sábado, 22 de fevereiro de 2014

R.P. Alfredo SÁENZ, S.J., Desacralización de la Liturgia

Desacralización de la Liturgia

R.P. Alfredo SÁENZ, S.J.
El artículo 7 de la Constitución sobre la Sagrada Liturgia dice que “toda celebración litúrgica, por ser obra de Cristo Sacerdote y de su Cuerpo, que es la Iglesia, es acción sacra por excelencia, cuya eficacia, con el mismo título y en el mismo grado, no la iguala ninguna otra acción de la Iglesia”. Si la liturgia es “acción sagrada por excelencia”, la desacralización de la liturgia sería en estricta consecuencia, la destrucción simple y llana de la misma, así como el atentado supremo contra lo sagrado.Vamos a dividir nuestra exposición en tres partes. En primer lugar, expondremos de manera sucinta lo qué es la liturgia. Luego analizaremos lo que quiere decir sagrado: el concepto de lo sacro. Y, finalmente, describiremos las principales desacralizaciones que en nuestro tiempo están afectando el ámbito sagrado de la liturgia
I. QUÉ ES LA LITURGIA
En toda acción litúrgica encontramos tres elementos esenciales:
— signos sensibles, instituidos por Cristo o por la Iglesia;
— tales signos son eficaces de lo que significan
— y ordenados a la santificación de los hombres y a la glorificación de Dios.
A estos tres puntos sustanciales de toda auténtica liturgia aluden expresamente las palabras del Concilio en el mismo art. 7, donde se dice que “en la liturgia los signos sensibles significan y, cada uno a su manera, realizan la santificación del hombre, y así el Cuerpo Místico de Cristo, es decir la Cabeza y los miembros, ejerce el culto público íntegro”. Y el art. 10 concluye de manera semejante: “Por tanto, de la liturgia, sobre todo de la Eucaristía, mana hacia nosotros la gracia, como de su fuente, y se obtiene con la máxima eficacia la santificación de los hombres en Cristo y la glorificación de Dios, a la cual las demás obras de la Iglesia tienen como a su fin”.
Es decir que en la liturgia Dios santifica a la Iglesia y la Iglesia glorifica a Dios. Todo ello por medio de Cristo. El culto de la Iglesia no es otra cosa que la participación de la Iglesia en el culto que Cristo, como Cabeza del Cuerpo, rinde a Dios, en el ejercicio de su sacerdocio continuado en, por y con la Iglesia.
Reuniendo todos esos elementos, el P. Vagaggini define la liturgia como “el conjunto de signos sensibles de cosas sagradas, instituídos por Cristo o por la Iglesia, eficaces, cada uno a su modo, de aquello que significan, y por los cuales el Padre por medio de Cristo, Cabeza de la Iglesia, en la presencia del Espíritu Santo, uniéndose a Cristo, su Cabeza y Sacerdote, por su medio rinde como cuerpo culto a Dios”. Definición kilométrica, sin duda, pero no por ello menos jugosa. Por eliminación de lo prescindible, podríamos quedarnos con esta breve definición: “la liturgia es el conjunto de signos sensibles y eficaces de la santificación y del culto de la Iglesia”.
Cristo mismo fue una “liturgia viva”. Porque en Él se conjugan maravillosamente la santificación de su naturaleza humana y el culto que como hombre tributaba a Dios Padre. Según enseña Santo Tomás, en la santificación es Dios quien mira al hombre, y en la glorificación es el hombre el que mira a Dios. Pues bien, en Cristo hay una íntima compenetración de lo divino y de lo humano, de la acción divina que santifica y de la respuesta humana que glorifica. Este doble acto: santificación y glorificación, acaece en toda celebración litúrgica. En algunos sacramentos, es cierto, predomina más el aspecto santificante; en otros, el glorificante. Pero en todos coexisten ambos elementos. La Eucaristía, que constituye como la plenitud de todos los sacramentos, es el ápice de la santificación del hombre y de la glorificación de Dios. Por eso la Misa es el centro de toda la liturgia.
II. QUÉ ES LO SACRO
Decimos que la liturgia es sagrada; así hablamos de la “sagrada liturgia” o de la “santa liturgia”. Hemos descrito lo que es liturgia. Determinemos ahora el sentido de la palabra “sagrado”, lo sacro.
Porque, como decía el Concilio en el texto precitado, “la liturgia es acción sagrada por excelencia”.
La palabra “santo” se opone a aquello que es corriente, común, habitual. Así, entre los griegos, el trozo de tierra sobre el que se edificaba el templo era un lugar entresacado del resto del terreno y dedicado a los dioses. El adjetivo latino “sanctus” proviene de “sancire”, que originariamente significaba la limitación de un lugar, el señalarle los límites que lo separaban del resto. Sagrado es lo distinto, lo separado del común, lo que se distingue de aquello que se llama “profano”. Profano no quiere decir malo; quiere decir lo que está situado “fuera” de lo estrictamente sagrado. Sagrada es pues la cosa que se extrae de lo corriente y se dedica a Dios, entrando en cierto modo en la esfera de las cosas divinas. No me demoro en el análisis de esta palabra porque ya lo ha hecho magistralmente Pieper en un artículo que envió a la Revista Mikael (N’2) bajo el título “Sacralidad o desacralización”.
Pero ¿qué es propiamente lo sagrado? No conozco sobre ello análisis más notable que el elaborado por Rudolph Otto, autor protestante, en su libro Das Heilige. Tomando distancia de los errores que provienen de su cosmovisión religiosa, rescatemos lo rescatable, que es mucho, y muy hermoso.
Otto, como buen protestante, intenta acceder a lo sagrado no tanto definiendo lo qué es en sí, cuanto tratando de describir fenomenológicamente lo qué se experimenta ante lo sagrado, el sentimiento de lo sagrado. Es muy difícil expresar de una manera adecuada el contenido de dicho sentimiento. En líneas generales, lo sagrado se le manifiesta como algo “tremendum” al mismo tiempo que “fascinans”, tremendo y fascinante al mismo tiempo. En presencia de lo sagrado, uno siente su propia pequenez frente a tanta grandeza, y a la vez atractivo encandilante. Analicemos estos dos aspectos.
Ante todo, lo sagrado es lo “tremendum”. Lo primero que sentimos frente a lo sagrado, frente a Dios, a lo sacro, es decir lo que es relativo a Dios, o es de Dios, lo divino, es un cierto temor, un temor muy especial, porque es un temor religioso; temor que ninguna cosa creada, aun la más amenazante y poderosa, es capaz de inspirar en el mismo grado.
Este sentimiento de temor dice relación con la “majestas” divina. Dios es majestuoso, es majestad, nosotros somos pequeños, miserables. Dios es fuerza, poder, preponderancia absoluta; delante de Él no somos sino simples “creaturas”. Frente a su Majestad, nuestra creaturidad, fundamento último de la humildad religiosa; sentimiento de esencial dependencia de quien no es sino creatura, sensación de dependencia absoluta en relación con la soberanía absoluta. De ahí el ambiente, de “solemnidad” que normalmente rodea a lo sacro, lo cual no es sino el eco del propio anonadamiento frente a la “majestad” del Todopoderoso. La solemnidad es la respuesta de la creatura que ha comparecido ante lo “misterioso”, lo admirable, lo que deja estupefacto por su grandeza y majestad, por su inefabilidad.
Pero esto no es todo. El temor ante lo sacro no es sólo la actitud que brota de la toma de conciencia de la propia creaturidad. Es también el efecto de otra experiencia interior: la de saberse pecador. Porque lo sacro se manifiesta a la vez como “lo santo”, lo eminentemente santo. Es lo que sentía Isaías cuando, en presencia del Señor, no supo sino exclamar: “Sanctus, sanctus, sanctus”. Frente al Sacro, al Santo, ponderamos nuestra profanidad pecadora. “Tu solus Sanctus, Tu solus Dominus”, se dice en el Gloria de la Misa.
En segundo lugar, sagrado es lo “fascinans”. Pues lo sagrado no sólo es aquello que provoca el temor sacro, la sensación de inefabilidad, de solemnidad, sino también lo que tiene el poder de fascinar, de atraer, de cautivar. Lo sagrado es atractivo, fascinante. La cosa no deja de ser notable: el ser creado que tiembla ante la omnipotencia de su Creador, el pecador que experimenta la infinita distancia que lo separa del Santo, se siente al mismo tiempo entrañablemente atraído hacia Él, experimentando incluso el deseo de unirse con Él. Lo sagrado seduce, rapta, se apodera del alma hasta producir en ella una suerte de embriaguez mística.
Por eso lo sagrado es objeto de deseo, de búsqueda, de posesión. Y por eso también el contacto con lo sagrado procura una felicidad inaudita, de tal naturaleza que no se puede expresar ni hacer comprender en qué consiste; sólo se la aborda en la experiencia gozosa. “Lo que ni ojo vió, ni oído oyó”. Es el “entusiasmo”, en el sentido original de la palabra, es decir el “endiosamiento”. Cuando el alma quiere balbucir su experiencia, se ve obligada a desechar las imágenes y sólo le resta un recurso: las expresiones negativas. Y así habla de lo “inmenso”, lo “infinito”, lo “inefable”, lo “incomprensible”, única manera de expresar, aun advirtiendo la total inadecuación de los términos, la grandeza fascinante de lo sacro. Fascinante: plenitud de sobrehumana felicidad que deja entrever la presencia de lo sagrado, cuyo contacto invade el alma de una paz indecible.
Tal sería en pocas palabras la experiencia de lo sacro. Una rara mezcla de temor y de deseo. Mysterium tremendum et fascinans, repulsión y atracción, maravillosa armonía de contrastes, no exento de un elemento estético, de sublimidad estética. San Agustín lo expresó de manera admirable; «Inhorresco et inardesco. Inhorresco in quantum dissimilis ei sum. Inardesco in quantum similis ei sum». Si obviamos uno de los dos aspectos, diluímos la experiencia de lo sacro. Si para nosotros lo sacro es sólo lo temible, caemos en una actitud de tipo jansenista, de huída ante el repudio que nuestra omnímoda miseria provoca de parte de Dios; si para nosotros lo sacro es tan sólo lo fascinante, estamos de hecho rebajando lo divino, poniéndolo a nuestro nivel. Inhorresco et inardesco.
III. ATENTADOS CONTRA LA SACRALIDAD DE LA LITURGIA
La liturgia, que es, como decíamos al comienzo, “acción sacra por excelencia” sufre en la actualidad un grave atentado precisamente contra el carácter sacral que la tipifica. Lo podemos advertir en diversos niveles.
1. CONTRA EL ASPECTO GLORIFICANTE
Hemos dicho que la liturgia se orienta hacia dos fines esenciales: la santificación del hombre y la glorificación de Dios. Lo primordial es en ella la glorificación de Dios. Aun su capacidad de santificar se ordena a la glorificación de Dios. Ya lo decía San Ireneo: “Gloria Dei, homo vivens”. La gloria de Dios es el hombre santo, el hombre que vive movido por el Espíritu Santo. Es decir que la santificación del hombre no es algo que termina en el hombre, sino que se subordina a la gloria de Dios, es un homenaje a Dios, un canto a la gloria de Dios. Por eso la liturgia es, antes que nada, la glorificación de Dios.
Pues bien, en nuestros días se atenta gravemente contra esta ordenación primordial de la liturgia, rebajándola al plano meramente sociológico. Esto se advierte de manera peculiar en el ámbito de los sacramentos. Algunos autores y algunas experiencias tienden a diluir el aspecto vertical, glorificante, de los sacramentos, en pro de lo temporal, de lo histórico. Y así, por ejemplo, cuando se habla del Bautismo, se insiste en su aspecto de “incorporación a la comunidad”, omitiéndose o, al menos, infravalorándose su carácter de “configuración a Cristo crucificado”, gracias a lo cual el niño, liberado de la tiranía del demonio, se hace capaz de glorificar a Dios. Veamos cómo lo explica un autor de esta tendencia, el P. Juan Luis Segundo: “Cuando se bautiza a un niño, dice, el ritual prescribe unas oraciones para echar al demonio de la criatura. Molesta tanto eso, que yo conozco sacerdotes que suprimen esos exorcismos o los dicen en latín para que no se entiendan. ¿Por qué, en una comunidad cristiana viva y real, no ensayar una tercera posibilidad: nombrar, con nombre y apellido, a ese demonio que se pretende expulsar? ¿Por qué no, si se trata de un demonio histórico? ¿De una fuerza que lucha históricamente con la fuerza del amor que Cristo trae? Si se trata de una criatura pobre, por ejemplo, ¿por qué no decir: «Sal, espíritu inmundo del capitalismo, de este niño para que entre en la sociedad como una esperanza creadora, y no como un peón más»? Y si se trata de un rico, ¿por qué no decir: «Sal, espíritu inmundo del lucro, de este niño para que en adelante pueda tener relaciones humanas y no cosificadas con los demás hombres». .. ? Y, por supuesto, atenerse a las consecuencias. Simples ejemplos de la manera cómo un sacramento puede y debe ser, en una iglesia nueva, desideologizada: una celebración y una preparación de la liberación histórica” (Cf. Fe cristiana y cambio social en América Latina. Sigúeme, Salamanca, 1973, pág. 208).
En el sacramento de la Penitencia, para poner otro ejemplo, se subraya excesivamente la “reconciliación con la Iglesia” mientras se deja en un cono de sombra aquello que es primario en este sacramento, cual es la reconciliación personal con Dios ofendido, a quien se glorifica con esta actitud.
La Eucaristía es considerada como un “encuentro de hermanos”, reunidos en torno a una mesa común, más que como el acto supremo de la glorificación de Dios —por Cristo, con Cristo y en Cristo, te damos a Ti, Dios Padre Todopoderoso, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria—.
Todas aquellas afirmaciones, si se las entiende bien, son verdaderas: el Bautismo es “incorporación a la comunidad”, la Penitencia es “reconciliación con la Iglesia”, la Eucaristía es “encuentro entre hermanos”. Pero pasan a ser erróneas cuando se omite el otro aspecto de la realidad sacramental, que es en el fondo el más importante: la relación con Dios, el culto y la glorificación de Dios. La verdad no admite parcializaciones. Silenciar un aspecto —y en este caso el más importante— es falsear la realidad de las cosas.
2. CONTRA EL ASPECTO SANTIFICANTE
La liturgia, decíamos, se ordena a la glorificación de Dios pero también a la santificación del hombre. Participamos en el culto no sólo para honrar a Dios sino también para ponernos en contacto con El, para llenarnos de Dios. Sobre todo la Misa, que es el momento culminante de toda la liturgia, constituye la fuente suprema de toda santificación.
Ahora bien, ocurre con frecuencia que el que va a Misa no lo hace con una actitud receptiva. Su disposición es más bien la del que va a actuar, á hablar, a comunicar, no tanto la de quien va a recibir. La gracia es un don que se recibe, no un botín que se conquista. Hoy predomina una suerte de pelagianismo espiritual. El influjo del espíritu prometeico, tan característico de nuestro tiempo, y que encuentra su expresión más acabada en el marxismo, se hace sentir en el interior de la Iglesia. Hoy el hombre es proclive a creerse salvador del mundo y de sí mismo; cree que gracias al progreso de la técnica va a construir el soñado paraíso en la tierra. Esta actitud contrasta con la que se requiere para tomar parte en una liturgia que implica un don que, por así decir, viene de arriba hacia abajo; la santificación. El derramarse de la gracia divina requiere una tierra bien dispuesta. El hombre moderno no parece sentir necesidad de salvación. Tal mentalidad se va metiendo en la Iglesia.
3. CONTRA EL ASPECTO CONTEMPLATIVO
La liturgia, precisamente por ser para la gloria de Dios, exige una cierta capacidad de contemplación. El fiel se sumerge en el culto para postrarse delante del Santo, del Sacro. La liturgia es teocéntrica, tiene a Dios por centro, por meta. No es antropocéntrica.
Pues, bien, nuestra época está signada por una definida tendencia horizontalista. Esa tendencia atenta, de hecho, contra el sentido de la contemplación, como si el hecho de adorar a Dios gratuitamente fuera el producto de un cristianismo superado, trasnochado, una especie de “opio del pueblo”, que impide a los cristianos dedicarse a tareas verdaderamente “útiles”. Lo importante, se dice, no es la quieta contemplación: lo importante es el telón de fondo del obrar cotidiano, se refleja también en el ámbito de la liturgia, en el marco de los ritos. Lo que hoy se propicia es una liturgia en constante evolución. Evidentemente, tal actitud de espíritu no ayuda para nada a, la contemplación. El que quiere contemplar debe “repetir” las mismas cosas, volver sobre ellas, “rumiarlas”, sólo así podrá profundizarlas, penetrarlas más y más. Si en lugar de ello accede al cambio, fácilmente la distracción priva sobre la contemplación. El deseo de cambio incesante, ese cierto donjuanismo espiritual, es realmente disolvente de todo proyecto de adoración o contemplación, evacuando así en la práctica uno de los aspectos esenciales del culto de la Iglesia. Si cuando voy a la Iglesia “no sé qué va a pasar”, si hay allí ilimitada capacidad de cambio, entonces ¿qué podré contemplar? Contemplaré lo que se le ocurra hacer al que celebra … pero no el misterio tremendo y fascinante, por cierto.
4. CONTRA EL ASPECTO DE SOLEMNIDAD
Dijimos que la liturgia debe celebrarse en un ambiente de cierta solemnidad, que es como el marco de lo sacro. Un médico que efectúa una operación quirúrgica, adopta una actitud seria pero no solemne. En cambio, un hombre en adoración envuelve su gesto en una atmósfera típicamente religiosa que denominamos solemnidad. Ello acaece sobre todo en la liturgia. Quien de veras toma parte en un acto cultural se siente incapaz de hacer bromas; se experimenta mirado por Alguien que infunde profundo respecto, reverencia y sumisión; al sentirse concentrado en lo divino, toma conciencia aguda de la majestad de Dios y del poco precio de sí mismo. Para fomentar esa actitud la Iglesia ha rodeado a su culto de solemnidad: ornamentos, velas, incienso, grandeza, majestuosidad.
Ahora bien, en nuestros días se va abriendo paso una tendencia a barrer con todo resto de solemnidad en la liturgia. Se piensa que la solemnidad es algo que pertenece a épocas medievales, que no hace juego con el ambiente democrático hoy reinante. Y así irrumpe en el culto, otrora sagrado, un espíritu que no es sólo de sobriedad —lo cual no estaría mal, ya que la sobriedad no es incompatible con la solemnidad— sino propiamente de vulgaridad o chabacanería en los gestos, actitudes y vestidos. Que el celebrante sea una especie de “dirigente”, que al principio de la Misa se dirija a los fieles con un saludo tomado de la vida ordinaria: ¡Hola, qué tal!, y se despida de manera semejante, al modo de un locutor de televisión: ¡Qué terminen de pasar una feliz velada! Y que no se excluyan las bromas, porque “hay que sentirse como en su casa”. Conozco el caso de un sacerdote que recomendaba ir fumando a comulgar, precisamente para que los fieles no considerasen la Eucaristía como algo temible, sino algo común, cotidiano, casero. Esto es la destrucción de la liturgia.
5. CONTRA EL ASPECTO RITUAL
Una de las características sacrales de la liturgia es su aspecto ritual. La liturgia no es algo que se inventa, sino algo que pertenece en cierto modo a la “tradición”, en el sentido más noble de la palabra: al “traditium”. El ritual de la liturgia me llega de manos de la autoridad jerárquica, subrayándose así la seriedad del culto católico. El acatamiento al ritual común es lo que confiere universalidad a la liturgia. Lo sagrado pide un lenguaje sagrado, un gesto sagrado, un ritual sagrado, en cierta forma intangible.
Pues bien, la mentalidad moderna es alérgica a la disciplina de la autoridad. Se confunde acatamiento al “ritual” con “ritualismo”. Se juzga que la ceremonia litúrgica debe ser más que el producto de la decisión de la autoridad competente, el fruto de la espontaneidad, el libre juego de lo que cada uno siente, un espontáneo expresarse de sí mismo, “qué me dice esto a mí”… Y así nos enteramos por las revistas —si no por la experiencia personal— de la aparición de liturgias de nuevo cuño, elaboradas a partir de puntos de vista predominantemente antropológicos y sociológicos, que poco o nada tienen que ver con el ritual que nos llega verticalmente, por decisión de la autoridad, la cual, no lo olvidemos, deja siempre cierto margen a la libre iniciativa. El Papa Pablo VI, recientemente fallecido, aludió en una de sus audiencias a este fenómeno de nuestro tiempo: “Quisiéramos exhortar a las personas de buena voluntad, sacerdotes y fieles, a no tolerar este indócil particularismo que ofende, además de la ley canónica, el corazón del culto católico, que es la comunión: la comunión con Dios y la comunión con los hermanos, de la que es mediador el sacerdote ministerial, autorizado por el Obispo. Semejante particularismo —prosigue el Papa— tiende a formar su «iglesita», o tal vez su secta, es decir a apartarse de la «estructura» institucional, como se dice hoy, de la Iglesia auténtica, real y humana, para hacerse la ilusión de poseer un cristianismo libre y puramente carismático, pero en realidad amorfo, evanescente o yuxtapuesto al soplo «de todo viento», de la pasión, de la moda, o desinterés temporal o político. Esta tendencia a separarse gradual y obstinadamente de la autoridad y de la comunión de la Iglesia puede llevar desgraciadamente muy lejos. No, como han dicho algunos, a las catacumbas, sino fuera de la Iglesia. Puede constituir, finalmente, una huida, una ruptura, y por consiguiente un escándalo, una ruina. No construye; destruye”. No nos parece oportuno, ni contamos con tiempo para ello, poner más ejemplos, algunos de los cuales no carecerían de comicidad, o, mejor dicho, de tragicomicidad, ya que se está jugando con lo sagrado. Baste lo afirmado por el Papa.
6. CONTRA EL ASPECTO JERÁRQUICO
La liturgia es un acto eminentemente jerárquico. No sólo porque, como acabamos de verlo, su ritual está establecido por la Jerarquía eclesiástica, sino también porque aún dentro de la celebración se da una jerarquía. Hay alguien que preside, que oficia, Cristo para que Él siga realizando su obra de salvación. Esto se hace particularmente claro en la Consagración de la Misa, donde el sacerdote no dice: “Esto es el cuerpo de Cristo”, sino “Esto es mi cuerpo”, ofreciendo sus labios para que Cristo siga pronunciando a través de ellos la fórmula conque celebra, y otros que asisten, que participan. El sacerdote no es sólo “el presidente de la asamblea” en un sentido democrático, sino el que de veras preside, el que hace las veces de Cristo, “alter Christus”; el que presta sus manos y su boca a influjo del protestantismo, según el cual no hay sacerdocio, o mejor, todos somos igualmente sacerdotes, se ha ido introduciendo en la Iglesia la idea de que todos celebramos igualmente la Misa. El mismo sacerdote sucumbe a veces o hasta promueve tal manera de pensar, no celebrando la Misa con ornamentos sino así nomás, a veces incluso en mangas de camisa. La tendencia a la desjerarquización de la liturgia suele ir así unida con la tendencia a la desclerificación del clero. El sacerdote sería un hombre como los demás, que viste como los demás, que habla como los demás, que trabaja como los demás. Uno más, cuando en realidad es uno menos, es un hombre sagrado, o sea segregado, separado, herencia de Dios.Contra esta sacra jerarquización del acto cultural, se levantan no pocos, al menos en los hechos. Por desgracia es a veces el mismo sacerdote quien dice a sus fieles que celebren con él y como él, que se acerquen al altar, que lo rodeen, hombres y mujeres, contra expresas prohibiciones de la Iglesia; e incluso en algunos lugares se ha llegado a rezar todo el Canon juntos, incluida la Consagración.
inaugurada en la Última Cena. Si el sacerdote representa a Cristo, los fieles representan a la Iglesia. Cristo-Cabeza y Cristo-Cuerpo, el Cristo total.
7. CONTRA EL ASPECTO SACRO DEL ESPACIO Y DEL TIEMPO
La Iglesia siempre ha buscado para su liturgia lugares y tiempos privilegiados. Y así se habla de “lugares sagrados”, “tiempos sagrados”. “Santo, sacro, enseña Santo Tomás, significa algo que se ordena al culto divino”. Por supuesto que Dios puede —y debe— ser adorado en todo tiempo y lugar, pero eso no obsta a que la Iglesia elija ciertos espacios especiales y los consagre, escoja ciertos tiempos particulares y los consagre, es decir, los separe de lo profano y los dedique a Dios. Dentro de la semana la Iglesia ha sacralizado especialmente el domingo, y dentro del año las principales fiestas litúrgicas; en cuanto al espacio, elige terrenos determinados, los consagra y dedica a Dios. Advertimos pues que la Iglesia reserva lugares y espacios determinados, así como se vale de ornamentos y vasos sagrados, sólo utilizables para el divino menester del culto.
El actual intento de desacralización de la liturgia ha llegado también a este nivel. Hemos conocido “experiencias” de este género. Nada de cálices o copones: vasos comunes, o latas de Coca-Cola. Nada de “templos”: la Misa se puede celebrar en cualquier parte, en casas particulares, en el comité, en un club o sala de baile. Total… Dios está en todas partes. Y consiguientemente la iglesia podrá ser utilizada para cualquier fin: para cine, para huelguistas, etc. Vemos asimismo con tristeza cómo no pocos templos recientemente edificados están como perdidos entre los edificios de la ciudad, con lo que Dios queda, a los ojos del común, disminuído o diluído en el anonimato de la urbe, a diferencia de lo que ocurría siglos atrás con esas grandes iglesias cuya imponencia material constituía todo un signo del primado de Dios sobre el mundo.
8. CONTRA EL ASPECTO DEL SILENCIO
El misterio es, por definición, inefable, no expresable por palabras. Con frecuencia se deja abordar mejor por el silencio que por la palabra. Por eso la liturgia, que usa y aprecia tanto la palabra, conoce y aprecia también el silencio dentro de la acción cultural. El silencio no consiste únicamente en el hecho de que uno deje de hablar. Es cierto que cuando cesa la palabra, comienza el silencio. Pero no comienza porque cesa la palabra. El silencio es algo en sí; forma parte de la estructura esencial del hombre. No tiene comienzo ni fin; parece provenir de esos tiempos donde todo era existencia en la quietud, el silencio de Dios. No en vano decía Plutarco: “El silencio nos lo enseñan los dioses, la palabra los hombres”. Más aún: del silencio verdadero es de donde brota la palabra verdadera; el silencio es la matriz de la palabra. Máxime cuando entramos en el mundo de Dios, casi corresponde más callar que hablar. Hoy la palabra está alejada del silencio: nace del ruido y desaparece en el ruido. Y así la palabra pierde su sustancia. Por eso la Iglesia siempre ha valorado tanto el silencio en la liturgia: el silencio rodea sus palabras, permite la profundidad de lo que se oye, comunica las almas por dentro.
El mundo moderno tiende a la liquidación del silencio. Y esta tendencia ha penetrado también en la Iglesia. En ocasiones, nuestro culto puede irse convirtiendo en una “liturgia del ruido”, una liturgia que elimina el silencio, lo aborrece. Es cierto que la Iglesia nos exhorta a una “actuosa participatio”. Sin embargo, no siempre la “actuosa participatio” implica un “hacer”, un “hablar”. Como escribe un autor contemporáneo, “también en el silencio el hombre puede elevarse a una alta acción espiritual”. Hay personas que parecen considerar como el culmen de la participación en la liturgia las puras manifestaciones exteriores, como son posturas, gestos, palabras y cantos comunitarios. Buena y saludable es, sin duda, la participación común en los ritos, porque mediante ella se expresa el misterio de la comunión de la Iglesia. Pero no hay que olvidar, como de hecho se olvida, que la participación más importante es la interior; en el caso de la Misa, por ejemplo, la inmolación con Cristo Víctima. La Santísima Virgen, al pie de la Cruz, tomó parte como nadie en ese sacrificio fontal, y sin embargo no abrió la boca.
9. CONTRA EL ASPECTO DEL LIRISMO
La nota de inefabilidad que caracteriza al misterio litúrgico pide que éste se desarrolle en un ambiente de lirismo, un ambiente poético. El misterio es inaferrable, indefinible, indecible. Para manifestar ese carácter nada ayuda tanto como la pintura, la música, la escultura. Pintura y escultura son artes predominantemente exteriores que nos llegan a través de la vista; en cambio la música es más espiritual, si se quiere, y nos llega por el oído. Es claro que cuando las bellas artes se introducen en la liturgia, deben en cierto modo abdicar algo de su normal autonomía, y hacerse funcionales. Como decía San Pío V refiriéndose a la música sacra, ésta debe ser como la servidora de la liturgia. Lo mismo las otras bellas artes.
Contra este aspecto de la liturgia, su aspecto estético, se atenta de diversas maneras. Ante todo, hemos conocido una corriente que tendía a barrer con todas las imágenes, dejando a la Iglesia totalmente despojada. Esta corriente parecía no tener en cuenta la naturaleza del hombre: espíritu encarnado, al cual se llega no sólo por la vía intelectual sino también sensible; responde a una mentalidad “angelista”, y es eminentemente antipastoral. Por eso tales iconoclastas están ahora reponiendo aceleradamente las imágenes en su lugar … porque se quedaron sin gente. Es cierto que las imágenes removidas eran a veces de un mal gusto increíble, hechas en serie, Cristos o ángeles dulzones, tipo Casa Barra; pero el espíritu con que se hizo ese cambio era negativo. No se trataba de cambiar esas imágenes por otras mejores, sino simplemente de eliminar la imagen cultural.
Algo semejante aconteció con la música. Debemos reconocer que antes del Concilio se entonaban no pocos cantos de mal gusto, melosos, insípidos, sin sustancia teológica. Pero frecuentemente tales cantos han sido reemplazados por otros de peor factura estética, o de contenido francamente deplorable. Sobre este tema he escrito un largo artículo en la Revista Mikael (Cf. Nº9, pp. 9-64). Resumiendo lo que allí digo: se ha producido una desacralización sobre todo de las melodías. Se entonan en la liturgia cantos propios de otros ambientes, de la radio, de la televisión: música ligera, música scout, música bailable. Y algo semejante, aunque quizá más grave, sucede en el ámbito de las letras. Hay letras triviales, como por ejemplo la de este canto: “Alegría, alegría, alegría y buen humor, que sí, que no, si tú, si tú quieres ser feliz, no le busques sombra al sol, da y recibe con amor”; o también: “¡Abuelitos, abuelitos! Qué contentos los veo pensar, que ahora tienen nuevos nietos, nietos que los quieren de verdad”. Hay asimismo letras horizontalistas, que insisten de manera descompensada en el amor al otro, un amor más filantrópico que caritativo: “Si los hombres tendieran sus brazos, y abrieran sus manos en vez de luchar, qué bonito sería este mundo, rodeado de amor, de ternura y bondad”; o aquella otra: “Dios al hacerse hombre nuestra vida transformó; ya no hay que mirar p’arriba para encontrar al Señor”; o también: “Cha, cha, cha, con el jaleo del tren, cha, cha, cha, dónde estará el inspector; que se pare el tren, que me quiero bajar en la próxima estación…..Si tú robas con descaro, o lo haces con disimulo, te mandarán al infierno de una patada en el…” Este último canto figura en el cancionero de una diócesis del Gran Buenos Aires en cuya tapa se lee: “uso exclusivo en el templo”. Más aún, hay cantos con textos subversivos, por ejemplo uno en que se exhorta a desalambrar, porque el alambrado es el símbolo de la propiedad privada; u otro que reza así: “Donde murió Camilo nació una cruz, pero no de madera sino de luz. Lo mataron cuando iba por su fusil; Camilo Torres muere para vivir. Dicen que tras las balas se oyó una voz: era Dios que gritaba “revolución”. Lo clavaron con balas contra una cruz; lo llamaron bandido como a Jesús. Revisad la sotana, mi general, en la guerrilla cabe un sacristán …”
COROLARIO
De la resacralización de la liturgia a la resacralización del mundo
El proceso de desacralización de la liturgia corre paralelo —aunque al tratar de esto nos alejamos un poco del tema— al dramático proceso de desacralización del mundo. A partir de fines de la, Edad Media se va dando un firme y progresivo proceso de secularización. Sabemos que la Edad Media fue una época sacral, es decir en la que todas las actividades humanas estaban iluminadas por la Fe. El hombre medieval pecaba fuertemente, es cierto, pero se arrepentía en serio, porque tenía el sentido de Dios y consiguientemente el sentido del pecado. Desde el declinar de la Edad Media comienza un proceso desacralizante, con diversos pasos que no vamos a exponer acá porque lo suponemos tratado por otros conferencistas. Lo que quiero destacar ahora, y que tiene mayor atinencia con mi tema, es que ese proceso de desacralización del mundo coincide en estos últimos años con un proceso de desacralización de la liturgia. Es decir que hasta hace poco lo que se desacralizaba era más bien las actividades humanas, el arte, la cultura, la política. Ahora se desacraliza directamente lo sagrado, se pone la mano en el santuario mismo, en el Sancta Sanctorum. De ahí la gravedad del proceso de desacralización de la liturgia. Podemos pensar que está en connivencia con el gran movimiento de apostasía que va de mediados del siglo xiv al siglo xx.
Está de algún modo en nuestras manos la posibilidad de contribuir a la reversión de este terrible
proceso. Siempre me ha impresionado el método seguido por ese gran Papa que fue San Pío X. Este Papa tuvo por lema de su pontificado “Instaurare omnia in Christo”. Programa grandioso, a la vez que arduo. Pues bien, uno de sus primeros documentos fue sobre la música sacra, donde insistía en la necesidad de eliminar todo lo profano que contaminara la casa de Dios. ¿No será éste el método? ¿Comenzar, en cuanto está de nuestra parte, por la reconquista de la sacralidad de la liturgia para lanzarnos desde ahí a la “consacratio mundi”, la consagración del mundo? Al fin y al cabo la Misa, que es la acción sagrada por excelencia, está en el comienzo y en la cumbre de todas las actividades del católico. A partir de la Sacra Misa, sacralicemos el mundo, hagámoslo Cristiandad.
Fuente: La Quimera del Progresismo. Colección Clásicos Contrarrevolucionarios. Buenos Aires, 1981
 

La sacralidad de la liturgia

La sacralidad de la liturgia






La sacralidad de la liturgia, por tanto, obliga a la constitución litúrgica conciliar a deducir las consecuencias: “Por lo mismo, nadie, aunque sea sacerdote, añada, quite o cambie cosa alguna por iniciativa propia en la Liturgia” (n. 22 § 3).
Ha escrito Joseph Ratzinger en el prólogo del libro de Alcuin Reid "Lo sviluppo organico della liturgia" (“El desarrollo orgánico de la liturgia”), Cantagalli, Siena, 2013: “Me parece muy importante que el Catecismo, mencionando los límites del poder de la suprema autoridad de la Iglesia sobre la reforma, recuerde cuál es la esencia del primado, tal como la resaltan los Concilios Vaticanos I y II: el Papa no es un monarca absoluto cuya voluntad es ley; más bien, es el custodio de la antigua Tradición [una de las dos fuentes de la divina revelación – ndr), y el primer garante de la obediencia. No puede hacer lo que quiere, y precisamente por esto puede oponerse a quienes pretenden hacer lo que quieren. La ley a la que debe atenerse no es el actuar ´ad libitum´, sino la obediencia a la fe. Por lo que, en relación a la liturgia, tiene el deber de un jardinero y no de un técnico que construye coches nuevos y tira los viejos. El ´rito´, es decir, la forma de celebración y de oración que madura en la fe y en la vida de la Iglesia, es la forma condensada de la Tradición viviente, en la cual la esfera del rito expresa el conjunto de su fe y de su oración, haciendo así que se experimente, al mismo tiempo, la comunión entre las generaciones, la comunión entre los que rezan antes de nosotros y después de nosotros. De este modo, el rito es como un don hecho a la Iglesia, una forma viviente de ´paradosis´".

http://misalvador777.tripod.com/manantial/id1238.html

San Josemaría Escrivá, Cátedra de San PEDRO

San Josemaría Escrivá
Para hablar con Dios

Cátedra de San PEDRO

Jesús le dijo: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos.» (Mt 16,18-19)

Roma, sede apostólica
A través de dos mil años de historia, en la Iglesia se conserva la sucesión apostólica. (...). Y, entre los Apóstoles, el mismo Cristo hizo objeto a Simón de una elección especial: tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia (Mt XVI, 18). Yo he rezado por ti añade también, para que tu fe no perezca; y tú, cuando te conviertas, confirma a tus hermanos (Lc XXII, 32). Pedro se traslada a Roma y fija allí la sede del primado, del Vicario de Cristo. Por eso es en Roma donde mejor se advierte la sucesión apostólica, y por eso es llamada la sede apostólica por antonomasia.
Amar a la Iglesia, 29

Una hermosa pasión
Contribuimos a hacer más evidente esa apostolicidad, a los ojos de todos, manifestando con exquisita fidelidad la unión con el Papa, que es unión con Pedro. El amor al Romano Pontífice ha de ser en nosotros un hermosa pasión, porque en él vemos a Cristo. Si tratamos al Señor en la oración, caminaremos con la mirada despejada que nos permita distinguir, también en los acontecimientos que a veces no entendemos o que nos producen llanto o dolor, la acción del Espíritu Santo.
Amar a la Iglesia, 30

Siempre más 'romanos'
Esta Iglesia Católica es romana. Yo saboreo esta palabra: ¡romana! Me siento romano, porque romano quiere decir universal, católico; porque me lleva a querer tiernamente al Papa, il dolce Cristo in terra, como gustaba repetir Santa Catalina de Siena, a quien tengo por amiga amadísima.
Lealtad a la Iglesia (4-VI-1972), 4

Cada día has de crecer en lealtad a la Iglesia, al Papa, a la Santa Sede... Con un amor siempre más ¡teológico!
Surco, 353

A todas las gentes
María edifica continuamente la Iglesia, la aúna, la mantiene compacta. Es difícil tener una auténtica devoción a la Virgen, y no sentirse más vinculados a los demás miembros del Cuerpo Místico, más unidos también a su cabeza visible, el Papa. Por eso me gusta repetir: omnes cum Petro ad Iesum per Mariam!, ¡todos, con Pedro, a Jesús por María! Y, al reconocernos parte de la Iglesia e invitados a sentirnos hermanos en la fe, descubrimos con mayor hondura la fraternidad que nos une a la humanidad entera: porque la Iglesia ha sido enviada por Cristo a todas las gentes y a todos los pueblos.
Es Cristo que pasa, 139

Para mí, después de la Trinidad Santísima y de nuestra Madre la Virgen, en la Jerarquía del amor, viene el Papa. No puedo olvidar que fue S.S. Pío XII quien aprobó el Opus Dei, cuando este camino de espiritualidad parecía a más de uno una herejía; como tampoco se me olvida que las primeras palabras de cariño y afecto que recibí en Roma, en 1946, me las dijo el entonces Mons. Montini. Tengo también muy grabado el encanto afable y paterno de Juan XXIII, todas las veces que tuve ocasión de visitarle. Una vez le dije: "en nuestra Obra siempre han encontrado todos los hombres, católicos o no, un lugar amable: no he aprendido el ecumenismo de Su Santidad..." Y el Santo Padre Juan se reía, emocionado. ¿Qué quiere que le diga? Siempre los Romanos Pontífices, todos, han tenido con el Opus Dei comprensión y cariño.
Conversaciones, 46
 

Amor sem limites à Cátedra de São Pedro

Os senhores sabem que Pio IX, um grande Papa do qual temos uma relíquia indireta, — um pedaço de seu caixão mortuário, — e cujo processo de canonização está introduzido [ foi beatificado por S.S. João Paulo II em 3 de setembro de 2000 ], teve um primeiro período de seu governo considerado liberal. Não que ele tivesse defendido algum erro doutrinário do liberalismo em seus documentos, mas tomou uma série de medidas tidas como liberais (*).

Amor sem limites à Cátedra de São Pedro
Extratos do "Santo do Dia" de 17 de janeiro de 1966
É por um desígnio soberano de Deus que a cidade de Roma foi escolhida para ser a cidade do Papa. Era uma cidade estratégica, onde o benefício da salvação podia tomar-se mais geralmente conhecido. Daí vem a celebração da Cátedra, que se trata de venerar. Posta no ponto nevrálgico e no centro de influência do mundo, a Cátedra “inoculou” a regeneração católica, a verdadeira fé, e disseminou a Igreja.
Quando se fala de Cátedra de São Pedro, alude-se naturalmente ao móvel que constitui essa cátedra. Na Igreja de São Pedro há uma cátedra de bronze, feita por Bernini. Dentro encontra-se o pequeno trono de madeira que São Pedro usava em Roma, e que até hoje se conserva para veneração dos fiéis.
Simbolicamente, cátedra lembra poder, instituição, Papado, Pontificado. Recorda a continuidade dessa instituição mantida por tantos homens, tão diferentes, que a têm ocupado. Lembra o supremo governo da Santa Igreja Católica, Apostólica, Romana, lembra a cabeça da Igreja. Se as vicissitudes humanas podem dar-lhe brilho maior ou menor, ou até rodeá-la de trevas, essa Cátedra é sempre a mesma. E o supremo governo da Igreja é a sua Cabeça, que sobretudo deve ser amada quando se ama a Igreja.
Portanto, nosso amor à Santa Igreja Católica, Apostólica, Romana — que é um amor absolutamente sem limites e acima de todas as coisas da Terra — deve incidir especialmente sobre o Papado e a Cátedra de São Pedro, qualquer que seja o seu ocupante. Porque esse é Pedro — a quem foram dadas as chaves dourada e prateada (símbolos do poder espiritual e temporal) — a quem nós, em espírito, osculamos os pés, como expressão de homenagem e de adesão, porque em relação à Cátedra de São Pedro nosso amor, nossa obediência e veneração absolutamente não têm limites. Eis o que é especialmente conveniente acentuar sobre a Cátedra de São Pedro.
( Retirado da Seção "Excertos", da revista "Catolicismo" Nº 710, fevereiro de 2010 )

De tal maneira que na Itália daquele tempo, — dividida pitoresca, proveitosa e eficientemente em pequenos reinos, principados e cidades livres, — que pendia para a unificação, os independentistas que queriam unificar a Itália, davam um brado revolucionário pelas ruas para ligar e atrair a uma ação comum os anarquistas e os afilhados da seita de Mazzini: “Viva Pio IX!".

Este brado recrutava nas ruas a fina flor dos lazzarones, dos sem vergonha, dos revolucionários, da máfia, da camorra e de tudo o mais que queiram, na luta contra aqueles pequenos tronos cujo desaparecimento hoje lamentamos.

Nessa situação difícil, em que um Papa era transformado em símbolo da Revolução, vivia o grande santo D. Bosco. Nos colégios de D. Bosco penetrava também o brado “Viva Pio IX”. E um ou outro desses alunos, que os senhores podem imaginar de que jeito eram, gritavam “Viva Pio IX” no meio do recreio. O brado de revolta.

Dom Bosco teve então uma atitude, que foi a seguinte: “não gritem ‘Viva Pio IX’, gritem ‘Viva o Papa’!” (**) É a saída soberanamente inteligente, porque "Viva o Papa" a gente deve gritar sempre. Isto está no processo de canonização de D. Bosco e não impediu que fosse canonizado nem que sua obra fosse abençoada pela Providência de todos os modos.

Na raiz disso está uma distinção muito importante: a distinção entre o Papa e o papado; entre a pessoa do Papa, sujeita às misérias humanas, sujeita também a erros onde não é amparado pela infalibilidade e, de outro lado, a instituição, que é inteiramente distinta da pessoa. E se é verdade que de vez em quando se grita: “viva fulano” e às vezes se cala e às vezes se chora, e sempre se reza, há um brado que se dá sempre, e este brado é "Viva o Papa"!, "Viva o Papado"!

A Cátedra de São Pedro

É por causa disso que a festa que vai ser celebrada hoje, a festa da Cátedra de São Pedro, é uma festa extremamente oportuna, porque ela celebra o Papa enquanto mestre, ela celebra o Papado enquanto tendo uma Cátedra infalível que se dirige ao mundo e que esta é, de fato infalível. E é portanto a infalibilidade do Papa, por assim dizer, é a ortodoxia, aquilo em que o Papado não erra nunca, que é o objeto dessa celebração de hoje.

Sabemos que da Cadeira de São Pedro conservou-se quase toda a estrutura, guardada na Igreja de São Pedro, em Roma. Na “Glória” de Bernini existe uma Cátedra de bronze, oca, que de vez em quando se abre e que contém dentro um banquinho, que é considerado como tendo sido a cadeira de São Pedro.

A festa da Cátedra de São Pedro tem em vista este objeto, mas tem, muito mais do que esse objeto, em vista o fato de Roma ser a Cátedra de São Pedro, e o fato de Nosso Senhor Jesus Cristo ter dado a São Pedro uma Cátedra infalível, e o fato dessa Cátedra governar a Santa Igreja Católica Apostólica e Romana. É, portanto, esse fato que se celebra no dia de hoje.

Estátua de São Pedro
Arnolfo di Cambio, c.1300

Na nave central da Basílica de São Pedro há uma imagem, preta, de material escuro, que representa o Papa. É São Pedro, com as chaves na mão, sentando numa cátedra e com o pé à altura dos lábios dos fiéis. E todos os peregrinos que vão a Roma passam por lá e osculam o pé de São Pedro. O resultado é que com o ósculo mil e mil vezes repetido, o pé de São Pedro está até desgastado. Acho que é o único exemplo na história em que ósculos destroem bronze.

E o bonito é que no dia da festa do Papa — parece-me que no aniversário do Papa, em todo o caso no dia de São Pedro, — essa imagem é revestida com os ornamentos pontificais. De maneira que ela tem tiara, tem tudo, fica vestida como se fosse um Papa vivo, para indicar a magnífica e evidente solidariedade e continuidade que vai de São Pedro até o Papa de nossos dias.

Nós o que devemos fazer hoje? Em espírito, oscular o pé dessa imagem. Quer dizer, em espírito oscular o Papado, em espírito oscular esse princípio de sabedoria, de infalibilidade da autoridade que governa a Igreja Católica. E, por meio de Nossa Senhora, agradecer a Nosso Senhor Jesus Cristo a instituição da infalibilidade desta Cátedra, que é propriamente a coluna do mundo; porque se não houvesse infalibilidade, o mundo estava completamente perdido, a Igreja destroçada e com ela o mundo perdido. E também o caminho para o céu. Porque os homens não encontrariam o caminho para o céu se não houvesse uma autoridade infalível para governar.

Entretanto, uma coisa que devemos lembrar é o seguinte: a fidelidade à cátedra não se confunde inteiramente e sob todos os pontos de vista com a aceitação incondicional do que faz a pessoa. Nosso Senhor Jesus Cristo faz uma distinção entre a cátedra e a pessoa. Embora o catedrático seja ele e os poderes da cátedra residam nele, nem tudo nele é cátedra, e não podemos imaginar a Igreja como ela não foi feita por Nosso Senhor Jesus Cristo. A Igreja foi feita por Nosso Senhor Jesus Cristo de maneira a ser assim. (***)

Com a cátedra ou com o catedrático? Com a cátedra, até morrer, notando sempre que a cátedra nunca está fora do catedrático. E que portanto não se pode ter uma fidelidade abstrata ao papado, que não seja fidelidade concreta ao Papa atual, em toda medida em que ele é infalível e tem o poder de governar e reger a Igreja Católica.


LE BAISEMENT DES PIEDS DANS LA BASILIQUE DE SAINT-PIERRE A ROME

HAUDEBOURT-LESCOT, Antoinette Cécile Hortense, 1er quart 19e siècle

Musée National du Château de Fontainebleau
 

TU ES PETRUS...


BENTO XVI : A prática fiel do jejum contribui ainda para conferir unidade à pessoa, corpo e alma, ajudando-a a evitar o pecado e a crescer na intimidade com o Senhor.

MENSAGEM DE SUA SANTIDADE O PAPA BENTO XVI PARA A QUARESMA DE 2009





"Jejuou durante quarenta dias e quarenta noites e,
por fim, teve fome" (Mt 4, 1-2)

Queridos irmãos e irmãs!

No início da Quaresma, que constitui um caminho de treino espiritual mais intenso, a Liturgia propõe-nos três práticas penitenciais muito queridas à tradição bíblica e cristã – a oração, a esmola, o jejum – a fim de nos predispormos para celebrar melhor a Páscoa e deste modo fazer experiência do poder de Deus que, como ouviremos na Vigília pascal, «derrota o mal, lava as culpas, restitui a inocência aos pecadores, a alegria aos aflitos. Dissipa o ódio, domina a insensibilidade dos poderosos, promove a concórdia e a paz» (Hino pascal).

Na habitual Mensagem quaresmal, gostaria de reflectir este ano em particular sobre o valor e o sentido do jejum. De facto a Quaresma traz à mente os quarenta dias de jejum vividos pelo Senhor no deserto antes de empreender a sua missão pública.


Lemos no Evangelho: «O Espírito conduziu Jesus ao deserto a fim de ser tentado pelo demónio. Jejuou durante quarenta dias e quarenta noites e, por fim, teve fome» (Mt 4, 1-2). Como Moisés antes de receber as Tábuas da Lei (cf. Êx 34, 28), como Elias antes de encontrar o Senhor no monte Oreb (cf. 1 Rs 19, 8), assim Jesus rezando e jejuando se preparou para a sua missão, cujo início foi um duro confronto com o tentador.

Podemos perguntar que valor e que sentido tem para nós, cristãos, privar-nos de algo que seria em si bom e útil para o nosso sustento. As Sagradas Escrituras e toda a tradição cristã ensinam que o jejum é de grande ajuda para evitar o pecado e tudo o que a ele induz. Por isto, na história da salvação é frequente o convite a jejuar. Já nas primeiras páginas da Sagrada Escritura o Senhor comanda que o homem se abstenha de comer o fruto proibido: «Podes comer o fruto de todas as árvores do jardim; mas não comas o da árvore da ciência do bem e do mal, porque, no dia em que o comeres, certamente morrerás» (Gn 2, 16-17).


Comentando a ordem divina, São Basílio observa que «o jejum foi ordenado no Paraíso», e «o primeiro mandamento neste sentido foi dado a Adão». Portanto, ele conclui: «O “não comas” e, portanto, a lei do jejum e da abstinência» (cf. Sermo de jejunio: PG 31, 163, 98).

Dado que todos estamos estorpecidos pelo pecado e pelas suas consequências, o jejum é-nos oferecido como um meio para restabelecer a amizade com o Senhor. Assim fez Esdras antes da viagem de regresso do exílio à Terra Prometida, convidando o povo reunido a jejuar «para nos humilhar – diz – diante do nosso Deus» (8, 21). O Omnipotente ouviu a sua prece e garantiu os seus favores e a sua protecção.

O mesmo fizeram os habitantes de Ninive que, sensíveis ao apelo de Jonas ao arrependimento, proclamaram, como testemunho da sua sinceridade, um jejum dizendo: «Quem sabe se Deus não Se arrependerá, e acalmará o ardor da Sua ira, de modo que não pereçamos?» (3, 9). Também então Deus viu as suas obras e os poupou.


No Novo Testamento, Jesus ressalta a razão profunda do jejum, condenando a atitude dos fariseus, os quais observaram escrupulosamente as prescrições impostas pela lei, mas o seu coração estava distante de Deus. O verdadeiro jejum, repete também noutras partes o Mestre divino, é antes cumprir a vontade do Pai celeste, o qual «vê no oculto, recompensar-te-á» (Mt 6, 18). Ele próprio dá o exemplo respondendo a satanás, no final dos 40 dias transcorridos no deserto, que «nem só de pão vive o homem, mas de toda a palavra que sai da boca de Deus» (Mt 4, 4).

O verdadeiro jejum finaliza-se portanto a comer o «verdadeiro alimento», que é fazer a vontade do Pai (cf. Jo 4, 34). Portanto, se Adão desobedeceu ao mandamento do Senhor «de não comer o fruto da árvore da ciência do bem e do mal», com o jejum o crente deseja submeter-se humildemente a Deus, confiando na sua bondade e misericórdia.

Encontramos a prática do jejum muito presente na primeira comunidade cristã (cf. Act 13, 3; 14, 22; 27, 21; 2 Cor 6, 5). Também os Padres da Igreja falam da força do jejum, capaz de impedir o pecado, de reprimir os desejos do «velho Adão», e de abrir no coração do crente o caminho para Deus. O jejum é também uma prática frequente e recomendada pelos santos de todas as épocas.

Escreve São Pedro Crisólogo: «O jejum é a alma da oração e a misericórdia é a vida do jejum, portanto quem reza jejue. Quem jejua tenha misericórdia. Quem, ao pedir, deseja ser atendido, atenda quem a ele se dirige. Quem quer encontrar aberto em seu benefício o coração de Deus não feche o seu a quem o suplica» (Sermo 43; PL 52, 320.332).

Nos nossos dias, a prática do jejum parece ter perdido um pouco do seu valor espiritual e ter adquirido antes, numa cultura marcada pela busca da satisfação material, o valor de uma medida terapêutica para a cura do próprio corpo. Jejuar sem dúvida é bom para o bem-estar, mas para os crentes é em primeiro lugar uma «terapia» para curar tudo o que os impede de se conformarem com a vontade de Deus.


Na Constituição apostólica Paenitemini de 1966, o Servo de Deus Paulo VI reconhecia a necessidade de colocar o jejum no contexto da chamada de cada cristão a «não viver mais para si mesmo, mas para aquele que o amou e se entregou a si por ele, e... também a viver pelos irmãos» (Cf. Cap. I).

A Quaresma poderia ser uma ocasião oportuna para retomar as normas contidas na citada Constituição apostólica, valorizando o significado autêntico e perene desta antiga prática penitencial, que pode ajudar-nos a mortificar o nosso egoísmo e a abrir o coração ao amor de Deus e do próximo, primeiro e máximo mandamento da nova Lei e compêndio de todo o Evangelho (cf. Mt 22, 34-40).


A prática fiel do jejum contribui ainda para conferir unidade à pessoa, corpo e alma, ajudando-a a evitar o pecado e a crescer na intimidade com o Senhor. Santo Agostinho, que conhecia bem as próprias inclinações negativas e as definia «nó complicado e emaranhado» (Confissões, II, 10.18), no seu tratado A utilidade do jejum, escrevia: «Certamente é um suplício que me inflijo, mas para que Ele me perdoe; castigo-me por mim mesmo para que Ele me ajude, para aprazer aos seus olhos, para alcançar o agrado da sua doçura» (Sermo 400, 3, 3: PL 40, 708).

Privar-se do sustento material que alimenta o corpo facilita uma ulterior disposição para ouvir Cristo e para se alimentar da sua palavra de salvação. Com o jejum e com a oração permitimos que Ele venha saciar a fome mais profunda que vivemos no nosso íntimo: a fome e a sede de Deus.


Ao mesmo tempo, o jejum ajuda-nos a tomar consciência da situação na qual vivem tantos irmãos nossos. Na sua Primeira Carta São João admoesta: «Aquele que tiver bens deste mundo e vir o seu irmão sofrer necessidade, mas lhe fechar o seu coração, como estará nele o amor de Deus?» (3, 17). Jejuar voluntariamente ajuda-nos a cultivar o estilo do Bom Samaritano, que se inclina e socorre o irmão que sofre (cf. Enc. Deus caritas est, 15).

Escolhendo livremente privar-nos de algo para ajudar os outros, mostramos concretamente que o próximo em dificuldade não nos é indiferente. Precisamente para manter viva esta atitude de acolhimento e de atenção para com os irmãos, encorajo as paróquias e todas as outras comunidades a intensificar na Quaresma a prática do jejum pessoal e comunitário, cultivando de igual modo a escuta da Palavra de Deus, a oração e a esmola.


Foi este, desde o início o estilo da comunidade cristã, na qual eram feitas colectas especiais (cf. 2 Cor 8-9; Rm 15, 25-27), e os irmãos eram convidados a dar aos pobres quanto, graças ao jejum, tinham poupado (cf. Didascalia Ap., V, 20, 18). Também hoje esta prática deve ser redescoberta e encorajada, sobretudo durante o tempo litúrgico quaresmal.

De quanto disse sobressai com grande clareza que o jejum representa uma prática ascética importante, uma arma espiritual para lutar contra qualquer eventual apego desordenado a nós mesmos. Privar-se voluntariamente do prazer dos alimentos e de outros bens materiais, ajuda o discípulo de Cristo a controlar os apetites da natureza fragilizada pela culpa da origem, cujos efeitos negativos atingem toda a personalidade humana. Exorta oportunamente um antigo hino litúrgico quaresmal: «Utamur ergo parcius, / verbis, cibis et potibus, / somno, iocis et arcitius / perstemus in custodia – Usemos de modo mais sóbrio palavras, alimentos, bebidas, sono e jogos, e permaneçamos mais atentamente vigilantes».


Queridos irmãos e irmãos, considerando bem, o jejum tem como sua finalidade última ajudar cada um de nós, como escrevia o Servo de Deus Papa João Paulo II, a fazer dom total de si a Deus (cf. Enc. Veritatis splendor, 21). A Quaresma seja portanto valorizada em cada família e em cada comunidade cristã para afastar tudo o que distrai o espírito e para intensificar o que alimenta a alma abrindo-a ao amor de Deus e do próximo. Penso em particular num maior compromisso na oração, na lectio divina, no recurso ao Sacramento da Reconciliação e na participação activa na Eucaristia, sobretudo na Santa Missa dominical.

Com esta disposição interior entremos no clima penitencial da Quaresma. Acompanhe-nos a Bem-Aventurada Virgem Maria, Causa nostrae laetitiae, e ampare-nos no esforço de libertar o nosso coração da escravidão do pecado para o tornar cada vez mais «tabernáculo vivo de Deus». Com estes votos, ao garantir a minha oração para que cada crente e comunidade eclesial percorra um proveitoso itinerário quaresmal, concedo de coração a todos a Bênção Apostólica.

Vaticano, 11 de Dezembro de 2008.

BENEDICTUS PP. XVI

HOJE , FESTA DA CÁTEDRA DE S.PEDRO


HOJE , FESTA DA CÁTEDRA DE S.PEDRO queremos manifestar todo o nosso apoio ao Vigário de Cristo na terra , o Papa  FRANCISCO e prometemos a mais viva obediência a todos os seus ensinamentos como é próprio de todo o fiel católico. Queremos sobretudo rezar muito pelo Santo Padre pedindo a Deus lhe conceda vida longa e o livre de todos os seus inimigos.

Queremos manter uma total unidade com o Papa  FRANCISCO já que onde "está Pedro aí está a Igreja de Cristo"e a ele foi confiado o poder de "tudo o que ligares na terra será ligado no céu e tudo o que desligares na terra será desligado no céu"

BENTO XVI: ocorre neste dia 22 de Fevereiro a festa da Cátedra de São Pedro: “A Cátedra de Pedro simboliza a autoridade do Bispo de Roma, chamado a desempenhar um peculiar serviço em relação a todo o Povo de Deus.



Ontem foi a festa da Cátedra de São Pedro, na alocução dominical, ao meio-dia, antes da recitação do Angelus, Bento XVI pediu orações para que possa exercer fielmente o papel que a Providência lhe confiou como Sucessor do Apóstolo Pedro, nomeadamente a bem da unidade da Igreja.

O Papa começou por evocar o Evangelho do dia, o episódio do paralítico perdoado e curado: “Esta passagem evangélica mostra que Jesus tem o poder não só de sanar o corpo doente, mas também de perdoar os pecados. Mais ainda: a cura física é sinal da cura espiritual que o perdão produz. Na verdade, o pecado é uma espécie de paralisia do espírito, da qual só a potência do amor misericordioso de Deus nos pode libertar, permitindo-nos levantar de novo, para retomar o caminho do bem”.

Para além da celebração dominical – observou depois o Papa – ocorre neste dia 22 de Fevereiro a festa da Cátedra de São Pedro: “A Cátedra de Pedro simboliza a autoridade do Bispo de Roma, chamado a desempenhar um peculiar serviço em relação a todo o Povo de Deus.

Logo depois do martírio de são Pedro e são Paulo, foi reconhecido à Igreja de Roma o papel primacial em toda a comunidade católica, papel já atestado no século II por santo Inácio de Antioquia e santo Ireneu de Lyon. Este singular e específico ministério do Bispo de Roma foi reafirmado pelo Concílio Ecuménico Vaticano II.

‘Na comunhão eclesiástica – lê-se na Constituição dogmática sobre a Igreja – existem legitimamente Igrejas particulares, que gozam de tradições próprias, permanecendo íntegro o primado da Cátedra de Pedro, que preside à comunhão universal da caridade, tutela as legítimas variedades, e ao mesmo tempo vela para que o que é particular, não só não prejudique a unidade, mas sim a reforce.

Esta festa oferece-me a ocasião para vos pedir que me acompanheis com as vossas
orações, para que possa desempenhar fielmente a alta responsabilidade que a Providência divina me confiou como Sucessor do Apóstolo Pedro”.

Quase a concluir a alocução antes das Ave-Marias, Bento XVI convidou a dirigir o olhar para Maria, que nestes dias foi celebrada em Roma sob a invocação de Nossa Senhora da Confiança. Ocasião para o Papa recordar o iminente início da Quaresma:
“A ela pedimos que nos ajude também a entrar com as devidas disposições de espírito no tempo da Quaresma, que terá início na próxima quarta-feira, com o sugestivo rito das Cinzas. Que Maria nos abra o coração à conversão e à escuta dócil da Palavra de Deus”.

Chierici “San Gregorio Magno”: non siamo disponibili - nelle presenti circostanze - a schiodarci da quel che ci disse alla fondazione il Card. Castrillon Hoyos: una sana critica, la critica costruttiva, può essere un gran servizio da rendere alla Chiesa.



I fondatori dell’Associazione chierici “San Gregorio Magno”
 

Pronti a tutto, e persuasi che è proprio la presenza di reazioni ciò che spesso frena le cattive tendenze, abbiamo dato vita a un nuovo soggetto, fedelmente identitario e giustamente flessibile sulle modalità organizzative: l’Associazione chierici “San Gregorio Magno”. Così, restando insieme ed offrendo un punto di riferimento, intendiamo dare il nostro contributo al bene comune, rappresentato da tale testimonianza (sia “in positivo”, sia “in negativo”) in favore della Tradizione Cattolica. Su questa piattaforma, chiediamo a chi condivide il nostro ideale di sostenerci. Cogliamo l’occasione per comunicare il nostro conto corrente: per versamenti dall’Italia (IBAN) IT 87 H053 0868 8300 0000 0002 003, per versamenti da fuori Italia aggiungere (BIC) BLOPIT22, intestato ad Associazione chierici San Gregorio Magno.

Intendiamo dunque concentrarci su cinque sostanziose attività, nell’attesa, fiduciosa e cooperante, dell’ora di Dio («si moram fecerit, expecta Eum, quia veniet et non tardabit», cantiamo nella Novena del Santo Natale). Eccole:

a) la formazione dei nostri seminaristi, nella fedeltà al Dottore Comune della Chiesa.

b) La rivista Disputationes Theologicae, ormai seguita in più Paesi (specialmente l’Italia e la Francia) da persone che apprezzano la franchezza ecclesiale. Volevano imbavagliarla, ricordate? La risposta è stata: non possumus (cfr. “Disputationes non si lascia imbavagliare”). Oggi come oggi, nella situazione attuale, questa voce libera deve continuare.

È uno strumento prezioso per continuare a fare quell’ampia critica costruttiva, in cui abbiamo ravvisato lo specifico del carisma originario dell’Istituto del Buon Pastore.

Proprio questo ci sembra il punto nevralgico, anche circa la famosa questione dell’«exclusive»:che senso ha – dopo aver approvato gli statuti dell’IBP pochi anni fa – fare scandalosamente pressione perché la dizione “rito proprio” sostituisca forzatamente, negli atti ufficiali o almeno nell’uso corrente, quella di “rito esclusivo” (per chi ha liberamente scelto l’Istituto)? Che senso ha, se non proprio quello che la seconda espressione ha un sapore di critica – pur lasciando il giudizio categorico alla Chiesa – della riforma liturgica da cui è uscito il rito moderno?

Come detto nell’articolo “Il rito proprio e l’ermeneutica della continuità sono sufficienti?”: non ce la sentiamo di accettare pienamente il “documento Pozzo” (o di simulare di accettarlo). Siamo volentieri disponibili a valorizzarne alcuni suggerimenti, come l’invito ad approfondire l’identità e il nostro cuore pastorale, ma non siamo disponibili - nelle presenti circostanze - a schiodarci da quel che ci disse alla fondazione il Card. Castrillon Hoyos: una sana critica, la critica costruttiva, può essere un gran servizio da rendere alla Chiesa.

c) La vita di preghiera in comunità, specialmente per il trionfo della Fede, per la Chiesa e per le anime, le quali, trovandosi in una grande prova, abbisognano particolarmente di insistenti preghiere.

d) La S. Messa tradizionale in comunità (ovviamente aperta a chiunque desideri venire). Pensando a quel che cantiamo nell’Adoro te devote: «cuius una stilla salvum facere totum mundum quit ab omni scelere»; e dunque con grande fiducia nei frutti del S. Sacrificio dell’Altare. Avremo peraltro la possibilità di accogliere un buon numero di intenzioni di Messa, le cui offerte possono rappresentare anche un prezioso aiuto per l’opera.

e) Il metterci a disposizione per le S.S. Confessioni in ambito diocesano, disponibilità che già da subito non dovrebbe presentare troppe difficoltà per nessuno. In spirito di carità ecclesiale e nella convinzione che un’ampia presenza al Confessionale, anche con la tendenza al calo del numero di sacerdoti, può rappresentare un buon aiuto: come alleggerimento per altri confratelli impegnati nelle parrocchie e come maggiore opportunità per le anime. Da parte nostra è stata offerta di cuore una disponibilità in tal senso, ricevendo oralmente qualche risposta positiva; quando chi di dovere ci chiamerà, andremo.

Alla Madonna del Rosario di Fatima, conservatrice del «dogma della fede», a S. Gregorio Magno, a S. Atanasio, ai S.S. Angeli custodi, alla cara anima di mons. Antonio Piolanti affidiamo questi propositi, perché possiamo in tal modo cooperare fedelmente, secondo la vocazione ricevuta, alla restaurazione della fede.

Don Stefano Carusi
Abbé Louis-Numa Julien
Sem. Łukasz Zaruski
Sem. Bartłomiej K. Krzych



Benedetto XVI partecipa al Concistoro, l’abrraccio con Francesco in Basilica

Benedetto XVI partecipa al Concistoro, l’abrraccio con Francesco in Basilica

PAPI-CONCISTORO
 
Attoniti i fedeli in Basilica Vaticana quando il cardinale Parolin ha salutato la presenza di Papa Benedetto al Concistoro, hanno applaudito con un attimo di ritardo e con infinita commozione. In cappotto e con lo zucchetto Benedetto si è seduto a fianco dei cardinali, con il libretto della cerimonia in mano. Poi all’arrivo di Francesco l’abbraccio.
Inizia la cerimonia e il segretario di stato saluta Benedetto e Francesco. Dice il suo grazie per al fiducia del Papa ricorda la vocazione che porta in ”una avventura di santità e di amore, la cui misura è quella di non avere misura e che può esigere anche il dono della vita – come è avvenuto e avviene per tanti cristiani nel mondo – oggi, in un certo senso, ratifichiamo in modo pubblico e solenne questa opzione.” Spiega il senso del cardinalato con le parole di Benedetto XVI e ripercorre la lettera di Francesco.
E dopo il grazie, l’eccomi:”eccoci per assumere quel compito che l’inserimento nel Collegio Cardinalizio significa e comporta” eccoci per avere il coraggio ”di camminare in presenza del Signore, con la Croce del Signore; di edificare la Chiesa sul sangue del Signore, che è versato sulla Croce; e di confessare l’unica gloria: Cristo Crocifisso. E così la Chiesa andrà avanti” (Omelia della S. Messa con i Cardinali, 14 marzo 2013)

sexta-feira, 21 de fevereiro de 2014

BENTO XVI fez mais acessível à Igreja universal a riqueza da Liturgia Romana.PONTIFICIA COMISIÓN ECCLESIA DEI INSTRUCCIÓN sobre la aplicación de la Carta Apostólica Motu Proprio data "Summorum Pontificum" de S. S. BENEDICTO PP. XVI . PÄPSTLICHE KOMMISSION ECCLESIA DEI INSTRUKTION über die Ausführung des als Motu proprio erlassenen Apostolischen Schreibens Summorum Pontificum von PAPST BENEDIKT XVI.


PONTIFÍCIA COMISSÃO ECCLESIA DEI INSTRUÇÃO Sobre a aplicação da Carta Apostólica Motu Proprio Summorum Pontificum de S. S. O PAPA BENTO XVI


http://4.bp.blogspot.com/_2tggLZ2rGkg/TQi8ed5IZdI/AAAAAAAAKBY/GJgtNWDcvO0/s1600/0.jpghttp://www.catholichomeandgarden.com/images/high%20mass.jpg


I.
Introdução
 
1. A Carta Apostólica Summorum Pontificum Motu Proprio data do Soberano Pontífice Bento XVI, de 7 de julho de 2007, e em vigor a partir de 14 de setembro de 2007, fez mais acessível à Igreja universal a riqueza da Liturgia Romana.
2. Com o sobredito Motu Proprio o Sumo Pontífice Bento XVI promulgou uma lei universal para a Igreja com a intenção de dar uma nova regulamentação acerca do uso da Liturgia Romana em vigor no ano de 1962.
3. Tendo recordado a solicitude dos Sumos Pontífices no cuidado pela Santa Liturgia e na revisão dos livros litúrgicos, o Santo Padre reafirma o princípio tradicional, reconhecido dos tempos imemoráveis, a ser necessariamente conservado para o futuro, e segundo o qual "cada Igreja particular deve concordar com a Igreja universal, não só quanto à fé e aos sinais sacramentais, mas também quanto aos usos recebidos universalmente da ininterrupta tradição apostólica, os quais devem ser observados tanto para evitar os erros quanto para transmitir a integridade da fé, de sorte que a lei de oração da Igreja corresponda à lei da fé."1
4. O Santo Padre recorda, ademais, os Pontífices romanos que particularmente se esforçaram nesta tarefa, em especial São Gregório Magno e São Pio V. O Papa salienta que, entre os sagrados livros litúrgicos, o Missale Romanum teve um papel relevante na história e foi objeto de atualização ao longo dos tempos até o beato Papa João XXIII. Sucessivamente, no decorrer da reforma litúrgica posterior ao Concílio Vaticano II, o Papa Paulo VI aprovou em 1970 um novo missal, traduzido posteriormente em diversas línguas, para a Igreja de rito latino. No ano de 2000 o Papa João Paulo II, de feliz memória, promulgou uma terceira edição do mesmo.
5. Diversos fiéis, tendo sido formados no espírito das formas litúrgicas precedentes ao Concílio Vaticano II, expressaram o ardente desejo de conservar a antiga tradição. Por isso o Papa João Paulo II, por meio de um Indulto especial, emanado pela Congregação para o Culto Divino, Quattuor abhinc annos, em 1984, concedeu a faculdade de retomar, sob certas condições, o uso do Missal Romano promulgado pelo beato Papa João XXIII. Além disso, o Papa João Paulo II, com o Motu Próprio Ecclesia Dei de 1988, exortou os bispos a que fossem generosos ao conceder a dita faculdade a favor de todos os fiéis que o pedissem. Na mesma linha se põe o Papa Bento XVI com o Motu Próprio Summorum Pontificum, no qual são indicados alguns critérios essenciais para o Usus Antiquior do Rito Romano, que oportunamente aqui se recordam.
6. Os textos do Missal Romano do Papa Paulo VI e daquele que remonta à última edição do Papa João XXIII são duas formas da Liturgia Romana, definidas respectivamente ordinária e extraordinária: trata-se aqui de dois usos do único Rito Romano, que se põem um ao lado do outro. Ambas as formas são expressões da mesma lex orandi da Igreja. Pelo seu uso venerável e antigo a forma extraordinária deve ser conservada em devida honra.
7. O Motu Proprio Summorum Pontificum é acompanhado de uma Carta do Santo Padre, com a mesma data do Motu Próprio (7 de julho de 2007). Nela se dão ulteriores elucidações acerca da oportunidade e da necessidade do supracitado documento; faltando uma legislação que regulasse o uso da Liturgia romana de 1962 era necessária uma nova e abrangente regulamentação. Esta regulamentação se fazia mister especialmente porque no momento da introdução do novo missal não parecia necessário emanar disposições que regulassem o uso da Liturgia vigente em 1962. Por causa do aumento de quanto solicitam o uso da forma extraordinária fez-se necessário dar algumas normas a respeito. Entre outras coisas o Papa Bento XVI afirma: "Não existe qualquer contradição entre uma edição e outra do Missale Romanum. Na história da Liturgia, há crescimento e progresso, mas nenhuma ruptura. Aquilo que para as gerações anteriores era sagrado, permanece sagrado e grande também para nós, e não pode ser de improviso totalmente proibido ou mesmo prejudicial."
LER...
http://blog.adw.org/wp-content/uploads/St-Marys-Trid-Mass-smallerer.jpg
 
PÄPSTLICHE KOMMISSION ECCLESIA DEI INSTRUKTION über die Ausführung des als Motu proprio erlassenen Apostolischen Schreibens Summorum Pontificum von PAPST BENEDIKT XVI.
 
I.
Einleitung
1. Das am 7. Juli 2007 als Motu proprio erlassene Apostolische Schreiben Summorum Pontificum von Papst Benedikt XVI., das am 14. September 2007 in Kraft getreten ist, hat der ganzen Kirche den Reichtum der römischen Liturgie besser zugänglich gemacht.
2. Mit diesem Motu proprio hat Papst Benedikt XVI. ein universalkirchliches Gesetz erlassen, um den Gebrauch der römischen Liturgie, wie sie 1962 in Geltung war, neu zu regeln.
3. Der Heilige Vater ruft darin zuerst die Sorge der Päpste um die Pflege der heiligen Liturgie und um die Anerkennung der liturgischen Bücher in Erinnerung und bekräftigt dann ein Prinzip der Tradition, das seit unvordenklicher Zeit anerkannt und auch in Zukunft zu bewahren ist: „Jede Teilkirche muss mit der Gesamtkirche nicht nur hinsichtlich der Glaubenslehre und der sakramentalen Zeichen übereinstimmen, sondern auch hinsichtlich der universal von der apostolischen und ununterbrochenen Überlieferung empfangenen Gebräuche, die einzuhalten sind, nicht nur um Irrtümer zu vermeiden, sondern auch damit der Glaube unversehrt weitergegeben wird; denn das Gesetz des Betens (lex orandi) der Kirche entspricht ihrem Gesetz des Glaubens (lex credendi)".1
4. Der Heilige Vater erinnert zudem an jene Päpste, die sich in herausragender Weise für dieses Anliegen eingesetzt haben, besonders an den heiligen Gregor den Großen und den heiligen Pius V. Der Papst unterstreicht auch, dass in der Geschichte der liturgischen Bücher das Missale Romanum, das im Lauf der Zeit bis zum seligen Papst Johannes XXIII. verschiedene Erneuerungen erfahren hat, einen besonderen Platz einnimmt. Im Gefolge der liturgischen Reform nach dem II. Vatikanischen Konzil hat Papst Paul VI. im Jahr 1970 ein neues Messbuch für die Kirche des lateinischen Ritus approbiert, das dann in verschiedene Sprachen übersetzt worden ist. Papst Johannes Paul II. hat im Jahr 2000 dessen dritte Ausgabe promulgiert.
5. Verschiedene Gläubige, die im Geist der liturgischen Formen vor dem II. Vatikanischen Konzil geprägt worden sind, haben den innigen Wunsch ausgesprochen, die alte Tradition zu bewahren. Daher hat Papst Johannes Paul II. mit dem von der Heiligen Kongregation für den Gottesdienst 1984 erlassenen Spezialindult Quattuor abhinc annos die Erlaubnis erteilt, den Gebrauch des vom seligen Papst Johannes XXIII. promulgierten römischen Messbuchs unter bestimmten Bedingungen wieder aufzunehmen. Darüber hinaus ersuchte Papst Johannes Paul II. mit dem Motu proprio Ecclesia Dei von 1988 die Bischöfe, diese Erlaubnis allen Gläubigen, die darum bitten, großzügig zu gewähren. In diese Linie stellt sich Papst Benedikt XVI. mit dem Motu proprio Summorum Pontificum, das einige wesentliche Kriterien für den Usus antiquior des römischen Ritus angibt, die hier in Erinnerung gerufen werden sollen.
6. Die Texte des römischen Messbuchs von Papst Paul VI. und des Missale, das in letzter Ausgabe unter Papst Johannes XXIII. erschienen ist, sind zwei Formen der römischen Liturgie, die „ordentliche" (forma ordinaria) beziehungsweise „außerordentliche" Form (forma extraordinaria) genannt werden. Dabei handelt es sich um zwei Gebrauchsweisen des einen römischen Ritus, die nebeneinander stehen. Beide Formen sind Ausdruck derselben lex orandi der Kirche. Wegen ihres ehrwürdigen und langen Gebrauchs muss die außerordentliche Form mit gebührender Achtung bewahrt werden.
7. Das Motu proprio Summorum Pontificum wird von einem Brief begleitet, den der Heilige Vater am selben Tag (7. Juli 2007) an die Bischöfe gerichtet hat. Darin gibt er zusätzliche Erklärungen über die Angemessenheit und die Notwendigkeit des Motu proprio; es ging darum, eine Lücke zu schließen und den Gebrauch der römischen Liturgie, die 1962 in Geltung war, neu zu regeln. Dies wurde vor allem deswegen erforderlich, weil es zum Zeitpunkt der Einführung des neuen Messbuchs nicht als nötig erachtet worden war, den Gebrauch der 1962 geltenden Liturgie durch entsprechende Richtlinien zu regeln. Da die Zahl der Gläubigen zunimmt, die darum bitten, die außerordentliche Form gebrauchen zu können, ist es notwendig geworden, darüber einige Normen zu erlassen.
Unter anderem hält Papst Benedikt XVI. fest: „Es gibt keinen Widerspruch zwischen der einen und der anderen Ausgabe des Missale Romanum. In der Liturgiegeschichte gibt es Wachstum und Fortschritt, aber keinen Bruch. Was früheren Generationen heilig war, bleibt auch uns heilig und groß; es kann nicht plötzlich rundum verboten oder gar schädlich sein".2
8. Das Motu proprio Summorum Pontificum stellt einen wichtigen Ausdruck des Lehramtes des Papstes und der ihm eigenen Sendung (munus) dar, die heilige Liturgie der Kirche zu regeln und zu ordnen,3 und zeigt seine pastorale Sorge als Stellvertreter Christi und Hirte der Gesamtkirche.4 Sein Schreiben hat folgende Ziele:
a) allen Gläubigen die römische Liturgie im Usus antiquior anzubieten, da sie ein wertvoller Schatz ist, den es zu bewahren gilt;
b) den Gebrauch der forma extraordinaria all jenen wirklich zu gewährleisten und zu ermöglichen, die darum bitten. Dabei ist vorausgesetzt, dass der Gebrauch der 1962 geltenden römischen Liturgie eine Befugnis ist, die zum Wohl der Gläubigen gewährt worden ist und daher zugunsten der Gläubigen, an die sie sich primär richtet, ausgelegt werden muss;
c) die Versöhnung innerhalb der Kirche zu fördern.LESEN...
 
 
I.
Introducción

1. La Carta Apostólica Motu Proprio data "Summorum Pontificum" del Sumo Pontífice Benedicto XVI, del 7 de julio de 2007, entrada en vigor el 14 de septiembre de 2007, ha hecho más accesible a la Iglesia universal la riqueza de la Liturgia Romana.
2. Con tal Motu Proprio el Sumo Pontífice Benedicto XVI ha promulgado una ley universal para la Iglesia, con la intención de dar una nueva reglamentación para el uso de la Liturgia Romana vigente en 1962.
3. El Santo Padre, después de haber recordado la solicitud que los sumos pontífices han demostrado en el cuidado de la Sagrada Liturgia y la aprobación de los libros litúrgicos, reafirma el principio tradicional, reconocido desde tiempo inmemorial, y que se ha de conservar en el porvenir, según el cual «cada Iglesia particular debe concordar con la Iglesia universal, no solo en cuanto a la doctrina de la fe y a los signos sacramentales, sino también respecto a los usos universalmente aceptados de la ininterrumpida tradición apostólica, que deben observarse no solo para evitar errores, sino también para transmitir la integridad de la fe, para que la ley de la oración de la Iglesia corresponda a su ley de fe»1.
4. El Santo Padre ha hecho memoria además de los romanos pontífices que, en modo particular, se han comprometido en esta tarea, especialmente de san Gregorio Magno y san Pío V. El Papa subraya asimismo que, entre los sagrados libros litúrgicos, el Missale Romanum ha tenido un relieve histórico particular, y a lo largo de los años ha sido objeto de distintas actualizaciones hasta el pontificado del beato Juan XXIII. Con la reforma litúrgica que siguió al Concilio Vaticano II, en 1970 el papa Pablo VI aprobó un nuevo Misal para la Iglesia de rito latino, traducido posteriormente en distintas lenguas. En el año 2000 el papa Juan Pablo II promulgó la tercera edición del mismo.
5. Muchos fieles, formados en el espíritu de las formas litúrgicas anteriores al Concilio Vaticano II, han expresado el vivo deseo de conservar la tradición antigua. Por este motivo, el papa Juan Pablo II, con el Indulto especial Quattuor abhinc annos, emanado en 1984 por la Sagrada Congregación para el Culto Divino, concedió, bajo determinadas condiciones, la facultad de volver a usar el Misal Romano promulgado por el beato Juan XXIII. Además, Juan Pablo II, con el Motu Proprio "Ecclesia Dei", de 1988, exhortó a los obispos a que fueran generosos en conceder dicha facultad a todos los fieles que la pidieran. El papa Benedicto XVI ha seguido la misma línea a través del Motu Proprio "Summorum Pontificum", en el cual se indican algunos criterios esenciales para el usus antiquior del Rito Romano, que aquí es oportuno recordar.
6. Los textos del Misal Romano del papa Pablo VI y del Misal que se remonta a la última edición del papa Juan XXIII, son dos formas de la Liturgia Romana, definidas respectivamente ordinaria y extraordinaria: son dos usos del único Rito Romano, que se colocan uno al lado del otro. Ambas formas son expresión de la misma lex orandi de la Iglesia. Por su uso venerable y antiguo, la forma extraordinaria debe ser conservada con el honor debido.
7. El Motu Proprio "Summorum Pontificum" está acompañado por una Carta del Santo Padre a los obispos, que lleva la misma fecha del Motu Proprio (7 de julio de 2007). Con ella se ofrecen ulteriores aclaraciones sobre la oportunidad y necesidad del mismo Motu Proprio; es decir, se trataba de colmar una laguna, dando una nueva normativa para el uso de la Liturgia Romana vigente en 1962. Tal normativa se hacía especialmente necesaria por el hecho de que, en el momento de la introducción del nuevo Misal, no pareció necesario emanar disposiciones que reglamentaran el uso de la Liturgia vigente desde 1962. Debido al aumento de los que piden poder usar la forma extraordinaria, se ha hecho necesario dar algunas normas al respecto.
Entre otras cosas el papa Benedicto XVI afirma: «No hay ninguna contradicción entre una y otra edición del ‘Missale Romanum’. En la historia de la Liturgia hay crecimiento y progreso pero ninguna ruptura. Lo que para las generaciones anteriores era sagrado, también para nosotros permanece sagrado y grande y no puede ser de improviso totalmente prohibido o incluso perjudicial»2.
8. El Motu Proprio "Summorum Pontificum" constituye una relevante expresión del magisterio del Romano Pontífice y del munus que le es propio, es decir, regular y ordenar la Sagrada Liturgia de la Iglesia3, y manifiesta su preocupación como Vicario de Cristo y Pastor de la Iglesia Universal4. El documento tiene como objetivo:
a) ofrecer a todos los fieles la Liturgia Romana en el usus antiquior, considerada como un tesoro precioso que hay que conservar;
b) garantizar y asegurar realmente el uso de la forma extraordinaria a quienes lo pidan, considerando que el uso la Liturgia Romana entrado en vigor en 1962 es una facultad concedida para el bien de los fieles y, por lo tanto, debe interpretarse en sentido favorable a los fieles, que son sus principales destinatarios;
c) favorecer la reconciliación en el seno de la Iglesia.LEER...