Cómo
El acceso a la Vida de espíritu nos la indica Jesús de dos formas que aunque expresadas de formas muy distintas vienen a decir y conseguir lo mismo. El primer medio es mediante el mandato positivo. Dice Jesús: “Un mandamiento nuevo os doy, amar a Dios por encima de todas las cosas y al prójimo como a ti mismo”. La segunda manera es mediante el mandato negativo – negativo no implica malo, como más adelante veremos – “El que quiera venir conmigo que renuncie a sí mismo, tome su cruz de cada día y me siga” … pero antes de adentrarnos en estas palabras unas consideraciones previas.
Todos en nuestro interior podemos buscar y sentir la bondad. Esta experiencia, esta capacidad de desear el bien a cuantos nos rodean, de incluso abarcar ese deseo a quienes no nos caen bien o nos han hecho daño, es la simiente del amor que cada uno de nosotros tiene en su interior más profundo. Encontrar esta fuente de bien es hallar la simiente de Dios en nuestro corazón y esta es la planta que debemos cuidar y hacer crecer mediante la oración. La capacidad de desear el bien a cuantos nos rodean de, sinceramente y de corazón, perdonar el daño recibido, o con profunda humildad pedir perdón, es un don y es una experiencia interior que nos acerca a Dios. Por eso, cumplir el primer mandamiento sincera y hondamente es una tarea que deseada intensamente en cada rato de oración no sólo nos transformará interiormente, sino que también porteriormente cambiará nuestra forma de llevar nuestra vida diaria, porque cuando ese deseo crece en nosotros nos permite pasar de una existencia plana a otra en la cual descubrimos una dimensión desconocida hasta la fecha; la espiritual.
La renuncia a uno mismo no es algo que suene bien y de entrada provoca rechazo entre los propios cristianos pero sucede que buscar cumplir la voluntad de Dios – consecuencia del principal mandamiento – y renunciar a uno mismo son una misma cosa.Vamos a ver por qué.
En nuestra sociedad se considera mayoritariamente a la autoestima como la fuente ordinaria de satisfacción personal, de felicidad. La autoestima no es sino la contemplación interior de lo que somos, de lo que tenemos, de lo que hemos alcanzado en la vida, por supuesto, no sólo en asuntos materiales, sino en cuestiones sentimentales también y en general, de todo orden. Sin embargo la autoestima esconde una importante trampa, porque tras ella se encuentra oculta una poderosísima fuerza atractora, tan insaciable como intensa; el ego. El ego es intrínseco a la naturaleza humana y es la fuerza que empuja a preocuparnos por nosotros mismos, nuestro bienestar. Desgraciadamente no es una fuerza conformista, siempre anhela más. No basta con que tengamos sustento y cobijo porque el observar lo que nos rodea basta para comprender que existen “posesiones” con las que nos veríamos satisfechos. El ego nos reclama una vida sentimental satisfactoria y la ausencia de pareja o el tener una que no nos complace enteramente es fuente de insatisfacción. El ego nos reclama un nivel de renta más elevado y si no lo conseguimos nos sentimos frustrados. El ego nos reclama un televisor última generación…. o tener un hijo, o sacar una buena nota…. da igual, siempre nos exige algo que no tenemos y cuya ausencia provoca turbación, angustia. La autoestima no es sino el intento de decirle al ego; confórmate, esto es lo que hay… pero no servirá para aplacarlo, bien lo sabemos. La autoestima es un sistema para conformarnos con lo que somos, un intento de aplacar al ego, de repasar las cosas buenas que somos y tenemos e intentar no ver o minimizar aquellas facetas de nuestra vida que no están como nos gustarían. Muchas veces lo conseguimos así…y en otros momentos no, somos como naúfragos en mitad de un mar embravecido, la mayoría de las veces intentamos olvidar, encendemos el televisor o nos tomamos una cerveza con un amigo… todo antes de enfrentarnos en silencio con nosotros mismos, a nuestro ego.
Y pocas cosas hay que puedan resistirse al ego. Incluso obras hechas aparentemente con afan generoso pueden esconder detrás una intención torcida; el figurar como persona generosa ante los demás, es decir, crear una buena imagen de uno mismo ante los demás… alimentar nuestro ego, en este caso, mediante la vanidad. Una intención que aparentemente era buena al final ha torcido su rumbo y ha finalizado en nosotros. Tal vez la obra logre lo que pretendíamos y consigamos que la gente vea nuestra generosidad y eso nos haga sentir bien… pero es muy probable que no oigamos las alabanzas que nos gustaría oir a nuestro ego… es muy probable que incluso sea evidente a los demás nuestra intención torcida y oigamos comentarios desfavorables, incluso surgidos por envidia y también eso nos alterará… y es que el ego siempre resulta muy difícil de satisfacer y pocas veces se da por contento.
Pero de pronto la oración plantea un medio de crear un foco hacia el cual dirigir nuestras intenciones que no sea el ego. Al poner a Dios como un objetivo de nuestras intenciones poco nos preocupará si recibimos alabanzas o nos critican, si nos ven o no realizar ese mismo acto generoso que ponía anteriormente como ejemplo, porque la intención no descansa en recibir después una alabanza o un reconocimiento. El deseo de cumplir ese mandamiento principal, de desear la máxima bondad, de permitir que esa semilla de amor que existe en nosotros prospere, es pleno y es satisfactorio… y no será nuestro ego quien juzgue el resultado. Por esta misma razón cumplir la voluntad de Dios es renunciar a uno mismo en el sentido que es renunciar a satisfacer nuestro ego, y eso supone quitarse un enormísimo peso de encima, tanto que se goza de una ligereza, de una paz, de una felicidad nunca antes sentida… tanto que hasta se experimenta una sensación física de haber accedido a un lugar nuevo, de haber entrado en esa fortaleza magnífica de la que hablaba y que pasamos a analizar en el siguiente capítulo, el segundo círculo. Pero no podemos llegar a ese grado sin la práctica de la oración.
Oración
Una de las consecuencias de la entrada en este universo, en esta forma de contemplar la vida, yo no diría con una luz nueva, sino sencillamente y por primera vez en la vida, con luz, es que conectas con las personas de una forma muy distinta a cómo lo hacías antes. Eres más sensible y detectas con facilidad lo que hace daño a una persona, pero también entiendes por qué algo la hace feliz. Comprendes la diferencia entre una intención recta de otra egoísta, diferencias un amor desinteresado y puro de un amor interesado. Lo que antes eran cuestiones que dejabas pasar porque no te aportaban nada o no sabías como interpretar ahora te es diáfano como un cristal. Y precisamente, derivado de esta transparencia en el trato personal, una de las principales sorpresas con las que me encontré es la enorme cantidad de personas, que una vez llegadas a cierta madurez personal, se detienen en su ajetreado andar cotidiano, y permiten que irrumpa el silencio en sus vidas. Han intuido que las cuestiones que verificaban como importantes en su vida tal vez no lo sean tanto… han llegado a un cierto nivel de bienestar aparente, y sin embargo no son felices, ¡y no se conforman! Entonces, con valentía, indagan en su interior. Es curioso que viviendo al amparo del cristianismo se busquen técnicas de relajación y meditación orientales, quizás porque se ignora lo que significa la oración dentro de la fe, y es que, seguramente es algo que pasa muy muy desapercibido para los propios creyentes. De hecho, el que escribe estas líneas cambio su vida principalmente a la par que realizaba un taller de oración del padre Larrañaga, un sacerdote católico afincado en Chile, taller que recomiendo encarecidamente a aquel que haya visto en estas líneas algo, una mínima reflexión de interés, que le llame la atención o le remueva.
Existe una diferencia clave entre hacer meditación o relajarse, y orar. La meditación puede ser una técnica de conocimiento propio. Muchos líderes orientales hablan de cuestiones que de una manera u otra puedes encontrar en este blog… lo cierto es que cuando he hablado con amistades a menudo me han dicho, leéte a tal autor o tal otro. Y efectivamente, la naturaleza humana es la misma y por tanto los descubrimientos no pueden disentir en exceso unos de otros. ¡Pero habrá alguna diferencia!, ¿no? diréis. Por supuesto. La oración tiene un foco hacia el cual se dirigen las intenciones del alma; Dios. El buscar a Dios, el intentar conocer su voluntad, el discernir y conocer su amor por nosotros es una luz muy poderosa en nuestro interior, es una fueza que permite escapar, alejarnos del Ego, es el camino hacia un nuevo nacimiento.
Jesús a menudo se retiraba a orar y en los evangelios se cita como algo acostumbrado y nada inusual. Cuando inicié el taller y me plantearon dedicar media hora diaria a esta actividad me pareció algo absolutamente descabellado, pero bastó una sola sesión para que comprender que quien encuentra el valor que tiene este ejercicio difícilmente podrá abandonarlo.
¿Media hora? ¿y qué se hace en ese tiempo?
Podría decirse que es media hora para tener presencia de Dios sin ningún elemento externo que nos distraiga. El anhelo de cumplir su voluntad simplemente basta para llenar media hora, para inundarse de deseos de buscar a Dios a través del prójimo. Es comprender por que estamos hastiados de las cosas que hemos perseguido durante demasiado tiempo y que una vez alcanzadas no nos saben como esperábamos. Es entender que aquellas cosas que nos resultan inalcanzables tampoco nos saciarían caso de lograrlas. Es entender que lo único que llena nuestros corazones es el amor, y el único amor verdadero es el que tiene en El su sustento. Pero es este un entendimiento muy distinto de la reflexión intelectual, es la contemplación de estas y otras realidades… sinpalabras.Pero quizás la oración contemplativa nos es la más recomendable para empezar.
Lo cierto es que hay muchas formas de orar. Se puede tomar un pasaje del evangelio y meditar sobre él, intentar comprenderlo. Y si no es un texto bíblico un libro con consideraciones espirituales, religiosas o por supuesto, de oraciones, puede servir. El evangelio está lleno de frases que por sí solas, repetidas y meditadas lentamente sirven para ocupar muchas sesiones : “he aquí la sierva del señor, hagase en mí según tu palabra”, “señor no soy digno que entres en mi casa pero una palabra tuya bastará para sanarme” “padre he pecado contra el cielo y contra ti…” cada cual puede encontrar inesperadamente la suya y nutrirse de una experiencia interior que no puede traspasarse, ni contarse… es personal.
Muchas veces la oración es emotiva. El comprender algo de nuestra vida bajo una luz nueva. El entendernos mejor que nunca a nosotros mismos, el crecer en amor de Dios, el comprender que Jesús es tu maestro… se pueden dar mil situaciones que colman el alma y enternecen el corazón. No siempre se producen, pero basta una ocasión en la que se alcanza esta plenitud para que un alma quede pendiente durante el resto de su vida de repetir esa experiencia en la oración y se sujete este hábito de forma incondicional.
También podemos pedir cosas. Esto es algo mucho más importante de lo que parece, pues Jesús insiste muchas veces que Dios, nuestro Padre, no dejará de atender nuestras peticiones y , cuestión muy importante, nos dará el don del Espíritu Santo. Generalmente estamos acostumbrados a recordar una frase muy llamativa en relación con la fe y la oración: “Tened fe en Dios, porque de cierto os digo que cualquier que dijere a este monte: quítate y échate en el mar, y no dudare en su corazón, sino creyere que será hecho lo que dice, lo que diga le será hecho. Por tanto os digo que todo lo que pidiereis orando, creed que lo recibiréis y os vendrá”. ¿Qué inmenso poder verdad? Sin embargo conocemos a muchas personas atribuladas, creyentes, que no ven resueltos sus problemas, evidentemente más sencillos que echar un monte al mar. Nosotros mismos hemos tenido que pedir para que un problema se resolviera a nuestro favor… y a veces no se ha resuelto como nos gustaría. ¿Es falta de fe? No, hay una consideración paralela muy importante, otro pasaje que pasa mucho más desapercibido porque no resulta tan espectacular: “Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?” (Lucas 11,13). Y esto nos da idea de qué cosas hemos de pedirle a Dios en la oración, pues de la misma manera que si a un hijo nuestro que nos pide algo que sabemos que le va a perjudicar y no se lo damos y cuando nos pide algo que entendemos que le resulta conveniente y se lo damos, así Dios actúa con nosotros y nos concede todo aquello que nos va a acercar a El y nos niega aquello que no nos conviene o está pedido con falta de recta intención. Por eso lo primero que tiene que aprender a pedir un alma son los dones del Espírtu Santo, siete, de los cuales el primero y principal es el de la Piedad.
También debemos pedir por los demás, nuestros amigos… y enemigos, porque si llegamos a Dios a través del amor del prójimo debemos ver qué podemos hacer por quienes nos rodean. Pero este tema lo abordaremos en otro capítulo.
Debemos fijarnos propósitos. No simplemente basta una intención genérica “voy a ser mejor persona”. Se trata de cambiar actitudes erróneas, eliminar vicios, comprender cómo empleo mi tiempo y si éste puede estar mejor utilizado. ¿Vivo para los demás o vivo para mí?
Y sobre todo, lo más importante de la vida espiritual, el conocimiento propio y el ascenso por esta fortaleza interior, la ascensión a los siete círculos -seis si tenemos en cuenta que ya hemos superado el primer obstáculo que representa el acceso-, cada uno de los cuáles representa un obstáculo en el crecimiento interior y que caso de no superarse puede dar al traste con nuestra vida espiritual, o al menos, dejarla estancada esterilmente… incluso llegando a perder la paz de espíritu. Y es que el hecho de haber alcanzado la plenitud interior no es garantía de que nuestra alma permanezca en ese estado por siempre. Habrá situaciones en nuestra vida, momentos en los que equivoquemos el camino… basta que sea imperceptiblemente, para que la paz se desbarate y nos hallemos fuera del castillo, de nuevo a la intemperie. Y el conocimiento de cómo y porqué perdemos la paz lo vamos a entender siempre siempre siempre a la luz de la oración, y de esta manera, a lo largo de cada uno de los sucesivos círculos que debemos superar -si es que me permitís que siga utilizando esta alegoría-, de comprender de una forma totalmente diferente, ¡reveladora!, lo que significa el sufrimiento…, pero también a través de la consideracion de lo que representa el pecado, iremos adquiriendo una presencia en esta vida plena, libre de miedos, llena de paz.
¿Cuál es la oración que facilita la entrada en la vida espiritual? Sin duda es un deseo sencillo, sincero, de cumplir la voluntad de Dios, de saber que el cumplimiento de esa voluntad hace plena nuestra vida porque, si aceptamos nuestra naturaleza espiritual, cumplir la voluntad de donde emana ese espíritu, Dios, es dar pleno sentido a la sustancia de la que estamos hechos. Comprender esto es vivir de acuerdo con la siguiente oración:
Padre, que en cada instante, en cada ocasión, en cada momento
cumpla tu voluntad
Padre, que con cada palabra, con cada pensamiento, con cada intención
cumpla tu voluntad
Padre, que con cada acto, con cada mirada, con cada gesto
cumpla tu voluntad
Que mis ojos sean tus ojos
mi voz sea tu voz
mis manos sean tus manos
mi inteligencia sea tu inteligencia
y que todas mis intenciones y pensamientos se encaminen hacia ti
Mateo 6,6: Pero tú, cuando ores, entra en tu cuarto, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará
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