He aquí un  texto resumido del teólogo romano R. Garrigou-Lagrange O.P. que en su obra  El Salvador y su amor por nosotros,  nos habla de la excelencia y eficacia del santo SACRIFICIO de la Misa (Colección  Patmos, ed. Rialp, Cap. XIV).
“Jesucristo, Salvador nuestro, es el Sacerdote principal del  sacrificio de la Misa. La oblación interior, que fue el alma del sacrificio de  la Cruz, perdura siempre en el Corazón de Cristo que quiere nuestra salvación.  Él mismo ofrece todas las Misas que se celebran cada día. ¿Cuál es el valor de  cada una de esas Misas? Es importante tener una idea justa, para unirse cada día  al santo Sacrificio y recibir más abundantes frutos.
  
En la  Iglesia se enseña comúnmente que el sacrificio de la Misa considerado en sí  mismo tiene un valor infinito, pero que el efecto que produce en nosotros es  siempre finito, por elevado que sea, y proporcional a nuestras disposiciones  interiores. Estos son los dos puntos de doctrina que conviene  explicar.
  
El sacrificio de la Misa considerado en sí  mismo tiene un valor infinito
  
La razón  estriba en que, en sustancia, el sacrificio de la Misa es el mismo que el de la  Cruz, el cual tiene un valor infinito a causa de la dignidad de la Víctima  ofrecida y del Sacerdote que la ha ofrecido, pues es el Verbo hecho hombre  quien, en la Cruz, era al mismo tiempo Sacerdote y Víctima. Es Él quien  permanece en la Misa como Sacerdote principal y Víctima realmente presente,  realmente ofrecida sacramentalmente inmolada. Mientras que los efectos de la  Misa inmediatamente relativos a Dios, como la adoración reparadora y la acción  de gracias, se producen siempre infaliblemente en su plenitud infinita, incluso  sin nuestro concurso, en cambio sus efectos relativos a nosotros sólo se  extienden en la medida de nuestras disposiciones  interiores.
  
En cada  Misa se ofrecen infaliblemente a Dios una adoración, una reparación y una acción  de gracias de valor sin límites, y ello en razón de la Víctima ofrecida y del  Sacerdote principal, independientemente de las oraciones de la Iglesia universal  y del fervor del celebrante.
   
Es  imposible adorar mejor a Dios, reconocer mejor su soberano dominio sobre todas  las cosas, sobre todas las almas, que por la inmolación sacramental del Salvador  muerto por nosotros en la Cruz. Tal adoración la expresa el Gloria: Gloria a  Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad. Te  alabamos, Te bendecimos, Te adoramos, Te glorificamos. Esta adoración la expresa  de nuevo el Sanctus y aún más la doble Consagración. Es la más perfecta  realización del precepto: Adorarás al Señor tu Dios y a Él sólo servirás. Sólo  la infinita grandeza de Dios merece el culto de latría. En la Misa se le ofrece  una adoración en espíritu y en verdad de valor sin  medida.
  
En el  momento de la Consagración, en la paz del santuario, hay como un gran impulso de  adoración que sube hacia Dios. Su preludio es el Gloria y el Sanctus, cuya  belleza queda subrayada algunos días por el canto gregoriano, el más excelso, el  más simple y el más puro de todos los cantos religiosos; pero cuando llega el  momento de la doble Consagración, todos se callan: el silencio expresa a su  manera lo que el canto ya no puede decir. Que el silencio de la Consagración sea  nuestro reposo y nuestra fortaleza.
   
Esa  adoración, que sube hacia Dios en todas las Misas cotidianas, recae, de alguna  manera, como fecundo rocío, sobre nuestra pobre tierra para fertilizarla  espiritualmente.
  
Igualmente,  es imposible ofrecer a Dios una reparación más perfecta por las faltas que se  cometen diariamente, como dice el Concilio de Trento. No se trata de una nueva  reparación, distinta de la de la Cruz: Cristo no muere de nuevo, pero, según el  mismo Concilio, el Sacrificio del altar, siendo substancialmente el mismo que el  del Calvario, agrada a Dios más que lo que le desagradan todos los pecados  juntos. El imprescriptible derecho de Dios, Soberano Bien, a ser amado por  encima  de todo no se podría reconocer mejor por la oblación [ofrecimiento] del  Cordero [Jesucristo] que quita los pecados del mundo.(Dz 940 y 950, S. Tomás, de  Aquino, Suma Teológica III, 48 2).
   
A menudo  nos olvidamos de agradecer a  Dios sus gracias, como los leprosos curados por  Jesús; de diez, sólo uno se lo agradeció. Conviene ofrecer con frecuencia Misas  de acción de gracias. Por cada Misa celebrada, por la oblación y la inmolación  sacramental del Salvador en el altar, Dios obtiene infaliblemente una adoración  infinita, una reparación y una acción de gracias sin  límite.
  
No  olvidemos que el más alto fin del Santo Sacrificio es la Gloria de Dios. Sin  embargo hay otros efectos que son relativos a nosotros. La Misa puede obtenernos  todas las gracias necesarias para la salvación. Cristo, que siempre está vivo,  no deja de interceder por nosotros, (Hebreos 7,25).
  
¿Cuáles son los efectos que la Misa puede  producir en nosotros?
  
Aunque el  sacrificio de la Misa tenga en sí un valor infinito, en razón de la dignidad de  la Víctima ofrecida y del Sacerdote principal, los efectos que produce en  nosotros son siempre finitos a causa de los límites mismos de la criatura y de  los límites mismos de nuestra disposición interior.
  
Gran número  de  teólogos, inspirándose en los textos de Santo Tomás, dicen: El efecto de  cada Misa no está limitado por la voluntad de Cristo, sino tan sólo por la  devoción de aquellos por los que se ofrece. Una sola Misa ofrecida por cien  personas, puede  serle provechosa a cada una, del mismo modo que si hubiese sido  dicha sólo por una.
  
La razón  estriba en que la influencia de una causa universal sólo está limitada por la  capacidad de los sujetos que la reciben. Así, el sol ilumina y calienta en un  solo lugar tanto a mil personas como a una sola. La influencia de la Santa Misa  en nosotros no está pues, limitada más que por la disposición y el fervor de  quienes las reciben.
  
El  sacrificio de la Misa, que perpetúa en sustancia el de la Cruz, es de un valor  infinito para aplicarnos los méritos y las satisfacciones de la Pasión del  Salvador.
  
Es esto lo  que explica la práctica de la Iglesia, que ofrece Misas por la salvación del  mundo entero, por todos los fieles vivos y difuntos, por el Soberano Pontífice,  los jefes de Estado, los obispos, sin limitar sus intenciones. Actuando así, la  Iglesia no piensa en modo alguno que la Misa sea menos provechosa que para aquél  por quien se aplica especialmente.
   
En la Misa  Cristo sigue ofreciéndose por acto teándrico [acto divino-humano], de valor  infinito para aplicarnos los frutos de su Pasión. El límite no proviene de Él,  sino sólo de nosotros, de nuestras disposiciones y de nuestro fervor. Como dice  Santo Tomás de Aquino, igual que uno recibe más el calor de un hogar si se  aproxima a él, así nosotros nos beneficiamos tanto más de los frutos de una Misa  a la que asistimos con más espíritu de fe, de confianza en Dios, de amor y de  piedad.
  
La Misa facilita nuestra  conversión
  
En tanto  que nos obtiene la gracia del arrepentimiento, nos facilita el perdón de los  pecados; no se dicen en vano estas palabras antes de la Comunión: Cordero de  Dios que quitas los pecados del mundo, ten misericordia de nosotros. ¡Cuántos  pecadores, asistiendo a Misa, han encontrado allí la gracia del arrepentimiento  y la inspiración de hacer una buena confesión de toda su  vida!
  
Por razón  de que la Misa facilita el arrepentimiento, se sigue que puede ser ofrecida por  pecadores incluso endurecidos e impenitentes a los que no se podría dar la  Comunión. El santo Sacrificio puede obtenerles suficientes gracias de luz y de  conversión. Incluso puede ser ofrecido, como el de la Cruz, por todos los  hombres vivos, incluso por los infieles, los cismáticos, los herejes, siempre y  cuando no se ofrezca por ellos como si fuesen miembros de la Iglesia. Con esta  idea, el Padre Charles de Foucauld, eremita del Sahara [África], celebraba a  menudo la Misa por los musulmanes a fin de preparar sus almas para recibir más  tarde la predicación del Evangelio.
   
El espíritu  del mal nada teme tanto como una Misa, sobre todo cuando es celebrada con gran  fervor y cuando muchos se unen a ella con espíritu de fe. Cuando el enemigo del  bien choca con un obstáculo insuperable, es que en una iglesia, un sacerdote  consciente de su propia debilidad y de su pobreza, ha ofrecido la omnipotente  Hostia y la Sangre redentora. Hay que recordar el caso de santos que, asistiendo  a Misa, en el momento de la elevación del cáliz, han visto desbordarse la  preciosa Sangre y deslizarse por los brazos del sacerdote, y los ángeles venir a  recogerla en copas de oro para llevarla a aquellos que tienen mayor necesidad de  participar en el misterio de la Redención.
  
La Misa disminuye nuestro  purgatorio
  
El  sacrificio de la Misa no sólo perdona nuestros pecados, sino la pena debida a  nuestros pecados perdonados, ya se trate de vivos o muertos por quienes se  ofrece el sacrificio. Este efecto es infalible; sin embargo, la pena no siempre  es perdonada en su totalidad, sino según la disposición de la Providencia y el  grado de nuestro fervor. Así se verifican las palabras: Cordero de Dios, que  quitas los pecados del mundo, danos la paz.
  
De aquí no  se sigue que los difuntos que han dejado mucho dinero para que se digan  numerosas Misas por su intención, sean librados más rápidamente del purgatorio  que los pobres que no han podido dejar nada o casi nada; pues esos pobres,  teniendo quizá menos deudas con la Justicia divina, puede ser que hayan sido  mejores cristianos y participen más del fruto de las Misas dichas por todos los  difuntos y del fruto general de cada Misa.
  
Finalmente,  el sacrificio de la Misa nos obtiene los bienes espirituales y temporales  necesarios o útiles para nuestra salvación.  Así, conviene, como lo recomendó el  Papa Benedicto XV, celebrar Misas para obtener la gracia de una buena muerte,  que es la gracia de las gracias, de la que depende nuestra salvación  eterna.
  
Conviene  que al asistir a Misa, nos unamos, con gran espíritu de fe, de confianza y de  amor, al acto interior de oblación que perdura siempre en el Corazón de Cristo.  Mientras más nos unamos así a Nuestro Señor en el momento de la Consagración, la  esencia del sacrificio de la Misa, mejor será nuestra Comunión, que es una  perfecta participación en ese sacrificio.
  
Ofrezcamos igualmente las contrariedades cotidianas; será la mejor manera de llevar nuestra cruz, tal como el Señor lo ha pedido. ¡Quiera Dios que tengamos el pensamiento y la fortaleza de renovar esta oblación en el momento de nuestra muerte, de unirnos entonces, por medio de un gran amor, a las Misas que se celebrarán, al sacrificio de Cristo perpetuado en el altar! ¡Podríamos hacer así, del sacrificio de nuestra vida, una oblación de adoración reparadora, de súplica y de acción de gracias, que sea verdaderamente el preludio de la vida eterna!
Los fieles  que poco a poco, dejan de asistir a Misa pierden progresivamente el sentido  cristiano, el sentido de las cosas superiores y de la eternidad. Hay que  encomendar las parroquias y las comunidades donde no se celebra Misa sino de  tarde en tarde a aquellos santos del cielo que recibieron el carácter  sacerdotal, en particular al alma del Santo Cura de Ars, para que desde arriba,  vele sobre los rebaños sin pastor, para que interceda y obtenga a los  agonizantes que no son asistidos, la gracia de la buena muerte. Hay que pensar  en ello a menudo al asistir al santo Sacrificio, y puesto que cada Misa tiene un  valor infinito, hay que pedir que ésa a la que asistimos resplandezca allí donde  ya no se celebra, donde poco a poco se pierde la costumbre de asistir a ella.  Pidamos a Nuestro Señor que haga germinar vocaciones sacerdotales en esos  medios; pidámosle sacerdotes, santos sacerdotes, cada día más conscientes de la  grandeza del sacerdocio de Cristo, para que sean sus celosos ministros que solo  vivan para la salvación de las almas. En los periodos turbulentos la Providencia  envía innumerables santos; por eso es necesario pedir al Señor que envíe al  mundo santos que tengan la fe y la confianza de los Apóstoles.”
Pase este  post a otra persona, o cópielo y distribúyalo dondequiera; incluso bajo las  puertas para que la gente se alimente de la doctrina católica. Ayudar a su  prójimo es obra de caridad. Dios se los pagará. San Francisco  de Sales que  convirtió 72 000 protestantes decía:
“El grado  supremo de la caridad cristiana es preocuparse de la salvación del prójimo”. Hoy  millones de católicos viven en una ignorancia tremenda que los hace candidatos  para las sectas que los buscan sin descansar. Por amor a Dios trabajemos para  defender a nuestros hermanos católicos que están en peligro. 
Ver también (haz  click): EL  SANTO SACRIFICIO DE LA MISA EN CONCEPTOS DE LOS SANTOS
http://catolicidad-catolicidad.blogspot.com/
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 inundado por um mistério de luz que é Deus   e N´Ele vi e ouvi -A ponta da lança como chama que se desprende, toca o eixo da terra, – Ela estremece: montanhas, cidades, vilas e aldeias com os seus moradores são sepultados. - O mar, os rios e as nuvens saem dos seus limites, transbordam, inundam e arrastam consigo num redemoinho, moradias e gente em número que não se pode contar , é a purificação do mundo pelo pecado em que se mergulha. - O ódio, a ambição provocam a guerra destruidora!  - Depois senti no palpitar acelerado do coração e no meu espírito o eco duma voz suave que dizia: – No tempo, uma só Fé, um só Batismo, uma só Igreja, Santa, Católica, Apostólica: - Na eternidade, o Céu!
inundado por um mistério de luz que é Deus   e N´Ele vi e ouvi -A ponta da lança como chama que se desprende, toca o eixo da terra, – Ela estremece: montanhas, cidades, vilas e aldeias com os seus moradores são sepultados. - O mar, os rios e as nuvens saem dos seus limites, transbordam, inundam e arrastam consigo num redemoinho, moradias e gente em número que não se pode contar , é a purificação do mundo pelo pecado em que se mergulha. - O ódio, a ambição provocam a guerra destruidora!  - Depois senti no palpitar acelerado do coração e no meu espírito o eco duma voz suave que dizia: – No tempo, uma só Fé, um só Batismo, uma só Igreja, Santa, Católica, Apostólica: - Na eternidade, o Céu! 


