sexta-feira, 17 de janeiro de 2014

Encontrar el camino del propio corazón. Es en él donde se realiza el encuentro profundo de silencio y de amor con la Trinidad

Orar es vivir en comunión con Dios Padre.


Es vivir a Dios como Padre y comunicarnos con Él desde nuestra propia vida y en los momentos en los que explícitamente nos reservamos para dialogar con Él.


Los niños no necesitan ninguna escuela para aprender a hablar con sus padres. Comienzan a entablar un auténtico "diálogo" con quienes les han dado vida. Primeramente lo hacen a través de la mirada y la sonrisa. Después, poco a poco, por medio de palabras balbucientes, "a medio decir". Más adelante hablan. Nadie les enseña, lo van aprendiendo en la vida.


Por ello se cuestiona el hecho de plantear una escuela de oración, y más aún si lo que se pretende es buscar una escuela de contemplación. ¿Tiene sentido hacerlo? ¿No es acaso algo que se va aprendiendo espontáneamente al vivir y expresar la fe, la esperanza y el amor como actitudes esenciales de nuestra relación con Dios? ¿Qué es, pues, lo que justifica una escuela de contemplación?


Empezaremos diciendo que hay muchos cristianos que oran sin saberlo, y que viven la contemplación de modo inconsciente. Su vida de fe es sincera y profunda, su relación con Dios es constante e ininterrumpida. Va más allá de las palabras o del silencio. Viven la oración como un don gratuito del Espíritu Santo. Es algo espontáneo connatural a su vida de fe.


Pero también es cierto que hay cristianos que desconocen la necesidad vital de orar siempre y en todo lugar, o no saben cómo hacerlo, o no lo valoran porque no han tenido la ocasión de explicitar lo que viven en su corazón creyente.


Otros cristianos necesitan encontrar caminos para la expresión de su vida de fe, expresión que nace del hecho de creer y que, a su vez, alimenta la fe, y con ella la esperanza-confianza en Dios y el amor a los hermanos y al mismo Dios Padre.


Por otra parte se desconoce la posibilidad de vivir una vida de profunda contemplación. Es la oración profunda que se traduce en una actitud orante en la propia vida. Es la oración ininterrumpida del alma. Es un don del Espíritu Santo que lleva al creyente a orar desde el silencio que es fuente de comunión interior con el Señor.


Hemos de valorar la oportunidad que tenemos de ofrecer a los que sienten la llamada a la oración unas sendas y pasos seguros para vivirla a fondo, con una disponibilidad total y plena a la acción del Espíritu.





El primer paso consiste en encontrar el camino del propio corazón. Es en él donde se realiza el encuentro profundo de silencio y de amor con la Trinidad, encuentro que se nos da como don del Espíritu Santo: es la contemplación.


Dios está presente en la naturaleza y en la vida, Dios está en todo. Ahí comienza una primera posibilidad de oración. Es una forma de orar elemental pero imprescindible. A partir de esta presencia divina de inmensidad podemos decir que orar es vivir la presencia, ser conscientes de esta presencia amorosa del Padre en la vida. Oramos con la simplicidad que supone percibir a Dios presente en todo. En el silencio y desde el silencio nos comunicamos con Él, siempre presente, con su inmensidad de amor. Bastará decirnos: "Dios está en todo. Dios está en mí". Es una primera oración.


El Espíritu Santo, es quien invita al creyente a "cruzar" la puerta de la propia interioridad. Es importante destacar que no es fácil descubrir la necesidad de "cruzar" esta puerta. La vida tal como está planteada hoy, lleva al hombre a vivir volcado en las sensaciones exteriores, los ruidos, las prisas. Muchos hombres de hoy viven el desequilibrio que provoca este problema. Les cuesta encontrarse con su propio interior, tienen miedo a encontrarse con su propio silencio o con el "vacío" de la propia interioridad. Por ello la acción del Espíritu Santo invitando, o empujando, al creyente a caminar hacia el propio corazón es una gracia muy especial. Más aún, es una gracia necesaria e imprescindible. No es sólo un problema de tiempo o de descubrimiento de la necesidad de orar. El Espíritu Santo nos ayudará a vencer los miedos y la tentación de huir de nosotros mismos. No puede orar, aunque sea muy "rezador", quien no traspase esta puerta de la interioridad del corazón.