Las nuevas declaraciones de Monseñor Roche
[fsspx.news] El prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos al menos tiene el mérito de expresarse con claridad y sin rodeos. Lo que se podía suponer o sospechar antes, incluso a riesgo de equivocarse o de ser acusado de juicio imprudente o calumnia, ha quedado claramente al descubierto.
Monseñor Arthur Roche, exobispo de Leeds en Inglaterra, fue entrevistado por un canal de televisión, TVSwizzera.it, que permite a los espectadores italianos beneficiarse del canal suizo italiano RSI.
Durante esta entrevista, el prelado afirmó, como era de esperar, que «la forma normal de celebración del rito romano se encuentra en los documentos que se han publicado desde el Concilio Vaticano II».
A continuación, añadió, sin matices, que la comisión Ecclesia Dei del Papa Juan Pablo II y Summorum Pontificum de Benedicto XVI «se establecieron para animar, sobre todo a los lefebvristas, a volver a la unidad con la Iglesia».
En otras palabras, el neoprefecto de la liturgia admitió que, según su interpretación, estos textos fueron solo un cebo para hacer regresar a la Fraternidad San Pío X al redil del Vaticano II. Si fueron «actos de misericordia», como afirmaron tanto Juan Pablo II como Benedicto XVI, fue para guiar a este pobre pueblo descarriado hacia la verdad del Concilio.
El resto de la discusión confirma este análisis. Monseñor Roche agregó: «Está claro que Traditionis custodes dice: Ok, esta experiencia no fue del todo exitosa. Así que, volvamos a lo que el Concilio [Vaticano II] pidió a la Iglesia».
Cabe señalar una primera consecuencia: ¿qué habría pasado si el experimento hubiera tenido éxito? Es fácil predecir que el eslogan, con un mentor así, habría sido: «Regresen a la fila. No más particularismo litúrgico, ahora están en la Iglesia, lo único que tienen que hacer es guardar silencio».
Una segunda consecuencia se refiere a las denominadas sociedades Ecclesia Dei. Según monseñor Roche, su nacimiento no fue fruto de una consideración generosa y agradecida del valor o la belleza del rito tridentino. ¡No! Eran solo una parte de un plan. Digamos que eran señuelos.
Una tercera consecuencia afecta también a estas sociedades. El futuro es muy sombrío para ellas. Cualquier razón que pretendan hacer valer sobre su creación, las promesas hechas o su valor particular, se ven seriamente socavadas por tales afirmaciones. El hecho mismo de que ya no tengan un referente especial en Roma, sino que vuelvan al derecho común es sumamente alarmante.
Una reafirmación obsesiva del valor de la reforma litúrgica
Para estabilizar su posición, monseñor Roche afirma que la reforma litúrgica posconciliar fue deseada por la mayoría de los obispos presentes en el Concilio Vaticano II. Y agrega: «Debemos recordar que [esta reforma] no fue la voluntad del Papa, sino de la gran mayoría de los obispos de la Iglesia católica que guiaron al Papa hacia el futuro».
Y concluyó el tema de la siguiente manera: «Lo que se produjo en 1570 [fecha de la promulgación del misal de San Pío V] fue enteramente apropiado para la época. Lo que se produce en nuestro tiempo también es muy apropiado para la época».
Nada es suficiente para hacer cambiar de posición al prefecto: ni el empobrecimiento de la nueva liturgia, ni su dispersión en textos o ritos que se multiplican regularmente, ni las severas y justificadas críticas que le fueron dirigidas antes de la publicación del Misal de Pablo VI, especialmente en el Breve Examen Crítico firmado por los cardenales Ottaviani y Bacci. (Consultar nuestro expediente sobre los 50 años de la Nueva Misa).
En cuanto a su última declaración, equipara la liturgia a un hábito que se puede redimensionar según las modas y las estaciones. Pero, ¿cómo es que la forma anterior de la misa en latín se utilizó, con pocas modificaciones, en épocas tan diferentes durante al menos 1500 años?
¿Cómo es posible también que los llamados ritos orientales hayan mantenido tal estabilidad en las diversas partes del mundo donde están vigentes?
Querer hacer una misa, o más bien fabricarla, es en sí mismo inconcebible. Y entre aquellos que lo han afirmado con contundencia se encuentra un Papa que todavía está vivo. La prueba de la imposibilidad de tal obra se manifiesta en su perpetua reconstrucción, en las novedades, las innumerables adaptaciones a diversos públicos, con la esperanza de mantenerlos cerca del sacerdote.
Incluso los autores que participaron en la «renovación» se vieron obligados a constatar los daños. Pero, ¿cuándo llegará el día en que los huéspedes del Vaticano lo reconozcan?