quinta-feira, 2 de setembro de 2010

VENERABLE PIO XII : El deber fundamental del hombre es, indudablemente, el de orientarse hacia Dios a sí mismo y a su propia vida. «A El, en efecto, debemos principalmente unirnos como indefectible principio al que debe orientarse constantemente nuestra elección como a último fin, que por negligencia perdemos pecando y que debemos reconquistar por la fe y creyendo en El».Ahora bien, el hombre se vuelve ordenadamente a Dios cuando reconoce su suprema majestad y su supremo magisterio, cuando acepta con sumisión las verdades divinamente reveladas, cuando observa religiosamente sus leyes, cuando hace converger en El todas sus actividades, cuando -para decirlo brevemente- presta mediante la virtud de la religión el debido culto al único y verdadero Dios.

A) RENOVACIÓN LITÚRGICA
7. Bien sabéis, Venerables Hermanos, que hacia finales del siglo pasado y comienzos del actual se despertó un singular entusiasmo por los estudios litúrgicos, bien por el esfuerzo de algunos particulares, bien, sobre todo, por la celosa y asidua diligencia de varios monasterios de la ínclita Orden benedictina; y así, no sólo en muchas regiones de Europa, sino también al otro lado del mar, se desarrolló un apostolado útil, digno de toda alabanza. Las saludables consecuencias de este intenso apostolado fueron visibles tanto en el terreno de las ciencias sagradas, donde los ritos litúrgicos de la Iglesia occidental y oriental fueron más amplia y profundamente estudiados y conocidos, como en la vida espiritual y privada de muchos cristianos.
8. Las augustas ceremonias del Sacrificio del Altar fueron mejor conocidas, comprendidas y estimadas; la participación en los Sacramentos, mayor y más frecuente; las plegarias litúrgicas, más suavemente gustadas; y el culto de la Sagrada Eucaristía considerado -como es en realidad- fuente y centro de la verdadera piedad cristiana. También ha llegado a entenderse más y más cómo todos los fieles constituyen un único y compacto cuerpo, cuya Cabeza es Cristo, así como el deber del pueblo cristiano de participar debidamente en los ritos litúrgicos.
B) ACTITUD DE LA SANTA SEDE FRENTE A LOS PROBLEMAS LITÚRGICOS
9. Sin duda conocéis muy bien cómo esta Sede Apostólica ha cuidado en todo tiempo diligentemente de que el pueblo a ella confiado se educase en un sentido litúrgico verdadero y práctico; y que con no menos celo ha procurado que los sagrados ritos resplandezcan también al exterior con la debida dignidad. Nos mismo, por esta razón, al dirigirnos, según costumbre, a los predicadores cuaresmales de esta Nuestra ciudad en el afeo 1943, les habíamos exhortado calurosamente a recomendar a sus oyentes que participasen -con creciente fervor en el Sacrificio eucarístico; y así recientemente hemos hecho traducir de nuevo al latín, del texto original, el libro de los Salmos, que tanta parte ocupa en las preces litúrgicas de la Iglesia Católica, a fin de que estas preces fueren más exactamente comprendidas, y su verdad y suavidad más fácilmente percibidas.
10. No obstante, aunque el apostolado litúrgico Nos proporciona no poco consuelo por los saludables frutos que de él se derivan, Nuestro deber Nos obliga a seguir con atención esta renovación, a la manera en que algunos la conciben y de cuidar diligentemente que las iniciativas no sean ni excesivas ni defectuosas.
11. Ahora bien, si por una parte comprobamos con dolor que en algunas regiones el sentido, el conocimiento y el estudio de la Liturgia son escasos o casi nulos, por otra notamos, con temerosa preocupación, que algunos están demasiado ávidos de novedad y se alejan del camino de la sana doctrina y de la prudencia, mezclando a la intención y al deseo de una renovación litúrgica, algunos principios que, en teoría o en práctica, comprometen esta santísima causa y a veces también la contaminan con errores que afectan a la Fe católica y a la doctrina ascética.
12. La pureza de la Fe y de la Moral debe ser la norma característica de esta sagrada disciplina, que debe conformarse absolutamente a las sapientísimas enseñanzas de la Iglesia. Es, por tanto, Nuestro deber alabar y aprobar todo aquello que está bien hecho y contener o reprobar todo lo que se desvía del camino justo y verdadero.
13. No crean, sin embargo, los pusilánimes que tienen nuestra aprobación porque reprendamos a los que yerran y pongamos freno a los audaces; ni los imprudentes se crean alabados cuando corregimos a los negligentes y perezosos.
C) LA ENCÍCLICA
14. Aunque en esta Nuestra Carta Encíclica tratemos sobre todo de la Liturgia latina, esto no es debido a menor estimación de las venerandas Liturgias de la Iglesia Oriental, cuyos ritos, transmitidos por nobles y antiguos documentos, Nos son igualmente queridísimos; sino que depende más que nada de las condiciones de la Iglesia occidental, que son tales que requieren la intervención de Nuestra autoridad.
15. Escuchen, pues, todos los cristianos con docilidad la voz del Padre común, que desea ardientemente que todos, unidos íntimamente a El, se acerquen al Altar de Dios, profesando la misma Fe, obedeciendo a la misma Ley, participando en el mismo Sacrificio, con un solo entendimiento y una sola voluntad.
16. Lo requiere el honor debido a Dios, lo exigen las necesidades de los tiempos actuales. Ahora que una cruel y larga guerra acaba de dividir a los pueblos con sus rivalidades y estragos, los hombres de buena de la mejor manera posible en llevarlos de nuevo a la concordia.
17. Creemos, sin embargo, que ningún proyecto ni ninguna iniciativa será en este caso más eficaz que un fervoroso espíritu y celo religioso, de los que es necesario estén animados los cristianos y se guíen por ellos, de forma que aceptando con ánimo sincero las mismas verdades y obedeciendo dócilmente a los legítimos pastores en el ejercicio del culto debido a Dios, constituyan una fraternal comunidad, ya que «aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo todos los que participamos de un mismo pan»(I Cor. 10, 7).

PRIMERA PARTE
NATURALEZA, ORIGEN Y PROGRESO DE LA LITURGIA
I. La Liturgia, culto público
A) DEBER DE RELIGIÓN EN LOS HOMBRES
18. El deber fundamental del hombre es, indudablemente, el de orientarse hacia Dios a sí mismo y a su propia vida. «A El, en efecto, debemos principalmente unirnos como indefectible principio al que debe orientarse constantemente nuestra elección como a último fin, que por negligencia perdemos pecando y que debemos reconquistar por la fe y creyendo en El» (2).
19. Ahora bien, el hombre se vuelve ordenadamente a Dios cuando reconoce su suprema majestad y su supremo magisterio, cuando acepta con sumisión las verdades divinamente reveladas, cuando observa religiosamente sus leyes, cuando hace converger en El todas sus actividades, cuando -para decirlo brevemente- presta mediante la virtud de la religión el debido culto al único y verdadero Dios.
20. Este es un deber que obliga ante todo a cada uno de los hombres en singular, pero es también un deber colectivo de toda la comunidad humana, unida entre sí con vínculos sociales, porque también ella depende de la suprema autoridad de Dios.