- E senti o espírito inundado por um mistério de luz que é Deus e N´Ele vi e ouvi -A ponta da lança como chama que se desprende, toca o eixo da terra, – Ela estremece: montanhas, cidades, vilas e aldeias com os seus moradores são sepultados. - O mar, os rios e as nuvens saem dos seus limites, transbordam, inundam e arrastam consigo num redemoinho, moradias e gente em número que não se pode contar , é a purificação do mundo pelo pecado em que se mergulha. - O ódio, a ambição provocam a guerra destruidora! - Depois senti no palpitar acelerado do coração e no meu espírito o eco duma voz suave que dizia: – No tempo, uma só Fé, um só Batismo, uma só Igreja, Santa, Católica, Apostólica: - Na eternidade, o Céu! (escreve a irmã Lúcia a 3 de janeiro de 1944, em "O Meu Caminho," I, p. 158 – 160 – Carmelo de Coimbra)
segunda-feira, 29 de junho de 2015
Benedicto XVI: Dios, “Persona viva y cercana que nos ama y pide ser amada”
CIUDAD DEL VATICANO, domingo 27 de junio de 2010 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación la intervención de Benedicto XVI hoy, durante el rezo del Ángelus desde la ventana de su estudio del Palacio Apostólico vaticano con miles de peregrinos reunidos en la Plaza de San Pedro.
¡Queridos hermanos y hermanas!
Las lecturas bíblicas de la santa Misa de este domingo me dan la oportunidad de retomar el tema de la llamada de Cristo y de sus exigencias, tema al que me referí también hace una semana, con motivo de las Ordenaciones de los nuevos presbíteros de la Diócesis de Roma. En efecto, quien tiene la suerte de conocer un joven o una chica que deja su familia de origen, los estudios o el trabajo para consagrarse a Dios, sabe bien de lo que se trata, porque tiene delante un ejemplo vivo de respuesta radical a la vocación divina. Ésta es una de las experiencias más bellas que se hacen en la Iglesia: ver, tocar con la mano la acción del Señor en la vida de las personas; experimentar que Dios no es una entidad abstracta, sino una Realidad tan grande y fuerte como para llenar de una manera superabundante el corazón del hombre, une Persona viva y cercana, que nos ama y pide ser amada.
El evangelista Lucas nos presenta a Jesús que, mientras camina por el camino, directo a Jerusalén, se encuentra con algunos hombres, probablemente jóvenes, que prometen seguirlo donde quiera que vaya. Con ellos Él se muestra muy exigente, advirtiéndoles que “el Hijo del hombre -es decir Él, el Mesías- no tiene donde reclinar su cabeza”, es decir que no tiene una casa propia estable, y que quien escoge trabajar con Él en el campo de Dios ya no puede echarse atrás (cfr Lc 9,57-58.61-62). A otro en cambio Cristo mismo le dice: “Sígueme”, pidiéndole un corte neto con los vínculos familiares (cfr Lc 9,59-60). Estas exigencias pueden parecer demasiado duras, pero en realidad expresan la novedad y la prioridad absoluta del Reino de Dios que se hace presente en la Persona misma de Jesucristo. En última instancia, se trata de esa radicalidad que le es debida al Amor de Dios, al cual Jesús mismo obedece primero. Quien renuncia a todo, incluso a sí mismo, para seguir a Jesús, entra en una nueva dimensión de la libertad, que san Pablo define como “caminar según el Espíritu” (cfr Gal 5,16). “Cristo nos ha liberado por la libertad!” -escribe el Apóstol- y explica que esta nueva forma de libertad adquirida para nosotros por Cristo consiste en estar “al servicio los unos de los otros” (Gal 5,1.13). ¡Libertad y amor coinciden! Al contrario, obedecer al propio egoísmo conduce a rivalidades y conflictos.
Queridos amigos, llega a término el mes de junio, caracterizado por la devoción al Sagrado Corazón de Cristo. Precisamente en la fiesta del Sagrado Corazón renovamos con los sacerdotes del mundo entero nuestro compromiso de santificación. Hoy querría invitar a todos a contemplar el misterio del Corazón divino-humano del Señor Jesús, para sacar agua de la fuente misma del Amor de Dios. Quien fija su mirada en ese Corazón atravesado y siempre abierto por amor a nosotros, siente la verdad de esta invocación: “Sé tú, Señor, mi único bien” (Salmo resp.), y está listo para dejarlo todo por seguir al Señor. Oh María, que has correspondido sin reservas a la divina llamada, ruega por nosotros!