veneráveis irmãos, os sacerdotes e as almas consagradas, os doentes e os sofredores, as crianças inocentes e todo o povo cristão. E é esta: afim de que os homens responsáveis pelos destinos das grandes como das pequenas coletividades, cujos direitos e cujas imensas riquezas espirituais devem ser escrupulosamente conservadas intactas, avaliem, atentamente a grave tarefa da hora presente.
14. Por isso rogamos ao Senhor que eles se esforcem por conhecer a fundo as causas que originam as dissensões, e com boa vontade as superem; sobretudo que avaliem o triste balanço de ruínas e de danos dos conflitos armados – que o Senhor afaste! – e não depositem neles esperança alguma; que adaptem a legislação civil e social às reais exigências dos homens, não esquecidos, por outro lado, das Leis eternas, que provêm de Deus e são o fundamento e o eixo da própria vida civil; e preocupem-se sempre com o destino ultraterreno de toda alma individual, criada por Deus para alcançá-lo e gozá-lo um dia.
15. Além disto, é de lembrar que hoje se difundiram posições filosóficas e atitudes práticas absolutamente inconciliáveis com a fé cristã. Com serenidade, precisão e firmeza continuaremos a afirmar essa inconciliabilidade. Mas Deus fez curáveis os homens e as nações! (cf. Sb 1,14).
16. E por isto confiamos que, postos de parte os áridos postulados de um pensamento cristalizado e de uma ação penetrada de laicismo e de materialismo, busquem e achem os oportunos remédios naquela sã doutrina que a experiência das coisas cada dia mais confirma. Ora, essa doutrina conclama que Deus é autor da vida e das suas leis: que é vingador dos direitos e da dignidade da pessoa humana; por conseqüência, que Deus é a "nossa salvação e Redenção!". [5]
17. O nosso olhar volve-se para todos os continentes, lá onde os povos estão em movimento para tempos melhores, e nos quais vemos um despertar de energias profundas que faz esperar num empenho das consciências retas em promover o verdadeiro bem da sociedade humana. A fim de que esta esperança se realize de modo o mais consolador, isto é, com o triunfo do Reino da verdade, da justiça, da paz e da caridade, ardentemente desejamosque todos os nossos filhos formem "um só coração e uma só alma" (At 4,32), e elevem comuns e fervorosas súplicas à celeste Rainha e Mãe nossa amantíssima durante o correr do mês de outubro, meditando estas palavras do apóstolo das gentes: "Somos atribulados por todos os lados, mas não esmagados; postos em extrema dificuldade, mas não vencidos pelos impasses; perseguidos, mas não abandonados; prostrados por terra, mas não aniquilados. Incessantemente e por toda parte trazemos em nosso corpo a agonia de Jesus, afim de que a vida de Jesus seja também manifestada em nosso corpo" (2 Cor 4,8-10).
18. Antes de terminarmos esta carta encíclica, veneráveis irmãos, desejamos convidar-vos a recitardes o Rosário com particular devoção também por estas outras intenções, que tanto temos a peito, a saber: a fim de que o sínodo de Roma seja frutuoso e salutar para esta nossa dileta cidade; e afim de que do próximo Concílio Ecumênico do qual participareis com a vossa presença e com o vosso conselho, toda a Igreja obtenha uma afirmação tão maravilhosa, que o vigoroso reflorescimento de todas as virtudes cristãs, que dele esperamos, sirva de convite e de estímulo também para todos aqueles nossos irmãos e filhos que estão separados desta Sé Apostólica.
19. Com esta gratíssima esperança e com grande afeto concedemos a vós, veneráveis irmãos, aos féis a vós singularmente confiados, e de modo especial a todos os que, com piedade e boa vontade acolherem este nosso convite, a bênção apostólica.
Dado em Roma, junto a S. Pedro, no dia 26 de setembro de 1959, primeiro do nosso Pontificado.
JOÃO PP. XXIII

Notas
[1] Cf. Carta enc. Supremi Apostolatus: Acta Leonis XIII, III, p. 280ss; EE (= Enchiridion delle Encicliche, EDB. Coleção publicada na Itália) 3; Carta enc. Superiore anno: Acta Leonis XIII, IV, p. 123ss; EE 3; Carta enc. Quamquam pluries: Acta Leonis XIII, IX, p. 175as; EE 3; Carta enc. Octobri mense: Acta Leonis XIII, XI, p. 299ss; EE 3; Carta enc. Magnae Dei Matris: Acta Leonis XIII, XII, p. 221ss; EE 3; Carta enc. Laetitiae sanctae: Acta Leonis XIII, XIII, p. 283ss; EE 3; Carta enc. Iucunda semper: Acta Leonis XIII, XIV, p. 305ss; EE 3; Carta enc. Adiutricem populi: Acta Leonis XIII, XV, p. 300ss; EE 3; Carta enc. Fidentem piumque: Acta Leonis XIII, XVI, p. 278ss; EE 3; Carta enc. Augustissimae Virginis: Acta Leonis XIII, XVII, p. 285ss; EE 3; Carta enc. Diuturni temporis: Acta Leonis XIII, XVIII, p.153ss; EE 3.
[2] Lit. Sanctorum.
[3] Ingruentium malorum, 15 de setembro de 1951; AAS, 43 (1951), p. 577ss, EE 6/873ss.
[4] Santo Ireneu, Adv. haer. III, 22: PG. 7, 959. – AAS, 43 (1951), pp. 578-579; EE 6/876.
[5] Da Liturgia Sagrada.
 

domingo, 27 de abril de 2014

Os Resultados Paradoxais do Concílio Vaticano II. A Negação do Sínodo Romano de São João XXIII




Iota Unum: Os Resultados Paradoxais do Concílio Vaticano II. A Negação do Sínodo Romano de São João XXIII

Quando tinha meus 20 anos de idade li pela primeira versão original italiana de “Iota Unum” do Prof. Romano Amerio. Naquela época o autor ainda estava com o nome lançado nas instâncias do esquecimento ou diríamos, num estado intermediário entre o respeito e o repúdio, entre o céu e o inferno. Uma vez que o L’osservatore Romano em 2010 colocou a obra no lugar merecido ou até mesmo “reabilitou” moralmente o autor, optamos por trazer trechos de sua obra onde ele analisa as mudanças da Igreja após o Concílio Vaticano II.

A versão que adotamos por traduzir não é mais a original em italiano, mas a espanhola. Romano Amerio foi perito no Vaticano II, teólogo e filósofo, e por compor a ala tradicionalista recebeu a alcunha espúria de “inimigo”, certamente pela incapacidade dos grandes meios de comunicação de refutarem suas teses quase ou até mesmo tomistas. Jamais nos seria espantoso ou imoral aceitar que suas linhas tivessem sido destruídas pelo uso da razão e da boa argumentação, mas uma vez que não foram, pelo contrário, quiseram aniquilar o homem para assim aniquilarem suas teses, o retorno de Amerio é mais do que bem-vindo, assim depois de morto talvez consigam ao menos refutá-lo com dignidade, deferindo ao morto o que não foi dado ao vivo: respeito.

Após a Imprensa Oficial da Santa Sé publicar matéria sobre o autor e promover um Congresso para expor sua obra, o livro que não era mais editado, voltou a compor o rol de leitura de muitos católicos europeus, e pela ainda inexistente versão portuguesa, queremos trazer suas linhas na tentativa de elevar o nível dos debates – muitos deles escandalosos pela inexatidão e até mesmo pela vangloria – de forma que seja conhecida a história do Concílio, que sem dúvida, foi marcante para o século XX e para a história do catolicismo. Este livro é uma testemunha ocular e não mera opinião.

O título “Iota Unum” é uma referência a São Mateus 5, 18. Desta forma o autor deixa entrever que as tentações, ou para usar um termo mais abalizado que o meu, a auto-demolição, pela qual passa a Igreja, está prenunciada na Revelação Divina, ou seja, “Em verdade vos digo: até que passem os Céus e a Terra, nem um só jota (iota unum) ou um só til da Lei passará sem que tudo se cumpra”. Para o professor Romano, tudo que ocorre hoje com a Igreja é cumprimento exato das profecias do Novo Testamento.

Inseri alguns comentários do corpo da tradução, para que o leitor ainda pouco acostumado com o tema possa entender a quem e a que se refere a passagem, e nenhuma intenção passa disso, senão meramente auxiliar a leitura. Inseri também subtítulos e reafirmamos: - o leitor que tiver acesso à obra completa ou dela puder tomar apontamentos, tem obrigação por dever de justiça, de formar sua opinião a partir da obra integral e não de minha tradução dos trechos, isso porque recuso usar da artimanha de pinçar trechos de obras e textos para legitimar idéias, como se o autor concordasse com os sofismas de quem usa seus escritos como meio de manipulação de opinião. Infelizmente este mal é uma desonestidade intelectual muito comum e difícil de ser aniquilada.
A apresentação da obra de Romano feita pelo Bispo de Imperia, Dom Mario Oliveri, pode ser lida aqui.

O Resultado Paradoxal do Concílio e o Sínodo Romano – Capítulo III do Tomo I da Obra Iota Unum. Estudos Sobre as Transformações da Igreja no Século XX.

Por Romano Amerio
Tradução: Carlos Eduardo Maculan

O resultado paradoxal do Concílio Vaticano II a respeito de sua preparação se manifesta na comparação entre os documentos finais e os documentos iniciais (propedêuticos), e também nos três eixos principais: I – o fracasso das previsões feitas pelo Papa (João XXIII) e por quem preparou o Concílio; II – a inutilidade efetiva do Sínodo Romano sugerido por João XXIII como antecipação do Concílio e; III – a anulação, quase imediata, da Encíclica Veterum Sapientiae, que prefigurava a fisionomia cultural da Igreja Conciliar.

O Papa João, que havia idealizado o Concílio como um grande ato de renovação e de adequação funcional da Igreja, acreditava que também o havia preparado como tal, e aspirava poder concluí-lo em poucos meses, quiçá como o I Concílio de Latrão com o Papa Calixto II em 1123, quando trezentos bispos o concluíram em dezenove dias, ou como o II Concílio de Latrão com o Papa Inocêncio II em 1139, com mil bispos que o concluíram em dezessete dias.

No entanto, o Vaticano II se abriu em 11 de outubro de 1962 e se encerrou em 8 de dezembro de 1965, durando três anos de modo descontínuo. O fracasso das previsões tiveram origem em haver-se abortado um Concílio que havia sido preparado e na elaboração posterior de um Concílio distinto do primeiro, que gerou a si mesmo. (Nota do tradutor: o autor faz referência aos rumos que tomou o Vaticano II. Um é o Concílio que se idealizou pelo Sínodo Romano, outro é o Concílio que “gerou a si próprio”).

O Sínodo Romano convocado por São João XXIII

O Sínodo Romano foi concebido e convocado por João XXIII como um ato solene e prévio à grande Assembléia Conciliar, o qual deveria ser a prefiguração e a realização antecipada do Concílio.

Assim declarou textualmente o Pontífice na Alocução ao Clero e aos Fiéis de Roma de 29 de junho de 1960. A todos o Papa revelou a importância do Sínodo e ainda mais anunciou que além da Diocese de Roma, o Sínodo se estendia a toda Igreja no Mundo. A importância do Sínodo foi comparável aos Sínodos Provinciais celebrados por São Carlos Borromeo antes do Concílio de Trento.

Renovava-se o antigo princípio que quer modelar toda a orbe católica sob o patronato da Igreja Romana. Na mente do Papa o Sínodo Romano estava destinado a ter um grandioso efeito exemplar que se depreendia do feito de que o Papa ordenou a tradução de todos os seus textos para todas as línguas principais do mundo. Os textos do Sínodo promulgados em 25, 26 e 27 de janeiro de 1960 manifestam um completo retorno às essências da Igreja.

O Sínodo decretava: I – restauração da vida religiosa; II – a disciplina do clero se estabelece no modelo tradicional, amadurecido no Concílio de Trento e fundado em princípios sempre professados e sempre praticados. O primeiro princípio é da peculiaridade da pessoa consagrada e habilitada sobrenaturalmente para exercer as operações de Cristo e, por conseguinte, separada dos leigos sem confusão alguma. O segundo princípio era a educação ascética e a vida sacrificada, que caracteriza o clero, embora os leigos possam levar uma vida ascese.

Deste modo o Sínodo prescrevia aos clérigos todo um estilo de conduta retamente diferenciado das maneiras seculares. Tal estilo exige I - o hábito eclesiástico (batina e hábitos regulares), II - a sobriedade nos alimentos, a abstinência de espetáculos públicos e a negação das coisas profanas. Reafirmava-se, igualmente, a originalidade da formação cultural do clero e se desenhava o sistema sancionado de forma soleníssima pelo Papa João XXIII no ano seguinte ao Sínodo através da Encíclica Veterum Sapentiae. O Papa ordenou, inclusive, que se reeditasse o Catecismo do Concílio de Trento, porém a ordem foi desobedecida. Somente em 1981, e por iniciativa totalmente privada, se publicou na Itália sua tradução, conforme consta do L’Osservatore Romano de 5 de julho de 1982.

A legislação litúrgica do Sínodo
Não menos significativa é a legislação litúrgica decretada pelo Sínodo: I – O uso solene do Latim; II – condenação formal e material da criatividade litúrgica que rebaixa o ato litúrgico enquanto ato solene da Igreja; III – a necessidade do batismo de crianças “quam primum”; IV – o sacrário deve estar disposto sobre o altar na forma tradicional; V – O uso do gregoriano, proibindo as novas invenções musicais; VI – a proibição geral de que se tenha lugar dentro do edifício santo toda espécie de profanação com espetáculos; VII– A proibição do acesso de mulheres ao presbitério; VIII – a proibição dos altares “de frente para o povo”, salvo nos casos previstos na lei canônica.

(Nota do tradutor: os altares “frente para o povo” nunca existiram na tradição, nos locais onde o altar está supostamente “de frente para o povo” segundo a disciplina tradicional, como na Basílica de São Pedro, na verdade não estão. Em São Pedro do Vaticano o altar está na verdade “Versus Deum”, ou seja, voltado para o Leste, o que gera engano no povo que acredita que na Basílica do Papa se celebra de frente para os fiéis. Nunca existiu na Santa Sé celebração que não fosse “Versus Deum”.)

É impossível não ver que tão firme reintegração da antiga disciplina desejada pelo Sínodo tenha sido contraditada pelo Concílio praticamente em todos os seus artigos. Deste feito, o Sínodo Romano, que deveria ser a prefiguração e a norma do Concílio – como desejou João XXIII – foi jogado em poucos anos no Érebo. Para se dar uma idéia de tal anulação, assinalo que não encontrei os textos do Sínodo em nenhuma Cúria Diocesana, tendo que consegui-los em bibliotecas civis.

O Paradoxismo do Concílio em relação a Veterum Sapeintiae

O uso da língua latina é conatural à Igreja e está estreitamente ligada às coisas da Igreja, inclusive na mentalidade popular. Constitui, ademais, um meio e um sinal primordial da continuidade histórica da Igreja. E posto que não há nada interno sem o externo, e o interno, surge, flutua, se eleva e se rebaixa conjuntamente com o externo, sempre esteve persuadida a Igreja de que a forma externa do latim deve conservar-se perpetuamente para conservar as características internas da Igreja. E tanto mais quando se trata de um fenômeno de linguagem, no qual a conjunção de forma e substância (ou seja, o interno e do externo) é de todo indissolúvel. Desta monta, a ruína da latinidade, conseqüente ao Vaticano II, foi acompanhada por muitos sintomas da auto-demolição da Igreja conforme lamentado por Paulo VI.

João XXIII pretendia com a Encíclica Veterum Sapientiae operar um retorno da Igreja sobre seus princípios, sendo que em sua mente este retorno é uma condição para a renovação da Igreja na peculiaridade própria do “articulus temporum”.

O Papa atribuiu ao documento uma importância especialíssima e as solenidades de que quis revestir sua promulgação – na Basílica de São Pedro, na presença do Colégio Cardinalício e de todo o clero romano – não se viu igual na história deste século. A importância da Veterum Sapientiae não se vê negada pelo esquecimento em que a fizeram cair imediatamente e nem por seu fracasso histórico. Sua importância deriva de sua perfeita consonância com a identidade histórica da Igreja.

A encíclica é fundamentalmente uma afirmação da continuidade e a Igreja que procede do mundo helênico e romano é sobre tudo porque as letras cristãs são, desde os primeiros tempos, letras gregas e letras latinas. Os incunábulos das Sagradas Escrituras são gregos, os símbolos da fé mais antigos são gregos e latinos, a Igreja de Roma da metade do século III é toda ela latina, os Concílios dos primeiros séculos não têm outro idioma que o grego.[1]

Se trata de uma continuidade interna da Igreja na qual se concatenam todas suas épocas. Porém, existe ademais, uma continuidade externa que atravessa a inteira cronologia da era cristã e recorre a sabedoria dos gentios. Não vamos falar, naturalmente, de um “São Sócrates” a quem amaldiçoava Erasmo, porém não poderemos preterir a doutrina, exposta pelos Padres Gregos e Latinos e recordada pelo Pontífice (João XXIII) com um texto de Tertuliano, segundo a qual, existe uma continuidade entre o mundo do pensamento no qual viveu a “antiga sabedoria” – precisamente veterum sapientiae – e o mundo de pensamento elaborado depois da Revelação do Verbo Encarnado.

Nota do tradutor: foi por reconhecer a sabedoria grega e latina, a tradição, os símbolos da fé e a forma lingüística da Igreja durante 20 séculos, que o Papa João XXIII quis dar o nome da encíclica mais solene do século XX de “Veterum Sapientiae” ou “Antiga Sabedoria”. Sabe-se que João XXIII reconheceu no texto a continuidade entre a história da Igreja e sua contemporaneidade. Todavia, de forma assustadora, a Veterum Sapientiae foi esquecida e não consta sequer do Enchiridion Symbolorum editado após o Concílio, ou seja, é um capítulo omitido do Denzinger-Hünermann. Para o Papa João, o mundo grego e latino é parte integrante da religião católica, e esta é uma verdade não só professada por ele, mas por todos os Papas que o precederam.

O pensamento cristão desvendou o conteúdo sobrenaturalmente revelado, porém, também aderiu ao conteúdo revelado naturalmente mediante a luz da razão criada.

Deste modo, o mundo clássico não é estranho à religião. Esta o tem como essência e uma esfera de verdade inalcançável mediante as luzes naturais e sobrepostas a elas, porém, inclui também a esfera de toda verdade humanamente alcançável.

A cultura cristã foi, portanto, preparada e esperada obedientemente (como diziam os medievos) pela sabedoria antiga, porque nenhuma verdade, nenhuma justiça, nenhuma beleza é alheia ao cristianismo. E por isso não lhe é oposta, senão, compatível com a sabedoria antiga e se vê apoiada sempre por ela: não somente, como sucede dizer, fazendo-lhe escrava e a utilizando funcionalmente, mas levando no colo a quem já existia, todavia, a santificou e a fez maior do que era.

O documento mais solenizado da história da Igreja
A Veterum Sapientiae prescreve que as ciências fundamentais, como a dogmática e a moral, sejam ensinadas nos seminários em latim e seguindo manuais igualmente em latim; que os professores que pareçam incapazes ou reticentes com a latinidade sejam afastados por tempo conveniente. Como coração dela, que era destinada a procurar uma reintegração geral do latim da Igreja, o Pontífice decretou a ereção de um Instituto Superior de Latinidade, que tinha a função de formar latinistas para toda a Igreja e confeccionarem um livro de léxicos do latim moderno.

A desintegração geral da latinidade posteriormente ao projeto preparatório do Concílio, onde, nesse projeto se pretendeu a geral reintegração, nos mostra um sufrágio adicional à tese do resultado paradoxal do Concílio.

Milhões de professores, que se encontravam na exata condição desejada pela Veterum Sapientiae sobre as disciplinas divinas, foram constrangidos de forma impiedosa e sem misericórdia a se demitirem de seus cargos. A reforma dos estudos eclesiásticos, segundo a mesma encíclica, foi hostilizada por muitos e vários motivos, sendo aniquilada em brevíssimo tempo.

O Papa João, que primeiramente a instava ser cumprida, ordenou que não se exigisse mais sua execução. Aqueles a quem deviam por dever de ofício fazê-la eficaz, cercaram o Papa já debilitado e a Veterum Sapientiae, cuja oportunidade e utilidade tão altamente se havia exaltado, foi de toda ab-rogada e não é citada em nenhum documento conciliar.

Em algumas biografias sobre João XXIII ela é silenciada de todo, como se não existisse ou nunca houvesse existido, enquanto que os mais progressistas a mencionam somente como um tremendo erro. Não há na história da Igreja um documento tão altamente solenizado e que de tão pronto foi lançado nas gemônias[2].

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Notas do tradutor:

[1] Incunábulos na bibliologia são os primeiros livros traduzidos.
[2] Gemônias são as escadarias das antigas prisões romanas que levavam ao subsolo e nas quais eram expostos os cadáveres dos mortos.