quarta-feira, 26 de maio de 2010

26 de mayo: Festividad de San Felipe Neri

 



En este día e San Felipe Neri queremos ofrecer a este insigne santo nuestro modesto tributo y para ello publicamos una breve biografía tomada de la Enciclopedia Católica (en castellano y en inglés) y un breve ejercicio en su honor, consistente en la oración compuesta por el cardenal Baronio y las Letanías del Santo, debidas a la pluma inspirada del beato cardenal John Henry Newman (en latín, castellano e inglés). Como colofón irá la oración del beato Newman a San Felipe Neri pidiendo los siete dones del Espíritu Santo, tanto más oportuna cuanto que nos hallamos en plena octava de Pentecostés. Esperamos sea todo esto de provecho para nuestros amables lectores. Sólo hacemos constar que estos ejercicios son de devoción privada, no encontrándose las letanías entre las llamadas auténticas


San Felipe Rómulo Neri

El apóstol de Roma

Nacido en Florencia, Italia, el 22 de Julio de 1515; muerto el 27 de Mayo de 1595. La familia de Felipe provenía originariamente de Castelfranco, pero había vivido durante muchas generaciones en Florencia, en la que no pocos de sus miembros habían practicado profesiones liberales, y por tanto adquirido rango en la nobleza de Toscana. Entre estos estaba el propio padre de Felipe, Francesco Neri, que suplió la insuficiente fortuna privada con lo que ganaba como notario. Una circunstancia que tuvo no poca influencia en la vida del santo fue la amistad de Francesco con los dominicos; pues fue de los frailes de San Marcos, en medio de los recuerdos de Savonarola, que recibió Felipe muchas de sus primeras impresiones religiosas. Aparte de un hermano menor, que murió en la primera niñez, Felipe tuvo dos hermanas menores, Caterina y Elisabetta. Fue con ellas con quien “el buen Pippo”, como pronto empezó a ser llamado, cometió su única falta conocida. Dio un ligero empujón a Caterina, porque no dejaba de interrumpir a Elisabetta y a él, mientras estaban recitando salmos juntos, una práctica a la que, cuando niño, era notablemente aficionado. Un incidente de su niñez es caro a sus primeros biógrafos como la primera intervención visible de la providencia en su favor, y quizá más cara aún a sus discípulos modernos, porque revela las características humanas de un niño en medio de las gracias sobrenaturales de un santo. Cuando tenía unos ocho años se le dejó solo en un patio para que jugara; viendo un asno cargado de fruta, trepó a su lomo; el animal se desbocó, y ambos cayeron en un profundo sótano. Sus padres se precipitaron al lugar y sacaron al niño, no muerto, como temían, sino totalmente ileso.

Desde el principio fue evidente que la carrera de Felipe discurriría por vías no convencionales; cuando se le mostró el árbol genealógico de su familia, lo rompió, y le dejó indiferente que se quemara la casa de su padre. Habiendo estudiado humanidades con los mejores maestros de una generación erudita, a la edad de dieciséis años fue enviado a ayudar en los negocios a un primo de su padre en San Germano, cerca de Monte Cassino. Se aplicó con diligencia, y su pariente determinó pronto hacerle su heredero. Pero él a menudo se retiraba a una pequeña capilla de la montaña que pertenecía a los benedictinos de Monte Casino, construida encima del puerto de Gaeta en una hendidura de la roca que la tradición dice que estaba entre las abiertas en la hora de la muerte de Nuestro Señor. Fue aquí donde su vocación se hizo definida: estaba llamado a ser el Apóstol de Roma. En 1533 llegó a Roma sin ningún dinero. No había informado a su padre del paso que estaba dando, y había rechazado deliberadamente la protección de su pariente. Sin embargo, se hizo enseguida amigo de Galeotto Caccia, un residente florentino, que le dio una habitación en su casa y una asignación de harina, a cambio de que emprendiera la educación de sus dos hijos. Durante diecisiete años Felipe vivió como laico en Roma, sin pensar probablemente en hacerse sacerdote. Fue tal vez mientras era tutor de los niños, cuando escribió la mayor parte de la poesía que compuso tanto en latín como en italiano. Antes de su muerte quemó todos sus escritos, y sólo algunos de sus sonetos nos han llegado. Pasó unos tres años, empezando hacia 1535, en el estudio de la filosofía en la Sapienza, y de teología en la escuela de los agustinos. Cuando consideró que había aprendido bastante, vendió sus libros y dio el producto a los pobres. Aunque nunca hizo de nuevo del estudio su principal ocupación, siempre que fue invitado a desechar su habitual reticencia, sorprendía a los más ilustrados con la profundidad y claridad de su conocimiento teológico.


Ahora se dedicó por entero a la santificación de su propia alma y al bien de su prójimo. Su activo apostolado comenzó con discretas y solitarias visitas a los hospitales. Luego indujo a otros a acompañarlo. Entonces empezó a frecuentar las tiendas, almacenes, bancos y lugares públicos de Roma, ablandando los corazones de aquellos a quienes acontecía encontrar, y exhortándoles a servir a Dios. En 1544, o más tarde, se hizo amigo de San Ignacio. Muchos de sus discípulos probaron y encontraron sus vocaciones en la recién nacida Compañía de Jesús, pero la mayoría permaneció en el mundo, y formó el núcleo de lo que después se convirtió en la Hermandad del Pequeño Oratorio. Aunque “no aparecía como ayunando ante los hombres”, su vida privada era la de un ermitaño. Su sola comida diaria era de pan y agua, a la que se añadían a veces algunas hierbas, el mobiliario de su habitación consistía en una cama, a la que habitualmente prefería el suelo, una mesa, algunas sillas, y una cuerda para colgar su ropa; y se disciplinaba frecuentemente con pequeñas cadenas. Puesto a prueba por violentas tentaciones, tanto diabólicas como humanas, pasó a través de todas ellas ileso, y la pureza de su alma se manifestó en ciertos rasgos físicos acusados. Al principio rezaba principalmente en la iglesia de San Eustachio, muy cerca de casa de Caccia. Luego empezó a visitar las siete iglesias. Pero fue en las catacumbas de San Sebastiano –confundidas por los primeros biógrafos con las de San Callisto – donde tuvo las vigilias más largas y donde recibió los consuelos más abundantes. En esta catacumba, unos días antes de Pentecostés de 1544, tuvo lugar el conocido milagro de su corazón. Bacci lo describe así: “Mientras estaba con la máxima seriedad pidiendo al Espíritu Santo sus dones, apareció ante él un globo de fuego, que entró en su boca y se alojó en su pecho; y acto seguido fue sorprendido repentinamente por tal fuego de amor, que, incapaz de soportarlo, se arrojó al suelo, y, como quien intenta refrescarse, desnudó su pecho para atemperar en alguna medida la llama que sentía. Cuando hubo permanecido así por un tiempo y se recobró un poco, se levantó lleno de una insólita alegría, e inmediatamente todo su cuerpo comenzó a estremecerse con un violento temblor; y poniendo su mano en su pecho, notó por el lado de su corazón un bulto casi tan grande como el puño de un hombre, pero ni entonces ni después fue asistido del más ligero daño o herida”. La causa de este bulto se descubrió por los médicos que examinaron su cuerpo tras la muerte. El corazón del santo se había dilatado por el repentino impulso de amor, y para que tuviera suficiente espacio para moverse, se habían roto dos costillas, y curvado en forma de arco. Desde el momento del milagro hasta su muerte, su corazón palpitaría violentamente cuando llevaba a cabo una acción espiritual.

Durante sus últimos años de laico, el apostolado de Felipe se extendió rápidamente. En 1548, junto con su confesor, Persiano Rosa, fundó la Confraternidad de la Santísima Trinidad para ocuparse de los peregrinos y convalecientes. Sus miembros se reunían para la comunión, la oración, y otros ejercicios espirituales en la iglesia de San Salvatore, y el propio santo introdujo la exposición del Santísimo Sacramento una vez al mes (devoción de las Cuarenta Horas). En estas devociones Felipe predicaba, aunque aún era un laico, y sabemos que en una sola ocasión convirtió a no menos de treinta jóvenes disolutos. En 1550 se le presentó la duda de si no debía interrumpir su trabajo activo y retirarse en soledad absoluta. Su perplejidad fue calmada por una visión de San Juan Bautista, y por otra visión de dos almas en la gloria, una de las cuales estaba comiendo un rollo de pan, lo que significaba la voluntad de Dios de que viviera en Roma para bien de las almas como si estuviera en un desierto, absteniéndose en cuanto fuera posible del uso de carne.

En 1551, sin embargo, recibió una vocación cierta de Dios. Por mandato de su confesor – nada sino esto habría vencido su humildad – entró en el sacerdocio, y se fue a vivir a San Girolamo, donde una plantilla de capellanes era sostenida por la Confraternidad de la Caridad. Cada sacerdote tenía dos habitaciones asignadas a él, en las que vivía, dormía y comía, sin otra regla que la de vivir en caridad con sus hermanos. Entre los nuevos compañeros de Felipe, aparte de Persiano Rosa, estaba Buonsignore Cacciaguerra, un notable penitente, que estaba en esa época llevando a cabo una vigorosa propaganda a favor de la comunión frecuente. Felipe, que como laico había estado animando discretamente a la frecuente recepción de los sacramentos, gastó toda su energía sacerdotal en promover la misma causa, pero a diferencia de su precursor, recomendaba a los jóvenes especialmente confesarse más a menudo de lo que comulgaban. La iglesia de San Girolamo era muy frecuentada incluso antes de la llegada de Felipe, y su confesionario pronto se convirtió en el centro de un potente apostolado. Permanecía en la iglesia, oyendo confesiones o dispuesto a oírlas, desde el amanecer hasta casi mediodía, y no contento con esto, confesaba habitualmente a unas cuarenta personas en su habitación antes del alba. Así trabajó incansablemente durante todo su largo sacerdocio. Como médico de almas recibió maravillosos dones de Dios. A veces decía a un penitente sus pecados más secretos sin que se los confesara; y una vez convirtió a un joven noble mostrándole una visión del infierno. Poco antes de mediodía dejaba su confesionario para decir misa. Su devoción al Santísimo Sacramento, como el milagro de su corazón, es una de esas manifestaciones de santidad que son peculiarmente suyas. Tan grande era el fervor de su caridad, que, en vez de recogerse antes de la misa, tenía que utilizar medios deliberados de distracción para atender al rito externo. Durante los últimos cinco años de su vida tuvo permiso para celebrar privadamente en una pequeña capilla próxima a su cuarto. En el “Agnus Dei” el sirviente salía, cerraba las puertas, y colgaba un aviso: “Silencio, el Padre está diciendo misa”. Cuando volvía a las dos horas o más, el santo estaba tan absorto en Dios que parecía estar a punto de morir.

Felipe dedicaba sus tardes a los hombres y muchachos, invitándoles a reuniones informales en su cuarto, llevándolos a visitar iglesias, interesándose en sus diversiones, santificando con su dulce influencia cada aspecto de sus vidas. En una época tuvo un vehemente deseo de seguir el ejemplo de San Francisco Javier, e ir a la India. Con vistas a esta finalidad, apresuró la ordenación de algunos de sus compañeros. Pero en 1557 pidió el consejo de un cisterciense de Tre Fontane; y como en una ocasión anterior se le había dicho que hiciera de Roma su desierto, así ahora el monje le comunicó una revelación que había tenido de San Juan Evangelista, que Roma debía ser su India. Felipe abandonó enseguida la idea de ir al extranjero, y al año siguiente las reuniones informales en su habitación se desarrollaron en ejercicios espirituales regulares en un oratorio, que construyó sobre la iglesia. En estos ejercicios predicaban los laicos y la excelencia de los discursos, la alta calidad de la música, y el encanto de la personalidad de Felipe atrajeron no sólo a los humildes e inferiores, sino a hombres del más alto rango y distinción en la Iglesia y el Estado. De estos, en 1590, el cardenal Niccolo Sfondrato, se convirtió en Papa Gregorio XIV, y solo la extrema reticencia del santo evitó que el pontífice le forzara a aceptar el cardenalato. En 1559, Felipe comenzó a organizar visitas regulares a las siete iglesias, en compañía de multitud de hombres, sacerdotes y religiosos, y laicos de todo rango y condición. Estas visitas fueron la ocasión de una corta pero aguda persecución por parte de cierta facción maliciosa, que lo denunció como “creador de nuevas sectas”. El propio cardenal vicario le convocó, y sin oír su defensa, le reprendió en los términos más duros. Durante una quincena el santo estuvo suspendido de oír confesiones; pero al cabo de ese tiempo hizo su defensa, y probó su inocencia ante las autoridades eclesiásticas.

En 1562, los florentinos de Roma le rogaron que aceptara el cargo de párroco de su iglesia, San Giovanni dei Fiorentini, pero él se resistía a dejar San Girolamo. Al final el asunto fue llevado ante Pío IV, y se llegó a un compromiso en 1564. Aunque permaneciendo en San Girolamo, Felipe se convertía en párroco de San Giovanni, y enviaba cinco sacerdotes, uno de los cuales era Baronio, para representarle allí. Vivían en comunidad con Felipe como superior, tomando sus comidas juntos, y asistiendo regularmente a los ejercicios de San Girolamo. En 1574, sin embargo, los ejercicios comenzaron a celebrarse en un oratorio en San Giovanni. Mientras tanto la comunidad estaba creciendo en tamaño, y en 1575 fue formalmente reconocida por Gregorio XIII como la Congregación del Oratorio, y se le dio la iglesia de Santa María in Vallicella. Los padres vinieron a vivir aquí en 1577, año en el que inauguraron la Chiesa Nuova, construida en el sitio de la vieja Santa María, y trasladaron los ejercicios a un nuevo oratorio. El propio Felipe se quedó en San Girolamo hasta 1583, y sólo por obediencia a Gregorio XIII dejó entonces su viejo hogar y vino a vivir a la Vallicella. Los últimos años de su vida fueron marcados por alternativas de enfermedad y recuperación. En 1593, mostró la verdadera grandeza del que conoce los límites de su propia resistencia, y dimitió el cargo de superior que le había sido conferido de por vida. En 1594, cuando estaba en una agonía de dolor, la Santísima Virgen se le apareció y le curó. A fines de Marzo de 1595, tuvo un grave ataque de fiebre, que duró todo Abril; pero en respuesta a su plegaria especial Dios le dio fuerza para decir misa el 1 de Mayo en honor de los Santos Felipe y Santiago. El siguiente 12 de Mayo fue presa de una violenta hemorragia, y el cardenal Baronio, que le había sucedido como superior, le dio la extremaunción. Después de eso pareció revivir un poco y su amigo el cardenal Federico Borromeo le trajo el viático, que recibió con fuertes protestas de su propia indignidad. Al día siguiente estaba perfectamente bien, y hasta el día mismo de su muerte se ocupó de sus tareas habituales, recitando incluso el Oficio Divino, del que estaba dispensado. Pero el 15 de Mayo predijo que sólo le quedaban diez días más de vida. El 25 de Mayo, fiesta del Corpus Christi fue a decir misa en su pequeña capilla, dos horas más pronto de lo habitual. “Al empezar su misa”, escribe Bacci, “se quedó un rato mirando fijamente la colina de San Onofrio, que era visible desde la capilla, como si viera alguna gran visión. Al llegar al Gloria in Excelsis empezó a cantar, lo que era una cosa inusual en él, y lo cantó entero con la máxima alegría y devoción, y todo el resto de la misa la dijo con extraordinaria exultación, como si cantara”. Estuvo en perfecta salud durante el resto de ese día, e hizo su habitual oración nocturna; pero cuando estaba en la cama, predijo la hora de la noche en que moriría. Aproximadamente a la una de la madrugada el padre Antonio Gallonio, que dormía debajo de él, le oyó andar arriba y abajo, y fue a su cuarto. Lo encontró yacente en su cama, sufriendo otra hemorragia. “Antonio, me voy”, dijo; Gallonio mandó a buscar a los médicos y los padres de la congregación. El cardenal Baronio hizo la recomendación del alma, y le pidió que diera a los padres su bendición final. El santo levantó la mano ligeramente, y miró hacia el cielo. Luego, inclinando su cabeza hacia los padres, expiró. Felipe fue beatificado por Paulo V en 1615, y canonizado por Gregorio XV en 1622.

Es quizá por el método de contraste como caemos en la cuenta más claramente de las características distintivas de San Felipe y su obra. Le saludamos como al reformador paciente que deja fuera las cosas solas y obra desde dentro, dependiendo más bien del poder escondido del sacramento y la oración más que de drásticos métodos de mejora externa; al director de almas que asigna más valor a la mortificación de la razón que a las austeridades corporales, declara que los hombres pueden convertirse en santos en el mundo no menos que en el claustro, subraya la importancia de servir a Dios con espíritu alegre, y da un giro singularmente humorístico a las máximas de la teología ascética; al silencioso observador de los tiempos, que no toma parte activa en las controversias eclesiásticas y aun así es una fuerza motriz de su desarrollo, ora animando al uso de la historia eclesiástica como baluarte contra el Protestantismo, ora insistiendo en la absolución de un monarca, al que otros consejeros deseaban excluir de los sacramentos, ora rogando que Dios advierta a un amenazado de condenación y recibiendo la milagrosa seguridad de que su plegaria es escuchada; al fundador de una Congregación que se basa más en la influencia personal que en la organización disciplinaria, y prefiere la práctica espontánea de consejos de perfección a su puesta en vigor por medio de votos; por encima de todo, al santo de Dios, que es tan irresistiblemente atractivo, tan eminentemente amable en sí mismo, como para lograr el título de “Amabile santo”.

Transcrito por Herman F. Holbrook para el Reverendo David Martin, sacerdote del Oratorio de Londres. Traducido por Francisco Vázquez
fonte:costumbrario tradicional católico