domingo, 22 de setembro de 2019

DON DIVO BARSOTTI : DOCTRINA EUCARISTICA DE SAN PABLO DE LA CRUZ

DOCTRINA EUCARISTICA DE SAN PABLO DE LA CRUZ
a) Mediación del Verbo encarnado
Los maestros de la teología y de la mística cristiana serán siempre el apóstol Pablo y el evangelista Juan: su enseñanza está garantizada por la inspiración divina y se impone a quien desee profundizar teológicamente el misterio. En ellos no es separable el conocimiento de la experiencia. Por lo demás ¿cómo se podría
hacer desde el momento en que la experiencia humana supone el
conocimiento y el conocimiento es en orden a la vida? El divorcio que se ha  lamentado en los pasados siglos entre teología y vida espiritual comprometió la vida de la_ teología y muy frecuentemente empobreció la espiritualidad; pero, como es verdad lo que decía Evagrio: "No es teólogo quien no ora", es verdad que el Santo es siempre alguien cuya experiencia supone un íntimo y con frecuencia profundo conocimiento del Misterio. No nos propone tan sólo un modelo que imitar sino que nos comunica un mensaje doctrinal y la teología está llamada a reflexionar sobre el mismo.

La gran experiencia mística de San Pablo de la Cruz nos comunica este mensaje; debemos acogerlo nosotros y descubrir su riqueza doctrinal y teológica. Contó con maestros; la reacción espontónea ante su enseñanza es la nota que antes que ninguna otra cosa llama la atención de quien desee estudiarle. La mística retorna en él a las fuentes inspiradas. Más que a los místicos alemanes, excepto quizá Suso, más que los místicos carmelitas, más que San Francisco de Sales, San Pablo de la Cruz conoce y vive, en su experiencia mística, la mediación del Verbo encarnado. En esto permanece
fiel a la gran tradición de las mística italiana, si bien no parece inspirarse directamente en San Francisco y San Buenaventura, en Santa Catalina de Siena y en las místicas florentinas, Catalina de Ricci y Santa María Magdaleza de Pazzis. De hecho la mística cristiana, más que en una antropología que tiene su fundamento en el versículo del Génesis (32), tiene su fundamento en el bautismo que nos íngerta en Cristo. La gracia bautismal es el principio dinámico de toda la vida sobrenatural del cristiano que en
tanto crece y tiende a su perfección en cuanto que realiza una conformidad siempre mayor con Cristo.

Pero San Pablo de la Cruz, no parece sin embargo que se refiera a la incorporación del fiel en Cristo; supone, naturalmente, el bautismo, pero no habla de él. Si no alude explícitamente a este sacramento, su doctrina reconoce, sin embargo, y enseña la dependencia de la experiencia mística del sacramento eucarístico. La vida cristiana está en dependencia de los sacramentos, tanto más la experiencia mística. De todos los sacramentos San Pablo prefiere referirse más bien a la Eucaristía.

No es de una meditación subjetiva sobre la Pasión del Salvador de donde nace la conformidad del alma con Cristo paciente, na meditación subjetiva podría a lo sumo comprometernos en la imitación de Cristo no en una partcipacion en su mistero no por sí misma en la unión con El. 
Es verdad que San Pablo habla de la meditación sobre la Pasión incluso más frecuentemente que de la comunión eucarística, pero ésta se propone sobretudo a las almas en el comienzo de su camino en la vida espiritual, y raramente tenía que hablar también más de la misma en su predicación misionera; como quiera que sea, la meditación en San Pablo es más frecuentemente rovocada y alimentada por la unión inefable que el creyente establece con Cristo en el sacramento. Por la celebración devota de la santa
misa -escribe- es como somos revestidos de los sentimientos de Jesucristo.
Más que recibirle, el alma fiel la que es recibida por El para verse
transformada en El, y, ciertamente, la transformación no es automática. 
La acción de la gracia en los sacramentos no tiene nada de mágico. Cristo nos une a sí mismo para obrar nuestra transformación en El, através de nuestras potencias: El actúa antes que nada a través de nuestra inteligencia que contempla, a través de nuestra voluntad que ama.

La referencia ejemplar a Cristo y a su cruz, a la que incesantemente
vuelve, se hace posible no por una voluntad humana que pretenda imitar a Cristo desde fuera, sino por una voluntad guiada y sostenida por el mismo Espíritu de Cristo que une cada vez más el alma del orante con su divino
modelo. Y es en el sacramento eucarístico donde el Espíritu de Cristo es siempre comunicado de nuevo el alma fiel para reavivarla en el amor y transformarla en Cristo mismo.
La unidad del Misterio no excluye de ninguna forma la distinción de las personas -de la persona creada por la persona increada del Verbo-, sino que es fuente y principio de relación nupcial.

Pablo celebra la Natividad del Verbo encarnado, contempla la dolorosa Pasión, pero no se puede decir, sin embargo, que sea un amigo de Jesús. Su mística trasciende la amistad que le haría compañero de El en el ministerio, es esencialmente testimonio de mística nupcial. Es uno con El para vivir el misterio pascual de la Muerte y su Resurrección. El Santo no profundiza teológicamente su identidad con Cristo, la vive, en un solo cuerpo, viviendo de su espiriitu; no se multipica en Pablo la experiencia de Cristo, sino que se hace presente en él. ¿Cómo podría dudar de una distinción de su Esposo? Pero la distinción no compromete la unidad del
Misterio.
b) "La mística de San Pablo de la Cruz es una mística nupcial"
La mística de San Pablo es más una mística de la unión nupcial que una mística de la divina maternidad, al modo de los místicos renanos. "El divino nacimiento" es el nacimiento del hombre nuevo en el seno del Padre, no el nacimiento del Logos en el alma, sino la participación del alma en la resurrección de Cristo. Sólo en la unión con Crito, transformada en El, viviendo siempre más perfectamente el misterio de su muerte y resurrección, el alma entra y mora en el seno del Padre. Es un proceso de introversión, pero también de éxtasi.
 El "divino nacismento" es para el alma un morír a sí
misma y un salir de si para morar y vivir en Dios. Como 
la Humamdad sacrosanta del Verbo, también el alma unida entra en la Glória y se abisma en Dios.

En la Eucaristía se hace presente el Misterio para ser comunicado y
participado a las almas. San Pablo de la Cruz insiste sobre la Pasión: "En la
'Pasión hay todo" -escribe a Tomás Fossi (33). En realidad Muerte y Resurrección son un sólo Misterio. Su insistencia en la Pasión, que puede parecer excesiva y casi obsesiva, nada tiene, sin embargo, de malsano, precisamente gracias a ésta su indisoluble unión con la vida divina. Así en el
opúsculo sobre la "Muerte mística" dirá que en la muerte por puro amor de
Dios podrá gozar el alma del paraíso.
c) "La experiencia mística más elevada depende del sacramento"
La evocación de la Eucaristía no es episódica y mucho menos colateral al
tema de la Pasión. Es verdad que el Santo no parte de la teología -la
doctrina espiritual y mística es dominante en él-; y mucho más not
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que escribiendo sus cartas de di�
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SS. Sacramento, sino que afirma directamente como la expenenc1a m1stlca
más alta depende del sacramento. Me parece incluso poder decir que se ve
arrastrado casi naturalmente a sustituir el centro del alma de los místicos
renanos y carmelitas por el corazón convertido en tabernáculo vivo de Jesús
sacramentado. En la unión con él es como se abisma el alma en Dios: Jesús
mismo la lleva cons'ígo al seno del Padre. No creo que explicite jamás el
estado de víctima de Jesús en el sacramento, pero sí quiere Pablo que el alma
"muera con EL en la cruz" (Muerte mística) y no juzgo sea arbitrario pensar
15 
que vea hacerse pr�
s�nte en la mi�a el Misterio de esta muerte, para que el
hombre p��da part1c1par en ella, siendo el sacramento el medio por el que el
alma part1c1pa de ella realmente. El don que Cristo hace de sí mismo al alma
fiel es el don de su muerte que realiza y hace posible la muerte mística del
alma; es el don de su resurrección que realiza y se convierte en un divino
nacimiento del alma en Dios.
"En la Muerte Mística"enseña Pablo a vivir la Pasión del Salvador en sus
varios misterios: la agonía en el Huerto, las injurias en el Pretorio el camino
h�
cia el Calvario.; con mucha frecuencia quiere que el alma viva' el silencio
mismo de Jesús en la Pasión. Nunca se da (que yo sepa) una evocación explícita del silencio, del despojo de los vestidos, de la humildad de Jesús en el
Misterio eucarí�
tico: No esto� del �odo seguro de que no tenga implícitamente presente el s1lenc10 de Jesus baJo las especies del pan y sobre todo de su

o�ed�d. De
,
h�
cho si la Pasión es la puerta por la cual debe pasar el alma,
0como podna esta llevar a efecto este paso y perderse en el mar infinito de la
Divinidad o quizá mejor y más simplemente, en el seno del Padre si
conociera todavía el sufrimiento y el dolor?
d) "No se supera la humanidad de Cristo"
Las palabras de Santa Catalina de Génova: "No quiero sufrir", ¿serían
más atrevidas que las palabras de San Pablo de la Cruz? Ciertamente, el
sufrimiento no es posible cuando el alma_, insegura ya de sí misma, está por
entero sumergida _ en Dios. Entonces no es ya consciente de sí misma sino de
Dios, y su infinita en luz eclipsa todo pensamiento del alma y su Belleza atrae
invenciblemente el alma a sí, sin consentirle el retomo a ella misma. Pero San Pablo
de la Cruz no podría aprobar la enseñanza de sus maestros: no se supera la humanidad de Cristo. La superación de la humanidad excluiría de suyo
necesariamente la salvación de la criatura: la criatura sería reabsorbida
puramente en su preexistencia eterna. Cristo resurge y su humanidad
permanece. Al final de la experiencia de nuestro Santo está el divino
nacimiento del alma en Dios. La Eucaristía hace presente la Muerte de
Cristo, no su Pasión, y la Muerte de Cristo es su misma resurrección en la
gloria. Al sufrimiento y al dolor de la Pasión sustituye ahora la soledad y el
silencio de Jesús e� el �isterio eucarístico. Así en San Pablo de la Cruz. Bajo
una externa apanenc1a de muerte, la Humanidad de Jesús vive en la
Eucaristía y gloria de la Resurrección, más especialmente su "ser" en el seno
de J?ios. Es esto, s??re todo, lo que quiere que vivan sus penitentes por
medio de la comumon con Jesús sacramentado.
Deberíamos tener presente aquí la carta a Sor Columba Gandolfi
recordada ya anteriormente, pero podemos y debemos notar también cóm�
las imágenes que esmaltan el epistolario se inspiran en el Misterio eucarístico.
El Santo no acierta a describir mejor la vida contemplativa sino recurriendo
al lenguaje litúrgico. El corazón tiene que ser vivo tabernáculo de Jesús; el
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alma se debe ofrecer "víctima de holocausto a su Divina Majestad sobre el
altar de la curz" (L II, carta a Sor María Crucificada Costantini, 15 de junio
de 1765, p. 306); el corazón tiene que ser "un verdadero altar, sobre el que
siempre esté expuesto el dulce Jesús" (L III, 371, a Teresa Palozzi, 20 de junio
de 1759). Contempla la misma vida del cielo como una celebración litúrgica:
el alma, "tinta en la divina Sangre del Cordero inmaculado", toma asiento
"eternamente en su divina Mesa para cantar siempre: ¡Santo; Santo, Santo;
Tú solo Santo, Tú solo Señor, Tú solo Altísimo, Jesucristo!" (36).