sábado, 15 de março de 2014

Papa Francisco aprueba cambio en la Misa para alentar devoción a San José.

 

Francisco aprueba cambio en la Misa para alentar devoción a San José
VATICANO, 19 Jun. 13 / 10:21 am (ACI/EWTN Noticias).-El Papa Francisco, a través de un decreto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, decidió realizar una pequeña modificación en las oraciones de la Misa para alentar la devoción a San José.
Concretamente, con esta modificación, el Santo Custodio será mencionado en las Plegarias Eucarísticas II, III y IV de la tercera edición típica del Misal Romano, colocándose después del nombre de la Virgen María.
El decreto "Paternas Vices", firmado por el Prefecto de la cita Congregación, Cardenal Antonio Cañizares y el Arzobispo secretario Arthur Roche, fechado el 1 de mayo de 2013, memoria de San José Obrero, manifiesta así la decisión de Benedicto XVI de acoger las numerosas peticiones recibidas desde muchos lugares, una decisión confirmada por su sucesor, el Papa Francisco.
"En la Iglesia Católica -dice el decreto- los fieles han manifestado siempre una devoción ininterrumpida a San José y han honrado solemne y constantemente la memoria del esposo castísimo de la Madre de Dios y Patrón celeste de toda la Iglesia, hasta el punto de que ya el beato Juan XXIII durante el Sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II decretó que se añadiera su nombre en el antiquísimo Canon Romano".
El texto señala luego que "el Sumo Pontífice Benedicto XVI acogió con benevolencia y aprobó los devotos deseos que llegaron por escrito procedentes de múltiples lugares, y que ahora ha confirmado el Sumo Pontífice Francisco, confirmando la plenitud de la comunión de los Santos que, en un tiempo peregrinos junto a nosotros en el mundo, nos conducen a Cristo y nos unen a Él".
"Por lo que respecta a los textos en lengua latina se utilizarán las fórmulas que desde ahora se declaran típicas. La misma Congregación se ocupará de las traducciones en las lenguas occidentales de mayor difusión; las que se redacten en otras lenguas tendrá que elaborarse, según las normas del derecho, por las respectivas Conferencias episcopales y confirmadas por la Sede Apostólica a través de este dicasterio".
En castellano las fórmulas son:
-En la Plegaria Eucarística II: "Con María, la Virgen Madre de Dios, su esposo San José, los apóstoles y..."
-En la Plegaria Eucarística III: "Con María, la Virgen Madre de Dios, su esposo San José, los apóstoles y los mártires...".
-En la Plegaria Eucarística IV: "Con María, la Virgen Madre de Dios, con su esposo San José, con los apóstoles y los santos..."

BEATO JUAN XXIII: SOBRE EL FOMENTO DE LA DEVOCIÓN A SAN JOSÉ


CARTA APOSTÓLICA
LE VOCI*
DEL SUMO PONTÍFICE
JUAN XXIII
AL EPISCOPADO Y FIELES DE TODO EL MUNDO
SOBRE EL FOMENTO DE LA DEVOCIÓN A SAN JOSÉ
¡Venerables hermanos y queridos hijos!
Las voces que desde todos los puntos de la tierra llegan hasta Nos, como expresión de alegre esperanza y deseos por el feliz éxito del Concilio. Ecuménico Vaticano II, impulsan siempre nuestro ánimo a sacar provecho de la buena disposición de tantos corazones sencillos y sinceros, que se vuelven con amable espontaneidad a implorar el auxilio divino para acrecentamiento del fervor religioso, clara orientación práctica en todo lo que la celebración conciliar supone y nos promete de incremento de la vida interior y social de la Iglesia y de renovación espiritual de todo el mundo.
Y he aquí que nos encontramos, con la aparición de la nueva primavera de este año y ante la proximidad de la Sagrada Liturgia Pascual, con la humilde y amable figura de San José, el augusto esposo de María, tan caro a la intimidad de las almas más sensibles a los atractivos de la ascética cristiana y de sus manifestaciones de piedad religiosa, contenidas y modestas, tanto más agradables y amables.
En el culto de la Santa Iglesia, Jesús, Verbo de Dios hecho hombre, pronto tuvo su adoración incomunicable como esplendor de la sustancia de su Padre, que resplandece en la gloria de los Santos. María, su madre, le siguió muy de cerca desde los primeros siglos en las representaciones de las catacumbas y basílicas, piadosamente venerada como sancta María mater Dei. En cambio, José, fuera de algún resplandor de su figura que aparece aquí o allá en los escritos de los Padres, permaneció durante siglos y siglos en su ocultamiento característico, casi como figura decorativa en el cuadro de la vida del Salvador. Y requirió tiempo antes de que su culto penetrase de los ojos al corazón de los fieles y de él sacasen especiales lecciones de oración y confiado abandono. Estas fueron las alegrías fervorosas reservadas a las efusiones de la edad moderna —¡qué abundantes e impresionantes!—, y entre ellas nos ha complacido especialmente fijarnos en un aspecto muy característico y significativo.
San José en los documentos de los Pontífices del siglo pasado
Entre los diferentes postulata que los Padres del Concilio Vaticano I, al reunirse en Roma (1869-1870), entregaron a Pío IX, los dos primeros se referían a San José. Ante todo se pedía que su culto ocupase un lugar más preeminente en la sagrada Liturgia; llevaba la firma de ciento cincuenta y tres obispos. El otro, suscrito por cuarenta y tres superiores generales de Órdenes religiosas, abogaba por la proclamación solemne de San José como Patrono de la Iglesia universal (Acta et Decreta Sacrorum Conciliorum recentiorum - Collectio Lacensis, tomo VII, colo. 856-857).
Pío IX
Pío IX acogió con alegría ambos deseos. Desde el comienzo de su pontificado (10 de diciembre de 1847) fijó la fiesta y rito del patrocinio de San José el domingo III después de Pascua. Ya desde 1854, en una vibrante y devota alocución, señaló a San José como la más segura esperanza de la Iglesia, después de la Santísima Virgen; y el 8 de diciembre de 1870, en el Concilio Vaticano, interrumpido por los acontecimientos políticos, aprovechó la feliz coincidencia de la fiesta de la Inmaculada para proclamar más solemne y oficialmente a San José como Patrono de la Iglesia universal y elevar la fiesta del 19 de marzo a rito doble de primera clase. (Decr. Quemadmodum Deus, 8 de diciembre de 1870; Acta Pii IX, P. M., t. 5, Roma 1873, p. 282.)
Fue aquél —el del 8 de diciembre de 1870— un breve pero gracioso y admirable Decreto "Urbi et Orbi" verdaderamente digno del Ad perpetuam rei memoríam que abrió un venero de riquísimas y preciosas inspiraciones a los Sucesores de Pío IX.
León XIII
Y he aquí, por cierto, al inmortal León XIII, que publica en la fiesta de la Asunción en 1889 la carta Quamquam pluries (Acta Leonis XIII P. M., Roma, 1880, p. 175-180), el documento más amplio y extenso que un Papa haya publicado nunca en honor del padre putativo de Jesús, ensalzado con su luz característica de modelo de padres de familia y de trabajadores. De aquí arranca la hermosa oración: «A ti, Bienaventurado San José», qué impregnó de tanta dulzura nuestra niñez.
San Pío X
El Santo Pontífice Pío X añadió a las manifestaciones del Papa León XIII otras muchas de devoción y amor a San José, aceptando gustosamente la dedicatoria, que le hizo, de un tratado que expone su culto (Epist, ad R. P. A Lepicier O. S. M., 12 de febrero de 1908; Acta Pii X, P. M., Roma, 1914,.p. 168-69); multiplicando el tesoro de las Indulgencias en la recitación de las Letanías, tan caras y dulces de recitar. ¡Qué bien suenan las palabras de esta concesión! "Sanctissimus Dominus Noster Pius Papa X inclytum patriarcham S. Joseph, divini Redemptoris, patrem putativum, Deiparae Virginis sponsum purissimum et catholicae Ecclesiae potentem apud Deum Patronum, —y observad su delicado sentimiento personal— cuius glorioso nomine a nativitate decoratur, peculiari atque constante religione ae pietate complectitur". (AAS. I [1909] p. 220), y las otras con que anunció el motivo de nuevas gracias concedidas: "ad augendum cultum erga S. Joseph, Ecelesiae universalis Patronum" (Decr. S. Congr. Rit. 24 iul. 1911; AAS. III [1911], p. 351).
Benedicto XV
Al estallar la primera gran guerra europea, mientras los ojos de Pío X se cerraban a la vida de este mundo, he aquí que surge providencialmente el Papa Benedicto XV y pasa como astro benéfico de consuelo universal por los años dolorosos de 1914 a 1918. También él se apresuró pronto a promover el culto del Santo Patriarca. En efecto, a él se debe la introducción de dos nuevos prefacios en el Canon de la Misa, precisamente el de San José y el de la Misa de Difuntos, uniendo ambos felizmente en dos decretos del mismo día, 9 de abril de 1919 (AAS. XI [1919], p. 190-191), como invitando a una unión y fusión de dolor y consuelo entre las dos familias: la celestial de Nazaret y la inmensa familia humana afligida por universal consternación por las innumerables víctimas de la guerra devastadora. ¡Qué triste pero al mismo tiempo qué dulce y feliz unión: San José por una parte y el "signifer sanctus Michaël" por otra, ambos en trance de presentar las almas de los difuntos al Señor "in lucem sanctam"!
Al año siguiente, 25 de julio de 1920, el Papa Benedicto XV volvía sobre el tema en el cincuenta aniversario, que se preparaba entonces, de la proclamación —que ya llevó a cabo Pío IX— de San José como Patrono de la Iglesia universal y volvió sobre ello iluminando con doctrina teológica con el Motu proprio Bonum sane (25 de julio de 1920; AAS, XII [1920], p. 313), que respiraba todo él amor y confianza singular. ¡Oh, cómo resplandece la humilde y benigna figura del Santo, que el pueblo cristiano invoca como protector de la Iglesia militante, en el momento mismo de brotar sus mejores energías espirituales e incluso de reconstrucción material después de tantas calamidades y como consuelo de tantos millones de víctimas humanas abocadas a la agonía y por las que el Papa Benedicto XV quiso recomendar a los Obispos y a las numerosas asociaciones piadosas esparcidas por el mundo implorasen la protección de San José, patrono de los moribundos!
Pío XI y Pío XII
Siguiendo las mismas huellas, que recomiendan la devoción al Santo Patriarca, los dos últimos Pontífices, Pío XI y Pío XII, ambos de cara y venerable memoria, continuaron con viva y edificante fidelidad evocando, exhortando y elevando.
Cuatro veces por lo menos Pío XI en alocuciones solemnes, al exponer la vida de nuevos Santos y con frecuencia en las fiestas anuales del 19 de marzo —por ejemplo en 1928 (Discursos de Pío XI, S. E. I. vol I, 1922-1928, p. 779-780) y luego en 1935 y aun en 1937— aprovechó la oportunidad para ensalzar los muchos ejemplos de que está adornada la fisonomía espiritual del Custodio de Jesús, del castísimo esposo de María, del piadoso y modesto obrero de Nazaret y patrono de la Iglesia universal, poderoso amparo en la defensa contra los esfuerzos del ateísmo mundial, que tiende a la ruina de las naciones cristianas.
También Pío XII, siguiendo a su antecesor, observó la misma línea e igual forma en numerosas alocuciones, siempre tan hermosas, vibrantes y acertadas; por ejemplo, cuando el 10 de abril de 1940 (Discursos y Radiomensajes de Pío XII, vol. II, p. 65-69) invitaba a los recién casados a ponerse bajo el manto seguro y suave del Esposo de María; y en 1945 (ibid., vol. VII, p. 5-10) invitaba a los afiliados a las Asociaciones Cristianas de trabajadores a honrarle como a sublime dechado e invicto defensor de sus filas; y diez años después, en 1955 (ibid., vol. XVII, p. 71-76 anunciaba la institución de la fiesta anual de San José Artesano. De hecho, esta fiesta, de tan reciente institución, fijada para el 1 de mayo, viene a suprimir la del miércoles de la segunda semana de Pascua, mientras que la fiesta tradicional del 19 de marzo marcará de ahora en adelante la fecha más solemne y definitiva del Patrocinio de San José sobre la Iglesia universal.
El mismo Padre Santo Pío XII se congratuló en adornar como con una preciosísima corona el pecho de San José con una fervorosa oración propuesta a la devoción de los sacerdotes y fieles de todo el mundo, enriqueciendo su recitación con copiosas indulgencias; una oración de carácter eminentemente profesional y social, como conviene a cuantos están sujetos a la ley del trabajo, que para todos es "ley de honor, de vida pacífica y santa, preludio de la felicidad inmortal". Entre otras cosas en ella se dice: "Sednos propicio, oh San José, en los momentos de prosperidad, cuando todo nos invita a gustar honradamente los frutos de nuestro esfuerzo, pero sednos propicio sobre todo y sostenednos en las horas de tristeza, cuando parece que el cielo se cierra sobre nosotros y hasta los instrumentos del trabajo parecen caerse de nuestras manos" (ibid. vol. XX, p. 535).
¡Venerables hermanos y queridos hijos! Estos recuerdos de historia y piedad religiosa nos pareció oportuno proponerlos a la devota consideración de vuestras almas formadas en la delicadeza del sentir y vivir cristiano y católico, justamente en esta coyuntura del 19 de marzo, en que la festividad de San José coincide con el comienzo del tiempo de Pasión y nos prepara a una intensa familiaridad con los misterios más conmovedores y saludables de la sagrada liturgia. Las prescripciones, que mandan velar las imágenes de Jesús Crucificado, de María y de los Santos durante las dos semanas que preparan la Pascua, son una invitación a un recogimiento íntimo y sagrado en las comunicaciones con el Señor por la oración, que debe ser meditación y súplica frecuente y viva. El Señor, la Virgen Bendita y los Santos esperan nuestras confidencias y es muy natural que éstas traten de lo que conviene mejor a las solicitudes de la Iglesia católica universal.
Expectación del Concilio Ecuménico
En el centro y en lugar preeminente de estas solicitudes está, sin duda, el Concilio Ecuménico Vaticano II, cuya expectación está ya en los corazones de cuantos creen en Jesús Redentor, pertenecen a la Iglesia Católica nuestra Madre o a alguna de las diferentes confesiones separadas de ella y también deseosas —como muchos quieren— de retornar a la unidad y a la paz, según las enseñanzas y oración de Cristo al Padre celestial. Es muy natural que esta evocación de las palabras de los Papas del siglo pasado esté encaminada a promover la cooperación del mundo católico en el feliz éxito del gran propósito de orden, elevación espiritual y de paz a que está llamado un Concilio Ecuménico.
El Concilio, al servicio de todas las almas
Todo es grande y digno de ser destacado en la Iglesia, tal y como la instituyó Jesús. En la celebración de un Concilio se reúnen en torno a los Padres las más distinguidas personalidades del mundo eclesiástico, que atesoran excelsos dones de doctrina teológica y jurídica, capacidad de organización y elevado espíritu apostólico. Esto es el Concilio: el Papa en la cumbre; en torno suyo y con él, los Cardenales, Obispos de todo rito y país, doctores y maestros competentísimos en los diferentes grados y especialidades.
Pero el Concilio está destinado a todo el pueblo cristiano, que está interesado en él por esa circulación más perfecta de gracia, de vitalidad cristiana que haga más fácil y expedita la adquisición de los bienes verdaderamente preciosos de la vida presente y asegure las riquezas de los siglos eternos.
Por eso, todos están interesados en el Concilio, eclesiásticos y seglares, grandes y pequeños de todas las partes del mundo, de todas las clases, razas y colores, y si se señala un protector celestial para impetrar de lo alto, en su preparación y desarrollo, esa virtus divina, que parece destinado a marcar una época en la historia de la Iglesia contemporánea, a ninguno de los celestiales patronos puede confiárselo mejor que a San José, cabeza augusta de la Familia de Nazaret y protector de la Santa Iglesia.
Escuchando de nuevo, como un eco, las palabras de los Papas de este último siglo de nuestra historia, como nos ocurre a Nos, ¡cómo nos conmueven todavía los acentos característicos de Pío XI, incluso por aquella manera suya reflexiva y tranquila de expresarse! Tales palabras nos vienen a las mientes precisamente de un discurso pronunciado el 19 de marzo de 1928 con una alusión que no supo, no quiso silenciar en honor de San José querido y bendito, como gustaba de invocarle.
"Es sugestivo —decía— contemplar de cerca y ver cómo resplandecen una junto a otra dos magníficas figuras unidas en los comienzos de la Iglesia: en primer lugar, San Juan Bautista, que se presenta desde el desierto unas veces con voz de trueno, otras con humilde afabilidad y otras como el león rugiente o como el amigo que goza de la gloria del esposo y ofrece a la faz del mundo la grandeza de su martirio. Luego, la robustísima figura de Pedro, que oye del Maestro divino las magnificas palabras: "Id y enseñad a todo el mundo", y a él personalmente: "Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia", misión grande, divinamente fastuosa y clamorosa."
Así habló Pío XI y luego prosiguió muy acertadamente: "Entre estos grandes personajes, entre estas dos misiones, he aquí que aparece la persona y la misión de San José, que pasa, en cambio, recogida, callada, como inadvertida e ignorada en la humildad, en el silencio; silencio que sólo debía romperse más tarde, silencio al que debía suceder el grito, verdaderamente fuerte, la voz y la gloria por los siglos" (Discursos de Pío XI, vol. I, p. 780).
Oh San José, invocado y venerado como protector del Concilio Ecuménico Vaticano II!
Aquí es donde deseamos llevaros, al enviaros esta Carta apostólica precisamente el 19 de marzo, cuando con la celebración de San José, Patrono de la Iglesia universal, vuestras almas podían sentirse movidas a mayor fervor por una participación más intensa de oración, ardiente y perseverante en las solicitudes de la Iglesia maestra y madre, docente y directora de este extraordinario acontecimiento del Concilio Ecuménico XXI y Vaticano II, del que se ocupa la prensa pública mundial con vivo interés y respetuosa atención.
Sabéis muy bien que se trabaja en la primera fase de la organización del Concilio con paz, actividad y consuelo. Por centenares se suceden en la Urbe prelados y eclesiásticos distinguidísimos, procedentes de todos los países del mundo, distribuidos en secciones diferentes y ordenadas, cada una entregada a su noble trabajo siguiendo las valiosas indicaciones contenidas en una serie de impresionantes obras que aportan el pensamiento, la experiencia, las sugerencias recogidas por la inteligencia, la sabiduría, el vibrante fervor apostólico de lo que constituye la verdadera riqueza de la Iglesia católica en el pasado, presente y futuro. El Concilio Ecuménico sólo exige para su realización y éxito luz de verdad y de gracia, disciplinado estudio y silencio, serena paz de las mentes y corazones. Esto por lo que toca a nuestra parte humana. De lo alto viene el auxilio divino que el pueblo cristiano debe pedir cooperando intensamente con la oración, con el esfuerzo de vida ejemplar que preludie y sea prueba de la disposición bien determinada por parte de cada uno de aplicar, después, las enseñanzas y directrices que serán proclamados al término feliz del gran acontecimiento que ahora lleva ya un camino prometedor y feliz.
¡Venerables` hermanos y queridos hijos! El pensamiento luminoso del Papa Pío XI del 19 de marzo de 1928 nos acompaña todavía. Aquí en Roma la sacrosanta Catedral de Letrán resplandece siempre con la gloria del Bautismo, pero en el templo máximo de San Pedro, donde se veneran preciosos recuerdos de toda la Cristiandad, también hay un altar para San José, y proponemos con fecha de hoy, 19 de marzo de 1961, que este altar de San José revista nuevo esplendor, más amplio y solemne, y sea el punto de convergencia y piedad religiosa para cada alma e innumerables muchedumbres. Bajo estas celestes bóvedas es donde se reunirán en torno a la Cabeza de la Iglesia las filas que componen el Colegio Apostólico provenientes de todos los puntos del orbe, incluso los más remotos, para el Concilio Ecuménico.
¡Oh San José! Aquí está tu puesto como Protector universalis Ecclesiae. Hemos querido ofrecerte a través de las palabras y documentos de nuestros inmediatos Predecesores del siglo pasado, de Pío IX a Pío XII, una corona de honor como eco de las muestras de afectuosa veneración que ya surgen de todas las naciones católicas y de todos los países de misión. Sé siempre nuestro protector. Que tu espíritu interior de paz, de silencio, de trabajo y oración, al servicio de la Santa Iglesia, nos vivifique siempre y alegre en unión con tu Esposa bendita, nuestra dulcísima e Inmaculada Madre, en el solidísimo y suave amor de Jesús, rey glorioso e inmortal de los siglos y de los pueblos. ¡Así sea!
Dado en Roma, junto a San Pedro, el 19 de marzo de 1961, tercer año de nuestra Pontificado.
IOANNES PP. XXIII
 

VENERÁVEL PAPA PIO XII: SOBRE OPINIÕES FALSAS QUE AMEAÇAM A DOUTRINA CATÓLICA



Munificentissimus Deus (1° de novembro de 1950)
[Inglês, Italiano, Latim, Português]
 
CARTA ENCÍCLICA
HUMANI GENERIS
DO SUMO PONTÍFICE
PAPA PIO XII

AOS VENERÁVEIS IRMÃOS
PATRIARCAS, PRIMAZES,
ARCEBISPOS E BISPOS
E OUTROS ORDINÁRIOS DO LUGAR
EM PAZ E COMUNHÃO
COM A SÉ APOSTÓLICA

SOBRE OPINIÕES FALSAS QUE
AMEAÇAM A DOUTRINA CATÓLICA


INTRODUÇÃO

1. As dissensões e erros do gênero humano em questões religiosas e morais têm sido sempre fonte e causa de intensa dor para todas as pessoas de boa vontade e, principalmente, para os filhos fiéis e sinceros da Igreja; mas, de maneira especial, o continuam sendo hoje em dia, quando vemos combatidos até os próprios princípios da cultura cristã.

2. Não é de admirar que haja constantemente discórdias e erros fora do redil de Cristo. Pois, embora possa realmente a razão humana com suas forças e sua luz natural chegar de forma absoluta ao conhecimento verdadeiro e certo de Deus, único e pessoal, que sustém e governa o mundo com sua providência, bem como ao conhecimento da lei natural, impressa pelo Criador em nossas almas, entretanto, não são poucos os obstáculos que impedem a razão de fazer uso eficaz e frutuoso dessa sua capacidade natural. De fato, as verdades que se referem a Deus e às relações entre os homens e Deus transcendem por completo a ordem dos seres sensíveis e, quando entram na prática da vida e a enformam, exigem o sacrifício e a abnegação própria. Ora, o entendimento humano encontra dificuldades na aquisição de tais verdades, já pela ação dos sentidos e da imaginação, já pelas más inclinações, nascidas do pecado original. Isso faz com que os homens, em semelhantes questões, facilmente se persuadam de ser falso e duvidoso o que não querem que seja verdadeiro.

3. Por isso deve-se defender que a revelação divina é moralmente necessária para que, mesmo no estado atual do gênero humano, todos possam conhecer com facilidade, com firme certeza e sem nenhum erro, as verdades religiosas e morais que não são por si inacessíveis à razão.[1]

4. Ademais, por vezes, pode a mente humana encontrar dificuldade mesmo para formar juízo certo sobre a credibilidade da fé católica, não obstante os múltiplos e admiráveis indícios externos ordenados por Deus para se poder provar certamente, por meio deles, a origem divina da religião cristã, exclusivamente com a luz da razão. Isso ocorre porque o homem, levado por preconceitos, ou instigado pelas paixões e pela má vontade, não só pode negar a evidência desses sinais externos, mas também resistir às inspirações sobrenaturais que Deus infunde em nossas almas.


I. FALSAS DOUTRINAS ATUALMENTE EM VOGA

5. Se olharmos para fora do redil de Cristo, facilmente descobriremos as principais direções que seguem não poucos dos homens de estudo. Uns admitem sem discrição nem prudência o sistema evolucionista, que até no próprio campo das ciências naturais não foi ainda indiscutivelmente provado, pretendendo que se deve estendê-lo à origem de todas as coisas, e com ousadia sustentam a hipótese monista e panteísta de um mundo submetido a perpétua evolução. Dessa hipótese se valem os comunistas para defender e propagar seu materialismo dialético e arrancar das almas toda noção de Deus.

6. As falsas afirmações de semelhante evolucionismo pelas quais se rechaça tudo o que é absoluto, firme e imutável, vieram abrir o caminho a uma moderna pseudo-filosofia que, em concorrência contra o idealismo, o imanentismo e o pragmatismo, foi denominada existencialismo, porque nega as essências imutáveis das coisas e não se preocupa mais senão com a "existência" de cada uma delas.

7. Existe igualmente um falso historicismo, que se atém só aos acontecimentos da vida humana e, tanto no campo da filosofia como no dos dogmas cristãos, destrói os fundamentos de toda verdade e lei absoluta.

8. Em meio a tanta confusão de opiniões nos é de algum consolo ao ver os que hoje, não raramente, abandonando as doutrinas do racionalismo em que haviam sido educados, desejam voltar aos mananciais da verdade revelada e reconhecer e professar a palavra de Deus conservada na Sagrada Escritura como fundamento da ciência sagrada. Contudo, ao mesmo tempo, lamentamos que não poucos desses, quanto mais firmemente aderem à palavra de Deus, tanto mais rebaixam o valor da razão humana; e quanto mais entusiasticamente enaltecem a autoridade de Deus revelador, tanto mais asperamente desprezam o magistério da Igreja, instituído por nosso Senhor Jesus Cristo para defender e interpretar as verdades reveladas. Esse modo de proceder não só está em contradição aberta com a Sagrada Escritura, como ainda pela experiência se mostra equívoco. Tanto é assim que os próprios "dissidentes" com freqüência se lamentam publicamente da discórdia que entre eles reina em questões dogmáticas, a tal ponto que se vêem obrigados a confessar a necessidade de um magistério vivo.


II. INFILTRAÇÃO DESSES ERROS NO PENSAMENTO CATÓLICO

9. Os teólogos e filósofos católicos, que têm o grave encargo de defender e imprimir nas almas dos homens as verdades divinas e humanas, não devem ignorar nem desatender essas opiniões que, mais ou menos, se apartam do reto caminho. Pelo contrário, é necessário que as conheçam bem; pois não se podem curar as enfermidades antes de serem bem conhecidas; ademais, nas mesmas falsas afirmações se oculta por vezes um pouco de verdade; e, por fim, essas opiniões falsas incitam a mente a investigar e ponderar com maior diligência algumas verdades filosóficas ou teológicas.

10. Se nossos filósofos e teólogos somente procurassem tirar esse fruto daquelas doutrinas, estudando-as com cautela, não teria motivo para intervir o magistério da Igreja. Embora saibamos que os doutores católicos em geral evitam contaminar-se com tais erros, consta-nos, entretanto, que não faltam hoje os que, como nos tempos apostólicos, amando a novidade mais do que o devido e também temendo que os tenham por ignorantes dos progressos da ciência, intentam subtrair-se à direção do sagrado Magistério e, por esse motivo, acham-se no perigo de apartar-se insensivelmente da verdade revelada e fazer cair a outros consigo no erra.

11. Existe também outro perigo, que é tanto mais grave quanto se oculta sob a capa de virtude. Muitos, deplorando a discórdia do gênero humano e a confusão reinante nas inteligências dos homens e guiados por imprudente zelo das almas, sentem-se levados por interno impulso e ardente desejo a romper as barreiras que separam entre si as pessoas boas e honradas; e propugnam uma espécie de "irenismo" que, passando por alto as questões que dividem os homens, se propõe não somente a combater em união de forças contra o ateísmo avassalaste, senão também a reconciliar opiniões contrárias, mesmo no campo dogmático. E, como houve antigamente os que se perguntavam se a apologética tradicional da Igreja constituía mais impedimento do que ajuda para ganhar almas a Cristo, assim também não faltam agora os que se atreveram a propor seriamente a dúvida de que talvez seja conveniente não só aperfeiçoar mas também reformar completamente a teologia e o método que atualmente, com aprovação eclesiástica, se emprega no ensino teológico, a fim de que se propague mais eficazmente o reino de Cristo em todo o mundo, entre os homens de todas as civilizações e de todas as opiniões religiosas.

12. Se tais propugnadores não pretendessem mais do que acomodar, com alguma renovação, o ensino eclesiástico e seus métodos às condições e necessidades atuais, não haveria quase nada que temer; contudo, alguns deles, arrebatados por imprudente "irenismo", parecem considerar como óbice para restabelecer a unidade fraterna justamente aquilo que se fundamenta nas próprias leis e princípios legados por Cristo e nas instituições por ele fundadas, ou o que constitui a defesa e o sustentáculo da integridade da fé, com a queda do qual se uniriam todas as coisas, sim, mas somente na comum ruína.

13. Os que, ou por repreensível desejo de novidade, ou por algum motivo louvável, propugnam essas novas opiniões, nem sempre as propõem com a mesma intensidade, nem com a mesma clareza, nem com idênticos termos, nem sempre com unanimidade de pareceres; o que hoje ensinam alguns mais encobertamente, com certas cautelas e distinções, outros mais audazes propalarão amanhã abertamente e sem limitações, com escândalo de muitos, em especial do clero jovem, e com detrimento da autoridade eclesiástica. Mais cautelosamente é costume tratar dessas matérias nos livros que são postos à publicidade, já com maior liberdade se fala nos folhetos distribuídos privadamente e nas conferências e reuniões. E não se divulgam somente estas doutrinas entre os membros de um e outro clero, nos seminários e institutos religiosos, mas também entre os seculares, principalmente aqueles que se dedicam ao ensino da juventude.


III. CONSEQÜÊNCIAS

1. Desprezo da teologia escolástica

14. Quanto à teologia, o que alguns pretendem é diminuir o mais possível o significado dos dogmas e libertá­los da maneira de exprimi-los já tradicional na Igreja, e dos conceitos filosóficos usados pelos doutores católicos, a fim de voltar, na exposição da doutrina católica, às expressões empregadas pela Sagrada Escritura e pelos santos Padres. Esperam que, desse modo, o dogma, despojado de elementos que chamam extrínsecos à revelação divina, possa comparar-se frutuosamente com as opiniões dogmáticas dos que estão separados da unidade da Igreja, e que, por esse caminho, se chegue pouco a pouco à assimilação do dogma católico e das opiniões dos dissidentes.

15. Reduzindo a doutrina católica a tais condições, crêem que se abre também o caminho para obter, segundo exigem as necessidades atuais, que o dogma seja formulado com as categorias da filosofia moderna, quer se trate do imanentismo, ou do idealismo, ou do existencialismo, ou de qualquer outro sistema. Alguns mais audazes afirmam que isso se pode e se deve fazer também em virtude de que, segundo eles, os mistérios da fé nunca se podem expressar por conceitos plenamente verdadeiros, mas só por conceitos aproximativos e que mudam continuamente, por meio dos quais a verdade se indica, é certo, mas também necessariamente se desfigura. Por isso não pensam ser absurdo, mas antes, pelo contrário, crêem ser de todo necessário que a teologia, conforme os diversos sistemas filosóficos que no decurso do tempo lhe servem de instrumento, vá substituindo os antigos conceitos por outros novos; de sorte que, de maneiras diversas e até certo ponto opostas, porém, segundo eles, equivalentes, faça humanas aquelas verdades divinas. Acrescentam que a história dos dogmas consiste em expor as várias formas que sucessivamente foi tomando a verdade revelada, de acordo com as várias doutrinas e opiniões que através dos séculos foram aparecendo.

16. Pelo que foi dito é evidente que tais esforços não somente levam ao relativismo dogmático, mas já de fato o contém, pois o desprezo da doutrina tradicional e de sua terminologia favorece tal relativismo e o fomenta. Ninguém ignora que os termos empregados, tanto no ensino da teologia como pelo próprio magistério da Igreja, para expressar tais conceitos podem ser aperfeiçoados e enriquecidos. É sabido também que a Igreja não foi sempre constante no uso dos mesmos termos. Ademais, é evidente que a Igreja não se pode ligar a qualquer efêmero sistema filosófico; entretanto, as noções e os termos que os doutores católicos, com geral aprovação, foram compondo durante o espaço de vários séculos para chegar a obter alguma inteligência do dogma não se assentam, sem dúvida, sobre bases tão escorregadias. Fundam-se realmente em princípios e noções deduzidas do verdadeiro conhecimento das coisas criadas; dedução realizada à luz da verdade revelada, que, por meio da Igreja, iluminava, como uma estrela, a mente humana. Por isso, não há que admirar terem sido algumas dessas noções não só empregadas mas também sancionadas por concílios ecumênicos; de sorte que não é lícito apartar-se delas.

17. Abandonar, pois, ou repelir, ou negar valor a tantas e tão importantes noções e expressões que homens de talento e santidade não comuns, com esforço multissecular, sob a vigilância do sagrado magistério e com a luz e guia do Espírito Santo, conceberam, expressaram e aperfeiçoaram para exprimir as verdades da fé cada vez com maior exatidão, e substituí-las por noções hipotéticas e expressões flutuantes e vagas de uma filosofia moderna que, assim como a flor do campo, hoje existe e amanhã cairá, não só é de suma imprudência, mas também converte o dogma numa cana agitada pelo vento. O desprezo dos termos e noções que os teólogos escolásticos costumam empregar leva naturalmente a abalar a teologia especulativa, a qual, por fundar-se em razões teológicas, eles julgam carecer de verdadeira certeza.

2. Desprezo do magistério da Igreja

18. Desgraçadamente, esses amigos de novidades facilmente passam do desprezo da teologia escolástica ao pouco caso e até mesmo ao desprezo do próprio magistério da Igreja, que tanto prestígio tem dado com a sua autoridade àquela teologia. Apresentam este magistério como empecilho ao progresso e obstáculo à ciência; e já existem acatólicos que o consideram como freio injusto, que impede alguns teólogos mais cultos de renovar a teologia. Embora este sagrado magistério, em questões de fé e moral, deva ser para todo teólogo a norma próxima e universal da verdade (visto que a ele confiou nosso Senhor Jesus Cristo a guarda, a defesa e a interpretação do depósito da fé, ou seja, das Sagradas Escrituras e da Tradição divina), contudo, por vezes se ignora, como se não existisse, a obrigação que têm todos os fiéis de fugir mesmo daqueles erros que se aproximam mais ou menos da heresia e, portanto, de observar também as constituições e decretos em que a Santa Sé proscreveu e proibiu tais falsas opiniões. [2] Alguns há que de propósito desconhecem tudo quanto os sumos pontífices expuseram nas encíclicas sobre o caráter e a constituição da Igreja, a fim de fazer prevalecer um conceito vago, que eles professam e dizem ter tirado dos antigos Padres, principalmente dos gregos. Os sumos pontífices, dizem eles, não querem dirimir questões disputadas entre os teólogos; e, assim, cumpre voltar às fontes primitivas e explicar com os escritos dos antigos as modernas constituições e decretos do magistério.

19. Esse modo de falar pode parecer eloqüente, mas não carece de falácia. Pois é verdade que os romanos pontífices em geral concedem liberdade aos teólogos nas questões controvertidas entre os mais acreditados doutores; porém, a história ensina que muitas questões que antes eram objeto de livre discussão já não podem ser discutidas.

20. Nem se deve crer que os ensinamentos das encíclicas não exijam, por si, assentimento, sob alegação de que os sumos pontífices não exercem nelas o supremo poder de seu magistério. Entretanto, tais ensinamentos provêm do magistério ordinário, para o qual valem também aquelas palavras: "Quem vos ouve a mim ouve" (Lc 10, 16); e, na maioria das vezes, o que é proposto e inculcado nas encíclicas, já por outras razões pertence ao patrimônio da doutrina católica. E, se os romanos pontífices em suas constituições pronunciam de caso pensado uma sentença em matéria controvertida, é evidente que, segundo a intenção e vontade dos mesmos pontífices, essa questão já não pode ser tida como objeto de livre discussão entre os teólogos.

21. Também é verdade que os teólogos devem sempre voltar às fontes da revelação; pois, a eles cabe indicar de que maneira "se encontra, explícita ou implicitamente" na Sagrada Escritura e na divina Tradição o que ensina o magistério vivo. Ademais, ambas as fontes da doutrina revelada contêm tantos e tão sublimes tesouros de verdade que nunca realmente se esgotarão. Por isso, com o estudo das fontes sagradas rejuvenescem continuamente as sagradas ciências; ao passo que, pelo contrário, a especulação que deixa de investigar o depósito da fé se torna estéril, como vemos pela experiência. Entretanto, isto não autoriza a fazer da teologia, mesmo da chamada positiva, uma ciência meramente histórica. Pois, junto com as sagradas fontes, Deus deu à sua Igreja o magistério vivo para esclarecer também e salientar o que no depósito da fé não se acha senão obscura e como que implicitamente. E o divino Redentor não confiou a interpretação autêntica desse depósito a cada um dos fiéis, nem mesmo aos teólogos, mas exclusivamente ao magistério da Igreja. Se a Igreja exerce esse múnus (como o tem feito com freqüência no decurso dos séculos pelo exercício, quer ordinário, quer extraordinário desse mesmo ofício), é evidentemente falso o método que pretende explicar o claro pelo obscuro; antes, pelo contrário, faz-se mister que todos sigam a ordem inversa. Eis porque nosso predecessor de imortal memória, Pio IX, ao ensinar que é dever nobilíssimo da teologia mostrar como uma doutrina definida pela Igreja está contida nas fontes, não sem grave motivo acrescentou aquelas palavras; "com o mesmo sentido com o qual foi definida pela Igreja".[3]

3. Desprezo das Sagradas Escrituras

22. Voltando às novas teorias de que acima tratamos, alguns há que propõem ou insinuam nos ânimos muitas opiniões que diminuem a autoridade divina da Sagrada Escritura. Pois atrevem-se a adulterar o sentido das palavras com que o concílio Vaticano define que Deus é o autor da Sagrada Escritura, e renovam uma teoria já muitas vezes condenada, segundo a qual a inerrância da Sagrada Escritura se estende unicamente aos textos que tratam de Deus mesmo, ou da religião, ou da moral. Ainda mais, sem razão falam de um sentido humano da Bíblia, sob o qual se oculta o sentido divino, que é, segundo eles, o único infalível. Na interpretação da Sagrada Escritura não querem levar em consideração a analogia da fé nem a tradição da Igreja; de modo que a doutrina dos santos Padres e do Sagrado magistério deveria ser aferida por aquela das Sagradas Escrituras explicadas pelos exegetas de modo puramente humano; o que seria preferível a expor a sagrada Escritura conforme a mente da Igreja, que foi constituída por nosso Senhor Jesus Cristo guarda e intérprete de todo o depósito das verdades reveladas.

23. Além disso, o sentido literal da Sagrada Escritura e sua exposição, que tantos e tão exímios exegetas, sob a vigilância da Igreja, elaboraram, deve ceder lugar, segundo essas falsas opiniões, a uma nova exegese a que chamam simbólica ou espiritual; por meio dela, os livros do Antigo Testamento, que seriam atualmente na Igreja uma fonte fechada e oculta, se abririam finalmente para todos. Dessa maneira, afirmam, desaparecerão todas as dificuldades que somente encontram os que se atêm ao sentido literal das Escrituras.

24. Todos vêem quanto se afastam essas opiniões dos princípios e normas de hermenêutica justamente estabelecidos por nossos predecessores de feliz memória, Leão XIII, na encíclica Providentissimus, e Bento XV, na encíclica Spiritus Paraclitus, e também por nós mesmo, na encíclica Divino Afflante Spiritu.

4 . Erros subseqüentes

25. E não há que admirar terem essas novidades produzido frutos venenosos em quase todos os capítulos da teologia. Põe-se em dúvida que a razão humana, sem o auxílio da divina revelação e da graça divina, possa demonstrar a existência de Deus pessoal, com argumentos tirados das coisas criadas; nega-se que o mundo tenha tido princípio e afirma-se que a criação do mundo é necessária, pois procede da necessária liberalidade do amor divino; nega-se também a Deus a presciência eterna e infalível das ações livres dos homens; opiniões de todo contrárias às declarações do concílio Vaticano.[4]

26. Alguns também põem em discussão se os anjos são pessoas; e se a matéria difere essencialmente do espírito. Outros desvirtuam o conceito de gratuidade da ordem sobrenatural, sustentando que Deus não pode criar seres inteligentes sem ordená-los e chamá-los à visão beatífica. E não só isso, mas, ainda, passando por cima das definições do concílio de Trento, destrói-se o conceito de pecado original juntamente com o de pecado em geral, como ofensa a Deus, e também o da satisfação que Cristo ofereceu por nós. Nem faltam os que defendem que a doutrina da transubstanciação, baseada como está num conceito filosófico já antiquado de substância, deve ser corrigida; de maneira que a presença real de Cristo na santíssima eucaristia se reduza a um simbolismo, no qual as espécies consagradas não são mais do que sinais externos da presença espiritual de Cristo e de sua união íntima com os féis, membros seus no corpo místico.

27. Alguns não se consideram obrigados a abraçar a doutrina que há poucos anos expusemos numa encíclica e que está fundamentada nas fontes da revelação, segundo a qual o corpo místico de Cristo e a Igreja católica romana são uma mesma coisa.[5] Outros reduzem a uma fórmula vã a necessidade de pertencer à Igreja verdadeira para conseguir a salvação eterna. E outros, malmente, não admitem o caráter racional da credibilidade da fé cristã.

28. Sabemos que esses e outros erros semelhantes serpenteiam entre alguns filhos nossos, desviados pelo zelo imprudente ou pela falsa ciência; e nos vemos obrigado a repetir-lhes, com tristeza, verdades conhecidíssimas e erros manifestos, e a indicar-lhes, não sem ansiedade, os perigos de erro a que se expõem.

5. Desprezo da filosofia escolástica

29. É coisa sabida o quanto estima a Igreja a humana razão, à qual compete demonstrar com certeza a existência de Deus único e pessoal, comprovar invencivelmente os fundamentos da própria fé cristã por meio de suas notas divinas, expressar de maneira conveniente a lei que o Criador imprimiu nas almas dos homens, e, por fim, alcançar algum conhecimento, por certo frutuosíssimo, dos mistérios.[6] Mas a razão somente poderá exercer tal oficio de modo apto e seguro se tiver sido cultivada convenientemente, isto é, se houver sido nutrida com aquela sã filosofia, que é já como que um patrimônio herdado das precedentes gerações cristãs e que por conseguinte goza de uma autoridade de ordem superior, porquanto o próprio Magistério da Igreja utilizou os seus princípios e os seus fundamentais assertos, manifestados e definidos lentamente por homens de grande talento, para comprovar a mesma revelação divina. Essa filosofia, reconhecida e aceita pela Igreja, defende o verdadeiro e reto valor do conhecimento humano, os inconcussos princípios metafísicos, a saber, os da razão suficiente, causalidade e finalidade, e a posse da verdade certa e imutável.

30. É verdade que em tal filosofia se expõem muitas coisas que, nem direta, nem indiretamente, se referem à fé ou aos costumes, e que, por isso mesmo, a Igreja deixa à livre disputa dos peritos; entretanto, em outras muitas não existe tal liberdade, principalmente no que diz respeito aos princípios e aos fundamentais assertos que há pouco recordamos. Mesmo nessas questões fundamentais pode-se revestir a filosofia com mais aptas e ricas vestes, reforçá-la com mais eficazes expressões, despojá-la de certos modos escolares menos adequados, enriquecê-la com cautela com certos elementos do progressivo pensamento humano; contudo, jamais é licito derrubá-la ou contaminá-la com falsos princípios, ou estimá-la como um grande monumento, mas já fora de moda. Pois a verdade e sua expressão filosófica não podem mudar com o tempo, principalmente quando se trata dos princípios que a mente humana conhece por si mesmos, ou daqueles juízos que se apóiam tanto na sabedoria dos séculos como no consenso e fundamento da revelação divina. Qualquer verdade que a mente humana, procurando com retidão, descobre não pode estar em contradição com outra verdade já alcançada, pois Deus, verdade suprema, criou e rege a humana inteligência, de tal modo que não opõe cada dia novas verdades às já adquiridas, mas, apartados os erros que porventura se tiverem introduzido, edifica a verdade sobre a verdade, de forma tão ordenada e orgânica como vemos estar constituída a própria natureza da qual se extrai a verdade. Por esse motivo o cristão, seja filósofo, seja teólogo, não abraça apressada e levianamente qualquer novidade que no decurso do tempo se proponha, mas deve sopesá-la com suma diligência e submetê-la a justo exame a fim de que não venha perder a verdade já adquirida ou a corrompa, com grave perigo e detrimento da mesma fé.

31. Se tudo quanto expusemos for bem considerado, facilmente se compreenderá porque a Igreja exige que os futuros sacerdotes sejam instruídos nas disciplinas filosóficas, segundo o método, a doutrina e os princípios do Doutor Angélico,[7] visto que, através da experiência de muitos séculos, conhece perfeitamente que o método e o sistema do Aquinate se distinguem por seu valor singular, tanto para a educação dos jovens quanto para a investigação das mais recônditas verdades, e que sua doutrina está afinada como que em uníssono com a divina revelação e é eficacíssima para assegurar os fundamentos da fé e para recolher de modo útil e seguro os frutos do são progresso.[8]

32. E, pois, altamente deplorável que hoje em dia desprezem alguns a filosofia que a Igreja aceitou e aprovou, e que, imprudentemente, a tachem de antiquada em suas formas e racionalística, como dizem, em seus processos. Pois afirmam que essa nossa filosofa defende erroneamente a possibilidade de uma metafísica absolutamente verdadeira, ao passo que eles sustentam, contrariamente, que as verdades, principalmente as transcendentes, só podem ser expressas por doutrinas divergentes que mutuamente se completam, embora pareçam opor-se entre si. Pelo que, concedem que a filosofia ensinada em nossas escolas, com a lúcida exposição e solução dos problemas, com a exata precisão de conceitos e com as claras distinções, pode ser conveniente preparação ao estudo da teologia, como de fato o foi adaptando-se perfeitamente à mentalidade medieval; crêem, porém, que não é o método que corresponde à cultura e às necessidades modernas. Acrescentam, ainda, que a filosofia perene é só a filosofia das essências imutáveis, enquanto a mente moderna deve considerar a "existência" de cada um dos seres e a vida em sua fluência contínua. E, ao desprezarem esta filosofia, enaltecem outras, antigas ou modernas, orientais ou ocidentais, de forma tal a parecer insinuar que toda filosofia ou doutrina opinável, com o acréscimo de algumas correções ou complementos, se for necessário, harmonizar-se-á com o dogma católico; o que nenhum fiel pode duvidar seja de todo falso, principalmente quando se trata dos errôneos sistemas chamados imanentismo, ou idealismo, ou materialismo, seja histórico, seja dialético, ou também existencialismo, tanto no caso de defender o ateísmo, quanto no de impugnar o valor do raciocínio metafísico.

33. Por fim, acusam a filosofia ensinada em nossas escolas do defeito de atender só à inteligência no processo do conhecimento, sem levar em conta o papel da vontade e dos sentimentos. O que certamente não é verdade; de fato, a filosofia cristã jamais negou a utilidade e a eficácia das boas disposições de toda alma para conhecer e abraçar plenamente os princípios religiosos e morais; ainda mais, sempre ensinou que a falta de tais disposições pode ser a causa de que o entendimento, sufocado pelas paixões e pela má vontade, se obscureça a ponto de não mais ver como convém. E o Doutor Comum crê que o entendimento é capaz de perceber de certo modo os mais altos bens correspondentes à ordem moral, tanto natural como sobrenatural, enquanto experimentar no íntimo certa afetiva "conaturalidade" com esses mesmos bens, seja ela natural, seja fruto da graça; [9] e claro está quanto esse conhecimento, por assim dizer, subconsciente, ajuda as investigações da razão. Porém, uma coisa é reconhecer a força dos sentimentos para auxiliar a razão a alcançar conhecimento mais certo e mais seguro das realidades morais, e outra o que intentam esses inovadores, isto é, atribuir às faculdades volitiva e afetiva certo poder de intuição, e afirmar que o homem, quando, pelo exercício da razão, não pode discernir o que deva abraçar como verdadeiro, recorra à vontade, mediante a qual escolherá livremente entre as opiniões opostas, com inaceitável mistura de conhecimento e de vontade.

34. Nem há que admirar se ponham em perigo, com essas novas opiniões, as duas disciplinas filosóficas que, pela sua própria natureza, estão estreitamente relacionadas com a doutrina católica, a saber, a teodicéia e a ética, cuja função acreditam não seja demonstrar coisa alguma acerca de Deus ou de qualquer outro ser transcendente, mas antes mostrar que os ensinamentos da fé sobre Deus, ser pessoal, e seus preceitos, estão inteiramente de acordo com as necessidades da vida e que por isso mesmo todos devem aceitá-los para evitar a desesperação e obter a salvação eterna; tudo isso está em oposição aberta aos documentos de nossos predecessores Leão XIII e Pio X e não se pode conciliar com os decretos do concílio Vaticano. Não haveria, certamente, tais desvios da verdade que deplorar se também no terreno filosófico todos olhassem com a devida reverência ao magistério da Igreja, ao qual compete, por divina instituição, não só custodiar e interpretar o depósito da verdade revelada, mas também vigiar sobre as disciplinas filosóficas para que os dogmas católicos não sofram dano algum da parte das opiniões não corretas.

6. Erros relativos a certas ciências positivas

35. Resta-nos agora dizer algo acerca de algumas questões que, embora pertençam às disciplinas a que é costume chamar positivas, entretanto, se entrelaçam mais ou menos com as verdades da fé cristã. Não poucos rogam insistentemente que a religião católica tenha em máxima conta a tais ciências; o que é certamente digno de louvor quando se trata de fatos na realidade demonstrados, mas que hão de admitir-se com cautela quando se trata de hipóteses, ainda que de algum modo apoiadas na ciência humana, que tocam a doutrina contida na sagrada Escritura ou na tradição. Se tais conjecturas opináveis se opõem direta ou indiretamente à doutrina que Deus revelou, então esses postulados não se podem admitir de modo algum.

36. Por isso o magistério da Igreja não proíbe que nas investigações e disputas entre homens doutos de ambos os campos se trate da doutrina do evolucionismo, que busca a origem do corpo humano em matéria viva preexistente (pois a fé nos obriga a reter que as almas são diretamente criadas por Deus), segundo o estágio atual das ciências humanas e da sagrada teologia, de modo que as razões de uma e outra opinião, isto é, dos que defendem ou impugnam tal doutrina, sejam ponderadas e julgadas com a devida gravidade, moderação e comedimento, contanto que todos estejam dispostos a obedecer ao ditame da Igreja, a quem Cristo conferiu o encargo de interpretar autenticamente as Sagradas Escrituras e de defender os dogmas da fé.[10] Porém, certas pessoas, ultrapassam com temerária audácia essa liberdade de discussão, agindo como se a própria origem do corpo humano a partir de matéria viva preexistente fosse já certa e absolutamente demonstrada pelos indícios até agora achados e pelos raciocínios neles baseados, e como se nada houvesse nas fontes da revelação que exigisse a máxima moderação e cautela nessa matéria.

37. Mas, tratando-se de outra hipótese, isto é, a do poligenismo, os filhos da Igreja não gozam da mesma liberdade, pois os fiéis cristãos não podem abraçar a teoria de que depois de Adão tenha havido na terra verdadeiros homens não procedentes do mesmo protoparente por geração natural, ou, ainda, que Adão signifique o conjunto dos primeiros pais; já que não se vê claro de que modo tal afirmação pode harmonizar-se com o que as fontes da verdade revelada e os documentos do magistério da Igreja ensinam acerca do pecado original, que procede do pecado verdadeiramente cometido por um só Adão e que, transmitindo-se a todos os homens pela geração, é próprio de cada um deles.[11]

38. Da mesma forma que nas ciências biológicas e antropológicas, há alguns que também nas históricas ultrapassam audazmente os limites e cautelas estabelecidos pela Igreja. De modo particular, é deplorável a maneira extraordinariamente livre de interpretar os livros históricos do Antigo Testamento. Os fautores dessa tendência, para defender a sua causa, invocam indevidamente a carta que há não muito tempo a Comissão Pontifícia para os estudos bíblicos enviou ao arcebispo de Paris.[12] Essa carta adverte claramente que os onze primeiros capítulos do Gênesis, embora não concordem propriamente com o método histórico usado pelos exímios historiadores greco-latinos e modernos, não obstante, pertencem ao gênero histórico em sentido verdadeiro, que os exegetas hão de investigar e precisar; e que os mesmos capítulos, com estilo singelo e figurado, acomodado à mente do povo pouco culto, contêm as verdades principais e fundamentais em que se apóia a nossa própria salvação, bem como uma descrição popular da origem do gênero humano e do povo escolhido. Mas, se os antigos hagiógrafos tomaram alguma coisa das tradições populares (o que se pode certamente conceder), nunca se deve esquecer que eles assim agiram ajudados pelo sopro da divina inspiração, a qual os tornava imunes de todo erro ao escolher e julgar aqueles documentos.

39. Todavia, o que se inseriu na Sagrada Escritura tirado das narrações populares, de modo algum deve comparar-se com as mitologias e outras narrações de tal gênero, as quais procedem mais de uma ilimitada imaginação do que daquele amor à simplicidade e à verdade que tanto resplandece nos livros do Antigo Testamento, a tal ponto que os nossos hagiógrafos devem ser tidos neste particular como claramente superiores aos antigos escritores profanos.


IV. DIRETRIZES

40. Sabemos, é verdade, que a maior parte dos doutores católicos, que com sumo proveito trabalham nas universidades, nos seminários e nos colégios religiosos, estão muito longe desses erros que hoje aberta e ocultamente se divulgam, ou por certo afã de novidades, ou por imoderado desejo de apostolado. Porém, sabemos também que tais opiniões novas podem atrair os incautos, e, por isso mesmo, preferimos nos opor aos começos do que oferecer remédio a uma enfermidade inveterada.

41. Pelo que, depois de meditar e considerar largamente diante do Senhor, para não faltar ao nosso sagrado dever, mandamos aos bispos e aos superiores religiosos, onerando gravissimamente suas consciências, que com a máxima diligência procurem que, nem nas classes, nem nas reuniões, nem em escritos de qualquer gênero, se exponham tais opiniões de modo algum, nem aos clérigos, nem aos fiéis cristãos.

42. Saibam quantos ensinam em institutos eclesiásticos que não poderão em consciência exercer o oficio de ensinar, que lhes foi comado, se não receberem religiosamente as normas que temos dado e se não as cumprirem escrupulosamente na formação dos discípulos. E procurem infundir nas mentes e nos corações dos mesmos aquela reverência e obediência que eles próprios em seu assíduo labor devem professar ao magistério da Igreja.

43. Esforcem-se com todo o alento e emulação por fazer avançar as ciências que professam; mas, evitem também ultrapassar os limites por nós estabelecidos para salvaguardar a verdade da fé e da doutrina católica. Às novas questões que a moderna cultura e o progresso do tempo suscitaram, apliquem sua mais diligente investigação, entretanto, com a conveniente prudência e cautela; e, finalmente, não creiam, cedendo a um falso "irenismo", que os dissidentes e os que estão no erro possam ser atraídos com pleno êxito, a não ser que a verdade íntegra que está viva na Igreja seja ensinada por todos sinceramente, sem corrupção nem diminuição alguma.


V. CONCLUSÃO

44. Fundados nessa esperança, que vossa pastoral solicitude ainda aumentará, concedemos, de todo o coração, como penhor dos dons celestiais e em sinal de nossa paterna benevolência, a todos vós, veneráveis irmãos, a vosso clero e a vosso povo, a bênção apostólica.

Dado em Roma, junto de São Pedro, no dia 12 de agosto de 1950, ano XII de nosso pontificado.


PIO PP. XII


Notas
[1] Conc. Vat. I, Const. Dei Filius de Fide Cath., c. 2, "De revelatione".
[2] CIC, cân.1324; cf. Conc. Vat. I, Const. Dei Filius, de Fide cath., c. 4, "De fide et ratione", post canones.
[3] Pio IX, Inter gravissimas, de 28 de outubro de 1870, Pio IX P.M. Acta, vol. V, p. 260.
[4] Cf. Conc.Vat. I, Const. Dei Filius de fide cath., c. l, "De Deo rerum omnium creatore".
[5] Cf. Carta. Enc. Mystici Corporis Christi, AAS 35(1943), p.193ss.
[6] Cf. Conc. Vat. I, Const. Dei Filius de fide cath., c. 4 "De fide et ratione".
[7] CIC, cân.1366, § 2.
[8] AAS 38 (1946), p. 387.
[9] Cf. S. Tomás, Summa Theol, II-II, q. l, a. 4 ad 3; q. 45, a. 2, in c.
[10] Cf. Aloc. Pont. aos membros da Academia das Ciências, 30 nov 1941; AAS, 33(1941), p. 506.

[11] Cf. Rm 5, 12-19; Conc. Trid., sess. V, cân. l - 4.

[12] Dia 16 de janeiro de 1948, AAS 40(1948), pp. 45-48.
 

sexta-feira, 14 de março de 2014

“Guía para prepararse convenientemente a la celebración litúrgica de la Misa Tridentina : los ritos y cada una de las oraciones tienen una interesantísima historia, una profunda significación mística y espiritual.

Autor: Fraternidad Sacerdotal San Pedro | Fuente: Una Voce Sevilla
Aprender a celebrar la Misa Tridentina
Dirigido a los sacerdotes de lengua española que desean disponer de una “guía” para prepararse convenientemente a la celebración litúrgica
Aprender a celebrar la Misa Tridentina
Aprender a celebrar la Misa Tridentina
CEREMONIAS DE LA MISA REZADA
SEGUN EL RITO ROMANO en su FORMA EXTRAORDINARIA


POR UN SACERDOTE DE LA FRATERNIDAD SACERDOTAL SAN PEDRO (FSSP)

CUM PERMISSU SUPERIORUM
Datum ex aedibus Fraternitatis Sacerdotalis Sancti Petri
Friburgi Helvetiae, die 19 mensis Septembris, A.D. 2007
Dr. Patrick du FAY de CHOISINET
Vicarius generalis


INTRODUCCIÓN

Omnia autem honeste et secundum ordinem fiant
( I Cor. 14, 40 )

La celebración de la santa Misa según el rito romano en su forma extraordinaria no es algo que pueda improvisarse. Si se ha alabado con frecuencia el enriquecimiento aportado al misal romano por la reforma de Paulo VI en lo que concierne al número de lecturas y oraciones, también es cierto que el misal romano anterior a dicha reforma es mucho más rico en lo que concierne a los gestos rituales, determinados en lo esencial tanto por el ritus servandus in celebratione Missae como por el Ordo Missae contenidos en dicho misal.

Para aquellos sacerdotes que deseen beneficiar de la posibilidad de celebrar según dicha forma del rito romano, de acuerdo con lo establecido por S.S. el Papa Benedicto XVI en el motu proprio Summorum Pontificum, se impone pues un aprendizaje y un “entrenamiento” si quieren celebrar con el mayor fruto posible.

Las páginas que siguen se dirigen por tanto, de manera principal, a los sacerdotes de lengua española que desean disponer de una “guía” para prepararse convenientemente a la celebración litúrgica. Espero, sin embargo, que ellas sean útiles también a los fieles laicos interesados en la práctica litúrgica así como a aquellos que, en los seminarios, se preparan para llegar al sacerdocio.

La finalidad que he perseguido redactando este texto ha sido la de ofrecer un compendio de reglas eminentemente prácticas. Es evidente que cada uno de los ritos y cada una de las oraciones que vamos a enumerar en las páginas que siguen, tienen una interesantísima historia, la mayor parte de las veces más que milenaria, y una profunda significación mística y espiritual. Sin embargo es obvio que el carácter y la extensión de este trabajo me impiden adentrarme por esos horizontes casi infinitos.

No se desanime el lector si una primera lectura le deja la impresión de quedar abrumado por tantas reglas y tantos detalles. La mejor manera de sacar fruto de este texto es la de irlo leyendo por partes, tratando cada vez de comprender y retener todos los detalles para, inmediatamente después, ponerlos en práctica. No dude pues el sacerdote en « ensayar » las diferentes partes de la misa. A fuerza de repetir los mismos movimientos, un hábito termina por crearse, un cierto “automatismo” que hará que los movimientos y los gestos que al principio parecían complicados y arduos de aprender terminen siendo como naturales. En efecto, la naturalidad en la celebración es la finalidad de todo el aprendizaje. “Hay que conocer perfectamente las rúbricas para poder desembarazarse de ellas”. Así expresaba un sacerdote, de forma “castiza”, la misma idea.

La naturalidad en la celebración se opone a la improvisación. El sacerdote que llega ante el altar sin preparación práctica corre el riesgo de sentirse tremendamente embarazado. Cosas que a primera vista parecen evidentes no lo son tanto cuando se ven más de cerca. ¿Cómo pongo las manos? ¿Donde pongo el cáliz? ¿Qué hago con el corporal? etc. Un previo entrenamiento teórico y práctico (sobre todo si puede hacerse bajo la dirección de alguien experimentado) aportará al sacerdote la pericia necesaria para ejecutar las ceremonias del culto sin embarazo ni improvisación. Tengamos en cuenta que las reglas litúrgicas son en su gran mayoría el fruto de la experiencia centenaria e incluso milenaria de las generaciones que nos precedieron. ¿Por qué no aprovechar un tal tesoro de experiencia, que la Iglesia ha atesorado durante siglos y que ahora nos ofrece?

Escritas con algo de prisa, en la intención de difundirlas con ocasión de la entrada en vigor del motu proprio Summorum Pontificum, es bien probable que encierren estas páginas errores u omisiones, por los cuales me disculpo de antemano y pido al amable lector de ponerme al corriente de ellos, si buenamente puede.
El autor.


ÍNDICE

I. LAS CEREMONIAS DE LA MISA REZADA


II. PARTICULARIDADES DE LA MISA DE REQUIEM

III. MODO DE SERVIR (AYUDAR) LA MISA REZADA


* * * * * * * * * * * *


NOTA
Lo esencial de este trabajo proviene del Ritus servandus y del Ordo Missae del Missale Romanum edición de 1962 así como de múltiples decretos de la S.C. de ritos. Sin embargo cantidad de precisiones y de detalles han sido extraídos de las obras de eminentes rubricistas como Baldeschi, Merati, de Herdt, Mach-Ferreres, Haegy y otros. No he citado las fuentes en cada ocasión para no volver la lectura demasiado trabajosa y porque además este trabajo no tiene ninguna pretensión “científica”.


Consulte al P. Pedro Rgz. Ocampo acerca de la Misa Tridentina

Videos explicativos de cómo celebrar la Misa Tridentina

CARTA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI A LOS OBISPOS SOBRE EL USO DE LA LITURGIA ROMANA ANTERIOR A LA REFORMA EFECTUADA EN 1970

 

Pope-Francis-2
  • Pope Francis, A Surgery Update, and “What Takes Me...
  • Fotos de la visita de S. S. Francisco PP. I a la b...
  • This afternoon, the Holy Father Francis celebrated...
  • Les 114 Cardinaux électeurs, ainsi que les conclav...
  • El Santo Padre Francisco ha celebrado esta tarde a...
  • Papa Francisco celebra com os Cardeais na Capela S...
  • ESCRITOS del Cardenal Jorge Mario Bergoglio ,hoy P...
  • MISSA GREGORIANA EM PORTUGAL SAÚDA O NOVO PONTIFIC...
  • HABEMUS PAPAM ! DEO GRATIAS! POPE FRANCIS I
  • WRITINGS OF St. Gregory the Great
  • Today is the Feast of St. Gregory the Great. San ...
  • DIFUSÃO DA MISSA GREGORIANA NO MUNDO
  • Oraciones por el próximo Cónclave para la elecció...
  • LMS Mass in Westminster Cathedral for Election of ...
  • EL BEATO JUAN PABLO II HABLA SOBRE EL TERCER SECRE...
  • EXPLICAÇÃO DA SANTA MISSA pe. Martinho de Cochem
  • DIFUSÃO DA MISSA GREGORIANA NO MUNDO
  • Msgr. John Esseff Building a Kingdom of Love - T...
  • The Mystical Body Shares in the Passion of Jesus C...
  • Mary : Do not be surprised that I have prepared my...
  • GESÙ : IO susciterò un papa per tutte le nazioni. ...
  • CARTA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI A LOS OBISPOS ...
  • LETTERA SULLA VITA CONTEMPLATIVA. La riscoperta, o...
  • Bento XVI considera que a recuperação da prática d...
  • BENTO XVI Esta certeza — Deus é a nosso favor, e n...
  • ENTREVISTA CON ALICE VON HILDEBRAND
  • Ordenaciones en Alemania y Francia
  • VIDEO INTEGRALE BENTO XVI Também nós, com o dom do...
  • Il cardinale che ama la fede simbolica e il potere...
  • Lo Spirito Santo e il prossimo Conclave di Roberto...
  • IL TEOLOGO DON MAURO GAGLIARDI E LA POSITIVITÀ DEL...
  • La comunione dei Santi nella partecipazione alla L...
  • O que os Santos dizem sobre a Missa
  • A comunhão dos santos - Santa Teresinha do Menino ...
  • Comunhão dos Santos na Missa
  • Tendo em vista o “Processo de Autodemolição” e a “...
  • El Secretario General del Gobierno de la Ciudad de...

  • CARTA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI A LOS OBISPOS QUE ACOMPAÑA LA CARTA APOSTÓLICA "MOTU PROPRIO DATA" SUMMORUM PONTIFICUM SOBRE EL USO DE LA LITURGIA ROMANA ANTERIOR A LA REFORMA EFECTUADA EN 1970





    AntonMariaPanico.jpg



    Queridos Hermanos en el Episcopado:
    Con gran confianza y esperanza pongo en vuestras manos de Pastores el texto de una nueva Carta Apostólica “Motu Proprio data” sobre el uso de la liturgia romana anterior a la reforma efectuada en 1970. El documento es fruto de largas reflexiones, múltiples consultas y de oración.
    Noticias y juicios hechos sin información suficiente han creado no poca confusión. Se han dado reacciones muy divergentes, que van desde una aceptación con alegría a una oposición dura, a un proyecto cuyo contenido en realidad no se conocía.
    A este documento se contraponían más directamente dos temores, que quisiera afrontar un poco más de cerca en esta carta.
    MessedeSaintGrgoire-1.jpg picture by kking_8888
    En primer lugar existe el temor de que se menoscabe la Autoridad del Concilio Vaticano II y de que una de sus decisiones esenciales – la reforma litúrgica – se ponga en duda. Este temor es infundado. Al respecto, es necesario afirmar en primer lugar que el Misal, publicado por Pablo VI y reeditado después en dos ediciones sucesivas por Juan Pablo II, obviamente es y permanece la Forma normal – la Forma ordinaria – de la Liturgia Eucarística. La última redacción del Missale Romanum, anterior al Concilio, que fue publicada con la autoridad del Papa Juan XXIII en 1962 y utilizada durante el Concilio, podrá, en cambio, ser utilizada como Forma extraordinaria de la Celebración litúrgica. Non es apropiado hablar de estas dos redacciones del Misal Romano como si fueran “dos Ritos”. Se trata, más bien, de un doble uso del mismo y único Rito.
    purg1.jpg picture by 
kking888
    Por lo que se refiere al uso del Misal de 1962, como Forma extraordinaria de la Liturgia de la Misa, quisiera llamar la atención sobre el hecho de que este Misal no ha sido nunca jurídicamente abrogado y, por consiguiente, en principio, ha quedado siempre permitido. En el momento de la introducción del nuevo Misal, no pareció necesario emitir normas propias para el posible uso del Misal anterior. Probablemente se supuso que se trataría de pocos casos singulares que podrían resolverse, caso por caso, en cada lugar. Después, en cambio, se demostró pronto que no pocos permanecían fuertemente ligados a este uso del Rito romano que, desde la infancia, se les había hecho familiar. Esto sucedió, sobre todo, en los Países en los que el movimiento litúrgico había dado a muchas personas una notable formación litúrgica y una profunda e íntima familiaridad con la
    Forma anterior de la Celebración litúrgica. Todos sabemos que, en el movimiento guiado por el Arzobispo Lefebvre, la fidelidad al Misal antiguo llegó a ser un signo distintivo externo; pero las razones de la ruptura que de aquí nacía se encontraban más en profundidad.

    Muchas personas que aceptaban claramente el carácter vinculante del Concilio Vaticano II y que eran fieles al Papa y a los Obispos, deseaban no obstante reencontrar la forma, querida para ellos, de la sagrada Liturgia. Esto sucedió sobre todo porque en muchos lugares no se celebraba de una manera fiel a las prescripciones del nuevo Misal, sino que éste llegó a entenderse como una autorización e incluso como una obligación a la creatividad, lo cual llevó a menudo a deformaciones de la Liturgia al límite de lo soportable. Hablo por experiencia porque he vivido también yo aquel periodo con todas sus expectativas y confusiones. Y he visto hasta qué punto han sido profundamente heridas por las deformaciones arbitrarias de la Liturgia personas que estaban totalmente radicadas en la fe de la Iglesia.

    El Papa Juan Pablo II se vio por tanto obligado a ofrecer con el Motu Proprio “Ecclesia Dei” del 2 de julio de 1988, un cuadro normativo para el uso del Misal de 1962, pero que no contenía prescripciones detalladas sino que apelaba, en modo más general, a la generosidad de los Obispos
    respecto a las “justas aspiraciones” de aquellos fieles que pedían este uso del Rito romano. En aquel momento el Papa quería ayudar de este modo sobre todo a la Fraternidad San Pío X a reencontrar la plena unidad con el Sucesor de Pedro, intentando curar una herida que era sentida cada vez con más dolor. Por desgracia esta reconciliación hasta ahora no se ha logrado; sin embargo una serie de comunidades han utilizado con gratitud las posibilidades de este Motu Proprio.

    Permanece difícil, en cambio, la cuestión del uso del Misal de 1962 fuera de estos grupos, para los cuales faltaban normas jurídicas precisas, sobre todo porque a menudo los Obispos en estos casos temían que la autoridad del Concilio fuera puesta en duda. Enseguida después del Concilio Vaticano II se podía suponer que la petición del uso del Misal de 1962 se limitaría a la generación más anciana que había crecido con él, pero desde entonces se ha visto claramente que también personas jóvenes descubren esta forma litúrgica, se sienten atraídos por ella y encuentran en la misma una forma, particularmente adecuada para ellos, de encuentro con el Misterio de la Santísima Eucaristía. Así ha surgido la necesidad de un reglamento jurídico más claro que, en tiempos del Motu Proprio de 1988 no era previsible; estas Normas pretenden también liberar a los Obispos de tener que valorar siempre de nuevo cómo responder a las diversas situaciones.

    En segundo lugar, en las discusiones sobre el esperado Motu Proprio, se expresó el temor de que una más amplia posibilidad de uso del Misal de 1962 podría llevar a desórdenes e incluso a divisiones en las comunidades parroquiales. Tampoco este temor me parece realmente fundado. El uso del Misal antiguo presupone un cierto nivel de formación litúrgica y un acceso a la lengua latina; tanto uno como otro no se encuentran tan a menudo. Ya con estos presupuestos concretos se ve claramente que el nuevo Misal permanecerá, ciertamente, la Forma ordinaria del Rito Romano, no sólo por la normativa jurídica sino por la situación real en que se encuentran las comunidades de fieles.

    Es verdad que no faltan exageraciones y algunas veces aspectos sociales indebidamente vinculados a la actitud de los fieles que siguen la antigua tradición litúrgica latina. Vuestra caridad y prudencia pastoral serán estímulo y guía para un perfeccionamiento. Por lo demás, las dos Formas del uso del Rito romano pueden enriquecerse mutuamente: en el Misal antiguo se podrán y deberán inserir nuevos santos y algunos de los nuevos prefacios. La Comisión “Ecclesia Dei”, en contacto con los diversos entes locales dedicados al usus antiquior, estudiará las posibilidades prácticas. En la celebración de la Misa según el Misal de Pablo VI se podrá manifestar, en un modo más intenso de cuanto se ha hecho a menudo hasta ahora, aquella sacralidad que atrae a muchos hacia el uso antiguo. La garantía más segura para que el Misal de Pablo VI pueda unir a las comunidades parroquiales y sea amado por ellas consiste en celebrar con gran reverencia de acuerdo con las prescripciones; esto hace visible la riqueza espiritual y la profundidad teológica de este Misal.

    De este modo he llegado a la razón positiva que me ha motivado a poner al día mediante este Motu Proprio el de 1988. Se trata de llegar a una reconciliación interna en el seno de la Iglesia. Mirando al pasado, a las divisiones que a lo largo de los siglos han desgarrado el Cuerpo de Cristo, se tiene continuamente la impresión de que en momentos críticos en los que la división estaba naciendo, no se ha hecho lo suficiente por parte de los responsables de la Iglesia para conservar o conquistar la reconciliación y la unidad; se tiene la impresión de que las omisiones de la Iglesia han tenido su parte de culpa en el hecho de que estas divisiones hayan podido consolidarse. Esta mirada al pasado nos impone hoy una obligación: hacer todos los esfuerzos para que a todos aquellos que tienen verdaderamente el deseo de la unidad se les haga posible permanecer en esta unidad o reencontrarla de nuevo. Me viene a la mente una frase de la segunda carta a los Corintios donde Pablo escribe: “Corintios, os hemos hablado con toda franqueza; nuestro corazón se ha abierto de par en par. No está cerrado nuestro corazón para vosotros; los vuestros sí que lo están para nosotros. Correspondednos; ... abríos también vosotros” (2 Cor 6,11-13).

    Pablo lo dice ciertamente en otro contexto, pero su invitación puede y debe tocarnos a nosotros, justamente en este tema. Abramos generosamente nuestro corazón y dejemos entrar todo a lo que la fe misma ofrece espacio.
    No hay ninguna contradicción entre una y otra edición del Missale Romanum. En la historia de la Liturgia hay crecimiento y progreso pero ninguna ruptura. Lo que para las generaciones anteriores era sagrado, también para nosotros permanece sagrado y grande y no puede ser improvisamente totalmente prohibido o incluso perjudicial. Nos hace bien a todos conservar las riquezas que han crecido en la fe y en la oración de la Iglesia y de darles el justo puesto. Obviamente para vivir la plena comunión tampoco los sacerdotes de las Comunidades que siguen el uso antiguo pueden, en principio, excluir la celebración según los libros nuevos. En efecto, no sería coherente con el reconocimiento del valor y de la santidad del nuevo rito la exclusión total del mismo

    En conclusión, queridos Hermanos, quiero de todo corazón subrayar que estas nuevas normas no disminuyen de ningún modo vuestra autoridad y responsabilidad ni sobre la liturgia, ni sobre la pastoral de vuestros fieles. Cada Obispo, en efecto es el moderador de la liturgia en la propia diócesis (cfr. Sacrosanctum Concilium, n. 22: “Sacrae Liturgiae moderatio ab Ecclessiae auctoritate unice pendet quae quidem est apud Apostolicam Sedem et, ad normam iuris, apud Episcoporum”).
    Por tanto, no se quita nada a la autoridad del Obispo cuyo papel será siempre el de vigilar para que todo se desarrolle con paz y serenidad. Si surgiera algún problema que el párroco no pueda resolver, el Ordinario local podrá siempre intervenir, pero en total armonía con cuanto establecido por las nuevas normas del Motu Proprio.
    Además os invito, queridos Hermanos, a escribir a la Santa Sede un informe sobre vuestras experiencias tres años después de que entre en vigor este Motu Proprio. Si vinieran a la luz dificultades serias se buscarían vías para encontrar el remedio.

    Queridos Hermanos, con ánimo agradecido y confiado, confío a vuestro corazón de Pastores estas páginas y las normas del Motu Prorpio. Recordemos siempre las palabras que el Apóstol Pablo dirigió a los presbíteros de Efeso “Tened cuidado de vosotros y de toda la grey, en medio de la cual os ha puesto el Espíritu Santo como vigilantes para pastorear la Iglesia de Dios, que él se adquirió con la sangre de su propio Hijo” (Hechos 20,28).
    Confío a la potente intercesión de María, Madre de la Iglesia, estas nuevas normas e imparto de corazón mi Bendición Apostólica a Vosotros, queridos Hermanos, a los párrocos de vuestras diócesis y a todos los sacerdotes, vuestros colaboradores, así como a todos vuestros fieles.
    Dado en San Pedro, el 7 de Julio 2007.

    BENEDICTUS PP. XVI
    © Copyright 2007 - Libreria Editrice Vaticana


    CARTA APOSTÓLICA

    EN FORMA DE MOTU PROPRIO

    BENEDICTO XVI

    "Los sumos pontífices hasta nuestros días se preocuparon constantemente porque la Iglesia de Cristo ofreciese a la Divina Majestad un culto digno de "alabanza y gloria de Su nombre" y "del bien de toda su Santa Iglesia".

    "Desde tiempo inmemorable, como también para el futuro, es necesario mantener el principio según el cual, "cada Iglesia particular debe concordar con la Iglesia universal, no solo en cuanto a la doctrina de la fe y a los signos sacramentales, sino también respecto a los usos universalmente aceptados de la ininterrumpida tradición apostólica, que deben observarse no solo para evitar errores, sino también para transmitir la integridad de la fe, para que la ley de la oración de la Iglesia corresponda a su ley de fe". (1)


    "Entre los pontífices que tuvieron esa preocupación resalta el nombre de San Gregorio Magno, que hizo todo lo posible para que a los nuevos pueblos de Europa se transmitiera tanto la fe católica como los tesoros del culto y de la cultura acumulados por los romanos en los siglos precedentes. Ordenó que fuera definida y conservada la forma de la sagrada Liturgia, relativa tanto al Sacrificio de la Misa como al Oficio Divino, en el modo en que se celebraba en la Urbe. Promovió con la máxima atención la difusión de los monjes y monjas que, actuando según la regla de San Benito, siempre junto al anuncio del Evangelio ejemplificaron con su vida la saludable máxima de la Regla: "Nada se anticipe a la obra de Dios" (cap.43). De esa forma la Sagrada Liturgia, celebrada según el uso romano, enriqueció no solamente la fe y la piedad, sino también la cultura de muchas poblaciones. Consta efectivamente que la liturgia latina de la Iglesia en sus varias formas, en todos los siglos de la era cristiana, ha impulsado en la vida espiritual a numerosos santos y ha reforzado a tantos pueblos en la virtud de la religión y ha fecundado su piedad".



    "Muchos otros pontífices romanos, en el transcurso de los siglos, mostraron particular solicitud porque la sacra Liturgia manifestase de la forma más eficaz esta tarea: entre ellos destaca San Pío V, que sostenido de gran celo pastoral, tras la exhortación de Concilio de Trento, renovó todo el culto de la Iglesia, revisó la edición de los libros litúrgicos enmendados y "renovados según la norma de los Padres" y los dio en uso a la Iglesia Latina" .

    "Entre los libros litúrgicos del Rito romano resalta el Misal Romano, que se desarrolló en la ciudad de Roma, y que, poco a poco, con el transcurso de los siglos, tomó formas que tienen gran semejanza con las vigentes en tiempos más recientes".


    "Fue éste el objetivo que persiguieron los Pontífices Romanos en el curso de los siguientes siglos, asegurando la actualización o definiendo los ritos y libros litúrgicos, y después, al inicio de este siglo, emprendiendo una reforma general"(2). Así actuaron nuestros predecesores Clemente VIII, Urbano VIII, san Pío X (3), Benedicto XV, Pío XII y el beato Juan XXIII.



    "En tiempos recientes, el Concilio Vaticano II expresó el deseo de que la debida y respetuosa reverencia respecto al culto divino, se renovase de nuevo y se adaptase a las necesidades de nuestra época. Movido de este deseo, nuestro predecesor, el Sumo Pontífice Pablo VI, aprobó en 1970 para la Iglesia latina los libros litúrgicos reformados, y en parte, renovados. Éstos, traducidos a las diversas lenguas del mundo, fueron acogidos de buen grado por los obispos, sacerdotes y fieles. Juan Pablo II revisó la tercera edición típica del Misal Romano. Así los Pontífices Romanos han actuado "para que esta especie de edificio litúrgico (...) apareciese nuevamente esplendoroso por dignidad y armonía" (4).



    "En algunas regiones, sin embargo, no pocos fieles adhirieron y siguen adhiriendo con mucho amor y afecto a las anteriores formas litúrgicas, que habían embebido tan profundamente su cultura y su espíritu, que el Sumo Pontífice Juan Pablo II, movido por la preocupación pastoral respecto a estos fieles, en el año 1984, con el indulto especial "Quattuor abhinc annos", emitido por la Congregación para el Culto Divino, concedió la facultad de usar el Misal Romano editado por el beato Juan XXIII en el año 1962; más tarde, en el año 1988, con la Carta Apostólica "Ecclesia Dei", dada en forma de Motu proprio, Juan Pablo II exhortó a los obispos a utilizar amplia y generosamente esta facultad a favor de todos los fieles que lo solicitasen".

    "Después de la consideración por parte de nuestro predecesor Juan Pablo II de las insistentes peticiones de estos fieles, después de haber escuchado a los Padres Cardenales en el consistorio del 22 de marzo de 2006, tras haber reflexionado profundamente sobre cada uno de los aspectos de la cuestión, invocado al Espíritu Santo y contando con la ayuda de Dios, con las presentes Cartas Apostólicas establecemos lo siguiente:


    Art. 1.- El Misal Romano promulgado por Pablo VI es la expresión ordinaria de la "Lex orandi" ("Ley de la oración"), de la Iglesia católica de rito latino. No obstante el Misal Romano promulgado por San Pío V y nuevamente por el beato Juan XXIII debe considerarse como expresión extraordinaria de la misma "Lex orandi" y gozar del respeto debido por su uso venerable y antiguo. Estas dos expresiones de la "Lex orandi" de la Iglesia no llevarán
    de forma alguna a una división de la "Lex credendi" ("Ley de la fe") de la Iglesia; son, de hecho, dos usos del único rito romano.

    Por eso es lícito celebrar el Sacrificio de la Misa según la edición típica del Misal Romano promulgado por el beato Juan XXIII en 1962, que no se ha abrogado nunca, como forma extraordinaria de la Liturgia de la Iglesia. Las condiciones para el uso de este misal establecidas en los documentos anteriores "Quattuor abhinc annis" y "Ecclesia Dei", se sustituirán como se establece a continuación:



    Art. 2.- En las Misas celebradas sin el pueblo, todo sacerdote católico de rito latino, tanto secular como religioso, puede utilizar sea el Misal Romano editado por el beato Papa Juan XXIII en 1962 que el Misal Romano promulgado por el Papa Pablo VI en 1970, en cualquier día, exceptuado el Triduo Sacro. Para dicha celebración siguiendo uno u otro misal, el sacerdote no necesita ningún permiso, ni de la Sede Apostólica ni de su Ordinario.

    Art. 3.- Las comunidades de los institutos de vida consagrada y de las Sociedades de vida apostólica, de derecho tanto pontificio como diocesano, que deseen celebrar la Santa Misa según la edición del Misal Romano promulgado en 1962 en la celebración conventual o "comunitaria" en sus oratorios propios, pueden hacerlo. Si una sola comunidad o un entero Instituto o Sociedad quiere llevar a cabo dichas celebraciones a menudo o habitualmente o permanentemente, la decisión compete a los Superiores mayores según las normas del derecho y según las reglas y los estatutos particulares.


    Art 4.- A la celebración de la Santa Misa, a la que se refiere el artículo 2, también pueden ser admitidos -observadas las normas del derecho- los fieles que lo pidan voluntariamente.




    Art.5. §1.- En las parroquias, donde haya un grupo estable de fieles adherentes a la precedente tradición litúrgica, el párroco acogerá de buen grado su petición de celebrar la Santa Misa según el rito del Misal Romano editado en 1962. Debe procurar que el bien de estos fieles se armonice con la atención pastoral ordinaria de la parroquia, bajo la guía del obispo como establece el can. 392 evitando la discordia y favoreciendo la unidad de toda la Iglesia.
    § 2.-La celebración según el Misal del beato Juan XXIII puede tener lugar en día ferial; los domingos y las festividades puede haber también una celebración de ese tipo.
    § 3.- El párroco permita también a los fieles y sacerdotes que lo soliciten la celebración en esta forma extraordinaria en circunstancias particulares, como matrimonios, exequias o celebraciones ocasionales, como por ejemplo las peregrinaciones.
    § 4.- Los sacerdotes que utilicen el Misal del beato Juan XXIII deben ser idóneos y no tener ningún impedimento jurídico.
    § 5.- En las iglesias que no son parroquiales ni conventuales, es competencia del Rector conceder la licencia más arriba citada.



    Art.6. En las misas celebradas con el pueblo según el Misal del Beato Juan XXIII, las lecturas pueden ser proclamadas también en la lengua vernácula, usando ediciones reconocidas por la Sede Apostólica.

    Art.7. Si un grupo de fieles laicos, como los citados en el art. 5, §1, no ha obtenido satisfacción a sus peticiones por parte del párroco, informe al obispo diocesano. Se invita vivamente al obispo a satisfacer su deseo. Si no puede proveer a esta celebración, el asunto se remita a la Pontificia Comisión "Ecclesia Dei".

    Art. 8. El obispo, que desea responder a estas peticiones de los fieles laicos, pero que por diferentes causas no puede hacerlo, puede indicarlo a la Comisión "Ecclesia Dei" para que le aconseje y le ayude.

    Art. 9. §1. El párroco, tras haber considerado todo atentamente, puede conceder la licencia para usar el ritual precedente en la administración de los sacramentos del Bautismo, del Matrimonio, de la Penitencia y de la Unción de Enfermos, si lo requiere el bien de las almas.
    §2. A los ordinarios se concede la facultad de celebrar el sacramento de la Confirmación usando el precedente Pontifical Romano, siempre que lo requiera el bien de las almas.
    §3. A los clérigos constituidos "in sacris" es lícito usar el Breviario Romano promulgado por el Beato Juan XXIII en 1962


    Art. 10. El ordinario del lugar, si lo considera oportuno, puede erigir una parroquia personal según la norma del canon 518 para las celebraciones con la forma antigua del rito romano, o nombrar un capellán, observadas las normas del derecho.

    Art. 11. La Pontificia Comisión "Ecclesia Dei", erigida por Juan Pablo II en 1988, sigue ejercitando su misión. Esta Comisión debe tener la forma, y cumplir las tareas y las normas que el Romano Pontífice quiera atribuirle.

    Art. 12. La misma Comisión, además de las facultades de las que ya goza, ejercitará la autoridad de la Santa Sede vigilando sobre la observancia y aplicación de estas disposiciones.

    Todo cuanto hemos establecido con estas Cartas Apostólicas en forma de Motu Proprio, ordenamos que se considere "establecido y decretado" y que se observe desde el 14 de septiembre de este año, fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, pese a lo que pueda haber en contrario.

    Dado en Roma, en San Pedro, el 7 de julio de 2007, tercer año de mi Pontificado.


    NOTAS

    (1) Ordinamento generale del Messale Romano 3ª ed. 2002, n.937
    (2) JUAN PABLO II, Lett. ap. Vicesimus quintus annus, 4 dicembre 1988, 3: AAS 81 (1989), 899
    (3) Ibid. JUAN PABLO II, Lett. ap. Vicesimus quintus annus, 4 dicembre 1988, 3: AAS 81 (1989), 899
    (4) S. PIO X, Lett. ap. Motu propio data, Abhinc duos annos, 23 ottobre 1913: AAS 5 (1913), 449-450; cfr JUAN PABLO II lett. ap. Vicesimus quintus annus, n. 3: AAS 81 (1989), 899
    (5) Cfr IOANNES PAULUS II, Lett. ap. Motu proprio data Ecclesia Dei, 2 luglio 1988, 6: AAS 80 (1988), 1498