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CONSTITUCIONES
Segunda Redacción
Capítulo I-números 2 y 3 (Continuación)
...y vamos mirando los acontecimientos en orden a él. Y vamos orientando la vida en orden a él. Se está en él la familia misma...los valores humanos, todo el día sea para nosotros nada y polvo si no hacen referencia vital y trascendental hacia él.
Eso sí, que desde él abrazamos a todos, desde él los queremos a todos, desde él amamos el mundo, desde él nos entusiasma la vida; ¿por qué?, porque todo es su reflejo, su latido, su vida misma. Los hombres son su presencia, su vida, su esplendor, sus maravillas, su gloria. Y amo a cada uno, me preocupo por cada uno, en tanto cada uno es para mí, ese destello de su esencia, de su hermosura y de su presencia.
Pero siempre todo cogido desde ahí. Algunos...en las corrientes modernas de teología, creen que una visión toda desde Dios, pues...convierte al hombre en un maniquí...No es eso, no se trata de eso, hijo. Se ve que no ha hecho vivencia de Dios en su alma. No se trata de eso.
No te das cuenta que cuando le ves a él no te importa más nada. ¿No lo has experimentado? No se trata de desprecio de las creaturas. No, que nos es eso, hijo, calla, no seas torpe. No es por eso, lo contrario.
Cuando estamos con él todo nos es hermoso y las creaturas nos dan su noticia y nos encanta el mundo y nos gusta el mar, las estrellas, el aire, los montes, las personas, los niños. Calla, no seas torpe.
Si no le has experimentado, cómo puedes hablar de él. ¿Es que no te das cuenta que ese amor es mucho más fuerte que cualquier otra cosa en la vida? ¿Es que no te das cuenta que cuando nosotros sentimos ese toque misterioso en nuestra alma, todo nos es polvo y basura? ¿No te das cuenta que para nosotros... digámoslo así claramente...todo es estiércol, comparado con él? Porque él es para nosotros todo. “Oh cristalina fuente si en esos tus semblantes plateados formase de repente sus ojos que llevo en mis entrañas dibujados...” Es decir que, vamos a beber ese agua, pero en esa agua con la esperanza de...de recibir su noticia, de gustarnos y de saborearnos en él. Quien no ha tenido esa experiencia, pues, se pone y valora...y habla, y dice y desdice...pues en fin, palabras de hombres y no palabras de Dios.
El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros... “Hemos visto su gloria... hemos visto su gloria”, como canta San Juan en el prólogo, “hemos visto su gloria”. Por consiguiente, nosotros hemos sido los que hemos visto su gloria y por eso somos como Juan, capaces de ir al Gólgota y de quedarnos impasibles, serenos, firmes en el dolor. Aunque el dolor nos triture y nos agote el corazón fisicamente, y nos lo acabe, sin embargo, estamos siempre firmes y serenos porque... “hemos visto su gloria”. La gloria de Yahvé, la gloria de Dios, la gloria de su Hijo, la hemos visto y la hemos sentido en el interior del alma, se nos ha comunicado en los sacramentos, se hace presente en la salmodia.
En lo más íntimo del alma ha habido una comunicación, un misterio; él se me ha revelado. Ciertamente que esta intimidad y esta revelación, pues, creen sus notas objetivas dadas en toda revelación neotestamentaria por Cristo mismo.
Pero ahí, una vez dentro de esa objetividad de la revelación divina, pues, todo se subjetiva, es decir, todo eso se hace vida en mi alma porque si no, no es nada; eso, entonces, viene a ser palabra muerta para tí y para mí. Viene a ser palabra viva y palabra que da vida cuando yo realmente abro...abro todas mis puertas, todo mi ser, todos mis sentidos a esa presencia, a esa hermosura, a esa vida, a ese amor, a esa luz, a ese fuego.
Por eso la samaritana comenzó siendo como enemiga de Cristo en ese diálogo maravilloso que nos recoge el evangelio de San Juan. Quien comenzó siendo como enemiga, terminó, pues, fascinada...No encontraba como terminar aquel diálogo... fascinada. Y como loca fue a la montaña a proclamarle. No le importó que le dijese lo que era, pero lo que le importó fue que le sintió, que él le habló, que él le amó, que él la aceptó como ella era...le pidió de su agua...le pidió de su agua...
Dejar que él te pida de su agua...de tu agua, de tí mismo, que te pida de tí, que te ansíe, que te desee. Pero para eso sé tú como la samaritana, deja el ánfora a un lado y...deja que él te mire. Muchas cosas se pueden decir y fantasear cuando el alma no ha experimentado a Dios. Se puede incluso tildar almas como de...de fanática, de loca, en fin,... no importa. ¡Qué me importa a mí lo que...lo que aquél hombre dice! Al fin y al cabo es un hombre y siempre lo pienso relativo. Lo que importa es realmente lo que Él ha dicho, y lo que me dice y lo que me hace...; y...¿qué piensa Dios de esto?...Eso es lo que me debe de importar, no qué piensa fulano;...¡no importa! Sólo Él...
“Mátenme tu vista y tu hermosura, mira que la dolencia de amor sólo se cura con la presencia y la figura...”, como dice San Juan de la Cruz. Es decir, que solamente con su presencia, pues, esa pena de amor se sana, se cura, se alivia, se fortifica... y nada más. No sé, Dios es el...el sin comentarios. Nosotros no podemos comentar esa experiencia y...y ese contacto con él.
Lo que sí que podemos vivir, pues, son las consecuencias de ese contacto en el alma; que somos capaces, pues de jugarnos todo, de arriesgarlo todo, de incluso, dejar que los demás nos consideren como locos, como tontos, como absurdos. Eso no nos importa. Cuando Dios realmente toca la pobre nada pues, “...los montes humean”, como dice el salmo, “... los montes humean”, es decir, todo se convierte en fuego y no se mira hacia abajo ni hacia atrás.
Por eso lo que nos interesa es ascender, tirar adelante, avanzar... como locos furiosos, hacia ese encuentro con Dios..., avanzar hacia la cima del monte santo y convertir este lugar en una montaña donde la gloria del Dios tres veces santo de hace manifiesta.
Que realmente, la vida sea como un ciudad de Dios donde su ejército se despliega, el ejército de su bondad, de su misericordia,de su alegría, de su paz, de su perdón... ; se despliega en la vida ampliamente y todo toma un horizonte, si bien de batalla, pero también de gozo y de victoria. No sé...muy difícil explicarlo, pero para eso hemos venido y por eso estamos, en la realidad de que la vida se tonalice con sus colores y con todo lo que es él.
Cuando comenzamos a poner peros y objeciones en las pequeñas cosas que hacemos...; “ que si esto me molesta, que si aquello no me gusta, que si esto lo encuentro pasado de moda, que si aquello es demasiada mortificación, que si el horario es muy fuerte”... pues, lo que es que pedir la luz del Espíritu para que venga a nosotros Jesucristo, porque...¡todo es tan relativo y tan pequeño cuando realmente se vive en Él!
Todo para nosotros entre más exigente y más duro sea, como que más nos gusta, como que más nos llena. Ir gastando la vida...y aquí está el misterio de la unión mística, de la unión transformante- -cuando el alma llega a fascinarse por él-- es el misterio de todos los santos, lo demás lo encontramos tan pequeño, nos parece tan absurdo cualquier crítica en contra de la oración, y cualquier sacrificio, por grande que aparezca ante los ojos humanos, es pequeñísimo ante él, ya no nos importa esto, ni aquello, ni lo otro. Vivimos siempre asomándonos, a ver si él se asoma, vivimos siempre escuchando a ver si él nos habla, vivimos siempre como enamorados mirando... a ver si logramos verle, vivimos siempre así, es esa “ fascinatio”, en esa fascinación... de Dios. Vivimos siempre caminando, caminando sin parar, a ver si nuestros pasos se unen a los pasos de él. Vivimos siempre hablando, a ver si en ese hablar él responde. Por eso, abrimos todos los sentidos a ver si...si respiramos de él. Cuando se le ama, pues, todo converge hacia él y se queda el alma así...tan a gusto, tan...tan a gozo y uno mira a los demás en el plan éste tan superficial de que aquello, lo otro, etc....no sé, todo es tan relativo.
A la misma vez, firmes...firmes, firmes, firmes, firmes...firmes; esa presencia da firmeza. ¡No te importe y no te preocupes! ¿Por qué te preocupas...por lo que aquél dice, lo que habla, lo que actúa...? No,...firmes. Nosotros no hay quién nos saque, no hay quién nos saque de ese amor, de esa presencia, de esa vida...La firmeza, pues, es como una característica, una tonalidad que recibe el alma en ese encuentro. “Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre...”, dice Cristo en el evangelio. Por consiguiente, si Dios se ha unido a nosotros, ningún hombre es capaz de separarnos de él; es un matrimonio, un matrimonio santo...un sacramento...es un sacramento...es un sacramento...es el más grande sacramento, es una gran hipóstasis, es una hipóstasis, es un misterio, es un misterio…
En definitiva, es un misterio...que nosotros balbuceamos... pero es una gran realidad, escondida, secreta, pero...clarísima.
Por consiguiente, hemos sido llamados a eso, a orar y a testificar, pues, esa vida divina, esa vida sobrenatural, esa vida eterna a la que nosotros vamos. Testificarla primero, gustándola nosotros mismos y anunciándola a los demás. Si no la gustas no la puedes anunciar, no la puedes dar. ¿Cómo tú puedes anunciar algo que tú no has probado? , pues imposible, ¿verdad?...imposible. Pues se anuncia lo que se prueba, lo que se gusta, lo que se sabe, lo que se ha saboreado, lo que el alma lleva, ...y como lo gustamos, pues entonces, lo damos y lo ofrecemos a los demás: “Mira esto es bueno, pruébalo.” Pues así que podamos decir de Dios, “mira...mira esto es bueno, pruébalo, te va a gustar...te va a gustar. Te vas a quedar con el único gusto que deja al alma pues...a bien.”
Bueno, pues entonces, terminemos...contemplando a Ella, cómo Ella realmente, pues, se quedó fija en ese gusto de él hasta el punto, que pues ...fue hasta el Gólgota y aceptó el silencio de un sepulcro...
Que nosotros seamos capaces de ir hasta el Gólgota y aceptar todos los silencios y todos los golpes... para no separarnos jamás, ni nunca... de él.
¡Cuán suave hieres mi alma, Jesús, pero a la misma vez, cuán fuerte es esa herida! Sangra, desborda, agota,y a la misma vez, vivifica, alegra, serenisa y renueva completamente mi ser. Oh Jesús, que en esa tu mirada hacia mí, encuentre todo mi ser una respuesta de entrega constante, valiente y enamorada para siempre. Oh Jesús, que no me asuste cuando los demás me miran, o mejor dicho, ni me dé cuenta tan siquiera. Que tu mirada, sólo ella, como puede hacerlo, me invada, me llene completamente, me alegre... con la noticia gozosa y vibrante de tu ser junto al mío. Oh Jesús, todo es gracia, todo es don, todo es amor, tú lo has querido, has que siempre te quiera a tí por encima de todo y que nadie sea capaz de apagar este amor, y que en la muerte se dilate hasta la eternidad. Amén.