terça-feira, 3 de janeiro de 2012

La carta del Cardenal Ottaviani, sobre los abusos en la interpretación de los decretos conciliares. RESPOSTA DE DOM LEFEBVRE AO CARDEAL OTTAVIANI

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La BAC publicó, no hace mucho, un libro que comprende todos los documentos promulgados por la Doctrina de la Congregación de la Fe, desde el año 1.966 hasta el 2.007. Uno de los primeros textos con el que nos encontramos es una Carta del Cardenal Ottaviani, dirigida a los presidentes de las Conferencias Episcopales, que trata de los abusos en la interpretación del Concilio Vaticano II.
El texto es el siguiente:

CARTA A LOS PRESIDENTES DE LAS CONFERENCIAS EPISCOPALES1
{SOBRE LOS ABUSOS EN LA INTERPRETACIÓN DE LOS DECRETOS DEL CONCILIO VATICANO II}
(24 de julio de 1966)

[Cum oecumenicum Concilium: AAS 58 (1966) 659-661]

Una vez que el Concilio Vaticano II, recientemente concluido, ha promulgado documentos muy valiosos, tanto en los aspectos doctrinales como en los disciplinares, para promover de manera más eficaz la vida de la Iglesia, el pueblo de Dios tiene la grave obligación de esforzarse para llevar a la práctica todo lo que, bajo la inspiración del Espíritu Santo, ha sido solemnemente propuesto o decidido en aquella amplísima asamblea de Obispos presidida por el Sumo Pontífice.
A la jerarquía, sin embargo, corresponde el derecho y el deber de vigilar, de dirigir y promover el movimiento de renovación iniciado por el Concilio, de manera que los documentos y decretos del mismo Concilio sean rectamente interpretados y se lleven a la práctica según la importancia de cada uno de ellos y manteniendo su intención. Esta doctrina debe ser defendida por los Obispos, que bajo Pedro, como cabeza, tienen la misión de enseñar de manera autorizada. De hecho, muchos pastores ya han comenzado a explicar loablemente la enseñanza del Concilio.
Sin embargo, hay que lamentar que de diversas partes han llegado noticias desagradables acerca de abusos cometidos en la interpretación de la doctrina del Concilio, así como de opiniones extrañas y atrevidas, que aparecen aquí y allá, y que perturban no poco el espíritu de muchos fieles.
Hay que alabar los esfuerzos y las iniciativas para investigar más profundamente la verdad, distinguiendo adecuadamente entre lo que debe ser creído y lo que es opinable; sin embargo, a partir de documentos examinados por esta Sagrada Congregación, consta que en no pocas sentencias parece que se han traspasado los límites de una simple opinión o hipótesis y en cierto modo ha quedado afectado el dogma y los fundamentos de la fe. Es preciso señalar algunas de estas sentencias y errores, a modo de ejemplo, tal como consta por los informes de los expertos así como por diversas publicaciones.
1. Ante todo está la misma Revelación sagrada: hay algunos que recurren a la Escritura dejando de lado voluntariamente la Tradición, y además reducen el ámbito y la fuerza de la inspiración y la inerrancia, y no piensan de manera correcta acerca del valor histórico de los textos.
2. Por lo que se refiere a la doctrina de la fe, se dice que las fórmulas dogmáticas están sometidas a una evolución histórica, hasta el punto que el sentido objetivo de las mismas sufre un cambio.
3. El magisterio ordinario de la Iglesia, sobre todo el del Romano Pontífice, a veces hasta tal punto se olvida y
desprecia, que prácticamente se relega al ámbito de lo opinable.
4. Algunos casi no reconocen la verdad objetiva, absoluta, firme e inmutable, y someten todo a cierto relativismo, y esto conforme a esa razón entenebrecida según la cual la verdad sigue necesariamente el ritmo de la evolución de la conciencia y de la historia. 5. La misma adorable persona de nuestro Señor Jesucristo se ve afectada, pues al abordar la cristología se emplean tales conceptos de naturaleza y de persona, que difícilmente pueden ser compatibles con las definiciones dogmáticas. Además serpentea un humanismo cristológico para el que Cristo se reduce a la condición de un simple hombre, que adquirió poco a poco conciencia de su filiación divina. Su concepción virginal, los milagros y la misma Resurrección se conceden verbalmente, pero en realidad quedan reducidos al mero orden natural.
6. Asimismo, en el tratado teológico de los sacramentos, algunos elementos o son ignorados o no son considerados de manera suficiente, sobre todo en lo referente a la Santísima Eucaristía. Acerca de la presencia real de Cristo bajo las especies de pan y de vino no faltan los que tratan la cuestión favoreciendo un simbolismo exagerado, como si el pan y el vino no se convirtieran por la transustanciación en el Cuerpo y la Sangre de nuestro Señor Jesucristo, sino meramente pasaran a significar otra cosa. Hay también quienes, respecto a la Misa, insisten más de la cuenta en el concepto de banquete (ágape), antes que en la idea de Sacrificio.
7. Algunos prefieren explicar el sacramento de la Penitencia como el medio de reconciliación con la Iglesia, sin expresar de manera suficiente la reconciliación con el mismo Dios ofendido. Pretenden que para celebrar este sacramento no es necesaria la confesión personal de los pecados, sino que sólo procuran expresar la función social de reconciliación con la Iglesia.
8. No faltan quienes desprecian la doctrina del Concilio de Trento sobre el pecado original, o la explican de tal manera que la culpa original de Adán y la transmisión del pecado al menos quedan oscurecidas.
9. Tampoco son menores los errores en el ámbito de la teología moral. No pocos se atreven a rechazar la razón objetiva de la moralidad; otros no aceptan la ley natural, sino que afirman la legitimidad de la denominada moral de situación. Se propagan opiniones perniciosas acerca de la moralidad y la responsabilidad en materia sexual y matrimonial.
10. A todo esto hay que añadir alguna cuestión sobre el ecumenismo. La Sede Apostólica alaba a aquellos que, conforme al espíritu del decreto conciliar sobre el ecumenismo, promueven iniciativas para fomentar la caridad con los hermanos separados, y atraerlos a la unidad de la Iglesia, pero lamenta que algunos interpreten a su modo el decreto conciliar, y se empeñen en una acción ecuménica que, opuesta a la verdad de la fe y a la unidad de la Iglesia, favorece un peligroso irenismo e indiferentismo, que es completamente ajeno a la mente del Concilio.
Este tipo de errores y peligros, que van esparciendo aquí y allá, se muestran como en un sumario o síntesis recogida en esta carta a los Ordinarios del lugar, para que cada uno, conforme a su misión y obligación, trate de solucionarlos o prevenirlos.
Este Sagrado Dicasterio ruega insistentemente que los mismos Ordinarios de lugar, reunidos en las Conferencias episcopales, traten de estas cuestiones y refieran oportunamente a la Santa Sede sus determinaciones antes de la fiesta de la Navidad de nuestro Señor Jesucristo del presente año.
Esta carta, que evidentes motivos de prudencia impiden hacer pública, los Ordinarios y otros a los que éstos consideren oportuno comunicarla, deben mantenerla en estrícto secreto.
Roma, 24 de julio de 1966.
+ ALFREDO Card. OTTAVIANI
Documentos de la Congregación para la Doctrina de la Fe (1966-2007), ed. BAC, pp. 28 - 31
A mí me gustaría saber qué fue de esta carta, porque es tremenda. Si nos atenemos a la fecha en la que se envió -¡casi ocho meses después de la clausura del Concilio! -, la cuestión adquiere tintes dramáticos, porque muestra que el modernismo, a pesar de las medidas de San Pío X, siguió escondido en las mismas entrañas de la Iglesia: no hay tiempo material para provocar tal desbarajuste doctrinal.
Hoy la Iglesia, sigue sufriendo los efectos devastadores del error, con una diferencia: ya no es un secreto. Y aunque todavía hay persecución - y no sólo en los medios llamados progresistas -, al menos se puede hablar de ello - aunque le pese a algunos -.
¡Señor ven pronto!

http://infocatolica.com/blog/fidesetratio.php/1101181016-la-carta-del-cardenal-ottavia
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RESPOSTA DE DOM LEFEBVRE AO CARDEAL OTTAVIANI

Já passados mais de 40 anos do encerramento do Concílio Vaticano II (8/12/1965) trazemos uma carta verdadeiramente profética, de Dom Marcel Lefebvre, enviada ao Cardeal Ottaviani, em 1966, quando este era pró-prefeito do Santo Ofício (que tornou-se mais tarde Congregação para a Doutrina da Fé) onde o autor descreve os frutos envenenados que se devia esperar do Concílio, “a mais grave tragédia jamais sofrida pela Igreja”.
Seguindo os passos deste santo defensor da fé, parece-nos evidente que só há um meio de se manter dentro da Igreja Católica: é recusar o espírito do Concílio e trabalhar com todo o empenho para a difusão do Reino de Cristo-Rei e do Imaculado Coração de Maria.

(fonte: Boletim do Priorado Maria-Rainha, Mulhouse, França)
“Um ano depois do Concilio, a fé de numerosos fies  estava de tal maneira abalada que o cardeal Ottaviani pediu a todos os bispos do mundo e aos superiores gerais de ordens e congregações para responderem a uma pesquisa sobre o perigo que corria certas verdades fundamentais de nossa fé.
Parece-me oportuno publicar agora a resposta que lhe enviei como superior geral da Congregação do Espírito Santo e do Santo Coração de Maria.”

Roma, 20 de dezembro de 1966.
Eminência reverendíssima,
Vossa carta de 24 de julho concernente à negação de certas verdades foi comunicada pelo nosso secretariado a todos os nossos superiores maiores.
Dos erros difundidos por toda parte, uma nova religião
Chegaram poucas respostas. As que chegaram da África não negam que reina atualmente uma grande confusão nos espíritos. Se estas verdades não são postas em dúvida, no entanto, na prática, se assiste a uma diminuição do fervor e da regularidade na recepção dos sacramentos, sobretudo do sacramento da Penitência. Constata-se uma grande diminuição do respeito à Sagrada Eucaristia sobretudo por parte dos padres; esvaziamento das vocações sacerdotais nas missões de língua francesa; as de língua inglesa e portuguesa estão menos atingidas pelo novo espírito, mas as revistas e jornais já difundem teorias das mais avançadas.
Parece que a causa do pequeno numero de respostas recebidas provém da dificuldade de perceber estes erros que são difusos em toda parte; o mal se situa sobretudo em uma literatura que semeia confusão nos espíritos pelas descrições ambíguas, equívocas, mas sob a qual se descobre uma nova religião. Creio meu dever vos expor com clareza o que ressalta das minhas conversas com numerosos bispos, padres, leigos da Europa e da África, e também o que aparece de minhas leituras em países ingleses e franceses.
O mal atual, continuação do liberalismo condenado pelos papas do século XIX
De boa vontade seguiria a ordens das verdades enunciadas em vossa carta, mas ouso dizer que o mal atual me parece muito mais grave do que a negação ou a controvérsia de uma verdade de nossa fé. Ele se manifesta em nossos dias por uma extrema confusão das idéias, pela desagregação das instituições da Igreja, instituições religiosas, seminários, escolas católicas, em definitivo, daquilo que foi o sustentáculo permanente da Igreja, mas não é outra coisa do que a continuação lógica das heresias e erros que minam a Igreja desde os últimos séculos, especialmente depois do liberalismo do sec. XIX que se esforçou a todo preço para conciliar a Igreja e as idéias que saíram da Revolução.
Na medida em que a Igreja se opôs a essas idéias que vão contra a sã filosofia e a teologia, ela progrediu; do contrário todo compromisso com essas idéias subversivas provocou um alinhamento da Igreja com o direito comum e o risco de tornar-se escrava das sociedades civis.
Outrora, cada vez que grupos de católicos se deixavam atrair por esses mitos, os papas, corajosamente, os chamavam à ordem, lhes esclareciam e se preciso condenavam. O liberalismo católico foi condenado por Pio IX, o modernismo por Leão XIII,  o Sillon por são Pio X, o comunismo por Pio XI, e o neomodernismo por Pio XII.
Graças a esta admirável vigilância a Igreja se consolida e se desenvolve. As conversões de pagãos, de protestantes são muito numerosas; a heresia está em plena derrota, os Estados aceitam uma legislação mais católica.
No entanto os grupos religiosos imbuídos destas idéias falsas conseguem retomá-los na Ação Católica, nos seminários, graças a uma certa indulgência de bispos e a tolerância de alguns dicastérios romanos. Em pouco tempo serão estes padres que serão escolhidos para bispos.
O Concilio, casamento da Igreja com as idéias liberais
É aqui que se situa, então, o Concilio que se preparou pelas Comissões preparatórias para proclamar a verdade em face desses erros, a fim de fazê-los desaparecer por muito tempo do seio da Igreja. Seria o fim do protestantismo e o começo de uma nova era fecunda para a Igreja.
Ora, essa preparação foi odiosamente rejeitada para dar lugar à mais grave tragédia já suportada pela Igreja. Assistimos ao casamento da Igreja com as idéias liberais. Seria negar a evidência fechar os olhos, não afirmar corajosamente que o Concilio permitiu àqueles que professam os erros e as tendências condenadas pelos papas citados acima, de crer legitimamente que suas doutrinas estavam desde então aprovadas.
Então, quando o Concilio se preparava para ser um clarão luminoso no mundo de hoje, se tivessem  sido utilizados os textos pré-conciliares nos quais se encontrava uma profissão solene de doutrina segura em relação aos problemas modernos, pode-se e se deve infelizmente afirmar que de uma maneira quase geral, quando o Concilio inovou, abalou a certeza de verdades ensinadas pelo Magistério autêntico da Igreja como pertencendo definitivamente ao tesouro da tradição.
Que se trate da transmissão da jurisdição dos bispos, das duas fontes da revelação, da inspiração das Sagradas Escrituras, da necessidade da graça para a justificação, da necessidade do batismo católico, da vida da graça nos heréticos, cismáticos e pagãos, dos fins do casamento, da liberdade religiosa, dos fins últimos, etc… Sobre estes pontos fundamentais, a doutrina tradicional é clara e ensinada unanimemente nas universidades católicas. Ora, numerosos textos do Concilio sobre estas verdades permitem atualmente pô-las em dúvida.
Conseqüências desastrosas do Concilio na vida da Igreja
As conseqüências foram rapidamente tiradas e aplicadas na vida da Igreja:
- As dúvidas quanto à necessidade da Igreja e dos sacramentos trazem o desaparecimento das vocações sacerdotais.
- As dúvidas sobre a necessidade e a natureza da “conversão” de cada alma trazem o desaparecimento das vocações religiosas, a ruína da espiritualidade tradicional nos noviciados, a inutilidade das missões.
- As dúvidas sobre a legitimidade da autoridade e a exigência da obediência provocada pela exaltação da dignidade humana, da autonomia da consciência, da liberdade, abalam todas as sociedades a começar pela Igreja, as sociedades religiosas, as dioceses, a sociedade civil, a família.
O orgulho traz como conseqüência todas as concupiscências dos olhos e da carne. Talvez seja uma das constatações mais atrozes de nossa época, ver a que decadência moral chegou a maior parte das publicações católicas. Falam sem o menor pudor da sexualidade, da limitação dos nascimentos por qualquer meio, da legitimidade do divórcio, da educação mixta, do flerte, dos bailes como meios necessários à educação cristã, do celibato dos padres, etc.
- As dúvidas sobre a necessidade da Igreja única fonte de salvação, sobre a Igreja católica única religião, provenientes das declarações sobre o ecumenismo e liberdade religiosa, destroem a autoridade do Magistério da Igreja. Com efeito, Roma não é mais a “Magistra Veritatis (Mestra da Verdade)” única e necessária.
É preciso pois, forçado pelos fatos, concluir que o Concilio favoreceu de uma maneira inconcebível a difusão dos erros liberais. A fé, amoral, a disciplina eclesiástica foram abaladas em seus fundamentos, segundo as previsões de todos os papas.
A destruição da Igreja avança a passos rápidos. Por uma autoridade exagerada dada às Conferências episcopais, o Soberano Pontífice tornou-se impotente. Em um só ano, quantos exemplos dolorosos! No entanto o Sucessor de Pedro e só ele pode salvar a Igreja.
Remédios propostos
Que o Santo Padre se cerque de vigorosos defensores da fé, que os designe em dioceses importantes. Que se digne por documentos importantes proclamar a verdade, perseguir o erro, sem temor das contradições, sem temor dos cismas, sem temor de por em causa as disposições pastorais do Concilio.
Digne-se o Santo Padre: encorajar os bispos a endireitar a fé e os costumes individualmente, cada um em sua respectiva diocese, como convém a todo bom pastor; sustentar os bispos corajosos, incitá-los a reformar seus seminários, e restaurar aí o estudo de Santo Tomás; encorajar os superiores gerais a manter nos noviciados e comunidades princípios fundamentais de toda ascese cristã, sobretudo a obediência; encorajar o desenvolvimento de escolas católicas, a imprensa da sã doutrina, as associações de famílias cristãs; enfim, reprimir os que erram e reduzi-los ao silêncio. As alocuções das quartas-feiras não podem substituir as encíclicas, os mandamentos, as cartas para os bispos.
Sem dúvida estou sendo bem temerário ao me exprimir  desta maneira! Mas é com um amor ardente que componho estas linhas, amor pela glória de Deus, amor por Jesus, amor por Maria, por sua Igreja, pelo Sucessor de Pedro, bispo de Roma, Vigário de Jesus Cristo.
Dignai o Espírito Santo, a quem é dedicada nossa Congregação, vir em ajuda ao Pastor da Igreja universal.
Que Vossa Eminência digne assegurar-se de meu mais respeitoso devotamento em Nosso Senhor.
+ Marcel Lefebvre
Arcebispo titular de Sinada na Frigia,
Superior Geral da Congregação do Espírito Santo