sábado, 14 de março de 2009

MONS. RANJITH ANALIZA A REFORMA LITÚRGICA PÓS CONCILIAR E SUGERE A GRANDE NECESSIDADE DE REFORMAR A PRÓPRIA REFORMA JÁ FEITA




Monseñor Ranjith, Secretario de la Congregación para el Culto Divino, ha escrito el prólogo para la edición inglesa del libro “El Cardenal Ferdinando Antonelli y el desarrollo de la reforma litúrgica desde 1948 hasta 1970” de Monseñor Nicola Giampietro. Ofrecemos nuestra traducción del texto completo de este prólogo en el cual Monseñor Ranjith, con gran valentía, realiza un análisis preciso de la reforma litúrgica post-conciliar, planteando la gran necesidad de reformar la misma reforma.

¿Hasta qué punto la reforma litúrgica post-conciliar refleja en verdad a la “Sacrosanctum Concilium”, la Constitución del Concilio Vaticano II sobre la Sagrada Liturgia? Esta es una cuestión que a menudo ha sido debatida en los círculos eclesiásticos desde el mismo momento en que el Consilium ad Exsequendam Constitutionem de Sacra Liturgia culminó su trabajo. En las últimas dos décadas, ha sido debatida incluso con mayor intensidad. Y mientras algunos han sostenido que lo realizado por el Consilium estuvo en línea con aquel gran documento, otros se han mostrado totalmente en desacuerdo.


En la búsqueda de una respuesta a esta cuestión, debemos tener en cuenta la atmósfera turbulenta de los años que siguieron inmediatamente al Concilio. En su decisión de convocar el Concilio, el Papa Juan XXIII había deseado que la Iglesia se preparara para el nuevo mundo que estaba emergiendo tras la desgracia de los desastrosos acontecimientos de la Segunda Guerra Mundial. Él previó proféticamente el surgimiento de una fuerte corriente de materialismo y secularismo a partir de las orientaciones nucleares de la era precedente, que había estado marcada por el espíritu de la ilustración, y en la que los valores tradicionales de la antigua visión del mundo ya habían comenzado a ser sacudidos.


La revolución industrial, junto con sus tendencias filosóficas antropocéntricas y subjetivistas, especialmente las derivadas de la influencia de Kant, Hume y Hegel, llevaron al surgimiento del marxismo y del positivismo. Esto también provocó la aparición de la crítica bíblica, relativizando hasta cierto punto la veracidad de las Sagradas Escrituras, lo que por su parte tuvo influencias negativas en la teología, generando una actitud que cuestionaba la objetividad de la Verdad establecida y la utilidad de defender las tradiciones e instituciones eclesiásticas. Algunas escuelas de teología se atrevieron incluso a cuestionar doctrinas básicas de la Iglesia. En realidad, el Modernismo ya había sido anteriormente una fuente de peligro para la fe. Es en este escenario que el Papa Juan XXIII sintió que necesitaban encontrarse respuestas más convincentes.


El llamado del Papa a un aggiornamento asumió entonces el carácter de una búsqueda de fortificación de la fe, en orden a hacer más efectiva la misión de la Iglesia y ser capaces de responder convincentemente a estos desafíos. No fue, ciertamente, un llamado a caminar según el espíritu de los tiempos, un ponerse pasivamente a la deriva, ni tampoco un llamado a realizar un nuevo comienzo de la Iglesia, sino un llamado a hacer que el mensaje del Evangelio sirviera de mayor respuesta a las cuestiones difíciles que la humanidad enfrentaría en la era post-moderna. El Papa explicaba el ethos detrás de su decisión cuando declaró: “hoy, la Iglesia está siendo testigo de una crisis dentro de la sociedad.


Al tiempo que la humanidad está al borde de una nueva era, aguardan a la Iglesia tareas de una inmensa gravedad y amplitud, como en los más trágicos períodos de su historia. Es cuestión, en definitiva, de poner al mundo moderno en contacto con las energías vivificantes y perennes del Evangelio… a la vista de un doble espectáculo – un mundo que revela una grave pobreza espiritual, y la Iglesia de Cristo, que aún vibra con vitalidad - nosotros… hemos sentido inmediatamente la urgencia del deber de convocar a nuestros hijos para dar a la Iglesia la posibilidad de contribuir más eficazmente a la solución de los problemas de la era moderna” (Constitución Apostólica “Humanae Salutis”, 25 de diciembre de 1961). El Papa continuaba: “el Concilio que se aproxima se reunirá en un momento en el que la Iglesia encuentra muy vivo el deseo de fortificar su fe y de contemplarse a sí misma en su propia sobrecogedora unidad. Al mismo tiempo, siente urgente el deber de dar una mayor eficiencia a su sana vitalidad y de promover la santificación de sus miembros, la difusión de la Verdad revelada, la consolidación de sus organismos” (ibíd.).


Entonces, el Concilio fue básicamente una llamada a un fortalecimiento de la Iglesia desde adentro en orden a prepararla mejor para su misión en medio de las realidades del mundo moderno. Subyacente a estas palabras, estaba también el sentido de estima que el Papa sentía hacia lo que la Iglesia ya era entonces. Las palabras “vibrante con vitalidad” usadas por el Papa para definir el status de la Iglesia en aquel momento, no dejan ver, por cierto, ningún sentido de pesimismo, como si el Papa despreciara el pasado o lo que la Iglesia había conseguido hasta entonces. Es por esto que no se puede pensar justificadamente que, con el Concilio, el Papa haya llamado a un nuevo comienzo.


Tampoco fue un llamado a la Iglesia a “des-clasificarse” a sí misma, cambiando o abandonando totalmente sus tradiciones antiquísimas, quedando, por así decir, absorbida por la realidad del mundo que la rodea. De ninguna forma se pidió el cambio por el cambio en sí sino sólo en orden a fortalecer y preparar mejor a la Iglesia para enfrentarse con los nuevos desafíos. En resumen, el Concilio nunca fue llamado a ser una aventura sin rumbo. Se quiso que fuera una experiencia verdaderamente pentecostal.


Aún así, y no obstante lo mucho que los Papas que guiaron este evento insistieron en la necesidad de un verdadero espíritu de reforma, fiel a la naturaleza esencial de la Iglesia, e incluso cuando el Concilio mismo produjo tan bellas reflexiones teológicas y pastorales como Lumen Gentium, Dei Verbum, Gaudium et Spes y Sacrosanctum Concilium, lo que sucedió fuera del Concilio – especialmente dentro de la sociedad en su conjunto y al interno de su círculo de liderazgo filosófico y cultural – comenzó a influenciar negativamente a la Iglesia, creando tendencias que fueron dañinas para su vida y su misión.


Estas tendencias, que en ocasiones fueron incluso representadas más virulentamente por ciertos círculos de dentro de la Iglesia, no estaban necesariamente conectadas con las orientaciones o las recomendaciones de los documentos del Vaticano II. Pero de todas formas fueron capaces de sacudir los fundamentos de la fe y de las enseñanzas de la Iglesia en una medida sorprendente. La fascinación de la sociedad con un exagerado sentido de la libertad individual y su inclinación al rechazo de lo permanente o absoluto, junto con otros pensamientos mundanos, tuvieron influencia en la Iglesia, y a menudo fueron justificados en nombre del Concilio.


Esta visión también relativizó la Tradición, la veracidad de la doctrina desarrollada, y tendió a idolizar todo lo nuevo. Contenía consigo fuertes tendencias favorables al relativismo y al sincretismo religioso. Para ellos, el Concilio tenía que ser una suerte de nuevo comienzo para la Iglesia. El pasado había terminado su curso. Conceptos básicos y temas como el Sacrificio y la Redención, la misión, la proclamación y la conversión, la adoración como un elemento integral de la Comunión, y la necesidad de la Iglesia para la salvación – todos fueron dejados de lado; mientras que el diálogo, la inculturación, el ecumenismo, la Eucaristía como “Banquete”, la evangelización como “testimonio”, etc., se tornaron más importantes. Fueron despreciados valores absolutos.

El Cardenal Joseph Ratzinger se refirió a este siempre creciente espíritu de relativismo: para él, al verdadero Concilio “se contrapuso, ya durante las sesiones y con mayor intensidad en el período posterior, un sedicente «espíritu del Concilio», que es en realidad su verdadero «antiespíritu». Según este pernicioso anti-espíritu (Konils-Ungeist en alemán), todo lo que es «nuevo»… sería siempre en cualquier circunstancia mejor que lo que se ha dado en el pasado o lo que existe en el presente. Es el antiespíritu, según el cual la historia de la Iglesia debería comenzar con el Vaticano II, considerado como una especie de punto cero” (Informe sobre la fe, 1985).


El Cardenal descartaba esta visión como falsa ya que “el Vaticano II no quería ciertamente «cambiar» la fe sino reproponerla de manera eficaz” (ibíd.). También afirmaba que, de hecho, “el Concilio no siguió el derrotero que Juan XXIII había esperado”. Y declaraba que “es necesario también reconocer que – al menos hasta ahora – no ha sido escuchada la plegaria del papa Juan para que el Concilio significase un nuevo salto adelante, una vida y una unidad renovadas para la Iglesia” (ibíd.). Éstas son palabras duras, pero yo diría también muy verdaderas, ya que el espíritu de una exagerada libertad teológica apartó, por así decirlo, al mismo Concilio de sus metas declaradas.


El Consilium ad Exsequendam Constitutionem de Sacra Liturgia tampoco estuvo exento de ser influenciado por este incontenible maremoto del llamado deseo de “cambio” y “apertura”. Posiblemente, algunas de las mencionadas tendencias relativizantes influenciaron también a la Liturgia, minando la centralidad, la sacralidad y el sentido del misterio, y también minando el valor de aquello que la vida litúrgica eclesial había llegado a ser mediante la continua acción del Espíritu Santo en la bimilenaria historia de la Iglesia.


Un exagerado sentido de búsqueda de lo antiguo, el antropologismo, la confusión de los roles entre los ordenados y los no ordenados, una ilimitada provisión de espacio para la experimentación – y, de hecho, la tendencia a mirar con suficiencia algunos aspectos de la evolución de la liturgia en el segundo milenio – fueron cada vez más visibles entre ciertas escuelas litúrgicas.


Los liturgistas también tendieron a seleccionar aquellas secciones de la Sacrosanctum Concilium que parecían dar más cabida al cambio o a la novedad, ignorando las demás. Por otra parte, existía un enorme sentido de prisa por efectuar y legalizar los cambios. Se tendió a dar mucho espacio a una forma de mirar a la Liturgia demasiado horizontal. Las normas del Concilio que tendían a restringir tal creatividad, o que eran favorables a “la forma tradicional”, parecieron ser ignoradas. Peor aún, algunas prácticas que Sacrosanctum Concilium no había ni siquiera contemplado fueron permitidas en la liturgia, como la Misa versus populum, la Santa Comunión en la mano, el dejar de lado tanto el latín como el canto gregoriano en favor de cantos e himnos en vernáculo sin mucho espacio para Dios, y la extensión más allá de cualquier límite razonable de la facultad de concelebrar en la Santa Misa. También hubo una extremadamente mala interpretación del principio de “participación activa” (actuosa participatio).


Todo esto tuvo su efecto en la obra del Consilium. Aquellos que guiaron el proceso de cambio, tanto dentro del Consilium como luego en la Sagrada Congregación de Ritos, estuvieron ciertamente influenciados por todas estas tendencias novedosas. No todo lo que ellos introdujeron fue negativo. Mucho del trabajo realizado fue digno de elogio. Pero también se dejó mucho espacio para la experimentación y para la interpretación arbitraria. Estas “libertades” fueron explotadas hasta su máxima expresión por algunos “expertos” litúrgicos, lo que condujo a demasiada confusión. El Cardenal Ratzinger explica cómo “uno se estremece ante el rostro deslucido de la liturgia post-conciliar como ha llegado a ser, o uno se aburre con su banalidad y su falta de standards artísticos…” (La Fiesta de la Fe, 1986).


Esto no es para dejar toda la responsabilidad de lo sucedido únicamente en los miembros del Consilium, pero algunas de sus aproximaciones eran “débiles”. De hecho, hubo un espíritu general de “ceder” acríticamente en ciertos puntos al espíritu de muchedumbre entusiasta de la época, incluso dentro de la Iglesia, más visiblemente en algunos sectores y regiones geográficas. Algunos de los que tenían autoridad en la Sagrada Congregación de Ritos también mostraron signos de debilidad en este asunto. Se concedieron demasiados indultos sobre ciertos requerimientos de las normas.



Naturalmente, el “espíritu de libertad” al que algunos sectores de peso en la Iglesia dieron rienda suelta en nombre del Concilio, incluso haciendo vacilar a los que tomaban decisiones importantes, condujo a mucho desorden y confusión, algo que no buscaron ni el Concilio ni los Papas que lo guiaron. La triste afirmación del Papa Pablo VI durante la tormentosa década del ’70, “el humo de Satanás ha entrado en la Iglesia” (Homilía del 29 de junio de 1972, Fiesta de San Pedro y San Pablo), o sus comentarios acerca de las excusas de algunos para impedir la evangelización “sobre la base de ciertas enseñanzas del Concilio” (Evangelii Nuntiandi 80) muestran cómo este anti-espíritu del Concilio hizo más dolorosas sus labores.


A la luz de todo esto, y de algunas consecuencias problemáticas para la Iglesia hoy, es necesario descubrir cómo emergió la reforma litúrgica post-conciliar, y que figuras o actitudes causaron la presente situación. Es una necesidad a la que, en nombre de la verdad, no podemos renunciar. El Cardenal Ratzinger analizó así la situación: “estoy convencido de que la crisis que estamos experimentando en la Iglesia se debe en gran medida a la desintegración de la Liturgia… cuando la comunidad de fe, la unidad de la Iglesia en todo el mundo y su historia, y el misterio de Cristo Vivo no son ya visibles en la Liturgia, ¿dónde más va a ser la Iglesia visible en su esencia espiritual?


Entonces, la comunidad se celebra solamente a sí misma, una actividad que es completamente infructuosa” (Joseph Ratzinger, “Memorias”, 1998). Como decíamos antes, cierta debilidad por parte de aquellos responsables y la atmósfera de relativismo teológico, junto con el sentido de fascinación por la novedad, el cambio, el antropocentrismo, el acento en la subjetividad y el relativismo moral, además de la noción de libertad individual que caracterizó a la sociedad en su conjunto, minaron los valores establecidos de la fe y causaron este deslizamiento hacia la anarquía litúrgica sobre la que hablaba el Cardenal.


Las notas escritas por el Cardenal Antonelli toman, entonces, nueva significación. El Cardenal Antonelli, uno de los miembros más eminentes y más cercanamente involucrados del Consilium que supervisó el proceso de reforma, puede ayudarnos a comprender las polarizaciones internas que influenciaron en las distintas decisiones de la reforma y puede ayudarnos también a tener el coraje de mejorar o cambiar lo que fue introducido erróneamente y que parece ser incompatible con la verdadera dignidad de la Liturgia.


El Padre Antonelli ya había sido miembro de la Pontificia Comisión para la Reforma Litúrgica creada por el Papa Pío XII el 28 de mayo de 1948. Fue esta comisión la que trabajó en la reforma de la Liturgia de la Semana Santa y de la Vigilia Pascual, reforma que fue tratada por la misma con mucho cuidado. Esa misma comisión fue reconstituida por el Papa Juan XXIII en mayo de 1960 y, tiempo después, el Padre Antonelli formó parte del grupo que trabajó en la redacción de Constitución conciliar sobre la Sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium. Por todo esto, él estuvo muy cercanamente involucrado en el trabajo de reforma desde sus mismos principios.


Con todo, su rol en el movimiento de reforma parece haber sido en gran parte desconocido hasta que el autor de este libro, “El Cardenal Ferdinando Antonelli y el desarrollo de la reforma litúrgica desde 1948 hasta 1970”, Monseñor Nicola Giampietro, tuvo acceso a sus notas personales y decidió presentarlas en un estudio. Este estudio, que fue también la disertación para el doctorado de Monseñor Giampietro en el Pontificio Instituto Litúrgico de San Anselmo en Roma, nos ayuda a comprender los complejos trabajos internos de la reforma litúrgica previos e inmediatamente posteriores al Concilio. Las notas del Cardenal Antonelli revelan a un gran hombre de fe y de la Iglesia que se esfuerza por conformarse con algunas de las corrientes que influenciaron el trabajo del Consilium ad Exsequendam Constitutionem de Sacra Liturgia.


Lo que escribió en este diario revela cándidamente sus sentimientos de gozo pero también de dolor y a veces de miedo ante la forma en que las cosas se estaba haciendo, las actitudes de algunos de los personajes principales, y el sentido aventurero que caracterizó a algunos de los cambios que fueron introducidos. Éste libro está bien hecho. Ha sido citado por el mismo Cardenal Joseph Ratzinger en un artículo que escribió en la bien conocida revista litúrgica “La Maison-Dieu”, titulado “Respuesta del Cardenal Ratzinger al Padre Gy” (La Maison-Dieu, 230, 2002/2, p. 116). Sobre todo, es un oportuno estudio que nos ayudará a ver el otro lado de las presentaciones más que eufóricas de la reforma conciliar por parte de otros autores contemporáneos.


La publicación en inglés de este interesante estudio contribuirá grandemente, estoy seguro, al ya existente debate sobre la reforma litúrgica post-conciliar. Lo que más claro queda al lector de este estudio es lo que el Cardenal Joseph Ratzinger declaró: “el verdadero tiempo del Vaticano II aún no ha llegado” (Informe sobre la fe, 1985). La reforma debe continuar. Una necesidad inmediata parece ser la reforma del Misal reformado de 1969, dado que un número de cambios que se originaron con la reforma post-conciliar parecen haber sido introducidos con precipitación e irreflexivamente, como declara repetidamente el mismo Cardenal Antonelli. Se necesita corregir la dirección, para que los cambios se hagan verdaderamente en línea con la misma Sacrosanctum Concilium, y se debe ir incluso más lejos, según el espíritu de nuestro propio tiempo.


Y lo que nos impele a tales cambios no es meramente el deseo de corregir los errores pasados sino la necesidad de ser fieles a lo que la Liturgia es y significa para nosotros, y a lo que el Concilio mismo definió que la liturgia es. Porque, como declaró el Cardenal Ratzinger, “la cuestión de la Liturgia no es periférica: el Concilio mismo nos recuerda que en ésta tratamos con el corazón mismo de la fe cristiana” (ibíd.). Lo que necesitamos hoy es no sólo comprometernos en una honesta valoración de lo que sucedió sino también tomar decisiones audaces y valientes para poner el proceso en movimiento.


Necesitamos identificar y corregir las orientaciones y decisiones erróneas, apreciar con coraje la tradición litúrgica del pasado, y asegurar que la Iglesia redescubra las verdaderas raíces de su riqueza y grandeza espiritual, incluso si eso significa reformar a la misma reforma, asegurado así que la Liturgia se transforme verdaderamente en la “expresión eminente de la gloria de Dios y, en cierto sentido, un asomarse del Cielo sobre la tierra” (Benedicto XVI, Exhortación Apostólica Post-sinodal Sacramentum Caritatis, del 22 de febrero del 2007, 35).

Arzobispo Malcolm Ranjith

Secretario de la Cong. para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos

8 de Diciembre 2008, Fiesta de la Inmaculada Concepción de María.

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Fuente: The New Liturgical Movement

Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

MONS. RAYMOND BURKE CELEBRARÁ MISSA PONTIFICAL TRIDENTINA NA QUAL ONDENARÁ 5 FRADES FRANCISCANOS DA IMACULADA


Será no dia 25 de março 2009 às 10.00h na Igreja de S. Francisco na Tarquinia, perto de Roma


Também o cardeal António Cañizares, agora Perfeito da Congregação do Culto Divino celebrará em Roma durante este mês Missa Pontifical Tridentina


Os Franciscanos da Imaculada passsarão a celebrar duas vezes por semana a Missa Tridentina na Basìlica de S.João de Latrão que como sabemos é a Sé Catedral do Papa enquanto Bispo de Roma

ROTUNDAS E CONTUNDENTES PALAVRAS DO CARDEAL DARÍO CASTRILLÓN HOYOS


*Declaraciones de Su Eminencia Reverendísima a RCN Radio de Colombia:

“ Con el motu proprio Summorum Pontificum quedó permitida, o más que permitida ofrecida, a todos los sacerdotes del mundo la misa del rito anterior. Todo sacerdote tiene derecho; el obispo no puede impedir que los sacerdotes celebren en el rito antiguo, y en las casas religiosas no se puede impedir. Y a petición de un grupo de fieles se debe ofrecer la misa.”
Publicado por Fraternidad de Cristo Sacerdote y Santa María Reina

MISSA TRIDENTINA EM FÁTIMA ÀS 18H AOS DOMINGOS


A partir deste Domingo, faz-se saber que a Missa celebrada segundo as rúbricas do Missal de João XXIII passará a ser celebrada na Capela do Seminário dos Padres Marianos, em Fátima, perto do museu da Cera.

Missa Tridentina (Missal João XXIII)
Capela do Seminário dos Padres Marianos
Rua de São Paulo, 2
Domingos, 18h

A Missa é celebrada por um sacerdote diocesano.

"ATACAR O PAPA É ATACAR A IGREJA CATÓLICA" DIZ O BISPO DE TARAZONA



"Atacar al Papa es atacar a la Iglesia católica"

Demetrio Fernández, obispo de Tarazona, comenta su carta a Benedicto XVI
Demetri Fernández, Obispo de Tarazona

Hace pocos días he escrito una carta al Papa Benedicto XVI. Le he escrito en nombre propio y de toda la diócesis de Tarazona, asegurándole nuestra oración, como respuesta a sus palabras del domingo 22 de febrero. Nos decía el Papa: “Os pido que me acompañéis con vuestras oraciones a fin de que pueda cumplir fielmente la elevada misión que la Providencia divina me ha encomendado como Sucesor del apóstol san Pedro”.

Los enemigos de la Iglesia aprovechan todas las oportunidades para atacar al Papa, puesto que es uno de los regalos más grandes que Dios ha dejado en su Iglesia santa para toda la humanidad. El Papa es un referente moral, es signo de unidad, es el representante de todo un caudal de bienhacer en favor de la humanidad. Tiene una palabra lúcida, avalada por el testimonio de tantos hombre y mujeres buenos que viven según el Evangelio de Jesucristo. Tiene una autoridad moral, que brota del servicio a la verdad. Es un hombre de paz, que busca el bien de todos, especialmente el de los más pobres e indefensos. Por eso, cuando se presenta la ocasión, con razón o sin ella, el ataque al Papa es cosa fácil y recurrente. Atacar al Papa es atacar a la Iglesia católica.

Pero además, -y esto es más doloroso- a veces el Papa recibe protestas y rechazos de los hijos de la Iglesia, de los de dentro (que no sabemos si están más fuera que dentro). Para los católicos, el Papa es el vicario de Cristo en la tierra, es el dulce Cristo en la tierra. El Papa constituye el signo de unidad de todos los discípulos de Cristo. Él sirve a la Iglesia proponiendo la verdad del Evangelio con la autoridad recibida de Cristo. Él gobierna la Iglesia con la misión de reunirnos a todos en la unidad querida por Cristo. El nos santifica con la gracia de Cristo. Él es como el padre de una gran familia, que merece el respeto y el cariño de todos sus hijos.

Sin embargo, algunos dentro de la Iglesia se permiten el lujo de atacar al Papa, de mostrar públicamente su disgusto por ésta o aquella decisión del Papa, de contradecirle en su doctrina, de expresar su rebeldía ante sus decisiones, de no comportarse como hijos adultos que respetan y quieren a su padre. Algunos aparecen como hijos adolescentes, que de todo protestan, y que para afirmar su propia identidad se hacen gallitos, oponiéndose a la autoridad paterna.

Todo esto le hace sufrir al Papa. Le hacen sufrir los ataques de los enemigos de la Iglesia y le hacen sufrir, más todavía, las rebeldías de los hijos de la Iglesia. No sólo porque le atacan a él, sino por el daño que hacen a tantas personas sencillas, a las que tales ataques pueden desconcertarles, turbarles, poner en peligro su fe.

Por eso, he hecho llegar esta carta al Papa Benedicto XVI, en la que le digo: “En nombre propio y de la diócesis de Tarazona, que me ha sido confiada por el Sucesor de Pedro, quiero expresar a Vuestra Santidad nuestra más profunda adhesión y comunión eclesial, asegurándole nuestra oración por sus intenciones, especialmente a lo largo de este Año Santo Jubilar en honor de san Atilano, a fin de que el Príncipe de los Pastores, nuestro Señor Jesucristo, le asista y le fortalezca en el ejercicio del primado de Pedro al servicio de la unidad y de la comunión de todos los fieles en Cristo, particularmente de los fieles católicos”.

Oremos todos por el Papa, tal como él nos lo ha pedido. Dios os lo pagará.

Con mi afecto y bendición:

+ Demetrio Fernández, obispo de Tarazona
fonte: una voce cádiz

É OBRIGATÓRIO O TRAJE ECLESIÁSTICO PARA OS MINISTROS ORDENADOS?



por R.P. José María Delfino Carpené

Obligación del traje eclesiástico, y su carácter vinculante

(c. 284 CIC, art. 66 Dir. para la vida y ministerio de los presbíteros, Nota explicativa del Pontificio Consejo para la interpretación auténtica de los textos legislativos de 1994)


El 22 de octubre de 1994, en Roma, el Pontificio Consejo de la interpretación auténtica de los textos legislativos de la Iglesia, presidida por aquel entonces por Mons. Vicenzio Fagiolo, y su secretario, el hoy Cardenal Julián Herranz, quién es el que preside dicho dicasterio en la actualidad, emitieron una nota explicativa sobre el art. 66 del Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, a cerca justamente, de clarificar que tipo de carácter de norma es dicho artículo en cuestión. Y por su puesto, echando luz al c. correspondiente del CIC, de tal modo que hoy quien quiera hacer una exégesis del c. 284, no puede obviar ninguno de los dos escritos, el primero, en formato de directorio de la Congregación para el Clero, con aprobación explícita del Papa Juan Pablo de feliz memoria, y el segundo como nota explicativa proveniente de un Dicasterio de la Curia Romana del más alto rango. (cfr. Communicationes, 27 (1995) 192-194).


Hace poco releyendo el Directorio, y el c. 284 cuando estaba estudiando el tema en las obligaciones y derechos de los clérigos, me hice el propósito de hacer alguna nota que tuviera en primer momento una explicación de la norma eclesiástica, y aprovechando el art. 66 del Directorio, terminar el tema por lo menos para mí; pero cuando descubrí la Nota Explicativa, entonces se hizo más fuerte la motivación, y esto es lo que estoy haciendo.


El CIC83 y el Directorio

En el c. 284 se dice:

Los clérigos han de vestir un hábito eclesiástico apropiado, según las normas dadas por la Conferencia Episcopal y las costumbres legítimas del lugar”

Los sujetos obligados por esta norma (han de vestir) son los clérigos, exceptuando de acuerdo al c. 288 a los diáconos permanentes, a no ser que la Conferencia de obispos o el obispo diocesano estableciera otra cosa. Sí obliga a los diáconos transeúntes, es decir los que van a recibir posteriormente el presbiterado.

En el viejo CIC17 no se imponía la taga talaris, porque también la norma hablaba de traje eclesiástico decente (cfr. c. 136§1 CIC17), pero se obligaba el hábito talar bajo los ornamentos litúrgicos en la celebración de la Santa Misa (cfr. c. 811§1 CIC17).


Actualmente la forma de hábito es legislada por cada Conferencia Episcopal. El Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros afirma que cuando el traje sea distinto al talar, debe ser diverso de la manera de vestir de los laicos y conforme a la dignidad y sacramentalidad del ministerio propio de los sacerdotes (cfr. nº 66 Dir.).

Lo más llamativo del texto anterior es que dice lo siguiente: por su incoherencia con el espíritu de esta disciplina, las praxis contrarias no se pueden considerar legítimas costumbres y deben ser removidas por la autoridad competente , en la citación del Directorio se remonta en este particular a SS Pablo VI, la Sagrada Congregación para los Obispos, y la Congregación para la Educación Católica, por lo que aunque llamativo no es nuevo.

Ya SS Juan Pablo II había insistido sobre el traje eclesiástico que muestra externamente la “singularidad” del ministerio sacerdotal (cfr. Carta Novo incipiente, del 8.VI.79). Por eso no es discrecional para las Conferencias Episcopales el legislar sobre si llevarlo o no, sino solamente el tipo de traje a llevar. La mayoría de las Conferencias Episcopales han legislado que el hábito es la sotana o el clergynan, así lo hizo la CEA, cuyo texto transcribo literalmente:

Usen los sacerdotes clergyman o sotana, como signo distintito de ser un consagrado a un ministerio de la Iglesia

Este texto fue abrobado en la 48-49 Asamblea Plenaria de la CEA en 1984, estando ya vigente el nuevo Código del 83, fue reconocido por la Santa Sede el 13 de diciembre de 1985, y promulgado, es decir desde ese momento comienza a ser ley para los sacerdotes del territorio argentino el 19 de marzo de 1986.

De cualquier forma, y a la luz de todo los que después se fue clarificando, diría como opinión personal que el texto no es fiel al c. 284, dado que utiliza el término “sacerdote”, y no el término del original “clérigo”, quedando fuera los diáconos, sobre todo los que aspiran al presbiterado, según esta norma particular los diáconos quedan dispensados, cosa que no puede determinar ninguna conferencia de obispos. Puede ser sólo error, o que en aquel momento no había una revisión de un grupo de asesoramiento jurídico, como hoy gracias a Dios tiene la CEA. La norma que es escueta dice: clergyman o sotana, nada más. En realidad en esto es ajustado a derecho.

Otras por el contrario hablan de simples signos sacerdotales, como la portación de una cruz (cfr. J.T. Martín Agar, Legislazione delle Conferenze episcopali complementare al CIC, Milano 1990, p. 8).


Me atrevo en este sentido a decir que no se trata de un signo común a cualquier cristiano el que está mandado en el derecho universal, ni en el Directorio, por tanto, esta normativa no se condice para nada con el espíritu de la ley canónica, una cruz, una insignia por cristiana que sea, la puede llevar cualquier cristiano laico. No se trata de lo que específicamente dice el Directorio cuando menciona: el sacerdote debe ser reconocido por el vestido que lleva y por su dedicación… Hay conferencias que van más allá del espíritu de la norma a mi parecer, y legislan inadecuadamente.

¿Cual es la razón que trasluce con toda explicitación el Directorio? Creo que es esta, y que viene particularmente bien con la orientación que en general ha dado SS Benedicto XVI cuando abre batalla a todo tipo de relativismo y secularización: En una sociedad secularizada y tendencialmente materialista, donde tienden a desaparecer incluso los signos externos de las realidades sagradas y sobrenaturales, se siente la necesidad particular de que el presbítero –hombre de Dios, dispensador de sus Misterios- sea reconocible a los ojos de la comunidad, también por el vestido que lleva como signo inequívoco de su dedicación y de su identidad del que desempeña un ministerio público (Cfr. L`Osservatore Romano, 18-19 oct. 1982, carta de SS Juan Pablo II al Obispo Vicario de Roma). Por ser clérigo, es un hombre público en la Iglesia, y así debe ser reconocido “públicamente”.

No quisiera entrar en el tema del hábito para los religiosos, que es un tema más que interesante, por cuanto forma parte de ese “apartamiento” del mundo como nota característica, y en algunos institutos forma parte del carisma, de tal modo que se une de una manera intrínseca al carácter o índole del mismo.

El argumento que la cuestión sacerdotal se lleva por dentro, que es cuestión de interioridad, de actos sublimes y caridad, es respondido por el mismo Directorio cuando dice: el presbítero debe ser reconocible sobre todo, por su comportamiento, pero también por un modo de vestir, que ponga de manifiesto de modo inmediatamente perceptible por todo fiel – mas aún, por todo hombre (Cfr. Pablo VI, Alocuciones al clero, 17 de febrero 1969;17 de febrero 1972; 10 febrero 1978) –su identidad y pertenencia a Dios y a la Iglesia.


Al final del art. 66 hay una insinuación fuerte en lo que podríamos llamar la vida espiritual del pastor: exceptuando las situaciones del todo excepcionales, el no usar traje eclesiástico por parte del clérigo puede manifestar un escaso sentido de la propia identidad de pastor, enteramente dedicado al servicio de la Iglesia, esta cita está tomada de SS Pablo VI, en una catequesis de Audiencia general de 1969, de una alocución al Clero de 1973, y otros documentos pontificios entre esos años. Interesante advertencia, quien no quiere usar el uniforme que dice a su identidad, algo le pasa…



La nota explicativa de octubre de 1994

La nota explicativa del dicasterio para la interpretación auténtica de los textos canónicos o legislativos en la Iglesia, tiene siete puntos, bajo un título general aclaración a cerca del valor vinculante del art. 66 del Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros.


Cuando una Congregación romana o Dicasterio, el que sea, se expiden sobre algún asunto, es porque hay motivaciones, no lo hacen porque sí. Ciertamente el clima secularizante y relativista ha entrado también en nuestros círculos esclesiásticos, y la nota tiene por objetivo responder a una pregunta implícita: ¿Qué valor tiene el c. 284 por muy derecho que sea, y el art. 66 del Directorio?, ¿obliga verdaderamente a los clérigos, o como otras normas por el estilo es sólo exhortativo, ejemplificativo, etc.?.

Sin mucha elaboración podríamos decir sintetizando el texto (que envío como dato adjunto al presente documento en italiano, porque no está traducido en la pag. de www. vatican.va).

1. Todo el Directorio fue pedido expresamente por el Papa Juan Pablo II, y todo él es eminentemente pastoral. En él hay normas que tienen carácter vinculante, son obligatorias.

2. Dicha obligatoriedad jurídica y disciplinaria viene de ser dicho Directorio un recordar y aplicar a lo concreto la disciplina del CIC, es decir como debe ejecutarse la ley universal de la Iglesia, explicitando razones, y llamando a la observancia de los destinatarios.

3. El formato de Directorio pertenece como lo dice el c. 32 del CIC, a un Decreto general ejecutorio, es decir para ser más claros es una ley de carácter general que afecta a todos aquellos para los que se especifica o aterriza urgiendo una ley más general, para este caso los señores clérigos.


4. En nuestro caso lo que se urge, completa y especifica es c. 284 del CIC, y que es ni más ni menos del deber del traje eclesiástico para los clérigos.

5. Tal norma del art. 66 es de exigibilidad jurídica, como se deduce del tenor de la nota explicativa. Agrega aquí el legislador, porque cuando interpreta la ley lo hace como tal, en cuanto es el órgano más alto en la Iglesia para ese cometido: no es inocente el lugar dónde está ubicado el tema habito eclesiástico, bajo el título de la obediencia. Esto no es poca cosa. Es cierto que hay hoy una tendencia a decir: hay tantas cosas en la Iglesia que hay que atender con mucha más fuerza la obediencia…o existen tantas otras cosas más importantes que obedecer y no se obedecen. Entonces nos colocamos en un terreno dónde comienza a no poder ya hablarse de nada. Aquí estoy tratando de un tema en concreto y que debe ser atendido en atención a la obediencia. Ciertamente hay otros más graves y muy exigibles. Cuando se quiera, se propone y se puede hablar sobre los mismos.

a. El art. 66, recuerda con base en el reciente Magisterio pontificio es esta materia el fundamento doctrinal y las razones pastorales del uso del hábito eclesiástico por parte de los ministros sagrados, tal como viene mandado en el c. 284.


b. Determina más concretamente el modo de ejecutar la ley universal sobre el uso del hábito, diciendo que cuando no es el talar, debe ser diverso de la manera de vestir de los laicos, y conforme a la dignidad y sacralidad del ministro. La forma y el color debe (deber) ser establecido por la Conferencia episcopal, pero siempre en concordancia con la norma universal. Sobre forma y color, que determinen lo que les parezca mejor, pero el deber de usar hábito y que sea distinto al de los laicos, esto ya no es materia de legislación de la Conferencia, y es un abuzo decir que es hábito clerical llevar un signo como puede ser una cruz, como ya expuse anteriormente.

c. Se solicita con una categórica declaración la observancia y la recta aplicación sobre el tema del hábito eclesiástico. La incoherencia con el espíritu de tal disciplina, no puede decirse sea una legítima costumbre, ej. si en tal o cual diócesis o territorio, el obispo o la conferencia le parece que porque pasó tiempo en que los clérigos no usan hábito, o usan mameluco, no por esto es legítimo. Pero además manda (debe) a la autoridad competente a remover la misma, es sin más dar una orden clara (esto es gobernar) dónde se deje tal costumbre y se imponga la norma establecida.

d. Lo determinado por un Decreto General (forma y color) por la Conferencia de obispos, pasa a ser norma complementaria de la ley universal promulgada en el c. 284. Es lo que se puede llamar ley particular de la conferencia.

e. En observancia a lo prescripto en el c. 32 del CIC83 (Decreto General Ejecutivo), esta disposición del art. 66 del Directorio obliga a todos aquellos que son contenidos en la norma universal del c. 284: es decir los obispos, los presbíteros, los diáconos, y no siempre los diáconos permanentes conforme al c. 288.

Es el Obispo diocesano la autoridad competente para solicitar la obediencia a la norma predicha, y remover las eventuales praxis contrarias al uso del hábito eclesiástico (cfr. c. 392§2). Por su puesto que si dicho obispo tiene vicarios, y particularmente el del clero, debe sentirse urgido a dar indicaciones concretas sobre el tema.



ART. 66 DEL DIRECTORIO PARA LA VIDA Y MINISTERIO DE LOS PRESBÍTEROS

66. Obligación del traje eclesiástico

En una sociedad secularizada y tendencialmente materialista, donde tienden a desaparecer incluso los signos externos de las realidades sagradas y sobrenaturales, se siente particularmente la necesidad de que el presbítero — hombre de Dios, dispensador de Sus misterios — sea reconocible a los ojos de la comunidad, también por el vestido que lleva, como signo inequívoco de su dedicación y de la identidad del que desempeña un ministerio público.(211) El presbítero debe ser reconocible sobre todo, por su comportamiento, pero también por un modo de vestir, que ponga de manifiesto de modo inmediatamente perceptible por todo fiel—más aún, por todo hombre (212) — su identidad y su pertenencia a Dios y a la Iglesia.


Por esta razón, el clérigo debe llevar « un traje eclesiástico decoroso, según las normas establecidas por la Conferencia Episcopal y según las legitimas costumbres locales ». (213) El traje, cuando es distinto del talar, debe ser diverso de la manera de vestir de los laicos y conforme a la dignidad y sacralidad de su ministerio. La forma y el color deben ser establecidos por la Conferencia Episcopal, siempre en armonía con las disposiciones de derecho universal.

Por su incoherencia con el espíritu de tal disciplina, las praxis contrarias no se pueden considerar legítimas costumbres y deben ser removidas por la autoridad competente. (214)

Exceptuando las situaciones del todo excepcionales, el no usar el traje eclesiástico por parte del clérigo puede manifestar un escaso sentido de la propia identidad de pastor, enteramente dedicado al servicio de la Iglesia. (215)
Fonte :devoción catolica

sexta-feira, 13 de março de 2009

BENTO XVI CONVIDA A REDESCOBRIR PRESENÇA DE CRISTO NA EUCARISTIA


Recebe em audiência os membros da Congregação para o Culto Divino

Por Inma Álvarez

CIDADE DO VATICANO, sexta-feira, 13 de março de 2009 (ZENIT.org).- Bento XVI sublinhou nesta quinta-feira a importância de aprofundar no mistério da Eucaristia, aumentando a consciência dos fiéis, especialmente dos futuros sacerdotes, sobre a Presença Real de Cristo nas espécies eucarísticas.

Esta preocupação foi o tema central de seu discurso aos participantes na plenária da Congregação para o Culto Divino e a Disciplina dos Sacramentos, que dedicaram o tema de sua reunião à prática da adoração eucarística.

O Papa agradeceu neste sentido que para o dicastério actualmente presidido pelo cardeal Antonio Cañizares, administrador apostólico de Toledo, «a insistência sobre o tema da Eucaristia como fonte inextinguível de santidade foi uma urgência de primeira ordem».

Na atualidade é necessário, sublinhou o Papa, «promover a fé na presença real do Senhor na Santa Eucaristia e assegurar na celebração da Santa Missa toda a dimensão da adoração», para o qual a prática da adoração eucarística supõe um recurso pastoral importante.

Este esclarecimento é importante, sublinhou, sobretudo pelos «desvios que talvez contaminaram a renovação litúrgica pós-conciliar, revelando uma compreensão reducionista demais do mistério eucarístico».

Esta preocupação esteve muito presente no Sínodo de 2005, no qual «os padres sinodais não haviam deixado de manifestar preocupação por certa confusão gerada depois do Concílio Vaticano II, sobre a relação entre Missa e adoração do Santíssimo Sacramento», explicou o Papa.

Diante disto, o Papa recorda que a doutrina da transubstanciação do pão e do vinho e da presença real «são verdades de fé evidentes já na própria Sagrada Escritura e confirmadas depois pelos padres da Igreja».

Adoração de amor

O pontífice quis também especificar o sentido que o termo «adoração» deve ter para os cristãos, e que não é o da mera submissão, mas que «a palavra latina ad-oratio, ao contrário, denota o contato físico, o beijo, o abraço, que está implícito na idéia do amor».

«O aspecto da submissão prevê uma relação de união, porque aquele a quem nos submetemos é Amor. De fato, na Eucaristia a adoração deve converter-se em união: união com o Senhor vivo e depois com seu Corpo místico», explica.

Recordou suas próprias palavras na esplanada de Marienfeld, durante a Jornada Mundial da Juventude de Colônia: na Eucaristia se vive a «profunda transformação da violência em amor, da morte em vida; ela arrasta consigo as demais transformações. Pão e vinho se convertem em seu Corpo e Sangue».

«Este aprofundamento será possível só através de um maior conhecimento do mistério em plena fidelidade à sagrada Tradição, e aumentando a vida litúrgica dentro de nossas comunidades», acrescenta o Papa, citando a Spiritus et Sponsa de João Paulo II.

Neste sentido, animou também a redescobrir outras práticas ligadas à Eucaristia, como o jejum, especialmente nesta Quaresma, «não só como prática ascética, mas também como preparação para a Eucaristia e como arma espiritual para lutar contra todo eventual apego desordenado a nós mesmos».

«Que este período intenso da vida litúrgica nos ajude a afastar tudo aquilo que distrai o espírito e a intensificar o que nutre a alma, abrindo-a ao amor a Deus e ao próximo», concluiu.

BENTO XVI EM DISCURSO À PLENÁRIA DA CONGREGAÇÃO DO CULTO DIVINO


Em plena fidelidade à Sagrada Tradição.

"Os Padres Sinodais não deixaram de manifestar a preocupação com uma certa confusão produzida após o Concílio Vaticano II sobre a relação entre a Missa e adoração do Santíssimo Sacramento (cf. Sacramentum Caritatis, n. 66). Nisto refletia o meu Predecessor, o Papa João Paulo II, tendo já manifestado sobre os desvios que têm por vezes contaminado a renovação litúrgica pós-conciliar, revelando “uma compreensão muito redutiva do mistério da Eucaristia” (Ecclesia de Eucharistia, nº 10).

[...] Nosso dever é reconhecer o preciosíssimo tesouro deste inefável mistério da fé “tanto na celebração da Missa quanto no culto das sagradas espécies, que são conservadas após a missa de estender a graça do Sacrifício” (Istruç. Eucharisticum Mysterium, n. 3, g).

A doutrina da transubstanciação do pão e do vinho e da presença real são verdades de fé evidentes já nas próprias Sagradas Escrituras, e, em seguida, confirmada pelo Padres da Igreja.

[...] Meu predecessor, o Papa João Paulo II, em sua Carta Apostólica “Spiritus et sponsa” por ocasião do 40º aniversário da Constituição Sacrosanctum Concilium sobre a Sagrada Liturgia, exortava a tomar as medidas necessárias para aprofundar a experiência da renovação. Isto é importante também no que diz respeito ao tema da adoração eucarística. Tal aprofundamento só será possível através de um maior conhecimento do mistério em plena fidelidade à Sagrada Tradição e do aumento da vida litúrgica dentro da nossa comunidade (cfr Spiritus et Sponsa , nn. 6-7).

Papa Bento XVI

quinta-feira, 12 de março de 2009

CARDEAL TOMÁS SPIDLÍK - O RECOLHIMENTO DO CORAÇÃO



LA CUSTODIA DEL CORAZÓN - Cardenal Tomás Spidlík S. J.

Eliminación de los pensamientos

Evitar el consentimiento del pecado, la synkatathesis, es ya una gran cosa pero no es la perfección. Es hacia la perfección, hacia la paz del corazón que deben tender los cristianos: esigía, la amerimnia, la tranquilidad, libertad de las preocupaciones reprochables (1); y ésta consiste en la apothesis noemáton, "eliminación de los pensamientos malos". ¿Pueden evitarse las primeras "sugestiones"?. Según Orígenes es imposible librarse enteramente: las almas convertidas a Dios "deben soportar las batallas de los pensamientos" (2); todo lo que se puede hacer es no detenerse en ellos (3), no "conversar" con ellos (como Eva hizo con la serpiente). La prudencia requiere "que se maten desde el principio los niños de Babilonia" (4), que se "aplaste la cabeza a la serpiente" (5) y que no se le de entrada en el Paraíso del corazón. Para expresar esta idea los espirituales del Oriente adoptan y explican expresiones semejantes, más o menos equivalentes.


El corazón es la sede de la inteligencia, del espíritu. De ahí que algunos autores hablan de la filaké kardías, custodia del corazón, téresis noós, custodia del espíritu, filaké ton endon, custodia del interior. Se encontrará también custodiar, filássei, empleado en absoluto (6), "custodiarse" ("custódiate a ti mismo con cuidado", térei seanton akribos es el motivo recurrente de un opúsculo atribuido a Ammonas) (7).

Para custodiarse necesita ser sobrio y vigilante, "néptico" (cfr. I Pedro 5, 8) (8). Antonio opone a los asaltos de los demonios la népsyis, y la grégorsis, vigilancia y sobriedad (9). Para el sinaíta Hesiquio "la nepsis es un método espiritual, que libera totalmente al hombre, con la gracia de Dios, de los pensamientos y de las palabras manchadas de pasiones y de las acciones malvadas, con la condición de que dure y proceda alegre-mente..." (10). A menudo se citará una sentencia de Evagrio, porque contiene una sugestiva aliteración de las dos palabras prosojé y proseyjé, atención y oración: "la atención en busca de la oración encontrará a la oración, pues si hay una cosa que sigue a la oración es la atención. Es necesario por lo tanto aplicarse a ésta" (11). Se dirá que la prosojé es la madre de la proseujé (12).


La vigilancia en la "puerta del corazón" es antes que nada un método de defensa para rechazar inmediatamente los pensamientos intrusos. Es el tema común de varios apotegmas: "sé el portero de tu corazón para que no entren los extranjeros diciendo ¿tú eres de los nuestros o de nuestros enemigos?" (13).



Métodos para combatir los malos pensamientos

"No necesita obedecer a los demonios, sino más bien hacer lo contrario" (14). Generalmente hablando, el método es la praxis en toda su extensión, porque purifica el corazón. Sobre todo la egkráteia, la abstinencia , es ya llamada por Filón (15) ofiomájes (Lev. 11, 12), "que combate contra la serpiente". Sin embargo la mayoría de los ejercicios que permiten combatir al demonio, dice Evagrio (16), no pueden ser practicados constantemente; solamente la oración debe ser constante.


El método por excelencia contra los malos pensamientos se llama la antirrhesis. Jesús, tentado por el demonio responde a sus sugestiones con textos de la Escritura y no entra en discusión con el maligno (cfr. Mateo 4, 3-11). Se lee de ciertos ascetas que conocían de memoria "toda la Escritura" (17), es decir, que sabían responder con los textos sagrados a toda cuestión que se le proponía, pero sobre todo conocían una bella colección de citas de la Biblia contra toda sugestión diabólica. El manual clásico de esta arte es el Antirrhéticos de Evagrio (18), dividido en ocho partes en relación al número de los ocho vicios. A propósito de cada pensamiento son citados los textos Escriturísticos que permiten echarlo (Desde el Génesis hasta el Apocalipsis, en total 487).

¡Un hermoso esfuerzo para aprenderlos por un monje sin cultura!. Pero la práctica simplificará el principio propuesto. La invocación de Jesús bastará para expulsar a todos los demonios (19) y la oración de Jesús (20) sustituirá los catálogos complicados.



Discernimiento de espíritus

La Biblia presenta una serie de elecciones en las que el hombre debe tomar partido (Gen. 2, 17; 12, 4, etc.). Esta elección tiene características particulares. Contra la voz divina, misteriosa, otra voz se deja oír, la del pecado, de Satanás, también ella misteriosa. ¿Qué criterio utilizar para discernir una de otra? Ser testigos de la voz de Dios ha sido el rol de los profetas. Los libros sapienciales han sido escritos para enseñar a distinguir la voz de la sabiduría de la voz de la locura, la de los justos de la de los impíos. En las Cartas del Nuevo Testamento aparece la expresión "discernimiento de espíritus" (I Cor. 12, 10; I Jn. 4, 1) (21).


Este problema no deja de ocupar un lugar principal en la literatura espiritual (22). Orígenes discute atentamente sobre las diversas fuentes de las que surgen los diversos géneros de espíritus capaces de obrar en nosotros (23). La tendencia de Antonio y de los monjes simples de Egipto es más descriptiva y concreta (24), por el contrario, las enseñanzas de Evagrio son sistemáticas. Las reglas fundamentales que propuso Casiano son las más completas de su tiempo (25). Después de él Diádoco de Fotice, que debe luchar contra las doctrinas "mesalianas", muestra la problemática del discernimiento entre los verdaderos y falsos consuelos y desolaciones (26). Según esta tradición, en tiempos más recientes, Teófano el Recluso interpreta las reglas retomadas por L. Scúpoli (27).



Discernimiento como don de Dios, arte espiritual y fruto de la experiencia.

Para San Juan la experiencia espiritual es una "unción", un estado de luz (I Jn. 2, 20-27) (28). Según Diádoco de Fotice el Espíritu Santo es la "lámpara" de esa ciencia (29). Para Paisij Velickovskij el discernimiento es "la comprensión espiritual dada por Dios" (30).

Por lo tanto esta experiencia es inseparable de la práctica de los Mandamientos, de la caridad (cfr. I Jn. 2, 3; Fil. 1, 9). Antonio ha dicho: "Es necesaria mucha oración y ascesis para que, después de haber recibido el Espíritu el carisma discernimiento de los espíritus, se pueda lo que concierne a cada uno de los demonios..." (31).

El conocimiento de los espíritus en fin es dado después de una prolongada observación: "Después de una prolongada observación (metá pollés katatereseos) -dice Evagrio- hemos reconocido que existe esta diferencia entre los pensamientos angélicos, los pensamientos humanos y los que vienen del demonio" (32). Los demonios se revelan con su comportamiento, con la frecuencia y en el modo de sus ataques pero sobre todo en los pensamientos que inspiran (33).

Así se alcanza un "sentido" especial, una intuición espiritual y se reconoce un mal pensamiento "por el mal olor que reina en los demonios" (34).



Las reglas "psicológicas" según el modo de obrar de los espíritus

Evagrio distingue sobre todo los pensamientos que sugieren los demonios (35), Antonio observa sobre todo los estados que la acción de los espíritus crea en el alma. El gran discurso de Antonio establece la regla de oro de este discernimiento: las buenas aspiraciones hacen nacer "una alegría inexpresable, el buen humor, el coraje, la renovación interior, la firmeza de los pensamientos, la fuerza y el amor por Dios"; los otros, en cambio, traen consigo "temor en el alma, turbación y desorden de los pensamientos, tristeza, odio contra los ascetas, acedia, aflicción, recuerdo de los parientes, temor de la muerte y en fin malos deseos, pusilanimidad para la virtud y desorden de las costumbres" (36).

Más tarde esta regla fue simplificada en un axioma: "Quidquid inquietat est a diabolo"(todo lo que quita la paz viene del diablo). Evagrio habla de "estado pacífico" y "estado turbado" (37). Más tarde los autores se dieron cuenta de que no se trataba simplemente de una "consolación" o "desolación", porque por sí solas no bastan para discernir su origen (38). El demonio es engañoso. "Cuando nuestro intelecto comienza a sentir la consolación del Espíritu Santo -dice Diádoco- entonces también Satanás consuela al alma con un sentimiento de fingida dulzura, en el reposo de la noche, cuando se sucumbe a la influencia de un ligero sueño" (39). Pero también la enseñanza de Antonio no habla sólo de sentimiento de alegría o, al contrario, sólo de tristeza. Más bien dice que una vez se arroja en el alma la katástasis, otra vez la akatastasía (40). Se podría decir entonces que las manifestaciones angélicas son "según la naturaleza", mientras que las demoníacas turban el buen orden natural.


También si el demonio toma la forma de ángel de luz (Cor. 11, 14), con una "falsa apariencia de luz" (41), si "mueve gentilmente la cola" (42), se lo reconoce por las obras, según el efecto que produce sobre la imagen de Dios en el alma, y allí está el criterio decisivo del discernimiento. Así se debe explicar "el estado pacífico" o "estado turbado" (43). En particular se exhorta a los monjes a prestar atención a los puntos débiles de su virtud, o a la inmoderación en su ascesis. "Cuando en su lucha contra los monjes los demonios son impotentes, entonces se retiran un poco observando qué virtud está olvidada en ese momento, y es allí que irrumpen súbitamente para quebrar al alma desgraciada"(44). Incentivando la ascesis hasta la exageración, los demonios buscan "distraernos de lo que se puede hacer y empujarnos a hacer lo que es imposible" (45).



La revelación de los pensamientos.

El discernimiento de los pensamientos es el arte de las artes. ¿Cómo se la podría suponer en un principiante? Este debe entonces revelar sus pensamientos a un padre "diacrítico". Esta práctica se llamará exagóreusis (46). En los monasterios cenobíticos todos quedan sujetos a esta obligación de rendir cuentas de conciencia. Teodoro Estudita lo llama "un gran medio de salvación" y no se alegra en absoluto cuando los monjes recurren menos a menudo a su abad (47).

El principio fue puesto por el mismo Antonio: "Si puede, el monje debe confiar a los ancianos todos los pasos que da, todas las gotas de agua que bebe en su celda" (48). Frente a esta necesidad no importa el amor que tenga al silencio; lo que conviene, al contrario, es la asiópeton es decir, como explica Barsanufio, "no callar jamás los propios pensamientos" (49).

La exagoreuisis no es una confesión de los pecados, o al menos no es éste su primer y único fin, sino de los "pensamientos", para saber si son buenos o malos. Muchos apotegmas son precisamente el relato de una pregunta y de una respuesta. Todo sucedía con pocas palabras. Las cartas de dirección (espiritual) responden con la misma concisión (50).

Entre los monjes estuditas se hacía todos los días (51) con el igúmeno (52). Muchos typika agregan otros espirituales encargados de recibir las confidencias íntimas. Doroteo, que juzga esta práctica indispensable para la salvación, da este motivo: "siendo apasionados, no debemos confiarnos absolutamente de nuestro corazón; porque una regla torcida hace torcido aún lo que es recto"(53). Su Instrucción 5ª tiene por título: "no se debe seguir el propio juicio" (54).




El examen de conciencia.

Para revelar los pensamientos es necesario examinar lo que sucede en el alma. La práctica del examen cotidiano de sí es recomendada en primer lugar en la literatura pastoral. El Padre que se ha ocupado más en este tema es S. Juan Crisóstomo (55). Pero en la literatura monástica siropalestinense del IV siglo hacia donde debemos mirar para encontrar las prescripciones más minuciosas sobre el método a seguir. El autor que nos da la enseñanza más explícita es Doroteo de Gaza (56). La práctica psicológica aparece muy próxima al examen de conciencia conocido por el estoicicismo reciente (57), pero la finalidad es distinta. Para Doroteo no se trata de un puro "volver sobre sí mismo", sino que aquí se examina en vista del exagoreuisis, y este examen es un elemento de la dirección espiritual.


S. Juan Clímaco nos dice haber visto monjes que llevaban un librito en el que anotaban las culpas y los pensamientos de cada día (58). Y dice:

"Si alguno se ve particularmente dominado por algún vicio, debe armarse contra este enemigo. Porque si no superamos a ese especialmente, no alcanzaremos ningún fruto de la victoria que hayamos alcanzado sobre los demás" (59). El examen general practicado constantemente vendrá a ser de por sí un "examen particular" (organizado más tarde en Occidente en la forma de un método) (60)

Fonte:Ermitaño urbano