sábado, 8 de agosto de 2009

Solemn High Pontifical Mass Cathedral - Denver





MISSA TRIDENTINA NO MUNDO

FORMA EXTRAORDINARIA EN PARÍS.
Santa Misa gregoriana, el pasado 21 de mayo, con motivo de la solemnidad de la Ascensión de Nuestro Señor, en la Parroquia de San Eugenio y Santa Cecilia, en París, Francia.

Paroisse de Saint Eugène, Paris, France.
Fotografía de Constance de Jarnieu.
Enlace

ORDENACIONES EN ROMA.
Monseñor Ennio Appignanesi, Arzobispo Emérito de Potenza, ordenó, conforme a la Forma Extraordinaria del Rito Romano, a tres nuevos subdiáconos del Instituto del Buen Pastor, en la iglesia de Santa Lucía in Selci, en Roma, el pasado 23 de mayo.

Chiesa Santa Lucia in Selci, Roma.
New Liturgical Movement

ANIVERSARIO EN NORWALK.
el reverendo Greg Markey, párroco de la Parroquia de Santa María en Norwalk, Connecticut, EE.UU., celebró el décimo aniversario de su ordenación sacerdotal, con una Solemne Misa conforme al motu proprio Summorum Pontificum, el pasado 24 de mayo.

Saint Mary Parish, Norwalk, Connecticut, USA.
The Society of Saint Hugh of Cluny


FORMA EXTRAORDINARIA EN BRAGA.
La Fraternidad de Cristo Sacerdote y Santa María Reina ha efectuado una peregrinación al Santuario de Nuestra Señora de la Abadía, en Braga, Portugal, en la que han participado más de cien personas. Don Manuel Folgar celebró la Santa Misa gregoriana, con el beneplácito del rector del santuario, don Acacio.

Santuario de Ntra. Sra. de la Abadía, Braga, Portugal.
Santa María Reina

FORMA EXTRAORDINARIA
EN DORCHESTER.

Santa Misa gregoriana en Dorchester-on-Times, Reino Unido .

Dorchester-on-Times, UK.
Oxford Events

FORMA EXTRAORDINARIA
EN MELBOURNE.

Primera Misa Solemne del reverendo Nicholas Dillon, el pasado 21 de mayo, en la iglesia de San Aloysius, en Melbourne, Australia.

Saint Aloysius church, Melbourne, Australia.
Latin Mass Melbourne


PONTIFICAL EN DENVER (1).
Con cierto retraso damos la noticia de este Pontifical según la Forma Extraordinaria del Rito Romano, que ofició el pasado 9 de noviembre, Monseñor James Conley, Obispo Auxiliar de Denver, en la Catedral de Denver, Colorado, EE.UU. El obispo fue ayudado por sacerdotes de la Fraternidad Sacerdotal de San Pedro.

Denver Cathedral, Colorado, USA.
Enlace

FONTE:UNA VOCE MÁLAGA

Breve historia de la FIUV (II)


Años salvajes y heroicos

La imposición de la reforma litúrgica postconciliar fue un reto para la flamante organización de UNA VOCE. A principios de los años Setenta un antiguo arzobispo misionero francés iniciaba su batalla particular para preservar la tradición litúrgica romana y la antigua disciplina de la Iglesia: monseñor Marcel Lefebvre (1905-1991), que miró desde el principio con simpatía la iniciativa de aquellos laicos que se habían reunido en la primavera de 1966, bajo sus auspicios, en el Pontificio Seminario Francés de Roma gracias a la acogida del rector R.P. Roland Barq, C.S.Sp. Recuérdese que monseñor Lefebvre había sido hasta 1968 Superior General de los Misioneros del Espíritu Santo (Padres Blancos), en cuya condición había participado en el Vaticano II como padre conciliar. Es de aquella reunión romana (a la que habían asistido Eric de Saventhem y su esposa la condesa Elisabeth von Plettenberg, Albert Tinz, Elisabeth von Gerstner, Simone Wallon y Jacques Dhaussy, actual presidente honorario de la FIUV) de la que había surgido la idea de fundar la federación internacional (que, como se ha visto anteriormente, se llevó a cabo en 1967).

La FIUV apenas fundada (1967)

El primer consejo ejecutivo de la FIUV estuvo formado por el Dr. Eric Vehrmeren de Saventhem (presidente); el duque Filippo Caffarelli, embajador de la Soberana Orden de Malta, y el Dr. Kenworthy-Browne (vice-presidentes), Paul Poitevin (secretario); Jacques Dhaussy (tesorero); y el prof. Guerino Pacitti, N. Shwarzer y Carl Weinrich (vocales). Para 1970, cuando tuvo lugar la tercera asamblea general, ya eran catorce las asociaciones nacionales: Alemania, Austria, Bélgica, Canadá, Escocia, España, Francia, Inglaterra y Gales, Italia, Noruega, Nueva Zelanda, Países Bajos, Portugal y Uruguay. Ya se ha consignado cómo, gracias a la asociación inglesa (The Latin Mass Society) la misa no fue completamente proscrita, pero la defensa de la llamada “misa tridentina” en el resto del orbe católico fue dura.

Los que podemos llamar “años salvajes” del post-concilio (la década que va de 1970 a 1980) constituyeron la época heroica de UNA VOCE, que tuvo que luchar prácticamente sola (al menos en la primera mitad de los Setenta) contra la imposición arbitraria del Novus Ordo Missae y contra los graves e incontables abusos litúrgicos que se produjeron a vista y paciencia (y, a veces, hasta con la anuencia) de los obispos. El hecho de que numerosas personalidades del mundo cultural y artístico adhirieran a las iniciativas del movimiento a favor de la liturgia latino-gregoriana dio pretexto a que muchos de sus adversarios lo acusaran de diletantismo y desviaran así la atención del verdadero motivo de la resistencia a los cambios indiscriminados: la ambigüedad del rito de la misa, que lo hacía susceptible de una interpretación católica o protestante según se mirase, tal y como demostraban en sus escritos intelectuales católicos de la talla de Fabio Vidigal Xavier de Silveira, Louis Salleron y Jean Madiran.

A través de sus boletines, las distintas asociaciones documentaron la debacle litúrgica que se produjo entonces en el orbe católico y contribuyeron a divulgar los estudios más serios sobre sagrada liturgia. Curiosamente, UNA VOCE, con su paciente y difícil labor, dio cabal cumplimiento a uno de los propósitos del Vaticano II: el impulso del apostolado seglar en la Iglesia. Cuando la cuestión litúrgica saltó a la primera plana de la prensa internacional, gracias a la famosa “Misa de Lille” (29 de agosto de 1976) celebrada por monseñor Lefebvre, ya la federación llevaba prácticamente diez años de actividades. El mérito del que fue llamado “el arzobispo rebelde” fue atraer los focos de la actualidad sobre un problema que se venía arrastrando desde hacía años, lo cual provocó que la Jerarquía Católica ya no pudiese ignorarlo o silenciarlo. El triunfalismo de los fautores de la reforma litúrgica post-conciliar –triunfalismo que no reflejaba de ningún modo la realidad– quedaba así desacreditado de manera pública y dramática, aunque, como queda dicho, los seglares hubieran abierto el camino. Hay que decir que monseñor Lefebvre siempre simpatizó con UNA VOCE. De hecho, la asociación francesa organizó en cierta ocasión una visita al seminario de Ecône, siendo recibidos sus miembros muy afablemente por el ilustre arzobispo, a quien dedicaría una Apología en tres volúmenes el publicista galés Michael Davies.

Y ya que se le acaba de mencionar, ha llegado el momento de presentar al que sería el gran colaborador y sucesor del Dr. de Saventhem. Davies (1936-2004), era un convertido del anglicanismo, lo que le otorgaba un especial instinto para identificar las desviaciones protestantizantes de la reforma litúrgica postconciliar. Escrupuloso conocedor de la Historia en la mejor tradición de un Hilaire Belloc o un Christopher Dawson y con la agudeza de un Gilbert Keith Chesterton, se aplicó al estudio de la revolución religiosa que se operó en la Iglesia Católica en la segunda mitad del siglo XX, comparándola con la que tuvo lugar en Inglaterra y Gales en el siglo XVI. Fruto de ello fue su trilogía –ya clásica y de obligada referencia– llamada precisamente The Liturgical Revolution (La Revolución Litúrgica): Cranmer’s Godly Order (El ordo divino de Cranmer), Pope John’s Council (El Concilio del papa Juan) y Pope Paul’s New Mass (La nueva Misa del papa Pablo).

En ella demostró cómo el Concilio Vaticano II, ortodoxo en sus documentos, fue sembrado de “bombas de relojería” que se harían estallar convenientemente durante el período postconciliar mediante una interpretación rupturista con la Tradición de los textos conciliares para cambiar el culto católico y con él la teología y la visión de la Iglesia en un sentido modernista y ecumenista. Tal como sucedió en la Inglaterra de Enrique VIII y de Eduardo VI, el cambio postconciliar en la liturgia llevó al cambio en la fe y de ello se seguían consecuencias negativas: la galopante deserción de parte del clero y la progresiva disminución de la práctica religiosa entre los fieles. UNA VOCE había encontrado en Michael Davies a su gran teórico, tanto más valioso cuanto que se trataba de una persona ponderada y enemiga de los extremismos de otros tradicionalistas. Será célebre la controversia que mantuvo con el cingalés Rama Coomaraswamy, que sostenía la radical invalidez de todos los ritos salidos del Consilium. A esta postura extremista oponía Davies el argumento de la indefectibilidad de la Iglesia: en efecto, para él era impensable que Dios dejara sin la misa y sin sacramentos a toda la Iglesia durante décadas. La liturgia reformada era criticable, pero fundamentalmente válida, aunque algunas o muchas de sus realizaciones prácticas fueran de hecho inválidas.

Michael Davies (1936-2004)

Eric de Saventhem y Michael Davies (que se convirtió en su estrecho colaborador) coincidían en su común condición de conversos del protestantismo y se entendían perfectamente en todas las cuestiones planteadas por las reformas postconciliares. El presidente de la FIUV tampoco negaba por principio la validez del Misal de Pablo VI ni la potestad del Papa como supremo legislador en materia litúrgica; por eso siempre, por escrito y oralmente, pidió que se esclareciera si la voluntad del papa Montini al promulgar el Novus Ordo Missae había sido la de abrogar el Misal anterior. En 1976 recibió la ambigua respuesta del cardenal Benelli, sustituto de la Secretaría de Estado (y “eminencia gris” de Pablo VI), de que el Santo Padre “deseaba” que se celebrase el nuevo rito (o sea, se podía deducir que no había ninguna prohibición del plurisecular rito clásico, cosa que Benedicto XVI ratificaría de manera auténtica y definitiva décadas más tarde). En base a la convicción de su perfecta legitimidad, nunca dejó de insistir el Dr. de Saventhem en que se reconociera el Misal de 1962 (última edición típica de la liturgia tradicional de la misa antes de las mutilaciones conducentes a la reforma postconciliar) “aequo iure atque honore”, con igual derecho y honor que los demás ritos legítimamente establecidos en la Iglesia (según expresión de la constitución conciliar Sacrosanctum Concilium).

Mientras UNA VOCE se iba extendiendo poco a poco en el mundo, los obispos hacían oídos sordos a las demandas de sus feligreses. Los sacerdotes, fueran seculares o regulares, que deseaban continuar celebrando en paz la misa como lo habían hecho toda su vida fueron hostigados y relegados, cuando no doblegada su voluntad bajo pretexto de obediencia. A los más ancianos, considerados irrecuperables para la nueva liturgia, se les aisló para que nadie pudiera asistir a sus celebraciones. El tiempo hizo naturalmente el resto. Sin embargo, la resistencia católica no cejaba, aunque se manifestaba con mayor o menor vigor según los países. Es significativo que en aquellos donde el catolicismo había tenido que luchar para mantenerse (Francia), hacerse un lugar (Estados Unidos) o hasta sobrevivir (Alemania, Reino unido) dicha resistencia era importante y consistente, mientras que en los que la Iglesia había gozado de una situación de ventaja o privilegio (España, Italia, Portugal e Hispanoamérica), era más débil. Y esto se reflejaba en las diferentes asociaciones de UNA VOCE. El caso de España es ilustrativo: en un país donde hasta los más conservadores obispos se desentendían totalmente de la cuestión de la misa y donde aún eran personajes influyentes social y políticamente, se acabó por abandonar la causa propiamente litúrgica para concentrarse en un simple interés filológico por el latín. A ello contribuyó también la falsa creencia que estaba en juego la autoridad del Papa (la que por entonces todavía era un pilar sagrado del catolicismo español).

Pablo VI, sin declarar nunca la abrogación del rito tradicional de la misa, se hizo cada vez menos proclive a permitir nuevas liberalizaciones del mismo, endurecido por la actitud de monseñor Lefebvre, que consideraba un desafío a su autoridad. Veía a la misa tridentina como una bandera enarbolada por el arzobispo como signo de su rebelión y esta impresión la agudizaban sus inmediatos colaboradores (especialmente su ceremoniero monseñor Virgilio Noè y su secretario monseñor John Magee, sucesor de Noè en la capilla papal), decididos partidarios de la reforma litúrgica. Juan Pablo II (tras el breve pontificado de Juan Pablo I, de quien se creía que se hubiese mostrado más flexible que su predecesor) se mostró desde principios de su pontificado sensible a las expectativas de los tradicionalistas. En su famosa carta Dominicae coenae de Jueves Santo de 1980 se leen estas palabras sin precedentes, que fueron la primera señal de que las cosas empezaban a cambiar:

“Llegando ya al término de mis reflexiones, quiero pedir perdón —en mi nombre y en el de todos vosotros, venerados y queridos Hermanos en el Episcopado— por todo lo que, por el motivo que sea y por cualquiera debilidad humana, impaciencia, negligencia, en virtud también de la aplicación a veces parcial, unilateral y errónea de las normas del Concilio Vaticano II, pueda haber causado escándalo y malestar acerca de la interpretación de la doctrina y la veneración debida a este gran Sacramento. Y pido al Señor Jesús para que en el futuro se evite, en nuestro modo de tratar este sagrado Misterio, lo que puede, de alguna manera, debilitar o desorientar el sentido de reverencia y amor en nuestros fieles”.

Ese mismo año de 1980, el Papa encomendó al cardenal James Robert Knox, prefecto de la Congregación para el Culto Divino, que efectuara un sondeo sobre la cuestión de la misa tridentina para averiguar en qué medida los fieles la querían. El purpurado envió un cuestionario a los todos los obispos residenciales del mundo, que, por supuesto, fue contestado por la gran mayoría sin haber consultado a los interesados (a aquellos mismos a los que se exhortaba tanto a participar activamente en la vida de la Iglesia). El resultado fue tal que el boletín de la congregación Notitiae, se despachó con la conclusión de que la misa tridentina “no es un problema de toda la Iglesia”. El Dr. De Saventhem encargó entonces a la prestigiosa empresa Gallup una investigación de campo en Alemania, la que dio resultados muy distintos de los que reflejaba la « encuesta Knox »: cinco millones de católicos alemanes de mostraban favorables a la restauración de la misa antigua, de los cuales un millón asistiría a ella si se celebrase regularmente. Este mentís a la manipulación de los obispos abrió el camino a los indultos del papa Wojtyla. (Continuará…)

fonte:roma aeterna

Cura d’Ars sempre manifestou a mais alta consideração pelo dom recebido. Afirmava: “Ó, que grandioso é o sacerdócio! Só se compreende bem no Céu...

São João Maria Vianney, rogai por nós

O Santo Cura d’Ars sempre manifestou a mais alta consideração pelo dom recebido. Afirmava: “Ó, que grandioso é o sacerdócio! Só se compreende bem no Céu… mas se o compreendesse sobre a terra, morrer-se-ia, não de temor, mas de amor” (Abbé Monnin, Esprit du Curé d’Ars, p. 113). Além disso, quando criança, tinha confiado a sua mãe: “Se eu fosse padre, conquistaria muitas almas” (Abbé Monnin, Procès de l’Ordinaire, p. 1.064). E assim foi. No serviço pastoral, tão simples como extraordinariamente fecundo, este anônimo pároco de uma distante aldeia do sul da França conseguiu de tal modo identificar-se com o seu ministério que se tornou, de uma maneira visivelmente reconhecível, alter Christus, imagem do Bom Pastor, que, diferentemente dos mercenários, dá a vida por suas ovelhas (cf. Jo 10:11). A exemplo do Bom Pastor, ele deu a vida nos decênios de seu serviço pastoral. Sua existência foi uma catequese viva que adquiria uma eficácia particularíssima quando as pessoas o viam celebrar a missa, deter-se em adoração diante do sacrário ou passar muitas horas no confessionário. [...] Os métodos pastorais de São João Maria Vianney poderiam parecer um pouco distantes das atuais condições sociais e culturais. Como poderia imitá-lo um sacerdote hoje, em um mundo tão mudado? Se é verdade que mudam os tempos e muitas características são típicas de cada pessoa, às vezes irrepetíveis, há no entanto um estilo de vida e um alento fundamental que todos somos chamados a cultivar. Na verdade, o que fez santo o Cura d’Ars foi a sua humilde fidelidade à missão a que Deus o chamou, foi seu constante abandono, cheio de confiança, nas mãos da Divina Providência. Ele conseguiu tocar o coração das pessoas não com a força de seus talentos humanos, ou através de um louvável esforço da vontade; conquistou as almas, mesmo as mais resistentes, comunicando-lhes aquilo que vivia internamente, que era a sua amizade com Cristo. [...]

Longe de diminuir a figura de São João Maria Vianney a um exemplo, embora louvável, da espiritualidade devocional do século XIX, é necessário, por outro lado, compreender a força profética que marca sua personalidade humana e sacerdotal de uma altíssima atualidade. Na França pós-revolucionária, que experimentava uma espécie de “ditadura do racionalismo”, empenhada em apagar a presença dos padres e da Igreja na sociedade, ele tinha vivido anteriormente –nos anos de juventude– uma heróica clandestinidade percorrendo quilômetros pela noite para participar da Santa Missa. Depois –como sacerdote– distingue-se por uma singular e fecunda criatividade pastoral, pronta a demonstrar que o racionalismo, então imperante, era na realidade distante de satisfazer as necessidades autênticas do homem.

Queridos irmãos e irmãs, 150 anos após a morte do Santo Cura d’Ars, os desafios da sociedade moderna não são menos exigentes, talvez até se tornaram mais complexos. Se naquele tempo havia a “ditadura do racionalismo”, hoje se registra em muitos ambientes uma espécie de “ditadura do relativismo”. Ambas lançam respostas inadequadas à justa procura do homem por usar de modo pleno a razão como elemento distintivo e constitutivo da própria identidade. O racionalismo foi inadequado porque não levou em conta os limites humanos e aspirou a elevar apenas à razão a mistura de todas as coisas, transformando-as em uma ideia; o relativismo contemporâneo mortifica a razão, porque de fato chega a afirmar que o ser humano não pode conhecer nada com certeza além do campo científico positivo. Hoje, como então, o homem, “mendicante de significado e completude”, sai em contínua busca das respostas exaustivas às questões de fundo que não cessam de se colocar.

Audiência Geral do Papa Bento XVI aos peregrinos em Castel Gandolfo, 04 de agosto de 2009.

No Rito Romano Tradicional, a festa de São João Maria Vianney é celebrada em 8 de agosto

8 de Agosto, Festividad de San Juan María Vianney, El Santo Cura de Ars










de cuerpo incorrupto





ficialmente, en los libros litúrgicos, aparece su verdadero nombre: San Juan Bautista María Vianney. Pero en todo el universo es conocido con el título de Cura de Ars. Poco importa la opinión de algún canonista exigente que dirá, a nuestro juicio con razón, que el Santo no llegó a ser jurídicamente verdadero párroco de Ars, ni aun en la última fase de su vida, cuando Ars ganó en consideración canónica. Poco importa que el uso francés hubiera debido exigir que se le llamara el canónigo Vianney. ya que tenía este título concedido por el obispo de Belley. Pasando por encima de estas consideraciones, el hecho real es que consagró prácticamente toda su vida sacerdotal a la santificación de las almas del minúsculo pueblo de Ars y que de esta manera unió, ya para siempre, su nombre y la fama de su santidad al del pueblecillo.

Ars tiene hoy 370 habitantes, poco más o menos los que tenía en tiempos del Santo Cura. Al correr por sus calles parece que no han pasado los años. Unicamente la basílica, que el Santo soñó como consagrada a Santa filomena, pero en la que hoy reposan sus restos en preciosa urna, dice al visitante que por el pueblo pasó un cura verdaderamente extraordinario.

Apresurémonos a decir que el marco externo de su vida no pudo ser más sencillo. Nacido en Dardilly, en las cercanías de Lyón, el 8 de mayo de 1786, tras una infancia normal y corriente en un pueblecillo, únicamente alterada por las consecuencias de los avatares políticos de aquel entonces, inicia sus estudios sacerdotales, que se vio obligado a interrumpir por el único episodio humanamente novelesco que encontramos en su vida: su deserción del servicio militar. Terminado este período, vuelve al seminario, logra tras muchas dificultades ordenarse sacerdote y, después de un breve período de coadjutor en Ecully, es nombrado, por fin, para atender al pueblecillo de Ars. Allí, durante los cuarenta y dos años que van de 1818 a 1859, se entrega ardorosamente al cuidado de las almas. Puede decirse que ya no se mueve para nada del pueblecillo hasta la hora de la muerte.

Y sin moverse de allí logró adquirir una resonante celebridad. Recientemente se ha editado, con motivo del centenario de su muerte, una obra en la que se recogen testimonios curiosísimos de esta impresionante celebridad: pliego de cordel, con su imagen y la explicación de sus actividades; muestras de las estampas que se editaron en vida del Santo en cantidad asombrosa; folletos explicando la manera de hacer el viaje a Ars, etc., etc.

El contraste entre lo uno y lo otro, la sencillez externa de la vida y la prodigiosa fama del protagonista nos muestran la inmensa profundidad que esa sencilla vida encierra.
Nace el Santo en tiempos revueltos: el 8 de mayo de 1786. En Dardilly, no lejos de Lyón. Estamos por consiguiente en uno de los más vivos hogares de la actividad religiosa de Francia. Desde algunos puntos del pueblo se alcanza a ver la altura en que está la basílica de Fourviere, en Lyón, uno de los más poderosos centros de irradiación y renovación cristiana de Francia entera. Juan María compartirá el seminario con el Beato Marcelino Champagnat, fundador de los maristas; con Juan Claudio Colin, fundador de la Compañía de María, y con Fernando Donnet, el futuro cardenal arzobispo de Burdeos. Y hemos de verle en contacto con las más relevantes personalidades de la renovación religiosa que se opera en Francia después de la Revolución francesa. La enumeración es larga e impresionante. Destaquemos, sin embargo, entre los muchos nombres, dos particularmente significativos: Lacordaire y Paulina Jaricot.

Tierra, por consiguiente, de profunda significación cristiana. No en vano Lyón era la diócesis primacial de las Galias. Pero antes de que, en un período de relativa paz religiosa, puedan desplegarse libremente las fuerzas latentes, han de pasar tiempos bien difíciles. En efecto, es aún niño Juan María cuando estalla la Revolución Francesa. Al frente de la parroquia ponen a un cura constitucional, y la familia Vianney deja de asistir a los cultos. Muchas veces el pequeño Juan María oirá misa en cualquier rincón de la casa, celebrada por alguno de aquellos heroicos sacerdotes, fieles al Papa, que son perseguidos con tanta rabia por los revolucionarios. Su primera comunión la ha de hacer en otro pueblo, distinto del suyo, Ecully, en un salón con las ventanas cuidadosamente cerradas, para que nada se trasluzca al exterior.
A los diecisiete años la situación se hace menos tensa. Juan María concibe el gran deseo de llegar a ser sacerdote. Su padre, aunque buen cristiano, pone algunos obstáculos, que por fin son vencidos. El joven inicia sus estudios, dejando las tareas del campo a las que hasta entonces se había dedicado. Un santo sacerdote, el padre Balley, se presta a ayudarle. Pero... el latín se hace muy difícil para aquel mozo campesino. Llega un momento en que toda su tenacidad no basta, en que empieza a sentir desalientos. Entonces se decide a hacer una peregrinación, pidiendo limosna, a pie, a la tumba de San Francisco de Regis, en Louvesc. El Santo no escucha, aparentemente, la oración del heroico peregrino pues las dificultades para aprender subsisten. Pero le da lo substancial: Juan María llegará a ser sacerdote.

Antes ha de pasar por un episodio novelesco. Por un error no le alcanza la liberación del servicio militar que el cardenal Fesch había conseguido de su sobrino el emperador para los seminaristas de Lyón. Juan María es llamado al servicio militar. Cae enfermo, ingresa en el hospital militar de Lyón, pasa luego al hospital de Ruán, y por fin, sin atender a su debilidad, pues está aún convaleciente, es destinado a combatir en España. No puede seguir a sus compañeros, que marchan a Bayona para incorporarse. Solo, enfermo, desalentado, le sale al encuentro un joven que le invita a seguirle. De esta manera, sin habérselo propuesto, Juan María será desertor. Oculto en las montañas de Noés, pasará desde 1809 a 1811 una vida de continuo peligro, por las frecuentes incursiones de los gendarmes, pero de altísima ejemplaridad, pues también en este pueblecillo dejó huella imperecedera por su virtud y su caridad.

Una amnistía le permite volver a su pueblo. Como si sólo estuviera esperando el regreso, su anciana madre muere poco después. Juan María. continúa sus estudios sacerdotales en Verriéres primero. y después en el seminario mayor de Lyón. Todos sus superiores reconocen la admirable conducta del seminarista, pero... falto de los necesarios conocimientos del latín, no saca ningún provecho de los estudios y, por fin, es despedido del seminario. Intenta entrar en los hermanos de las Escuelas Cristianas, sin lograrlo. La cosa parecía ya no tener solución ninguna cuando, de nuevo, se cruza en su camino un cura excepcional: el padre Balley, que había dirigido sus primeros estudios. El se presta a continuar preparándole, y consigue del vicario general, después de un par de años de estudios, su admisión a las órdenes. Por fin, el 13 de agosto de 1815, el obispo de Grenoble, monseñor Simón, le ordenaba sacerdote, a los 29 años. Había acudido a Grenoble solo, y nadie le acompañó tampoco en su primera misa, que celebró al día siguiente. Sin embargo, el Santo Cura se sentía feliz al lograr lo que durante tantos años anheló, y a peso de tantas privaciones, esfuerzos y humillaciones, había tenido que conseguir: el sacerdocio.

Aún no habían terminado sus estudios. Durante tres años, de 1815 a 1818, continuará repasando la teología junto al padre Balley, en Ecully, con la consideración de coadjutor suyo. Muerto el padre Balley, y terminados sus estudios, el arzobispado de Lyón le encarga de un minúsculo pueblecillo, a treinta y cinco kilómetros al norte de la capital, llamado Ars. Todavía no tenía ni siquiera la consideración de parroquia, sino que era simplemente una dependencia de la parroquia de Mizérieux, que distaba tres kilómetros. Normalmente no hubiera tenido sacerdote, pero la señorita de Garets, que habitaba en el castillo y pertenecía a una familia muy influyente, había conseguido que se hiciera el nombramiento.

Ya tenemos, desde el 9 de febrero de 1818, a San Juan María en el pueblecillo del que prácticamente no volverá a salir jamás. Habrá algunas tentativas de alejarlo de Ars, y por dos veces la administración diocesana le enviará el nombramiento para otra parroquia. Otras veces el mismo Cura será quien intente marcharse para irse a un rincón "a llorar su pobre vida", como con frase enormemente gráfica repetirá. Pero siempre se interpondrá, de manera manifiesta, la divina Providencia, que quería que San Juan María llegara a resplandecer, como patrono de todos los curas del mundo, precisamente en el marco humilde de una parroquia de pueblo.
Podemos distinguir en la actividad parroquial de San Juan María dos aspectos fundamentales, que en cierta manera corresponden también a dos fases de su vida.

Mientras no se inició la gran peregrinación a Ars, el cura pudo vivir enteramente consagrado a sus feligreses. Y así le vemos visitándoles casa por casa; atendiendo paternalmente a los niños y a los enfermos; empleando gran cantidad de dinero en la ampliación y hermoseamiento de la iglesia; ayudando fraternalmente a sus compañeros de los pueblos vecinos. Es cierto que todo esto va acompañado de una vida de asombrosas penitencias, de intensísima oración, de caridad, en algunas ocasiones llevada hasta un santo despilfarro para con los pobres. Pero San Juan María no excede en esta primera parte de su vida del marco corriente en las actividades de un cura rural.

No le faltaron, sin embargo, calumnias y persecuciones. Se empleó a fondo en una labor de moralización del pueblo: la guerra a las tabernas, la lucha contra el trabajo de los domingos, la sostenida actividad para conseguir desterrar la ignorancia religiosa y, sobre todo, su dramática oposición al baile, le ocasionaron sinsabores y disgustos. No faltaron acusaciones ante sus propios superiores religiosos. Sin embargo, su virtud consiguió triunfar, y años después podía decirse con toda verdad que "Ars ya no es Ars". Los peregrinos que iban a empezar a llegar, venidos de todas partes, recogerían con edificación el ejemplo de aquel pueblecillo donde florecían las vocaciones religiosas, se practicaba la caridad, se habían desterrado los vicios, se hacía oración en las casas y se santificaba el trabajo.

La lucha tuvo en algunas ocasiones un carácter más dramático aún. Conocemos episodios de la vida del Santo en que su lucha con el demonio llega a adquirir tales caracteres que no podemos atribuirlos a ilusión o a coincidencias. El anecdotario es copioso y en algunas ocasiones sobrecogedor.

Ya hemos dicho que el Santo solía ayudar, con fraternal caridad, a sus compañeros en las misiones parroquiales que se organizaban en los pueblos de los alrededores. En todos ellos dejaba el Santo un gran renombre por su oración, su penitencia y su ejemplaridad. Era lógico que aquellos buenos campesinos recurrieran luego a él, al presentarse dificultades, o simplemente para confesarse y volver a recibir los buenos consejos que de sus labios habían escuchado. Este fue el comienzo de la célebre peregrinación a Ars. Lo que al principio sólo era un fenómeno local, circunscrito casi a las diócesis de Lyón y Belley, luego fue tomando un vuelo cada vez mayor, de tal manera que llegó a hacerse célebre el cura de Ars en toda Francia y aun en Europa entera. De todas partes empezaron a afluir peregrinos, se editaron libros para servir de guía, y es conocido el hecho de que en la estación de Lyón se llegó a establecer una taquilla especial para despachar billetes de ida y vuelta a Ars. Aquel pobre sacerdote, que trabajosamente había hecho sus estudios, y a quien la autoridad diocesana había relegado en uno de los peores pueblos de la diócesis, iba a convertirse en consejero buscadísimo por millares y millares de almas. Y entre ellas se contarían gentes de toda condición, desde prelados insignes e intelectuales famosos, hasta humildísimos enfermos y pobres gentes atribuladas que irían a buscar en él algún consuelo.
Aquella afluencia de gentes iba a alterar por completo su vida. Día llegará en que el Santo Cura desconocerá su propio pueblo, encerrado como se pasará el día entre las míseras tablas de su confesonario. Entonces se producirá el milagro más impresionante de toda su vida: el simple hecho de que pudiera subsistir con aquel género de vida.

Porque aquel hombre, por el que van pasando ya los años, sostendrá como habitual la siguiente distribución de tiempo: levantarse a la una de la madrugada e ir a la iglesia a hacer oración. Antes de la aurora, se inician las confesiones de las mujeres. A las seis de la madrugada en verano y a las siete en invierno, celebración de la misa y acción de gracias. Después queda un rato a disposición de los peregrinos. A eso de las diez, reza una parte de su breviario y vuelve al confesonario. Sale de él a las once para hacer la célebre explicación del catecismo, predicación sencillísima, pero llena de una unción tan penetrante que produce abundantes conversiones. Al mediodía, toma su frugalísima comida, con frecuencia de pie, y sin dejar de atender a las personas que solicitan algo de él. Al ir y al venir a la casa parroquial, pasa por entre la multitud, y ocasiones hay en que aquellos metros tardan media hora en ser recorridos. Dichas las vísperas y completas, vuelve al confesonario hasta la noche. Rezadas las oraciones de la tarde, se retira para terminar el Breviario. Y después toma unas breves horas de descanso sobre el duro lecho. Sólo un prodigio sobrenatural podía permitir al Santo subsistir físicamente, mal alimentado, escaso de sueño, privado del aire y del sol, sometido a una tarea tan agotadora como es la del confesonario.
Por si fuera poco, sus penitencias eran extraordinarias, y así podían verlo con admiración y en ocasiones con espanto quienes le cuidaban. Aun cuando los años y las enfermedades le impedían dormir con un poco de tranquilidad las escasas horas a ello destinadas, su primer cuidado al levantarse era darse una sangrienta disciplina...

Dios bendecía manifiestamente su actividad. El que a duras penas había hecho sus estudios, se desenvolvía con maravillosa firmeza en el púlpito, sin tiempo para prepararse, y resolvía delicadísimos problemas de conciencia en el confesonario. Es más: cuando muera, habrá testimonios, abundantes hasta lo increíble, de su don de discernimiento de conciencias. A éste le recordó un pecado olvidado, a aquél le manifestó claramente su vocación, a la otra le abrió los ojos sobre los peligros en que se encontraba, a otras personas que traían entre manos obras de mucha importancia para la Iglesia de Dios les descorrió el velo del porvenir... Con sencillez, casi como si se tratara de corazonadas o de ocurrencias, el Santo mostraba estar en íntimo contacto con Dios Nuestro Señor y ser iluminado con frecuencia por Él.

No imaginemos, sin embargo, al Santo como un ser completamente desligado de toda humanidad. Antes al contrario. Conservamos el testimonio de personas, pertenecientes a las más elevadas esferas de aquella puntillosa sociedad francesa del siglo XIX, que marcharon de Ars admiradas de su cortesía y gentileza. Ni es esto sólo. Mil anécdotas nos conservan el recuerdo de su agudo sentido del humor. Sabía resolver con gracia las situaciones en que le colocaban a veces sus entusiastas. Así, cuando el señor obispo le nombró canónigo, su coadjutor le insistía un día en que, según la costumbre francesa, usara su muceta. ¡Ah, amigo mío! —respondió sonriente—, soy más listo de lo que se imaginaban. Esperaban burlarse de mí, al verla sobre mis hombros, y yo les he cazado." "Sin embargo, ya ve, hasta ahora es usted el único a quien el señor obispo ha dado ese nombramiento." “Natural. Ha tenido tan poca fortuna la primera vez, que no ha querido volver a tentar suerte."

Servel y Perrin han exhumado hace poco una anécdota conmovedora: Un día, el Santo recibió en Ars la visita de una hija de la tía Fayot, la buena señora que le había acogido en su casa mientras estuvo oculto como prófugo. Y el Santo Cura, en agradecimiento a lo que su madre había hecho con él, le compró un paraguas de seda. ¿Verdad que es hermoso imaginarnos al cura y la jovencita entrando en la modestísima tienda del pueblo y eligiendo aquel paraguas de seda, el único acaso que habría allí? ¿Verdad que muchas veces se nos caricaturiza a los santos ocultándonos anécdotas tan significativas?

Pero donde más brilló su profundo sentido humano fue en la fundación de "La Providencia", aquella casita que, sin plan determinado alguno, en brazos exclusivamente de la caridad, fundó el señor cura para acoger a las pobres huerfanitas de los contornos. Entre los documentos humanos más conmovedores, por su propia sencillez y cariño, se contarán siempre las Memorias que Catalina Lassagne escribió sobre el Santo Cura. A ella le puso al frente de la obra y allí estuvo hasta que, quien tenía autoridad para ello, determinó que las cosas se hicieran de otra manera. Pero la misma reacción del Santo mostró entonces hasta qué punto convivían en él, junto a un profundo sentido de obediencia rendida, un no menor sentido de humanísima ternura. Por lo demás, si alguna vez en el mundo se ha contado un milagro con sencillez, fue cuando Catalina narró para siempre jamás lo que un día en que faltaba harina le ocurrió a ella. Consultó al señor cura e hizo que su compañera se pusiera a amasar, con la más candorosa simplicidad, lo poquito que quedaba y que ciertamente no alcanzaría para cuatro panes. "Mientras ella amasaba, la pasta se iba espesando. Ella añadía agua. Por fin estuvo llena la amasadera y ella hizo una hornada de diez grandes panes de 20 a 22 libras." Lo bueno es que, cuándo acuden emocionadas las dos mujeres al señor cura, éste se limita a exclamar: "El buen Dios es muy bueno. Cuida de sus pobres."

El viernes 29 de julio de 1859 se sintió indispuesto. Pero bajó, como siempre, a la iglesia a la una de la madrugada. Sin embargo, no pudo resistir toda la mañana en el confesonario y hubo de salir a tomar un poquito de aire. Antes del catecismo de las once pidió un poco de vino, sorbió unas gotas derramadas en la palma de su mano y subió al púlpito. No se le entendía, pero era igual. Sus ojos bañados de lágrimas, volviéndose hacia el sagrario, lo decían todo. Continuó confesando, pero ya a la noche se vio que estaba herido de muerte. Descansó mal y pidió ayuda. "El médico nada podrá hacer. Llamad al señor cura de Jassans."
Ahora ya se dejaba cuidar como un niño. No rechistó cuando pusieron un colchón a su dura cama. Obedeció al médico. Y se produjo un hecho conmovedor. Este había dicho que había alguna esperanza si disminuyera un poco el calor. Y en aquel tórrido día de agosto, los vecinos de Ars, no sabiendo qué hacer por conservar a su cura queridísimo, subieron al tejado y tendieron sábanas que durante todo el día mantuvieron húmedas. No era para menos. El pueblo entero veía, bañado en lágrimas, que su cura se les marchaba ya. El mismo obispo de la diócesis vino a compartir su dolor. Tras una emocionante despedida de su buen padre y pastor, el Santo Cura ya no pensó más que en morir. Y en efecto, con paz celestial, el jueves 4 de agosto, a las dos de la madrugada, mientras su joven coadjutor rezaba las hermosas palabras "que los santos ángeles de Dios te salgan al encuentro y te introduzcan en la celestial Jerusalén", suavemente, sin agonía, "como obrero que ha terminado bien su jornada", el Cura de Ars entregó su alma a Dios.

Así se ha realizado lo que él decía en una memorable catequesis matinal: "¡Dios mío, cómo me pesa el tiempo con los pecadores! ¿Cuándo estaré con los santos? Entonces diremos al buen Dios: Dios mío, te veo y te tengo, ya no te escaparás de mí jamás, jamás."


LAMBERTO DE ECHEVERRÍA
fonte:santoral

sexta-feira, 7 de agosto de 2009

Cardeal de Nairóbi retira suspensão imposta à Renovação Carismática. Críticas permanecem.

(Oblatvs apud Frates In Unum) Nairóbi — O Arcebispo de Nairóbi, Cardeal John Njue retirou a suspensão que ele havia imposto à Renovação Carismática Católica cinco meses atrás. O cardeal anunciou sexta-feira num encontro com os líderes do movimento na Catedral-Basílica da Sagrada Família em Nairóbi. O movimento vai realizar suas atividades sob estrita supervisão dos párocos, disse o cardeal. O Cardeal Njue manifestara sua preocupação de que algumas atividades dos carismáticos, como canções e orações, tivesssem sido copiadas de outras igrejas e, portanto, não seriam católicas. “O movimento se concentra mais em coisas superficiais em vez de se concentrar no incremento da vida espiritual”, disse ainda. [...] “Observei certas organizações carismáticas protestantes e receio que algumas de suas atividades estão penetrando pouco a pouco na Igreja Católica”, disse o cardeal. “Algumas pessoas até se casam fora da Igreja Católica e continuam a se considerar membros do movimento”, acrescentou. Ele aconselhou os membros a usar a devoção ao Espírito Santo de modo correto e não contra as doutrinas católicas. “Estou lidando com a situação como Arcebispo de Nairóbi. Toda paróquia deve ter um lugar onde os membros possam se encontrar e rezar, mas sob estrita supervisão dos párocos”, disse. Os líderes do movimento saudaram a retirada da suspensão e prometeram trabalhar sob as diretrizes dadas pelo cardeal. George Ndemo, membro do movimento, disse que o cardeal suspendera as atividades do movimento em boa-fé e nada tem contra ninguém.
fonte:O ultrapapista

Mons. Bux e Vitiello: la coscienza fondamento del culto conforme alla ragione.

In margine al nuovo libro di Joseph Ratzinger - Benedetto XVI “Elogio della coscienza”.




a cura di don Nicola Bux e don Salvatore Vitiello

Città del Vaticano (Agenzia Fides) - La coscienza porta l’uomo a ricercare l’alleanza con Dio mediante un culto “logico”, cioè conforme alla ragione. Cosa vuol dire? Che l’uomo è implicato con tutto se stesso nel rapporto con Lui; è l’offerta di sé, il culto della vera religione. Una religione estranea all’esistenza o evasiva non è vera e ragionevole. La Costituzione sulla Liturgia del Concilio Vaticano II, presuppone questa autocoscienza quando auspica la partecipazione consapevole dei fedeli al culto. Sembra però, che nell’affrontare la questione della partecipazione alla liturgia, raramente si parta da questo, preoccupati di arrivare subito a dettare gli atteggiamenti esteriori.

Gli Atti degli Apostoli testimoniano che la coscienza si mette in moto quando l’interiorità dell’uomo e la verità che proviene da Dio si incontrano, superando così la mera soggettività; Pietro grazie all’incontro con Cristo, decisivo per la sua maturità umana, può affermare di dover obbedire più alla verità riconosciuta che al proprio gusto, in contrasto con l’autorità costituita e perfino con i propri sentimenti e con i vecchi legami umani.

Il primato della verità tra tutte le virtù, e in specie sul consenso sociale, fu riaffermato da John Henry Newman, celebre teologo e porporato inglese, nella “Lettera al duca di Norfolk”. Anche nella crisi attuale, l’uomo non ha rinunciato del tutto ad essere “martire” per la verità, il fatto è che, nel frattempo, l’idea di verità è stata sostituita con quella di progresso. Per esempio, si parla di valori etici, ma non della coscienza, un po’ come nella disputa tra Socrate, Platone e i sofisti: i primi avevano fiducia nella possibilità per l’uomo di conoscere la verità, i secondi erano del parere che l’uomo crei da se stesso i criteri per la sua vita. Quel che accade è descritto così da Joseph Ratzinger, in una lezione tenuta all’Università di Siena e riportata nel menzionato libro: “In molti ambienti oggi non ci si chiede più che cosa un uomo pensi. Si ha già pronto un giudizio sul suo pensiero, nella misura in cui lo si può catalogare con una delle corrispondenti etichette formali: conservatore, reazionario, fondamentalista, progressista, rivoluzionario. La catalogazione in uno schema formale basta a rendere superfluo il confronto con i contenuti. La stessa cosa si può vedere, in modo ancor più netto, nell’arte: ciò che un’opera d’arte esprime è del tutto indifferente; essa può esaltare Dio o il diavolo – l’unico criterio è la sua esecuzione tecnico-formale”.

Ma l’uomo è tale solo se si apre alla voce della verità e alle sue esigenze. La ricerca di Socrate e la testimonianza del Battista stanno ad indicare che l’uomo è “nativamente” capace di verità, cosa che costituisce l’argine ad ogni potere, e attesta la creaturale somiglianza divina. Il progresso umano viene proprio dalla testimonianza resa alla verità dai grandi testimoni della coscienza.
La fede dei semplici, anche nell’attuale momento critico, sta mostrando questa capacità di discernimento degli spiriti. E’ infatti in relazione alla coscienza cristiana che si possono comprendere le direttive della gerarchia e lo stesso primato del Papa, come ricorda il celebre “brindisi” di Newman. La memoria concorre in modo decisivo con la coscienza a configurare il culto ragionevole.

Chi ci rende liberi di ascoltare la “voce” della coscienza è la verità in persona, Gesù Cristo, che ne ha reso leggero il giogo (Mt 11,30), venendo nella carne, si è fatto nutrimento nel sacramento, per amore, al fine di guarire il nostro peccato. La coscienza dell’uomo e il culto a Dio costituiscono il nucleo della libertà religiosa, nella coscienza avviene l’alleanza tra l’uomo e Dio, della quale l’uomo ha estremo bisogno.

FONTE:RINASCIMENTO SACRO

MISSA TRIDENTINA NO MUNDO

HERMENÉUTICA DE LA CONTINUIDAD.
El Papa, el pasado 26 de mayo, ha denunciado de nuevo una “corriente interpretativa que apelando a un presunto «espíritu del Concilio» ha intentado establecer una discontinuidad con la Tradición de la Iglesia, confundiendo, por ejemplo, los confines objetivamente existentes entre la jerarquía y el laicado, mirando a la Iglesia desde una perspectiva horizontal que excluía la referencia a Dios, en abierto contraste con la doctrina católica”. Esta intepretación "en realidad opuesta al espíritu del Vaticano II" ha traído en ocasiones "debilitamiento, cansancio, casi una parálisis".
La buhardilla de Jerónimo


EL TESTIMONIO DEL CARDENAL NOÉ.
Para que no se olviden, recordamos las declaraciones del que fue Maestro de ceremonias de Pablo VI, Cardenal Virgilio Noé, al periodista Bruno Volpe hace un año: "Pablo VI al afirmar que el humo de Satanás había entrado en la Iglesia se refería a todos los sacerdotes y obispos que no rendían culto al Señor malcelebrando la Santa Misa a causa de una erronea interpretación y aplicación del Concilio Vaticano II. Habló del humo de Satanás porque sostenía que aquellos sacerdotes que modificaban la misa en aras de la creatividad, estaban en realidad poseídos por la vanagloria y la soberbia del Maligno". Monseñor Noé opina que hay que recuperar el sentido sacro de la liturgia, antes de que el humo de Satanás pierda definitivamente a la Iglesia: "gracias a Dios tenemos al Papa Benedicto XVI".

CONFIRMACIONES EN OTTAWA .
Monseñor Terence Prendergast, Arzobispo de Ottawa, S.J., realizó confirmaciones y ofició de pontifical, según el Misal del Beato Juan XXIII, en la Parroquia de San Clemente en Ottawa, Canadá.

Saint Clement Parish, Ottawa, Canada.
New Liturgical Movement

LA REFORMA DE LA REFORMA.
Un artículo en El semanal digital reflexiona sobre el reciente libro de Monseñor Nicola Bux y su prólogo del Cardenal Cañizares: "las reformas litúrgicas postconciliares han parecido ceder al espíritu del mundo. Y una "restitución" de las antiguas formas puede alejar ese peligro... La reforma de Benedicto XVI no es sólo el título del libro de Bux: es la denominación de un proceso en marcha. Y el cardenal Cañizares va a ser su impulsor definitivo. Lo que se han encontrado en Roma es que el obstáculo no está en el clero joven, muy receptivo, sino en obispos tan apoltronados y acomodaticios..."
El semanal digital
FONTE:UNA VOCE MÁLAGA

Mentiras históricas: Lutero reformador?

Reler o pensamento de Lutero e entender porque o teólogo alemão não foi um verdadeiro reformador.

Quais foram as consequências da atividade de Lutero? A guerra dos camponeses, as loucuras anabatistas, a divisão da Europa, o individualismo religioso, a fragmentação da única fé em milhares de seitas, a guerra dos Trinta Anos, a aliança dos protestantes com o islã, a secularização... Lutero foi um rastilho de uma revolta que já estava no ar. Não tinha nem o fascínio nem a grandeza para ser um fundador: dele não nascerá um movimento unitário e duradouro, mas milhares de seitas. E não foi nem mesmo um reformador.

A corrupção dos costumes eclesiásticos, naqueles anos, alcançava o ápice, sobretudo na Alemanha. Muitos representantes, sobretudo do alto clero, eram concubinários, ignorantes em matéria de religião, dados à caça e ao divertimento; muitos deles eram nobres que haviam obtido altos ofícios eclesiásticos por imposição das autoridades leigas. Lutero tomou este aspecto e se serviu dele. Mas a sua finalidade não foi a de reformar, de restaurar bons costumes, de limitar as ingerências políticas no campo religioso, de restaurar o celibato eclesiástico, de pôr fim às corrupções, mas sim de servir-se delas instrumentalmente para separar-se de Roma e criar uma doutrina nova. Também a luta contra as indulgências não é aquilo que frequentemente se quer fazer crer: Lutero não quer, antes de tudo, combater a corrupção ligada ao tráfico de indulgências. Foi este que prejudicou o povo e que a propaganda luterana quis ressaltar. Na verdade as indulgências eram para ele inaceitáveis enquanto eram obras boas, realizadas com o escopo de abreviar a permanência no Purgatório. Lutero não aceitava nem as obras boas nem o Purgatório, convencido que estava de que toda alma é como um cavalo, predestinado a ser montado por Deus ou pelo diabo. A sua luta não foi pela reforma dos costumes, também porque aquele que não acreditava na santidade e nas obras boas, não podia lutar por elas, e sequer vivê-las. Foram as circunstâncias do tempo a determinar a sua sorte, junto com outros dois motivos.

O primeiro: a sua capacidade de angariar o favor dos poderosos. Lutero buscou o apoio dos príncipes com a sua “Carta à nobreza cristã da nação alemã”, propondo-lhes submeter as questões religiosas “à espada temporal”, e estes lho deram com prazer, porque viram no protesto religioso a ocasião para separar-se da Igreja (para depois sequestra-lhe os bens), e do Imperador Carlos V (contra o qual não hesitaram em aliar-se até mesmo com os muçulmanos). Lutero agradeceu, impondo o princípio da submissão das igrejas territoriais à autoridade política, e desse modo dando vida àquela aberração que foram as igrejas não mais universais, católicas, mas nacionais e regionais, submetidas ao poder político. Aquilo que acontecerá na Inglaterra, um rei que se põe como chefe de uma igreja somente para poder desfazer o próprio matrimônio e depois apropriar-se dos bens da Igreja Católica, acontece quase contemporaneamente também nos países escandinavos, por exemplo na Dinamarca com Cristiano III que proclama o luteranismo única religião do Estado esse declara seu Summus Episcopus. “Por meio da coerção violenta a fé luterana é imposta também na Noruega e na Islândia, ambas sujeitas ao reino da Dinamarca, não obstante a persistente resistência católica que, no final, foi sufocada pela intolerância e pela opressão político-religiosa dos dominadores” (A. Terranova, “La Riforma come origine della modernità”, Itaca). Os príncipes protestantes, chamados a ser ao mesmo tempo soberanos temporais e religiosos, frequentemente comportaram-se como Henrique VIII: “O rei recolhia os dízimos anuais, designava os candidatos para as eleições episcopais, dispunha do direito de visitação, da jurisdição eclesiástica até sobre os hereges... Quem se opunha era considerado réu de alta traição e sofria em geral a pena capital na forma bárbara que na Inglaterra se punia este crime: primeiro era enforcado, depois era cortado em pedaços ainda vivo, arrancavam-lhe as vísceras, era decapitado e esquartejado; os pedaços eram publicamente expostos em cima de lanças...” (op. cit.).

O segundo motivo que permitiu que a ação de Lutero tivesse sucesso foi que o protestantismo conduziu à vitória, por uma série de circunstâncias políticas, sociais, religiosas, o grande objetivo de todas as heresias da história, o livre exame. Balmes escreveu que não foi o protestantismo que o gerou, mas sim o “princípio do livre exame que gerou o protestantismo; de fato este princípio já se encontrava em todas as seitas e é reconhecido como origem de todos os erros”. Era o protesto, mais que a afirmação de uma verdade, a resistência à autoridade, a uma autoridade superior ao homem, transcendente, a encontrar acolhida naquele que desejava erguer-se como único juiz de tudo: para quem o protestantismo, com o único princípio que é comum às suas múltiplas e discordantes filiações – isto é, o livre exame – respondia a esta tentação eterna do homem de ser ele próprio, somente ele, o melhor guia e melhor mestre de si mesmo.

Francesco Agnoli

Fonte: Il Foglio, via Papa Ratzinger Blog

Tradução:OBLATVS

quinta-feira, 6 de agosto de 2009

Giovanni Paolo II voleva la reintroduzione della preghiera a San Michele Arcangelo. Effettuò esorcismi . Anche oggi il suo nome mette in fuga i demon




Giovanni Paolo II voleva la reintroduzione della preghiera a San Michele Arcangelo. Effettuò esorcismi . Anche oggi il suo nome mette in fuga i demoni. E' un Santo. Diffidate dai talismani e dall'abuso degli angeliDalla Polonia parla, anche in buon italiano, il sacerdote gesuita e famoso demonologo padre Aleksander Posadzki. Con lui parliamo di Giovanni Paolo II e della sua efficacia nella lotta contro Satana. " Ho letto una vostra intervista a Padre Amorth in cui si afferma che il Demonio teme Giovanni Paolo II ed è così. Anche miei amici esorcisti affermano la stessa cosa ed io collaborando con loro ,lo ho potuto constatare. Per questo motivo,probabilmente, Satana ne ha tanto terrore da non volerlo far beatificare. Mi risulta anche che Giovanni Paolo II volesse fare reintrodurre alla fine della Messa la preghiera a San Michele Arcangelo". Ma secondo lei qual è il vero motivo dell'odio di Satana per Giovanni Paolo II?: " intanto Satana teme tutto quello che è santo e Giovanni Paolo II lo è ,senza dubbio. Poi non dimenticate che proprio Giovanni Paolo II volle fortemente la riforma del rituale dell'esorcismo e non mi sembra cosa ...

... di poco conto". Lei è un apprezzato e noto demonologo. Che cosa pensa del pullulare oggi di tanti talismani ed oggetti ritenuti portatori di buona sorte o scaramantici?: " intanto che la supersitzione è un peccato e va evitata. In tema di talismani ed amuleti la Polonia non fa molta differenza oggi dalle altre nazioni ,ma prendo ad esempio quel segno ormai molto in voga ,della chiave della vita". Che cosa vuole dire?: " teologicamente non ha alcun senso, anzi è un segnale occulto di Satana che cresce e prospera spesso in ambienti facili alle seduzioni di Satana ,che specula su queste incertezze. Questo simbolo io lo considero davvero molto pericoloso e dannoso per le anime dei fedeli e sarebbe conveniente evitarlo e non tenerlo mai in casa". Veniamo alle piramidi e ai quarzi: " vale lo stesso discorso delle chiave della vita. Per primo nessuno, e questo a maggior ragione vale per oroscopi e tarocchi è in grado di fare profezie sul futuro, nessuno tranne Dio ,sa il giorno e la ora e dunque voler assumere questo ruolo di falsi profeti è blasfemo. Poi va aggiunto che spesso questi oggetti sono figli del demomio come commercio, di chi con false promesse assicura la felicità e la energia, e non vi è alcuna base scientifica in tutto questo". Negli ultimi tempi sono tornati in voga gli angeli. Da un certo punto di vista è cosa buona: " certo, se gli angeli venissero interpretati in maniera teologicamente corretta. Ma spesso tutto questo non accade e succede anzi la cosa opposta". Ovvero?: " vi sono alcune tendenze chiaramente sacrileghe come la Dinamica Mentale o la New Age, vere sette da evitare, che pretendono di trasformare gli angeli da mediatori della gloria di Dio a veri Dei. Insomma, creano una teologia degli angeli assolutamente incompatibile con quella della Chiesa e sempre per motivi banali di vendite. Nella teoria degli angeli della New Age non si parla mai del peccato, gli angeli seguono una loro autonoma teologia assolutamente discutibile e persino dannosa per la psiche. Insomma, New Age e Dinamica Mentale fanno molti danni con la loro apologia sbagliata degli angeli". Ma spesso succede che questa visione panangelica tipica della New Age è seguita da persone che si definiscono di Chiesa o cattoliche: " questo dipende spesso da una evangelizzazione debole o da rifinire o da convinzioni che necessitano di maggior chiarezza. In ogni caso la visione angelica della New Age è contraria a quella della Chiesa cattolica". Veniamo infine a Giovanni Paolo II, per quale motivo voleva ripristinare la preghiera a San Michele Arcangelo?: " si rendeva conto della sua importanza nella lotta contro il demonio che lui ha sempre combattuto e dal quale è odiato perchè è un uomo santo". Bruno Volpe inviato a Cracovia.

Bruno Volpe
fonte:http://www.pontifex.roma.it/

Breve historia de la FIUV (I)





La Constitución Sacrosanctum Concilium sobre sagrada liturgia fue promulgada por el papa Pablo VI el 4 de diciembre de 1963. Las discusiones habían sido vivas en el aula conciliar antes de llegar a una redacción definitiva del documento, pero finalmente se había llegado a un consenso aceptable para todos, prueba de lo cual fue el hecho de haber obtenido la aprobación de los padres por 2.147 votos a favor y sólo 4 en contra. Objetivamente considerada, la Sacrosanctum Concilium no era revolucionaria: asumía las enseñanzas del magisterio papal reciente en materia litúrgica como el motu proprio Tra le sollecitudini de san Pío X y, sobre todo, la encíclica Mediator Dei de Pío XII; se mantenía al latín como lengua litúrgica; se primaba el canto gregoriano como el propio y prioritario del rito romano; se proponían, en fin, revisiones razonables de diferentes ritos. Si la reforma litúrgica se hubiera emprendido ateniéndose estrictamente a lo establecido en la constitución conciliar la Iglesia Católica se hubiera ahorrado décadas de amargas controversias, pero desgraciadamente no fue así.

El 29 de enero de 1964, era erigido el Consilium ad exsequendam Constitutionem de Sacra Liturgia (Consejo para la implementación de la reforma litúrgica), bajo la presidencia del cardenal Giacomo Lercaro, arzobispo de Bolonia, y teniendo como secretario al entonces P. Annibale Bugnini, C.M. (foto). Este organismo, aunque se ocupaba de materia que era de la competencia de la Sagrada Congregación de Ritos, era autónomo respecto de ésta y tenía completa libertad de acción (en la práctica, la congregación se convirtió en un mero ejecutor de los dictados del Consilium, de lo cual se quejaría con amargura uno de sus cardenales prefectos: el español Arcadio María Larraona). Formaban parte de él una cincuentena de cardenales, obispos y otros prelados y estaba dividido en 39 comisiones (coetus), cada una encargada de un tema específico y teniendo un relator a la cabeza, asistido de un secretario. Las comisiones preparaban los schemata que eran sometidos al examen de los obispos. Una vez aprobados, se sometían al juicio del Papa.

El Consilium comenzó pronto a emanar documentos. Ya Pablo VI había adelantado la aplicación de algunas de las disposiciones conciliares mediante el motu proprio Sacram Liturgiam de 25 de enero de 1964 (formación litúrgica en los seminarios, comisiones diocesanas de liturgia, inserción de la confirmación y el matrimonio dentro de la misa, dispensas relativas al rezo del oficio divino), pero sin tocar los ritos. Sin embargo, el 26 de septiembre de 1964, comenzó el primer desmantelamiento del milenario edificio litúrgico del rito romano con la instrucción Inter Oecumenici, en virtud de la cual se modificaba el ordinario de la misa y se introducía en él ampliamente el uso de la lengua vernácula. También se introdujeron los primeros cambios en la disposición interna de las iglesias como consecuencia de un marco de la celebración con elementos nuevos (sede, ambón, altar separado del muro). Todo esto alarmó considerablemente a muchos porque revelaba claramente la intención de ir más allá de lo establecido por la constitución conciliar.

Fue entonces cuando la Dra. Borghild Krane (1906-1997), psiquíatra noruega (foto), hizo un llamado a todos los católicos preocupados por la herencia litúrgica de la Iglesia a fin de unir esfuerzos en su defensa. Ésta fue la primera iniciativa que llevaría a la fundación de UNA VOCE y es significativo que procediera de un país protestante en el que el catolicismo es una exigua minoría: prueba del fino instinto que desarrollan los católicos cuando viven en un medio que no les es favorable. La Dra. Krane entró en contacto con el Dr. Eric Maria de Saventhem (1919-2005), que no era otro que Erich Vermehren, un antiguo miembro de la resistencia anti-nazi alemana que había trabajado a las órdenes del almirante Canaris en la célebre Abwehr (servicio secreto alemán). Ambos se pusieron de acuerdo para fundar una organización internacional, a la que pusieron por nombre UNA VOCE, en alusión a las palabras del prefacio de la Santísima Trinidad que introducen el Sanctus y que hablan de los coros angélicos, “qui non cessant clamare quotidie una voce dicentes…” (“que no cesan de clamar a diario, diciendo todos a una…”). Esta afortunada denominación nos lleva a considerar que la liturgia es alabanza y adoración, y que la liturgia terrestre debe ser reflejo y anticipación de la eterna liturgia celestial y, por lo tanto, no es mera obra de hombres, sino que baja de lo alto a través de la Iglesia.

Durante los últimos meses de 1964 y los primeros de 1965, se formaron las primeras asociaciones nacionales de UNA VOCE: en países como Francia, los Estados Unidos, Alemania y el Reino Unido. Delegados de seis de ellas se dieron cita en Roma para cambiar impresiones y coordinar esfuerzos. Fue esto a principios de 1965, por la misma época por la que entraba en vigor lo dispuesto por la instrucción Inter Oecumenici y se confirmaban los temores de que la cosa no pararía allí, sino de que se iría a más. Un verdadero prurito de novedad lo había invadido todo y se avanzaba frenéticamente hacia un cambio drástico de lo que hasta entonces había sido el culto católico (de ello daría fe en sus memorias, con no disimulado desagrado, el cardenal Ferdinando Antonelli, miembro destacado del Consilium). Los primeros abusos comenzaron a hacerse patentes. Cuando el 8 de enero de 1967 se erigió en Zürich (Suiza) la Federación Internacional que agrupaba a las asociaciones nacionales UNA VOCE bajo la presidencia del Dr. de Saventhem (foto), se hallaba en plena marcha la reforma total de la misa. El 4 de mayo de ese mismo año se publicó la instrucción Tres abhinc annos, que introducía nuevas modificaciones en el ordinario de la misa y en el rezo del breviario y ampliaba aún más el uso de la lengua vernácula (incluso en el canon de la misa). Se trataba de una medida provisional, pues la entera reforma del rito de la misa estaba ya muy avanzada.

En el curso del Sínodo de los Obispos de 1967, se ensayó un nuevo ordenamiento del rito eucarístico llamado missa normativa, el cual fue celebrado por el propio P. Bugnini en la Capilla Sixtina el 24 de octubre en presencia de los padres sinodales. Demandada la opinión de éstos mediante voto, el resultado fue en conjunto desfavorable, pero ello no impidió que, hechos algunos retoques, dicha misa fuera impuesta dos años más tarde con el nombre de Novus Ordo Missae (NOM) en virtud de la constitución apostólica Missale Romanum promulgada por Pablo VI con fecha 3 de abril de 1969. Tres días después de esta fecha se publicaba la primera edición típica del nuevo misal, el cual fue inmediatamente objeto de un severo juicio teológico y litúrgico por parte de un selecto grupo de estudiosos romanos, cuyo Breve Examen Crítico del Novus Ordo Missae fue presentado al Papa con el respaldo de los cardenales Alfredo Ottaviani, prefecto emérito de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe (foto), y Antonio Bacci, eximio latinista.

La carta de los dos purpurados que acompañaba el estudio fechada en la festividad de Corpus Christi de 1969– era contundente: el Novus Ordo Missae “se aleja de manera impresionante, en conjunto y en detalle, de la teología católica de la misa, tal como fue formulada en la XXII sesión del concilio de Trento, el cual, al fijar definitivamente los canones del rito, levantó una barrera infranqueable contra toda herejía que pudiera menoscabar la integridad del Misterio”. De hecho, este alejamiento era patente en la definición de la misa que ofrecía el artículo 7 de las normas generales del nuevo misal, en la cual se omitía toda referencia a un sacrificio propiciatorio y, en cambio, se enfatizaba el carácter de cena y de asamblea en un modo que parecía más protestante que católico. Pablo VI tomó en cuenta, sin duda, las observaciones del Breve Examen Crítico, ya que rectificó la redacción del polémico artículo 7 en un sentido ahora claramente católico. Sin embargo, fue la única modificación que se hizo del rito, el cual debía entrar en vigor en 1970.

En los países que habían atravesado por la reforma protestante y en los que el catolicismo había tenido que convivir con ella (Alemania, Estados Unidos) o, incluso, sobrevivir (Reino Unido), la novedad de la misa promulgada por Pablo VI respecto del rito precedente fue percibida de manera especial y no sin inquietud y malestar por las similitudes más que accidentales con los servicios de comunión de las diferentes confesiones reformadas (de lo cual dio testimonio, por ejemplo, el académico Julien Green, convertido del anglicanismo, que relató su estupor al asistir por primera vez a una misa moderna y comprobar su peligroso parecido con el servicio de comuníón del Book of Common Prayer de la Iglesia de Inglaterra). Y esto no era sólo una impresión subjetiva: los mismos dirigentes de la Iglesia de la Confesión de Augsburgo (luterana) admitieron que con el nuevo misal era posible para los protestantes celebrar la Santa Cena del Señor, siendo así que nunca habría podido hacerse esto con el antiguo.

Es por ello por lo que la Latin Mass Society (asociación fundada en 1965 y una de las primeras que entraron a formar parte de UNA VOCE) tomó la iniciativa de solicitar al Santo Padre que pudiera seguir celebrándose la misa en Inglaterra y Gales de acuerdo según el rito romano codificado en Trento. Esta petición fue firmada por varias personalidades importantes de la sociedad británica de entonces, tanto católicas como no católicas. El cardenal Heenan, arzobispo de Westminster (foto), que había interpuesto sus buenos oficios ante el papa Montini en apoyo de aquélla, recibió del P. Annibale Bugnini (en su condición de secretario de la Sagrada Congregación para el Culto Divino) una carta fechada el 5 de noviembre de 1971, en la que se le notificaba la concesión del llamado “indulto inglés”: a petición de ciertos grupos de fieles y en ocasiones especiales se podía celebrar la misa de acuerdo con el misal tridentino (aunque usando la edición del ordinario de 1965 con las modificaciones introdicidad en 1967). Se puede decir que, a pesar de las restricciones, la misa romana clásica se salvó de la total proscripción gracias a UNA VOCE, a través de una de sus asociaciones más destacadas.
fonte:roma aeterna

Cuarenta años del Breve Examen Crítico del Novus Ordo Missae


Il grande carabiniere della Chiesa

Como se sabe, el concilio ecuménico Vaticano II (1962-1965) emprendió la reforma de la liturgia católica, cosa que ya estaba en los planes de Pío XII, quien en 1948 (un año después de publicar su encíclica Mediator Dei, había instituido una comisión con ese objeto. En realidad, no tenía nada de extraordinario el que la Iglesia revisara sus ritos: lo ha hecho siempre y, después de la gran reforma tridentina, no cesó de ponerlos a punto cuando lo estimó necesario (el Misal Romano tuvo varias ediciones típicas después de la de 1570; el Breviario fue ampliamente modificado por san Pío X; el mismo Pío XII encargó una nueva traducción de los salmos opcional para el rezo del oficio). Lo que pasa es que siempre en el pasado se había respetado la tradición (que no hay que confundir con conservadurismo). En las liturgias orientales es un principio sacrosanto la intangibilidad de los ritos. En la Iglesia latina, sin llegarse a esto, sí que existe un respeto por lo que ha sido transmitido a través de los siglos, adaptándolo –cuando se juzga necesario– a las legítimas exigencias de los tiempos. Pero una justa adaptación no implica nunca una revolución. El Vaticano II así lo comprendió y estableció la puesta al día (aggiornamento) de la liturgia en su constitución Sacrosanctum Concilium de 1963. Si se lee atentamente este documento nada hay en él contrario a la sana tradición de la Iglesia y la reforma en él planteada era razonable y podría haber dado buenos frutos si no se la hubiera adulterado a continuación.

El papa Pablo VI, con el objeto de llevar a la práctica la reforma litúrgica querida por el concilio, instituyó el Consilium ad exsequendam Constitutionem de Sacra Liturgia, independiente de la entonces Sagrada Congregación de Ritos, el dicasterio encargado de velar por la liturgia. Durante las sesiones conciliares el ala liberal había acusado constantemente a la Curia de ser conservadora (lo cual era cierto de algún modo) y de obstaculizar los trabajos conciliares (lo cual era falso e injusto, pues precisamente fueron los llamados progresistas los que sabotearon sistemáticamente el reglamento del Vaticano II, aprobado por el beato Juan XXIII). A Pablo VI lo convencieron, pues, de la conveniencia de quitar a Ritos (presidido por el cardenal cordimariano Arcadio Larraona, considerado tradicional) la competencia en la actuación de la reforma litúrgica y darla a un organismo que no tuviera que dar cuenta sino al Papa directamente. El Consilium estaba presidido por el cardenal Giacomo Lercaro, arzobispo de Bolonia y significado líder liberal del concilio, y tenía por secretario al P. Annibale Bugnini, vicentino, propulsor del movimiento litúrgico (aunque no el ortodoxo de Dom Guéranger, sino el arqueologista y ecumenista de Dom Beaudoin).

El aspecto de la reforma litúrgica que nos interesa ahora y hace a nuestro tema es el de la misa, por lo cual dejamos aparte la reforma de los demás libros litúrgicos. La del misal romano se llevó a cabo en dos fases. La primera consistió en el desmantelamiento del rito clásico codificado por san Pío V y cuya última edición típica fue la del beato Juan XXIII de 1962, justo el año en el que comenzó el Vaticano II. En 1965 y en 1967 el Consilium publicó sucesivas instrucciones en fuerza de las cuales se mutilaba el ordinario de la misa y se relegaba peligrosamente el uso del latín (considerado, sin embargo, por el propio concilio como la lengua propia de los ritos latinos). Estos cambios ya pusieron sobre aviso a los católicos fieles a la tradición (a los que se comenzó a llamar “tradicionalistas”). Fue en estos años cuando comenzó a organizarse la defensa del rito antiguo, principalmente en torno a la revista francesa Itinéraires (Louis Salleron, Jean Madiran) y a UNA VOCE (véase esta entrada anterior: http://roma-aeterna-una-voce.blogspot.com/2009/04/breve-historia-de-la-fiuv-i.html). Hay que decir que estas iniciativas provenían de los seglares, aunque en el ámbito del clero se seguía también con preocupación la evolución de la reforma litúrgica. La segunda fase fue la creación de un Novus Ordo que substituyera al antiguo, para lo cual fueron admitidos a los trabajos del Consilium observadores no católicos (un talmudista judío y algunos expertos protestantes), que a menudo rebasaron su carácter meramente consultivo. El caso es que en 1967, el P. Bugnini propuso al sínodo de los obispos la llamada missa normativa, que no llegó a ser aprobada debido a los reparos de la mayoría de los padres sinodales. Dos años más tarde, sin embargo, ese mismo rito, con algunos retoques, era promulgado por Pablo VI mediante la constitución apostólica Missale Romanum de 3 de abril de 1969.

Pablo VI y los observadores protestantes del Consilium: Rev. Jasper, Dr. Shepherd,
Prof. George, pastor Kenneth, Rev. Brand y el Hno. Max Thurian de Taizé

El Novus Ordo Missae constituía el triunfo de las tesis que el movimiento litúrgico desviado había ido introduciendo en la Iglesia, primero subrepticiamente y después del concilio abiertamente (tesis contrarias a los principios que había dejado bien claros Pío XII en la carta magna de la liturgia católica que fue su encíclica Mediator Dei de 1947). Lo más llamativo era que el resultado se hallaba en abierto contraste con lo que había dispuesto la mismísima constitución Sacrosanctum Concilium. La misa del Consilium no era en absoluto la misa del Concilium. Los tradicionalistas habían tenido razón de inquietarse con las primeras modificaciones. La reforma de la misa resultaba ser, en realidad, una revolución litúrgica. No se había tratado sólo de una refundición o adaptación del antiguo rito según una legítima evolución homogénea: se estaba delante de una verdadera y propia innovación. El mismo artífice del Novus Ordo, monseñor Bugnini, admitió que se habían dado a los ritos estructuras nuevas (la substitución del antiguo ofertorio pre-sacrifical por una presentación de ofrendas de origen judío da buena fe de ello).

A la sazón convergían en Roma algunos personajes eclesiásticos que se habían significado por su defensa de la continuidad con la tradición durante los debates en el aula conciliar: el cardenal Alfredo Ottaviani, prefecto emérito del ex-Santo Oficio; el cardenal Antonio Bacci, eximio latinista; monseñor Marcel Lefebvre, antiguo delegado apostólico en el África francófona, que acababa de renunciar como superior general de los Padres del Espíritu Santo (por estar en desacuerdo con la línea liberal adoptada por la congregación), y el R.P. Michel Louis Guérard des Lauriers, dominico, profesor en la Pontificia Universidad Lateranense y en el Angelicum. También por aquellos días se constituía en la Ciudad Eterna la correspondiente italiana de UNA VOCE. Dos de sus miembros, la poetisa y artista Vittoria Guerrini (bajo el nombre artístico de Cristina Campo) y Emilia Pediconi, lograron reunir un grupo de estudio, conformado por teólogos romanos de confianza bajo la dirección del P. Guérard des Lauriers, para examinar el Novus Ordo Missae. El cardenal Ottaviani aceptó revisar los trabajos, que se desarrollaron de forma intensiva durante los meses de abril y mayo de 1969, siendo seguidos de cerca por monseñor Lefebvre. El resultado fue el Breve Examen Crítico, redactado en latín probablemente en el círculo del cardenal Bacci, que contó con la aprobación final del cardenal Ottaviani. Vittoria Guerrini (foto) lo tradujo inmediatamente al italiano y monseñor Lefebvre obtuvo una versión francesa del P. Guérard de Lauriers. La versión definitiva fue datada el día de Corpus de 1969, es decir el 5 de junio de hace cuarenta años.

¿Qué sostenía este examen del Novus Ordo? En líneas generales he aquí sus puntos principales:

1.- La definición de la misa simplemente como asamblea y cena en desmedro de su carácter esencial de sacrificio (como se ve en el artículo 7 de la Institutio generalis).
2.- La supresión de todo aquello que habla de un sacrificio propiciatorio ofrecido a Dios (que es lo que los portestantes niegan).
3.- La disminución del sacerdote celebrante, reducido a mero « presidente de la asamblea ».
4.- El silencio sobre la Trnasubstanciación y la Presencia Real de Cristo en la Eucaristía.
5.- El cambio del modo activo (infra-actionem) al modo narrativo en el momento de la consagración.
6.- La multiplicación de opciones ad libitum, que atenta realmente contra la unidad dentro del mismo rito.
7.- El empleo a lo largo de todo el texto del ordinario de la misa de un lenguaje ambiguo y equívoco que abre la posibilidad a múltiples interpretaciones.

De todo ello deducían los cardenales Ottaviani y Bacci que “atendidos los elementos nuevos, susceptibles de apreciaciones muy diversas, que aparecen subentendidos o implicados, se aleja de manera impresionante, en conjunto y en detalle, de la teología católica de la Santa Misa tal como fue formulada en la XXII Sesión del Concilio de Trento, el cual, al fijar definitivamente los cánones del rito, levantó una barrera infranqueable contra toda herejía que pudiera menoscabar la integridad del Misterio”. Palabras mayores, pero que reflejaban una realidad objetiva y comprobable.

De lo que se trataba ahora era de presentar lo más pronto posible el riguroso estudio redactado por el P. Guérard des Lauriers (foto) al Santo Padre antes de que entrara en vigor la nueva liturgia de la misa, lo cual estaba previsto para la primera domínica de adviento de ese mismo año. El cardenal Ottaviani preparó una carta a Pablo VI acompañando el Breve Examen Crítico del Novus Ordo Missae (de la que está entresacada la cita anterior) y esperaba que la firmara un buen número de prelados. Después de todo, durante el Vaticano II se había logrado aglutinar a más de 500 padres conciliares en lo que se llamó el Coetus Internationalis Patrum, que hizo una decidida oposición –a veces eficaz– a la conocida como Alianza del Rin, que lideraba al ala liberal de la asamblea ecuménica. Monseñor Lefebvre pensaba que se podrían llegar a recoger más de 600 firmas. Sin embargo, las gestiones llevadas a cabo discretamente en los círculos vaticanos y los medios conservadores de la Iglesia no dieron un gran resultado. Aunque doce cardenales presentes en Roma dieron su consentimiento para subscribir el documento (entre ellos el español Larraona), al final sólo dos estamparon su firma el 13 de septiembre de 1969: Ottaviani y Bacci. ¿Qué había sucedido? Un sacerdote tradicionalista –sin duda con muy buena voluntad pero con poco tino y un gran desconocimiento de cómo marchan las cosas en Roma– cometió la imprudencia de publicar el Breve Examen Crítico antes de ser sometido a Pablo VI, siendo así que se había acordado no darlo a la luz hasta un mes después. Esto hizo retroceder a los potenciales signatarios, que temieron aparecer como desafiantes a la autoridad del Romano Pontífice.

Todo y así, el escrito se envió al papa Montini, que lo remitió a la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, a fin de conocer si las críticas que el Breve Examen Crítico hacía al Novus Ordo Missae tenían fundamento teológico. El 12 de noviembre de 1969, el cardenal Franjo Seper respondió por medio de una carta al secretario de Estado cardenal Villot, cuyo contenido no fue dado a conocer, si bien monseñor Bugnini, en sus memorias, afirma (sin aportar la prueba documental) que la Institutio generalis del nuevo misal romano (en la que se expone la doctrina que subyace al rito) fue hallada conforme a la ortodoxia, quedando así desmentidas las acusaciones del alegato firmado por los cardenales Ottaviani y Bacci (foto). Algunos días después, se reunió el Consilium para estudiar las objeciones hechas al Novus Ordo, llegándose a la conclusión de que, los puntos que ofrecían dificultades en la Institutio generalis no tenían en realidad un carácter doctrinal sino pastoral y que las explicaciones de lo que era la misa contenidas en ella no tenían por qué ser exhaustivas. Sin embargo, esto estaba en contradicción con lo que el propio Bugnini había sostenido en el curso de la elaboración del rito reformado, a saber: que la Institutio generalis debía contener principios doctrinales y constituir una explicación teológica completa sobre la eucaristía.

En cuanto a los cardenales firmantes de la carta a Pablo VI que acompañaba al Novus Ordo Missae, nunca recibieron una respuesta directa del Papa. Pero el cardenal Ottaviani fue recibido por éste en audiencia el 7 de diciembre y, aunque no trascendió lo que en ella se trató (oficialmente, el pontífice quería tan sólo interesarse por la salud del purpurado después de una hospitalización que sufrió), sí que fue significativo el hecho de que desde entonces el aguerrido carabiniere della Chiesa no volvió a tratar públicamente del asunto del Novus Ordo. Es significativo, no obstante, el hecho de que en su diario anote que la audiencia papal comenzó en medio de una atmósfera tensa “a causa de la carta que le enviamos Bacci y yo”. Parece ser, pues, que Pablo VI le obligó bajo obediencia a abstenerse de manifestarse al respecto. Del posterior silencio del cardenal Ottaviani han querido deducir algunos que se contentó con las seguridades que le habría dado el Papa de su perfecta ortodoxia. Otros han ido más lejos y aseguran que, en realidad, nada tuvo que ver con el Breve Examen Crítico y puso su firma de mala gana, desautorizando más tarde el escrito. Para ello sacan a relucir una supuesta carta suya al monje francés Dom Gerard Lafond fechada el 17 de febrero de 1970, en la cual lo felicitaba por una apología de la nueva misa, en uno de cuyos pasajes se afirmaba que el cardenal había sido autor de algunas de sus partes. Pero no sólo eso: también afirmaba Ottaviani que la carta que acompañaba el Breve Examen Crítico se había enviado sin su consentimiento y que para él los discursos de Pablo VI del 19 y 26 de noviembre defendiendo el Novus Ordo zanjaban la cuestión de la misa.

El publicista católico francés Jean Madiran (foto) no tardó en contestar la autenticidad de la carta del 17 de febrero, que no menciona el biógrafo del cardenal Ottaviani, Emilio Cavaterra (que, sin embargo revisó cuidadosamente su diario y sus papeles) ni tampoco monseñor Gilberto Agustoni, secretario de aquél y ferviente defensor del Novus Ordo, que, sin duda, habría esgrimido esa valiosa prueba documental de haber sido auténtica. Es más: todas las sospechas de una falsificación recaen sobre Agustoni, en quien Ottaviani había depositado su confianza, manteniéndola hasta que le llegaron voces de que su secretario se aprovechaba de su ceguera para hacerle firmar documentos de los que no se enteraba bien. Uno de esos documentos pudo perfectamente ser la famosa carta. Pero hay un hecho clarificador: tanto antes como después del 17 de febrero de 1970, el cardenal Ottaviani reafirmó de viva voz y ante testigos (aunque no públicamente) su apoyo al Breve Examen Crítico. Por lo demás, el cardenal Bacci siempre se mantuvo firme y nunca escatimó sus críticas a la reforma litúrgica y a sus fautores (entre ellos el cardenal Lercaro).

Sea como fuere, lo cierto es que algún resultado dio la intervención de los dos ilustres príncipes de la Iglesia, pues la entrada en vigor del Novus Ordo Missae hubo de atrasarse medio año para poder enmendar las partes más polémicas de la Institutio generalis. Se introdujeron las modificaciones que evitaban una interpretación protestante de la misa (se cambió el polémico y escandaloso artículo 7 de la Institutio) y reforzaban la interpretación católica en puntos claves como la noción de sacrifico propiciatorio, la acción del sacerdote in persona Christi, etc. Se añadió un preámbulo doctrinal de corte y estilo tridentino, pero ello no obstante, no se tocó el rito en sí mismo. A pesar de todo, su ortodoxia estaba salvada y ello se debe al Breve Examen Crítico. Esta intervención fue providencial en un momento en el que la teología católica coqueteaba con la herejía y el modernismo y en que se imponía por la fuerza una hermenéutica de la ruptura, invocando el llamado “espíritu del Concilio”, un concilio que, sin embargo, no había previsto ni habría querido lo que en su nombre después se promovió. La oportunísima requisitoria de los cardenales Ottaviani y Bacci a favor de salvar la doctrina católica de la misa fue el primer y temprano paso hacia la recuperación de la misa de siempre y por ello los católicos no podemos sino estarles profundamente agradecidos y venerar su piadosa memoria.


Nunca fue abrogado

fonte:roma aeterna