sábado, 26 de março de 2011

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Mons. Marc Aillet, obispo de Bayona, habla sobre la Liturgia, secularización y postconcilio. Conferencia pronunciada en la Pontificia Universidad Lateranense el 11 de marzo de 2010.

La Liturgia herida

  


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En el origen del movimiento litúrgico estaba la voluntad del Papa San Pío X, especialmente en el motu proprio Tra le Sollecitudini (1903), para restaurar la liturgia y que hacer su riqueza más accesible, para volver a ser fuente de una vida verdaderamente Cristiana, para subrayar el reto de la creciente secularización y alentar a los fieles a consagrar el mundo a Dios. Así pues, el Concilio definió la liturgia como "fuente y cumbre de la vida y de la misión de la Iglesia". Sin embargo, como a menudo han señalado los Papas Juan Pablo II y Benedicto XVI, a veces, la aplicación de la reforma litúrgica ha conducido a una especie de desacralización sistemática, mientras se permitió que la liturgia fuera impregnada cada vez mas por la cultura secularizada del mundo que la rodea, perdiendo así su propia naturaleza e identidad: "Es el Misterio de Cristo lo que la Iglesia anuncia y celebra en su liturgia a fin de que los fieles vivan de él y den testimonio del mismo en el mundo..." (CIC 1068).

Sin embargo, sin negar los auténticos frutos de la reforma litúrgica, se puede decir que la liturgia ha sido herida por lo que Juan Pablo II ha definido como "prácticas inaceptables" (Ecclesia de Eucharistia, n. 10) y Benedicto XVI denunció como "deformaciones difíciles de soportar "(Carta a los Obispos con motivo de la publicación del Motu Proprio Summorum Pontificum). Así pues también se hirieron la identidad de la Iglesia y del sacerdote.

La acción litúrgica debe reconciliar fe y vida.

En los años del postconcilio, fuimos testigos de una especie de duelo dialéctico entre aquellos que defendían del culto litúrgico y los que promovían la apertura al mundo. Puesto que en última instancia, estos últimos, redujeron la vida cristiana exclusivamente a obras sociales, basándose en una interpretación profana de la fe, los primeros, reaccionaron refugiándose en la liturgia purista llegando al "rubricismo, arriesgándose de alentar a los fieles a protegerse excesivamente del mundo. En la exhortación apostólica Sacramentum Caritatis, el Papa Benedicto XVI pone fin a esta controversia y se reúne ambas facciones. La acción litúrgica debe reconciliar fe y vida. Así como la celebración del misterio pascual de Cristo le hace realmente presente entre su pueblo, la liturgia da a la vida cristiana una forma eucarística para hacerla "ofrenda espiritual agradable a Dios". Por lo tanto, el compromiso del cristiano en el mundo y el mundo mismo, a través de la liturgia, es la llamada a ser consagrados a Dios. La misión del cristiano en la Iglesia y en la sociedad encuentra, de hecho, su fuente y su impulso en la liturgia, hasta ser arrastrado por el dinamismo de la ternura de Cristo que se hace presente en ella.

La primacía que Benedicto XVI intenta dar a la liturgia en la Iglesia - "El culto litúrgico es la expresión suprema de la vida sacerdotal y episcopal", dijo a los obispos Francia reunidos en Lourdes el 14 de septiembre de 2008, en una asamblea plenaria - pretende colocar la adoración de vuelta en el centro de la vida del sacerdote y de los fieles. Sustituyendo el "cristianismo secular" que ha acompañado a menudo la aplicación de la reforma de la liturgia, el Papa Benedicto XVI quiere promover un "cristianismo teologal", el único capaz de servir a lo que él ha definido como prioridad que predomina en esta fase de la historia, es decir, "hacer presente a Dios en este mundo y dar a la gente acceso a Dios" (Carta a los Obispos de la Iglesia Católica, 10 de marzo de 2009). De qué modo, mejor que en la liturgia, el sacerdote profundiza en su identidad, tan bien definida por el autor de Hebreos: "
Todo sumo sacerdote es tomado de entre los hombres y los representa en las cosas de Dios; por eso ofrece dones y sacrificios por el pecado"(Hb 5, 1)?

El resultado de la secularización fue una grave crisis de identidad del sacerdote, que dejó de percibir la importancia de la salvación de las almas y la necesidad de anunciar el Evangelio.

La apertura al mundo auspiciada por el Vaticano II a menudo ha sido interpretada, en los años del postconcilio, como una suerte de "conversión a la secularización": Esta actitud no carecía de generosidad, pero llevó a descuidar la importancia de la liturgia y reducir al mínimo la necesidad de observar los ritos, considerados demasiado alejados de la vida del mundo al que se debía amar y estar en total unión, hasta dejarse fascinar por él. El resultado fue una grave crisis de identidad del sacerdote, que dejó de percibir la importancia de la salvación de las almas y la necesidad de anunciar al mundo la novedad del Evangelio de la Salvación. La liturgia es, sin duda, el lugar privilegiado para la profundización en la identidad del sacerdote, llamado a "luchar contra la secularización", porque, como dice Jesús, en su oración sacerdotal: "No te pido que los saques del mundo, sino que los preserves del Maligno.
Ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Conságralos en la verdad: tu palabra es verdad" (Juan 17, 15-17).

Indudablemente, esto será posible a través de una observación más rigurosa de las normas litúrgicas que preservan el sacerdote de atraer, ni aun inconscientemente, la atención de los fieles hacia su persona: el ritual litúrgico que el celebrante está llamado a recibir filialmente de la Iglesia, de hecho, permite a los fieles a adentrarse con mayor facilidad en la presencia de Cristo el Señor, del cual la celebración litúrgica debe ser signo elocuente, y que siempre debe estar en primer lugar. La liturgia es herida cuando los fieles son abandonados a la arbitrariedad del celebrante, a sus manías, a sus ideas u opiniones personales, a sus propias heridas. De ahí también se desprende la importancia de no banalizar los ritos que nos desprenden del mundo profano y por lo tanto de la tentación del inmanencia, que tienen el don de sumergirnos de golpe en el Misterio y de abrirnos a la Trascendencia. En este sentido, nunca se puede subrayar lo suficiente la importancia del silencio que precede a la celebración litúrgica, un nártex interior, en el que deshacerse de las preocupaciones, aunque legítimas, del mundo profano, para entrar en el tiempo y en el espacio sagrados, donde Dios nos revela su misterio. Ni la importancia del silencio en la liturgia para abrirse más fácilmente a la acción de Dios, ni a la pertinencia de un tiempo de acción de gracias, integrados o no en la celebración, tomar conciencia interiormente de la misión que nos espera cuando regresemos al mundo. La obediencia del sacerdote a las rúbricas es también en sí un signo silencioso y elocuente de su amor a la Iglesia de la que sólo es ministro, es decir, siervo. 

Mas que un objeto de estudio, la liturgia es una forma de vida.

De ahí la importancia de la formación de los futuros sacerdotes en la liturgia y, sobre todo, en la participación interior, sin la cual la participación exterior preconizada por la reforma quedaría sin alma, y favorecería una comprensión parcial de la liturgia expresada en términos de una excesiva teatralización de los roles, la cerebralización reductiva de los ritos y la auto-celebración abusiva por parte de la asamblea. Si la participación activa, que es el principio de operativo de la reforma litúrgica, no es el ejercicio del "sentido sobrenatural de la fe," la liturgia no será ya obra de Cristo, sino de los hombres. Insistiendo en la importancia de la formación litúrgica de los sacerdotes, el Concilio Vaticano II hizo de la liturgia una de las principales disciplinas en los estudios eclesiásticos, evitando que se redujeran a una formación puramente intelectual: de hecho, mas que un objeto de estudio, la liturgia es una forma de vida, o más bien, es "trascender la propia vida para fundirse en la vida de Cristo". Es la inmersión por excelencia de toda vida cristiana: la inmersión en el sentido de la fe y en el sentido de la Iglesia, en la alabanza y la adoración, como en la misión.

Por tanto, estamos llamados a un verdadero "Sursum corda". La frase del prefacio: "Levantemos el corazón", introduce a los fieles al corazón de los corazones de la liturgia: la Pascua de Cristo, es decir, su paso de este mundo al Padre. El encuentro de Jesús resucitado con María Magdalena la mañana de la Resurrección, es muy significativo en este sentido: con su "Noli me tangere" Jesús invita a María Magdalena a "mirar a la realidad de las alturas", haciéndole caer en la cuenta en su corazón de que todavía no había ascendido al Padre y le pedía que fuera a decirles a sus discípulos que él debía ascender a su Dios y nuestro Dios, su Padre y nuestro Padre. La liturgia es, exactamente, el lugar de esta ascensión, esta tensión hacia el Dios que da a la vida nuevos horizontes, y, por tanto, una orientación decisiva. Siempre y cuando no lo consideremos como material a disposición a manipulaciones, demasiado humanas, sino que seguimos, con obediencia filial, las prescripciones de la Santa Iglesia.

Como afirmó el Papa Benedicto XVI en su homilía en la solemnidad de los Santos Pedro y Pablo en 2008: "Cuando el mundo en si mismo se convierta en liturgia de Dios, cuando su realidad se convierta en adoración, entonces habrá logrado su objetivo, entonces estará sano y salvo”.
http://misatridentinabilbao.blogspot.com/

A Liturgia Ferida Por Dom Marc Aillet, bispo de Bayonne, França

http://misagregorianagrancanaria.files.wordpress.com/2011/01/img_1314.jpg



Discurso dado numa conferência teológica intitulada "Fidelidade de Cristo, Fidelidade do Sacerdote", de 11 a 12 de março na Pontifícia Universidade Lateranense.

Dom Marc, que estudou teologia na Universidade de Friburgo, foi professor de teologia moral no Seminário Maior de Toulon. Ele foi apontado para bispo de Bayonne em Outubro de 2008. O texto do discurso de Dom Marc apareceu em italiano e francês no site da Congregação para o Clero (www.clerus.org).


Na origem do Movimento Litúrgico, era vontade do Papa São Pio X, especialmente no motu proprio Tra le Sollecitudini (1903), restaurar a Liturgia e tornar sua riqueza mais acessível no intuito de novamente fazer dela a fonte de uma autêntica vida cristã, sublinhar o desafio de uma crescente secularização e encorajar os fieis a consagrar o mundo a Deus. Por isso, a definição de Liturgia do Concílio como "fonte e cume da vida e da missão da Igreja".

Contra todas as expectativas, como frequentemente apontado pelos Papas João Paulo II e Bento XVI, a implementação da reforma litúrgica às vezes levou a uma sistemática dessacralização, enquanto se foi permitindo que a liturgia fosse cada vez mais impregnada da cultura secularizada de todo o mundo ao redor, perdendo assim sua própria natureza e identidade: "Este mistério de Cristo a Igreja anuncia e celebra em sua liturgia, a fim de que os fiéis vivam e dêem testemunho dele no mundo" (CIC, 1068).

Sem negar os verdadeiros frutos da reforma litúrgica, pode-se dizer, todavia, que a liturgia tem sido ferida pelo que João Paulo II definiu como "práticas inaceitáveis" (Ecclesia de Eucharistia §10), e que Bento XVI denunciou como "deformações no limite do suportável" (Carta aos Bispos que acompanha o motu Proprio Summorum Pontificum). Assim também a identidade da Igreja e do sacerdote foi ferida.

Nos anos seguintes ao Concílio, nós testemunhamos um tipo de oposição dialética entre os defensores do culto litúrgico e os promotores da abertura para o mundo. Porque estes reduziram a vida cristã apenas a esforços sociais, baseados numa interpretação secular da fé, aqueles, reagindo, refugiaram-se na liturgia pura beirando o "rubricismo", com o risco de encorajar os fieis a se protegerem excessivamente do mundo.

Na Exortação Apostólica Sacramentum Caritatis, o Papa Bento XVI põe um fim a essa controvérsia e reúne essa oposição. A ação litúrgica deve reconciliar fé e vida. Precisamente como Celebração do Mistério Pascal de Cristo, verdadeiramente presente no meio do seu povo, a Liturgia dá uma forma eucarística a toda a vida cristã para torná-la "culto espiritual agradável a Deus" [§70]. Assim, o compromisso do cristão no mundo e o próprio mundo, através da Liturgia são chamados a ser consagrados a Deus.

O compromisso do cristão com a missão da Igreja e na sociedade encontra, de fato, sua fonte e seu impulso na Liturgia - trazidos para o dinamismo da oblação do amor de Cristo que aí se faz presente.

A primazia que Bento XVI deseja dar à Liturgia na vida da Igreja ("o culto litúrgico é a suprema expressão da vida presbiteral e episcopal", disse aos bispos da França reunidos em Lourdes, em 14 de setembro de 2008, numa Assembleia Plenária Extraordinária) faz voltar a adoração ao centro da vida do sacerdote e dos fieis. No lugar de um "cristianismo secular" que normalmente acompanhou a implementação da reforma da liturgia, o Papa Bento XVI deseja promover um "cristianismo teológico", o único capaz de servir ao que ele chamou de prioridade que predomina nesta fase da história, isto é, "fazer Deus presente neste mundo e dar ao povo acesso a Deus" (Carta aos Bispos da Igreja Católica, 10 de março de 2009). Onde, de fato, o sacerdote melhor aprofunda sua identidade do que na Liturgia (tão bem definida pelo autor da Carta aos Hebreus: "todo pontífice é escolhido entre os homens e constituído a favor dos homens como mediador nas coisas que dizem respeito a Deus, para oferecer dons e sacrifícios pelos pecados" (Hb 5,1))?

A abertura para o mundo à qual o Vaticano II chamou tem sido frequentemente interpretada, nos anos seguintes ao Concílio, como um tipo de "conversão à secularização". Esta atitude não careceu de generosidade, contudo, levou ao obscurecimento da importância da Liturgia, e minimizou a observância cuidadosa dos ritos, considerados distantes demais da vida do mundo, que precisa ser amado e com o que se deve estar plenamente conectado até por ele se fascinar.

O resultado foi uma grave crise de identidade do sacerdote, que não poderia mais perceber a importância da salvação das almas e a necessidade de anunciar ao mundo a novidade do Evangelho da Salvação. A Liturgia é, sem dúvida, o lugar privilegiado para se aprofundar a identidade do sacerdote, chamado a "combater a secularização", pois, como disse Jesus, em sua Oração Sacerdotal: "Não peço que os tires do mundo, mas sim que os preserves do mal. Eles não são do mundo, como também eu não sou do mundo. Santifica-os pela verdade. A tua palavra é a verdade." (Jo 17,15-17)

Isto certamente será possível através de uma mais rigorosa observância das normas litúrgicas que preservam o sacerdote da necessidade, mesmo inconsciente, de chamar para si a atenção dos fieis: o ritual litúrgico que o celebrante é chamado a receber filialmente da Igreja permite, de fato, aos fieis, chegarem mais facilmente à presença de Cristo Senhor, de quem a celebração litúrgica deve ser um sinal eloquente, e que deve sempre estar em primeiro lugar.

A liturgia é ferida quando os fieis são abandonados às arbitrariedades do celebrante, suas manias, suas ideias pessoais ou opiniões, às suas próprias feridas. Daqui também se segue a importância de não banalizar os ritos que, desprendendo-nos do mundo secular e, assim, da tentação do imanentismo, têm o dom de nos fazer mergulhar rapidamente no Mistério e nos abrir ao Transcendente.

Neste sentido, ninguém enfatizará o bastante a importância do silêncio anterior à celebração litúrgica (no nártex interior [entrada da Igreja], onde estamos livres das preocupações, mesmo legítimas, do mundo secular, a fim de entrar no tempo e no espaço sagrado onde Deus revelará seu Mistério), muito menos do silêncio na Liturgia [que leva] ao abrir-se mais prontamente à ação de Deus; e o apropriado momento de ação de graças, integrado ou não à celebração, a fim de avaliarmos a missão que nos espera, uma vez que estamos voltando para o mundo. A obediência do sacerdote às rubricas é também em si mesmo um sinal eloquente e silencioso de seu amor pela Igreja de quem ele é apenas um ministro, ou seja, um servo.

Daqui também se tira a importância da formação, dos futuros sacerdotes, em liturgia e especialmente em participação interior, sem a qual a participação exterior defendida pela reforma seria sem alma e se favoreceria uma compreensão parcial da liturgia que acabaria por se expressar em termos de uma excessiva teatralização dos papeis, "cerebralização" redutiva dos ritos e abusiva auto-celebração da assembleia.

Se a participação ativa, que é o princípio operacional da reforma litúrgica, não é o exercício do "senso sobrenatural da fé", a liturgia não é mais obra de Cristo e sim obra dos homens.

Insistindo na importância da formação litúrgica dos sacerdotes, o Concílio Vaticano II fez da Liturgia uma das principais disciplinas dos estudos eclesiásticos, evitando reduzi-la a uma mera formação intelectual: de fato, antes de ser um objeto de estudo, a liturgia é vivência, ou melhor, é "transcender a própria vida para imergir na vida de Cristo". É a imersão por excelência de toda a vida cristã: imersão no senso da fé e no senso da Igreja, em louvor, adoração e missão.

Somos, pois, chamados a um verdadeiro "Sursum corda". A frase do prefácio, "corações ao alto", introduz os fieis ao coração dos corações da liturgia: a Páscoa de Cristo, isto é, sua passagem deste mundo para o Pai. O encontro de Jesus ressuscitado com Maria Madalena na manhã da Ressureição é muito significativo neste sentido: com o seu "Noli me tangere" [Não me toques], Jesus convida Maria Madalena a "olhar as realidades do alto", fazendo-a perceber em seu coração que ele ainda não subiu para o Pai e pedindo-lhe para contar aos discípulos que ele deve ir para seu Deus e nosso Deus, seu Pai e nosso Pai.

A liturgia é precisamente o lugar desta elevação, este estender-se no rumo do Deus que dá à vida um novo horizonte e, enfim, sua orientação definitiva, desde que não consideremos isso como material disponível para nossas manipulações antropocêntricas ("tudo para o homem"), mas que observemos, com filial obediência, as prescrições da Santa Igreja.

Como o Papa Bento XVI disse na conclusão de sua homilia na Solenidade de São Pedro e São Paulo [29 de Junho de 2008]: "Quando o mundo inteiro se tornar uma liturgia de Deus; quando, em sua realidade, ele se tornar adoração, então ele terá chegado à sua meta e estará são e salvo".

"La liturgia ferita" de Mons. Marc Aillet

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Mons. Marc Aillet (nella foto), l'eccellente nuovo vescovo di Bayonne (e prima vicario generale della diocesi di Tolone, la più ortodossa e filotradizionale di Francia), ha tenuto questa allocuzione nel corso di un recente convegno teologico all'Università Lateranense, lo scorso 11 marzo. E' un piacere già leggere un titolo esplicito, diretto all'obbiettivo (La liturgia ferita), in luogo delle vaghezze devozionalistiche nullasignificanti che solitamente abbondano nei convegni ecclesiali (tipo: "la liturgia come dono e cammino", o simili). Leggete con attenzione le parole del vescovo francese, poi chiudete gli occhi e rispondete a questa domanda: sarebbe mai stato possibile, solo cinque anni fa, immaginare che un vescovo diocesano potesse esprimere concetti del genere, per giunta in una pontificia università romana?


All’origine del Movimento liturgico, vi era la volontà del Papa san Pio X, in particolare nel motu proprio Tra le sollecitudini (1903), di restaurare la liturgia e renderne maggiormente accessibili i tesori affinché ridiventasse la fonte di una vita autenticamente cristiana, proprio per rilevare la sfida di una crescente secolarizzazione e incoraggiare i fedeli a consacrare il mondo a Dio. Da qui, la definizione conciliare della liturgia come “culmine e fonte della vita e della missione della Chiesa”. Contro ogni aspettativa, come hanno spesso rilevato Papa Giovanni Paolo II e Papa Benedetto XVI, l’attuazione della Riforma liturgica, a volte, ha portato ad una sorta di desacralizzazione sistematica, mentre la liturgia si è lasciata progressivamente pervadere dalla cultura secolarizzata del mondo circostante perdendo così la sua natura e la sua identità: “Questo Mistero di Cristo la Chiesa annunzia e celebra nella sua Liturgia, affinché i fedeli ne vivano e ne rendano testimonianza nel mondo”: (CCC n. 1068).

Senza negare i frutti autentici della riforma liturgica, si può dire tuttavia che la liturgia è stata ferita da ciò che Giovanni Paolo II ha definito “pratiche non accettabili” (Ecclesia de Eucharistia, n. 10) e Benedetto XVI ha denunciato come “deformazioni al limite del sopportabile” (Lettera ai vescovi in occasione della pubblicazione del motu proprio Summorum Pontificum). Così è stata ferita anche l’identità della Chiesa e del sacerdote.

Negli anni postconciliari si assisteva ad una sorta di opposizione dialettica fra i difensori del culto liturgico e i promotori dell’apertura al mondo. Siccome questi ultimi arrivavano a ridurre la vita cristiana al solo impegno sociale, in base a un’interpretazione secolare della fede, i primi, per reazione, si rifugiavano nella pura liturgia fino al “rubricismo”, col rischio di incoraggiare i fedeli a proteggersi eccessivamente dal mondo. Nell’esortazione apostolica Sacramentum Caritatis, Benedetto XVI pone fine a questa polemica e ricompone questa opposizione. L’azione liturgica deve riconciliare la fede e la vita. Proprio in quanto celebrazione del Mistero pasquale di Cristo, reso realmente presente in mezzo al suo popolo, la liturgia dà una forma eucaristica a tutta la vita cristiana per farne un “culto spirituale gradito a Dio”. Così, l’impegno del cristiano nel mondo e il mondo stesso, grazie alla liturgia, sono chiamati ad essere consacrati a Dio. L’impegno del cristiano nella missione della Chiesa e nella società trova, infatti, la sua sorgente e il suo impulso nella liturgia, fino ad essere attirato nel dinamismo dell’offerta d’amore di Cristo che vi è attualizzata.

Il primato che Benedetto XVI intende dare alla liturgia nella vita della Chiesa – “Il culto liturgico è l’espressione più alta della vita sacerdotale ed episcopale”, ha detto ai vescovi di Francia riuniti a Lourdes il 14 settembre 2008 in assemblea plenaria straordinaria – vuole mettere di nuovo l’adorazione al centro della vita del sacerdote e dei fedeli. Invece e al posto del “cristianesimo secolare” che ha spesso accompagnato l’attuazione della riforma liturgica, Papa Benedetto XVI intende promuovere un “cristianesimo teologale”, il solo in grado di servire quella che ha definito la priorità che predomina in questa fase della storia, ossia “rendere Dio presente in questo mondo e aprire agli uomini l’accesso a Dio” (Lettera ai vescovi della Chiesa cattolica, 10 marzo 2009). Dove, infatti, meglio che nella liturgia, il sacerdote approfondisce la propria identità, così ben definita dall’autore della Lettera agli Ebrei: “Ogni sommo sacerdote, preso fra gli uomini, viene costituito per il bene degli uomini nelle cose che riguardano Dio, per offrire doni e sacrifici per i peccati” (Eb 5, 1)?

L’apertura al mondo auspicata dal Concilio Vaticano II è stata spesso interpretata, negli anni postconciliari, come una sorta di “conversione alla secolarizzazione”: questo atteggiamento non mancava di generosità, ma portava a trascurare l’importanza della liturgia e a minimizzare la necessità di osservare i riti, ritenuti troppo lontani dalla vita del mondo che bisognava amare e con il quale bisognava essere pienamente solidali, fino a lasciarsi affascinare da esso. Ne è risultata una grave crisi di identità del sacerdote che non riusciva più a percepire l’importanza della salvezza delle anime e la necessità di annunciare al mondo la novità del Vangelo della Salvezza. La liturgia è, senza dubbio, il luogo privilegiato dell’approfondimento dell’identità del sacerdote, chiamato a “combattere la secolarizzazione”; poiché, come dice Gesù, nella sua preghiera sacerdotale: “Non chiedo che tu li tolga dal mondo, ma che li custodisca dal maligno. Essi non sono del mondo, come io non sono del mondo. Consacrali nella verità. La tua parola è verità” (Gv 17, 15-17).

Questo certamente sarà possibile attraverso una più rigorosa osservazione delle prescrizioni liturgiche che preservano il sacerdote dalla pretesa, pur inconsapevole, di attirare l’attenzione dei fedeli sulla sua persona: il rituale liturgico che il celebrante è chiamato a ricevere filialmente dalla Chiesa permette, infatti, ai fedeli di giungere più facilmente alla presenza di Cristo Signore del quale la celebrazione liturgica deve essere il segno eloquente e che deve avere sempre il primo posto. La liturgia è ferita quando i fedeli sono lasciati all’arbitrio del celebrante, alle sue manie, alle sue idee o opinioni personali, alle sue stesse ferite. Ne consegue anche l’importanza di non banalizzare dei riti che, strappandoci al mondo profano e dunque alla tentazione dell’immanentismo, hanno il dono di immergerci di colpo nel Mistero e di aprirci alla Trascendenza. In questo senso, non si sottolineerà mai abbastanza l’importanza del silenzio che precede la celebrazione liturgica, nartece interiore dove ci si libera delle preoccupazioni, pur legittime, del mondo profano, per entrare nel tempo e nello spazio sacri, dove Dio rivelerà il suo Mistero; del silenzio nella liturgia per aprirsi più sicuramente all’azione di Dio; e la pertinenza di un tempo di azione di grazia, integrato o non nella celebrazione, per prendere la misura interiore della missione che ci attende, una volta ritornati nel mondo. L’obbedienza del sacerdote alle rubriche è anch’essa segno silenzioso ed eloquente del suo amore per la Chiesa di cui non è che il ministro, cioè il servitore.

Ne deriva l’importanza anche della formazione dei futuri sacerdoti alla liturgia e specialmente alla partecipazione interiore, senza la quale la partecipazione esteriore preconizzata dalla riforma sarebbe senz’anima e favorirebbe una concezione parziale della liturgia che si esprimerebbe in termini di teatralizzazione eccessiva dei ruoli, cerebralizzazione riduttiva dei riti e autocelebrazione abusiva dell’assemblea. Se la partecipazione attiva, che è il principio operativo della riforma liturgica, non è l’esercizio del “senso soprannaturale della fede”, la liturgia non è più opera di Cristo, ma degli uomini. Insistendo sull’importanza della formazione liturgica dei sacerdoti, il Concilio Vaticano II fa della liturgia una delle discipline principali degli studi ecclesiastici, evitando di ridurla ad una formazione puramente intellettuale: infatti, prima di essere un oggetto di studio, la liturgia è una vita, o meglio, è “passare la propria vita a passare nella vita di Cristo”. È l’immergersi per eccellenza di ogni vita cristiana: immersione nel senso della fede e nel senso della Chiesa, nella lode e nell’adorazione, come nella missione.

Siamo dunque chiamati ad un autentico “sursum corda”. La frase del prefazio “in alto i nostri cuori” introduce i fedeli al cuore del cuore della liturgia: la Pasqua di Cristo, cioè il suo passaggio da questo mondo al Padre. L’incontro di Gesù Risorto con Maria Maddalena, la mattina della Risurrezione, è in questo senso molto significativo: con il suo “noli me tangere” Gesù invita Maria Mad-dalena a “guardare alle realtà dell’alto”, facendole notare di non essere ancora salito al Padre nel suo cuore e invitandola appunto ad andare a dire ai discepoli che egli deve salire al suo Dio e nostro Dio, a suo Padre e nostro Padre. La liturgia è esattamente il luogo di questa elevazione, di questa tensione verso Dio che dà alla vita un nuovo orizzonte e, con questo, il suo orientamento decisivo. A patto di non considerarla come materiale disponibile alle nostre manipolazioni troppo umane, ma di osservare, con un’obbedienza filiale, le prescrizioni della Santa Chiesa.

Come affermava Papa Benedetto XVI nella conclusione della sua omelia nella solennità dei Santi Pietro e Paolo del 2008: “Quando il mondo nel suo insieme sarà diventato liturgia di Dio, quando nella sua realtà sarà diventato adorazione, allora avrà raggiunto la sua meta, allora sarà sano e salvo”. 
 
http://blog.messainlatino.it/2010/03/la-liturgia-ferita.html

The Wounded Liturgy by Bishop Marc Aillet

  Msgr. Marc Aillet, Bishop of Bayonne and former vicar General of Msgr. Dominque Rey, the excellent bishop of Fréjus-Toulon, has given a talk on "The Wounded Liturgy" at a recent theological conference at the Ponitifical Lateran University in Rome, on 11 March 2010. The NLM is pleased to present you a translation of that talk.


At the origin of the Liturgical Movement was the will of Pope Saint Pius X, especially in the motu proprio Tra le Sollecitudini (1903), to restore the liturgy and make its riches more accessible in order for it to become again the source of an authenticly Christian life, to underscore the challenge of a growing secularisation and to encourage the faithful to consecrate the world to God. Thence, the conciliar definition of the liturgy as "source and summit of the life and mission of the Church." Against all expectations, as has often been pointed out by Popea John Paul II and Benedict XVI, the implementation of the liturgical reform has sometimes lead to a kind of systematic desacralisation, while the liturgy was allowed to become ever more pervaded by the secularised culture of the surrounding world, thus losing its own nature and its identity: "This mystery of Christ the Church proclaims and celebrates in her liturgy so that the faithful may live from it and bear witness to it in the world" (CCC 1068).

Without denying the true fruits of the liturgical reform, one can say however, that the liturgy has been wounded by what John Paul II has defined as "unacceptable practices" (Ecclesia de Eucharistia, n. 10) and Benedict XVI denounced as "deformations which were hard to bear"(Letter to the Bishops on the occasion of the publication of the motu proprio Summorum Pontificum). Thus also the identity of the Church and of the priest was wounded.

In the years after the Council, we witnessed a kind of dialectical opposition between the defenders of liturgical worship and the promoters of the opening to the world. Because the latter ultimately reduced the Christian life to social efforts alone, based on a secular interpretation of the faith, the former, in reaction, took refuge in the pure liturgy up to "rubricism", with the risk of encouraging the faithful to protect themselves excessively from the world. In the Apostolic Exhortation Sacramentum Caritatis, Pope Benedict XVI puts an end to this controversy and reunites this opposition. The liturgical action must reconcile faith and life. Precisely as the celebration of the Paschal Mystery of Christ, made truly present among his people, the liturgy gives a Eucharistic form to the whole Christian life to make it a "spiritual worship pleasing to God." Thus, the commitment of the Christian in the world and the world itself, through the liturgy, are called to be consecrated to God. The commitment of the Christian in the mission of the Church and in society find, in fact, its source and its impulse in the liturgy, up to being drawn into the dynamism of the offering of love of Christ that is made present therein.

The primacy that Benedict XVI intends to give the liturgy in the Church - "Liturgical worship is the supreme expression of priestly and episcopal life," he told the bishops of France gathered in Lourdes on September 14, 2008, in an Extraordinary Plenary Assembly - wants to put adoration back at the center of the life of the priest and of the faithful. Instead and in place of "secular Christianity" that has often accompanied the implementation of the reform of the liturgy, Pope Benedict XVI intends to promote a "theologal Christianity" , the only one able to serve what he has called the priority that predominates in this phase of history, i.e. "to make God present in this world and to give people access to God" (Letter to the Bishops of the Catholic Church, March 10, 2009). Where, in fact, better than in the liturgy, does the priest deepen his identity, so well defined by the author of Hebrews: "For every high priest taken from among men, is ordained for men in the things that appertain to God, that he may offer up gifts and sacrifices for sins."(Heb 5, 1)?

The opening to the world called for by Vatican II has often been interpreted, in the years after the Council, as a sort of "conversion to secularisation": This attitude was not lacking in generosity, but it led to obscuring the importance of the liturgy and to minimise the need for observing the rites, which were considered too distant from the life of the world which had to be love and with whom one had to be fully connected, up to being fascinated by it. The result was a grave crisis of identity of the priest who could no longer perceive the importance of the salvation of souls and the need to announce to the world the newness of the Gospel of Salvation. The liturgy is, without doubt, the privileged place of deepening the identity of the priest, called to "fight the secularization"; for, as Jesus says, in his priestly prayer: "I pray not that thou shouldst take them out of the world, but that thou shouldst keep them from evil. They are not of the world, as I also am not of the world. Sanctify them in truth. Thy word is truth." (John 17, 15-17).

This certainly will be possible through a more rigorous observation of the liturgical norms that preserve the priest from the requirement, even the unconscious one, to draw the attention of the faithful on his person: the liturgical ritual which the celebrant is called to receive filially from the Church in fact allows the faithful to come more easily to the presence of Christ the Lord, of which the liturgical celebration must be a telling sign, and which must always come first. The liturgy is wounded when the faithful are left to the arbitrariness of the celebrant, his quirks, his personal ideas or opinions, to his own wounds. Hence also follows the importance of not banalising the rites which, tearing us away from the secular world and thus from the temptation of immanentism, have the gift to immerse us suddenly in the Mystery and open ourselves to the Transcendent. In this sense, one can never stress enough the importance of the silence preceding the liturgical celebration, an inner narthex, where we are freed of the concerns, even if legitimate, of the secular world, in order to enter the sacred space and time where God will reveal his Mystery; [sc. one can never stress enough the importance] of silence in the liturgy to open oneself more readily to the action of God; and [sc. one can never stress enough] the appropriateness of a period of thanksgiving, integrated or not into celebration, to apprehend the inner extent of the mission that awaits us, once we were back in the world. Teh obedience of the priest to the rubrics is also itself a silent and eloquent sign of his love for the Church of which he is but the minister, i.e. the servant.

Hence also the importance of the formation of future priests in the liturgy and especially in the interior participation, without which the outward participation advocated by the reform would be soulless and would favor a partial understanding of the liturgy that would express itself in terms of excessive theatricalisation of the roles, reductive cerebralisation of the rites and abusive self-celebration of the assembly. If active participation, which is the operating principle of the liturgical reform, is not the exercise of the "supernatural sense of faith," the liturgy is no longer the work of Christ, but of men. Stressing the importance of liturgical formation of priests, Vatican Council II made the liturgy one of the main subjects of ecclesiastical studies, avoiding reducing it to a purely intellectual formation: in fact, prior to being an object of study, the liturgy is living, or rather, is "to transcend one's own life to merge into the life of Christ." It is the ultimate immersion of all Christian life: immersion in the sense of faith and in the sense of the Church, in praise and in adoration, as in the mission.

We are therefore called to a true "Sursum corda". The phrase from the preface, "lift up your hearts", introduces the faithful to the heart of hearts of the liturgy: Christ's Passover, that is, his passing from this world to the Father. The meeting of the Risen Jesus with Mary Magdalene on the morning of the Resurrection, is very significant in this sense: with his "Noli me tangere" Jesus invites Mary Magdalene to "look to the realities of the highest", making her realise in her heart that he is not yet ascended to the Father and requesting her to go and tell his disciples that he must go up to his God and our God, his Father and our Father. The liturgy is exactly the place of this elevation, this stretching towards God which gives life a new horizon, and thereby its decisive orientation. Provided that we do not regard it as material available to our all too human manipulations, but that we observe, with filial obedience, the prescriptions of Holy Church.

As Pope Benedict XVI stated in the conclusion of his homily on the Solemnity of Saints Peter and Paul in 2008: "When the world as a whole will have become liturgy of God, when in its reality it will have become worship, then it will have achieved its goal, then will it be safe and sound.

fonte:new liturgical movement

Holy Father distributed Communion in the traditional manner

 

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Some suggested that the Holy Father distributed Communion in the traditional manner only because it was the Feast of Corpus Christi–of the Body and Blood of Jesus Christ–and that he was making a point about the sacredness of the Eucharist. A new interview with the master of ceremonies for papal Masses, however, makes it clear that he was indeed making a point, but that this was not a one-time thing. In L’Osservatore Romano, the official newspaper of the Vatican, Monsignor Guido Marini was asked whether the “practice [is] destined to become habitual in papal ceremonies.” (Article)
***All well & good. Thanks be to God, the Holy Father has reintroduced a common sense way of receiving the “Source & Summit” of Christianity (Christ Himself). However, why just Papal ceremonies? Is the Eucharist received from the Pope somehow more “special” than received at a humble parish Mass? Is Jesus more present? Of course not. Same Christ, Same Sacrifice no matter where offered, by whichever Priest of the Church. So, if it is indeed true it is a “more reverent” way of receiving Holy Communion then it is an Objectively “more reverent” way, and should be done in all Churches by all Catholics. Unless of course we don’t want to reverence God any more than what we do now, which should be seen as absurd. Right? ***
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fonte:hallowedgrund

Holy Cross

And as Moses lifted up the serpent in the desert, so must the Son of man be lifted up: That whosoever believeth in him, may not perish; but may have life everlasting. John 3:14
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For the word of the cross, to them indeed that perish, is foolishness; but to them that are saved, that is, to us, it is the power of God. Cor 1, 1:18
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Faithful Cross,above all other, the one noble tree.
None in foliage, nor in blossom,nor in fruit offers more:
Sweetest wood and sweetest iron, Sweetest weight is hung on thee (Crux Fideles)
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The Roman Missal promulgated by St. Pius V and reissued by Bl. John XXIII is to be considered as an extraordinary expression of that same ‘Lex orandi,’ and must be given due honour for its venerable and ancient usage. These two expressions of the Church’s Lex orandi will in no any way lead to a division in the Church’s ‘Lex credendi’ (Law of belief). They are, in fact two usages of the one Roman rite.
It is, therefore, permissible to celebrate the Sacrifice of the Mass following the typical edition of the Roman Missal promulgated by Bl. John XXIII in 1962 and never abrogated, as an extraordinary form of the Liturgy of the Church. Pope Benedict XVI: Summorum Pontificum

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fonte:hallowedground

Makes Glad The Heart Of Man

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What we eat and what we drink the Holy Spirit has elsewhere made plain by the prophet, saying, “Taste and see that the Lord is good, blessed is the man that hopes in Him.” In that sacrament is Christ, because it is the Body of Christ, it is therefore not bodily food but spiritual. Whence the Apostle says of its type: “Our fathers ate spiritual food and drank spiritual drink,” 1 Cor10:3 for the Body of God is a spiritual body; the Body of Christ is the Body of the Divine Spirit, for the Spirit is Christ, as we read: “The Spirit before our face is Christ the Lord.” Lam 4:20 And in the Epistle of Peter we read: “Christ died for us.” 1 Peter 2:21 Lastly, that food strengthens our heart, and that drink “makes glad the heart of man,” as the prophet has recorded. St. Ambrose: On the Mysteries
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fonte:hllowedground

Eleito arcebispo-Maior da Igreja Greco-Católica Ucraniana.

CONFIRMAÇÃO DA ELEIÇÃO DO ARCEBISPO-MAIOR DE KYIV-HALYČ (UCRÂNIA)
O Santo Padre concedeu a confirmação que lhe foi pedida em conformidade ao cânon 153 do CCEO por S. Exª Sviatoslav Schevchuk, que em 23 de março de 2011 foi eleito canonicamente Arcebispo-Maior de Kyiv-Halyč no Sínodo dos Bispos da Igreja Greco-Católica Ucraniana, reunido em Lviv (Ucrânia).
Sua Beatitude Sviatoslav Schevchuk nasceu em 5 de maio de 1970 em Styj na região de Lviv.
Foi ordenado sacerdote em 26 de junho de 1994. Obteve a láurea em Teologia Moral na Pontifícia Universidade de São Tomás de Aquino em Roma (1999).
Desempenhou vários encargos, entre os quais: Prefeito do Seminário “do Espírito Santo” de Lviv (1999-2000); Vice-decano da Faculdade de Teologia da Academia de Teologia de Lviv (2001); Vice-Reitor do Seminário “do Espírito Santo” em Lviv (2000-2007) e, em seguida, Reitor do mesmo Seminário (2007).
Em 14 de janeiro de 2009, o Santo Padre nomeou-o Bispo titular de Castra de Galba e Auxiliar da Eparquia de Santa Maria do Patrocínio em Buenos Aires (Argentina). Em 7 de abril de 2009, recebeu a ordenação episcopal.
Em 10 de maio de 2010 foi nomeado Administrador Apostólico sede vacante da Eparquia de Santa Maria do Patrocínio em Buenos Aires (Argentina).
Fonte: Santa Sé
Tradução: OBLATVS

La frecuencia de los fieles a la Misa en la forma extraordinaria: problemas y soluciones

 

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Fuente: Rinascimento Sacro
por Daniele Di Sorco
14. La catequesis litúrgica.
Hasta ahora nos hemos ocupado sobre cómo debe realizarse la celebración. Dicho esto, tenemos que proporcionar a los fieles, especialmente a los recién llegados, cuales son los medios adecuados para comprenderla y seguirla.
El primer objetivo es garantizar la catequesis litúrgica. Es cierto que la forma extraordinaria es muy expresivo en el plano espiritual, lo que en cierto sentido, habla de sí misma, pero también es cierto que el ritual, como cualquier lenguaje simbólico, necesita ser explicada. Esta necesidad se hace inevitable en estos tiempos, cuando los fieles, especialmente los más jóvenes, tienen una noción incompleta o incorrecta, no sólo de determinados gestos litúrgicos, sino también el significado mismo de la Misa. ¿Cómo se puede remediar? Los medios más indicados, me parece, que son dos.
En primer lugar, un ciclo de breves momentos de la educación litúrgica, que no dure más de cinco minutos, antes del inicio de la celebración. Ellos deben dedicarse primero a la presentación general de la antigua liturgia y, a continuación la explicación de cada parte del ritual, con especial atención a su significado espiritual. De esta es bueno que se ocupe un sacerdote o en su ausencia, un laico experto. Como modelo pueden utilizarse catecismos populares en uso antes de la reforma litúrgica. Recuerdo en particular aquel folleto del Cardenal G. G. Lercaro A Messa, figlioli! (Bologna, 1955; ; de los subsidios, se recomienda la parte de catequesis, no las directivas relativas a la Misa) y el modelo del catecismo de San Pio X. Pío X. Además de esto, no será inútil organizar una serie de conferencias, seguidas o no de la celebración de la Misa, para explicar con más detalle las características del ritual.
La catequesis litúrgica es particularmente importante para recordar a los fieles un principio que, obviamente, es demasiado a menudo olvidada: a la Misa no se va tanto para escuchar, sino para rezar. El nuevo rito, con el uso exclusivo de la lengua vernácula y la voz inteligible, ha dado lugar a mucha gente pensar de la Misa como una obra teatral, donde lo que importa es ver, oír y entenderlo todo. No se comprende más que en la Misa la dimensión exterior esta ordenada a la interior y que el momento de la escucha y la oración comunitaria debe reflejar el momento de recogimiento y oración personal. En el rito antiguo de este aspecto está bien presente, en gran parte, gracias a los largos momentos de silencio. Debemos asegurarnos de que los fieles, especialmente aquellos acostumbrados a la forma ordinaria, tomen conciencia, si se quiere evitar que, durante el ofertorio o el canon, estén confundidos y desconcertados sobre qué hacer.
No siempre, sin embargo, la catequesis litúrgica es posible, especialmente en aquellos contextos en los que el sacerdote no está dispuesto a hacerlo y los fieles se sienten inadecuados para la tarea.Además, por su brevedad, sólo es útil para aquellos que asisten a la Misa antigua regularmente, pero dice poco a los que asisten de vez en cuando o si decide ir allí por simple curiosidad. Luego será conveniente, en lugar de o además de estos breves momentos de instrucción, se tenga a disposición de los fieles, en una mesa colocada en la parte trasera de la iglesia, pero claramente visible, sólo unas pocas publicaciones dedicadas a la explicación de la Misa en sus aspectos tradicionales, litúrgicos y espirituales.
Especialmente adecuado para este fin son dos folletos reeditados recientemente por las Hermanas Franciscanas de la Inmaculada Concepción de Citta di Castello: La Santa Misa, la obra de don Prosper Guéranger, maestro en la divulgación litúrgica del siglo XIX y muy válido en la actualidad, y el Missa est de Daniel-Rops más concisa, pero perfecta para profundizar en la espiritualidad del rito antiguo. Además del mérito indiscutible de ser accesible a cualquier persona de cultura media, estos libros tienen la ventaja de ser vendidos u ofrecerlos gratuitamente. Cualquier coetus fidelium, puede fácilmente adquirir un número determinado de copias y ponerlas a disposición, de nuevo con la oferta gratuita, a los asistentes de la Misa. Por supuesto que hay muchas otras publicaciones excelentes sobre el tema. evitarse, sin embargo, las obras demasiado especializadas o demasiado controversiales. Una vez equipados con las herramientas necesarias para comprender la Misa en su esencia litúrgica, los fieles podrán hacer la confrontación entre el antiguo y el nuevo rito.
15. Los misalitos.
La segunda forma de hacer familiar a las personas hoy en día la liturgia en la forma extraordinaria, es mediante una ayuda útil reconocida por todos, pero pasada por alto por muchos. Me refiero a los misalitos o librito que contenga el texto de la misa en latín y su traducción al italiano. El uso de un librito para leer durante la celebración para seguir con mayor provecho espiritual mayor es antiquísimo.En el siglo pasado, gracias a la alfabetización de las masas, recibió una amplia difusión. Se imprimieron misalitos de todo tipo y a toda categoría de personas, desde un simple folleto con oraciones devotas para ser recitados en privado en los distintos momentos de la función (recuérdese, sobre todo, el compilado por San Alfonso María de Ligorio San Alfonso), al misal bilingüe verdadero y propio. Cualquier católico “practicante” tenía por lo menos uno, que le había sido dado, tal vez, en el momento de la Primera Comunión o de la Confirmación.
Hoy la situación ha cambiado. Misalito ha caído en desuso en la mayoría de los lugares. En cambio, el deseo de seguir la Misa con un documento no se ha ido, ni siquiera para el ritual nuevo. De allí, la gran difusión de folletos disponibles de los fieles en casi todas las parroquias, todos los domingos.
Pero si en la Misa en italiano, todavía se siente la necesidad de seguir sólo con los ojos el texto de la función, que decir, entonces, de la Misa en latín, en la que el idioma es una barrera para muchos? Sin desmerecer la importancia de la oración, la meditación, la adoración, es evidente que algunas partes de la Misa se dedican específicamente a la instrucción del pueblo y, como tal, debe poder ser seguido por todos. El misalito entonces, además de permitir seguir punto por punto la celebración tiene otra función mucho más importante. Permite tener una idea más clara de la Misa, para enmarcar mejor la estructura, de recordar más eficazmente, en otras palabras, de conocer mejor el rito y para asistir con mayor fruto espiritual. En este sentido, un misalito es el complemento necesario de la catequesis y de los folletos de difusión litúrgica.
Esta doble valencia del misalito es subrayada por Papa Pio XII en su famosa encíclica Mediator Dei sobre la Sagrada Liturgia: “128. Son, pues, dignos de alabanza aquellos que, a fin de hacer más factible y fructuosa para el pueblo cristiano la participación en el Sacrificio Eucarístico, se esfuerzan en poner oportunamente entre las manos del pueblo el «Misal Romano», de forma que los fieles, unidos con el Sacerdote, rueguen con él, con sus mismas palabras y con los mismos sentimientos de la Iglesia”,
16. ¿Qué características debe tener el misalito?
Para lograr que sea verdaderamente útil, el misalito (o folleto que lo sustituya) debe tener características muy específicas.
En primer lugar, el texto de la Misa y su traducción en lengua vernácula debe ser complementada con indicaciones de la naturaleza litúrgica y espiritual, no demasiado largo, pero tampoco demasiado corto, que explique con cierta claridad la naturaleza de cada momento litúrgico, como de sus características rituales, tanto en cuanto a la actitud interior y exterior a la que los fieles son invitados a observar en cada uno de ellos. Un misalito bien hecho, sólo para limitarnos a algunos ejemplos, dice qué partes se dicen en voz alta o baja, y hará las debidas distinciones necesarias entre la Misa con canto y la Misa rezada, cuando éstas implican cambios en la realización de los rituales (por ejemplo, no puede no especificar que en la Misa con cantos las oraciones al pie del altar, se dicen en voz baja por el sacerdote y sus asistentes, mientras el coro canta la antífona del introito), invita al recogimiento y la adoración cuando el sacerdote ora largamente en voz baja particularmente durante el Canon; describe brevemente la naturaleza y finalidad de las diversas partes de la Misa, establece, en resumen, todas las indicaciones necesarias para seguir con provecho la celebración.
Por supuesto, hay que encontrar el justo equilibrio entre la integridad y la concisión. Un misalito con notas excesivamente largas sería ilegible. Por otra parte, un misalito sin notas sería virtualmente mudo, sobre todo para los fieles que desconocen el rito antiguo. También debemos pensar en el misalito como un subsidio que se consulta, incluso, fuera de la Misa, para aprender, meditar y profundizar.
En segundo lugar, el texto de la Misa y la correspondiente traducción debe ser completa, sin cortes ni omisiones. Habrá quienes objeten que de esta manera es probable que confunda a los noveles fieles, incapaces de discernir entre las diversas partes del rito. Sería mejor, según ellos, el regreso en su totalidad sólo las secciones en voz alta o con canto y resumir los otros en breves notas explicativas. Ahora, no niego que una versión abreviada del texto de la misa puede ser, en cierto modo, más práctico y manejable. Pero me pregunto qué idea puede hacerse del rito tradicional un fiel que en su Misalito, no encuentra en el texto de dos oraciones tan características de esta forma litúrgica, como son el Ofertorio, y el Canon, que se dicen en voz baja? E¿Y cómo puede seguir con provecho la Misa sirviéndose de un subsidio de ese género?
Téngase en cuenta que casi todos los misalitos antiguos poseen el texto litúrgico completo. Incluso el folleto de S. Alfonso, expresamente destinados al pueblo, contiene casi la mayoría del Ordinario en lengua vernácula, aunque parafraseada y abreviada en aquel punto. ¿Y qué sucedía cuando los fieles, aunque a veces recitando el rosario de devociones privadas o de otro tipo durante la Misa, no conocían perfectamente su desarrollo, la sucesión de cada momento?Más aún, ahora que los fieles tienen poca familiaridad con el rito antiguo, la integridad del texto en el misalito es un deber ineludible.
17. Impresión de los Misalitos.
¿Cómo proporcionar un misalito para todos? Los que asisten regularmente a la Misa en su forma extraordinaria deberían adquirir un misalito verdadero, preferiblemente con los propios de todos los días, para ser utilizado tanto para seguir la Misa como para la profundización de la meditación del ritual en casa. Todavía existen varios ejemplares en las librerías de anticuarios y sitios de Internet que se especializan en libros usados, pudiendo elegir, son preferibles las ediciones de 1960 hasta 1964, en cuanto están conformes a los textos y las rúbricas del Misal Romano de 1962. Recientemente, algunos editores han reproducido un misalito latino-italiano de la forma extraordinaria.
Entre todos, lo mejor es, en mi opinión, el de Marietti (Dom Gaspar Lefebvre OSB, Messale romano quotidiano, por el apostolado litúrgico de Génova, Turín, Marietti, 1963; edición facsímil de: Milán, Marietti 1820, 2008), cuyo costo, tal vez un poco excesivo, se ve ampliamente recompensado por la integridad del texto (se trata de hecho de entre todas las Misas del año litúrgico, las Misas votivas, el ritual de los sacramentos, de algunos sacramentales y de las principales devociones), de ‘ la exactitud de la traducción como del comentario, y la belleza tipográfica de la edición.
Para aquellos que siguen la Misa sólo ocasionalmente, o no tienen intención de gastar mucho dinero, se deben imprimir folletos con el propio del coetus fidelium y distribuirlo por la puerta de la iglesia. La solución más práctica y más económica consiste en disponer de dos subsidios distintos : un folleto (encuadernado con broches) con lo ordinario y las indicaciones litúrgico-pastorales, para usarse en todas las misas, y un folleto con el Propio del día, que debe ser sustituido cada vez.
Un sito internet ofrece gratuitamente los textos, ya listos para la impresión, de todas las Misas como de los días de precepto: sin duda, un trabajo meritorio, que sin embargo no podemos obviar remarcar dos limitaciones. En primer lugar, el aspecto gráfico deja mucho que desear, lo que hace difícil identificar a muchas de las diversas partes de la Misa. En segundo lugar, los folletos que contienen conjuntamente el texto de toda la Misa, el Propio y el Ordinario, obliga cada vez a imprimir un gran número de páginas. Por último, algunos no son conformes con la edición del Misal de 1962.
Sería deseable, sin embargo, que se proporcionara un Ordinario de la Misa acompañada de las indicaciones (como el publicado en Maranatha, recomendable también por lo cuidado del aspecto gráfico, aunque el gran tamaño de las páginas lo torna difícil de usar) y de una serie de folletos que lleven sólo el Propio del día.
(Continúa)
fonte:una voce Cordoba

O Magistério da Igreja sobre a sagrada liturgia: Dois Papas se sobressaem nesse magistério: São Pio X e Venerável Pio XII.




Pio X se distinguiu pelo seu interesse litúrgico já antes de chegar ao supremo pontificado. Três meses após ascender ao trono de Pedro, o Pontífice publica o motu proprio Tra le sollecitudini (22.10.1903), sobre a música e o canto na Igreja, destinado a renovar a música religiosa e restaurar o gregoriano. Este documento foi um ponto de partida na questão da participação litúrgica. Nele, assim se expressa o Papa: "Sendo nosso vivíssimo desejo que o verdadeiro espírito cristão refloresça totalmente e se mantenha em todos os fiéis, é necessário prover, antes de tudo, a santidade e a dignidade do templo, onde precisamente os fiéis se reúnem para beber este espíritode sua primeira e indispensável fonto, que é a participação ativa nos sacrossantos mistérios e na oração pública e solene da Igreja". Dois anos depois, promulgou o decreto Sacra tridentina synodus (1905), para a fomenar a comunhão frequente e, cinco anos mais tarde, o decreto Quam singulari (1910), para promover a admissão das crianças à comunhão em tenra idade. Em novembro de 1911, publicava a Constituição apostólica Divino Afflato , onde tratou da reforma do breviário e a revalorização da liturgia dominical.

Três linhas claras aparecem no magistério litúrgico de São Pio X:

1- a renovação da música sacra, porque 'nao devemos cantar na Missa, mas cantar a Missa',
2- a aproximação entre os batizados e a comunhão eucarística que rompeu um distanciamento de séculos entre os fiéis e o comungatório - é sabido que historicamente vivemos tempos de rarefação da recepção da Comunhão.
3- aplainou o caminho para a participação sacramental na SSma Eucaristia, mesmo que a catequese oferecida ainda devesse ser aperfeiçoada, a reforma do ano litúrgico e do breviário.

A partir de Pio X, participação ativa será o objeto de inúmera produção de textos, alguns justos; muitos, porém, exagerados. Ademais, o movimento litúrgico também reivindicará uma 'maior' participação dos fiéis nos sacrossantos mistérios, evidentemente que, com algumas argumentações legítimas; outras, infelizmente bastante exageradas, o que motivou Pio XII fazer algumas críticas, basta ler a alocução de Pio XII - carregada de reservas - no Congresso Litúrgico- Pastoral de Assis, em 1956.

No amplo magistério de Pio XII, dois documentos se destacaram: a Encíclica Mediator Dei, considerada a carta magna do movimento litúrgico e o discurso aos participantes do Congresso Internacional de Pastoral Litúrgcia celebrado em Assis (1956).

Alguns dados da renovação litúrgica efetuada por Pio XII: Instrução sobre a formação do clero no of´cioos divino (1945), a extensão ao sacerdote, em alguns casos, da faculdade de confirmar (1946), a multiplicação dos rituais bilíngues, sobretudo a partir de 1947, a determinação da matéria e a forma da ordem do diaconato, do presbiterato e do episcopado (1948), a reforma da vígilia pascal (1951) e do jejum eucarístico (1953 e 1957); nas mesmas datas, a introdução das missas vespertinas, a reforma da Semana Santa (1955), lecionários bilíngues a partir de 1958. A obra do Papa Eugenio Pacelli é coroada, em 1958, com a Instrução sobre a música sagrada e a liturgia, nos termos das encíclicas Musicae sacrae disciplinae e Mediator Dei.

Destaco, a seguir os principais conteúdos da Mediator Dei:

a) A teologia da liturgia como culto público integral do Corpo Místico de Cristo, da Cabeça e dos membros, e como presença privilegiada da mediação sacerdotal de Cristo-Cabeça;
b) A espiritualidade da liturgia, a dimensaõ interior e profunda do culto da Igreja: "Estão inteiramente equivocados aqueles que consideram a liturgia como mero lado exterior e sensível do culto divino ou como cerimonial decorativo; e não estão menos aqueles que pensam ser a liturgia o conjunto de leis e preceitos com os quais a hierarquia esclesiástica configura e ordena os ritos".
c) O equilíbrio teológico, não oportunista entre panliturgismo e subestimação do culto; piedade objetiva e subjetiva, comunitarismo e individualismo; celebração e culto da Eucaristia, progressismo e tradição.

fonte:salvem a liturgia

Diez objeciones a la Misa Tradicional

 




Tan grande es la confusión y falta de conocimiento sobre la misa tradicional que hemos querido resumir en 10 puntos las objeciones más habituales que se oyen entre la gente. Nuestra esperanza es contribuir a la aclaración de ciertos puntos. Pero si los lectores solicitan otras puntualizaciones, estamos a disposición, lo mismo que abiertos a las correcciones de los doctos en el tema.
1) Fue abolida por el Concilio Vaticano II / el papa Paulo VI.
Primero, la liturgia tradicional del rito romano vigente durante 15 siglos no podría haber sido abolida. Tampoco había caído en desuetudo, porque era el rito más común de la Iglesia latina hasta 1969, dado que los otros están muy vinculados con tradiciones particulares de ciertas regiones. Esto lo acaba de confirmar nuevamente el Papa Benedicto XVI en su Motu Proprio Summorum Pontificum.
Segundo, la Bula Quo Primum Tempore, de San Pío V que canoniza la codificación del rito, la autoriza a perpetuidad. Así pues, en el número XII de sus prescripciones dice: "Así pues, que absolutamente a ninguno de los hombres le sea lícito quebrantar ni ir, por temeraria audacia, contra esta página de Nuestro permiso, estatuto, orden, mandato, precepto, concesión, indulto, declaración, voluntad, decreto y prohibición.
"Más si alguien de atreviere a atacar esto, sabrá que ha incurrido en la indignación de Dios omnipotente y de los bienaventurados Apóstoles Pedro y Pablo."

2) Fue una reforma del Concilio de Trento y del papa Pío V, equivalente al Vaticano II y al papa Paulo VI
En sentido propio no fue una “reforma”, sino el ordenamiento y la codificación de la tradición litúrgica del rito romano. No se impuso por la fuerza y solo se prohibieron los ritos particulares con menos de 200 años de antigüedad que abundaban bajo el nombre de “galicanos”.
El Vaticano II nunca mandó abolir el rito romano. En la práctica posconciliar se “fabricó un rito nuevo” y la iniciativa, tolerada por el Papa Paulo VI, es verdad, de realizar una prohibición “de facto” nació especialmente del celo antitradicional de Mons. Bugnini. Esta iniciativa tan a contrapelo de la tradición litúrgica motivó muchas objeciones, entre las que destaca el trabajo crítico de los Cardenales Bacci y Ottaviani.
Ya desde un principio el propio Papa Paulo VI vio la necesidad de escuchar el reclamo de los fieles católicos que pedían no se proscribiera de hecho la misa tradicional y también de aclarar muchos errores litúrgicos a los que dicha reforma dio pie.
3) Es una liturgia muy europea, poco apta para misionar o para los pueblos del “tercer mundo”. Es una liturgia restringida a la mentalidad occidental latina.
El rito romano es el más amplio, ecléctico y tradicional de todos los que están en uso en la Santa Iglesia Universal. Ha tomado elementos de todas las tradiciones litúrgicas, por lo cual es la más antigua, la más universal y además, la propia de la Sede universal petrina. Conserva formas de la liturgia griega en esta lengua o en latín, el riquísimo aporte de los salmos del Antiguo Testamento, tanto en el misal como en el oficio divino y el ritual sacramental. Inclusive muchos términos hebreos, como aleluya, amén, sabaoth, hosanna, y otros propios del leccionario.
Por otro lado, merced a la intensa labor misionera en América, Asia y Africa, es la más difundida en todo el mundo, donde ha sido aceptada sin resistencia.

4) El latín es incomprensible. Aleja a los fieles de la celebración.
El latín es la lengua madre del castellano, francés, rumano, portugués, catalán, italiano, y tiene una fuerte influencia en el inglés y el alemán. Es una lengua con la que todos estamos familiarizados, y usamos muchas veces su léxico creyendo utilizar términos en inglés (super, index, lexicon, & (et), curricula, comfort, media, etc.).
Los misales para fieles, además de ser extraordinarios instrumentos de devoción, hacen imposible que una persona medianamente instruida tenga dificultad para entender los textos de la ceremonia, o su sentido, puesto que las rúbricas no solo son claras, sino que son estables, no cambian a gusto del celebrante.
Tanto la homilía como las lecturas de la epístola y el evangelio se realizan ritualmente en latín y luego se traducen a la lengua vernácula para los que no quieran usar misal.
Usualmente se edita una hoja volante con el propio de cada domingo (introito, colecta, gradual, epístola, evangelio, ofertorio, comunión, secreta, poscomunión…) en los lugares donde actualmente se celebra la misa tridentina. Con una carilla el fiel puede tener a la mano lo que cambia domingo a domingo (el propio) En cambio las partes fijas (el ordinario) rápidamente se aprenden de memoria, precisamente porque son “fijas”. Niños de primera comunión saben estas partes rezadas y hasta cantadas por haberlas oído rezar o cantar, casi sin ningún esfuerzo.
Finalmente, si aleja a los fieles, hemos de remitirnos a los hechos. Las comunidades de misa tradicional crecen a un ritmo muy superior a la media de las de misa nueva. No por nada el Papa la apoya con tanta insistencia su restauración.

5) En la misa tridentina no se puede “participar”.
Primero hay que tener en claro de qué forma puede participar un seglar en la liturgia, conforme a las normas litúrgicas tradicionales.
Fuera del acolitado de los laicos varones o la participación en la schola cantorum, (coro) los seglares no intervienen en la ceremonia liturgica. Participan de los diálogos litúrgicos con el sacerdote, las oraciones, las procesiones, el canto, la comunión… No parece poco. Queda claro que el sacerdocio que habilita a celebrar, leer o predicar es el ministerial, y por lo tanto quienes no formen parte del clero –y según el grado de las órdenes recibidas- no “protagonizan” la liturgia.
Los fieles no administran la comunión, no la reciben en la mano (la Madre Teresa de Calcuta decía que el mayor mal de estos tiempos era recibir la comunión en la mano…). Van a misa a adorar, pedir perdón, ofrecer espiritualmente la oblación junto con el sacerdote, a recibir sacramentalmente a Nuestro Señor Jesucristo, pedir gracias, sufragar con sus oraciones las almas del purgatorio, pedir por los vivos, conmemorar al papa y al obispo. En definitiva a adorar a Dios, santificarse y rezar por la santificación de los fieles y de los que no lo son.

6) Se descuida la enseñanza y el adoctrinamiento de los fieles quitándole importancia a la "liturgia de la palabra".
La misa no tiene por función adoctrinar a los fieles. Solo una parte de ella se dedica a esto, hoy llamada “liturgia de la palabra” siguiendo la terminología de la nueva teología litúrgica. En el rito tradicional se denomina “misa de los catecúmenos”, es decir, de los que están siendo adoctrinados para recibir el bautismo.
No es posible olvidar la propedéutica litúrgica: primero el sacerdote reza oraciones al pie del altar. Principalmente salmos penitenciales, disponiendo el ánimo a la contrición del alma para poder celebrar los sagrados misterios. Recién cuando se ha hecho este acto penitencial sube el celebrante al altar. La misma disposición deben guardar los fieles. Luego del último acto de contrición (rezo o canto en griego del Kyrie (Kyrie eleison, Christe eleison, Kyrie eleison), tres veces cada frase alternando con los fieles, comienza la parte dirigida principalmente a la instrucción en la doctrina, o parte docente propiamente dicha. Lecturas y homilía. Luego se reza la confesión de Fe, Credo, y da comienzo el ofertorio, o misa propiamente dicha. Esta parte se dirige a nuestra fe, convocándonos a la adoración del misterio.
La Iglesia nos invita a disponernos con humildad a la celebración, luego nos instruye, nos invita a confesar la fe y finalmente a contemplar y adorar el misterio de la eucaristía. Muchísimos gestos y oraciones tienen por función implorar a Dios sea propicio y aceptable, por los méritos de Nuestro Señor Jesucristo y de sus santos, este ofrecimiento.
De modo que no se descuida la doctrina, sino que se gradúa según la importancia que tiene en el acto sacrificial. Otras actividades extralitúrgicas se dedican especialmente a la doctrina. Sin embargo, no perdamos de vista el carácter intrínsecamente didáctico de la liturgia que resume el antiguo apotegma: la ley de la oración es la ley de la fe. Eso que rezamos nos instruye en la Fe porque es lo que creemos.

7) El sacerdote desprecia a la asamblea, da la espalda a los fieles, realiza toda la ceremonia en el presbiterio.
El sacerdote se “orienta”, es decir, mira al oriente, hacia el monte calvario (como los musulmanes miran a La Meca, centro espiritual de su religión). Normalmente la misa debe celebrarse sobre un altar (no una mesa) “orientado”. Este debe ser preferiblemente de piedra y en caso que no pueda hacerse al menos tener el ara o piedra de altar, lugar sobre la cual se realiza la consagración. Esta piedra está tiene dentro reliquias de santos mártires. Los altares son consagrados, porque simbolizan el cuerpo de Cristo. Por eso se los besa, se los incienza y se lo adorna y reverencia. Cuando el Santísmo está en el sagrario, se hace una genuflexión al pasar frente a él. Pero aún cuando no lo está, se hace una reverencia profunda ante el altar, porque es un lugar sagrado.
En medio del altar está el Sagrario, lugar de reserva de la Sagrada Eucaristía para su adoración y administración a los fieles. Es el sancta sanctorum, que viene de la tradición hebrea, el lugar donde solo tiene acceso el sacerdote. En la liturgia oriental esta reserva es mucho mayor, llegando a cerrar el altar detrás de puertas (iconostasio) que solo se abren durante la consagración.
Por el costado derecho del altar (lado del evangelio) una lámpara votiva que se alimenta de aceite arde en honor a Cristo y señala su presencia. Cuando el sagrario está cerrado y las sagradas formas no están expuestas, debe realizarse una genuflexión simple al pasar frente a él. Cuando está expuesto, ambas rodillas se doblan y se hace una reverencia profunda. Por eso también se persigna el católico al pasar frente a una iglesia, para dar señal de reverencia a Cristo sacramentado.
El altar está como mínimo a tres gradas sobre el nivel de los fieles, simbolizando el Gólgota y a la vez la jerarquía del cuerpo místico cuya Cabeza es Cristo mismo. Al altar sigue el presbiterio, es decir, el lugar de los clérigos o de los consagrados al servicio del altar. Durante la liturgia, salvo el acolitado de los varones laicos, ningún otro seglar tiene función alguna.
De modo que los fieles no son los protagonistas puesto que no se trata de una conferencia, o reunión social, sino de un rito de adoración celebrado por el sacerdote, que es otro Cristo, pontífice entre Dios y los hombres. Pero en la “misa de los catecúmenos” o cuando el rito impone saludar, bendecir, absolver, o dirigirse a los asistentes por medio de una homilía, etc. el sacerdote mira al pueblo fiel. La liturgia es una escuela de cortesía, jamás se dirige el sacerdote a los fieles sin mirarlos.

8) Las mujeres se ven forzadas a usar un velo en señal de sumisión.
El uso del velo en el templo es mandato apostólico de San Pablo a la mujer. El apóstol de las gentes, que ha atestiguado muchas tradiciones litúrgicas, dice en su epístola primera a los Corintios, “Quiero que sepáis que Cristo es la cabeza del varón como el varón es la cabeza de la mujer y Dios lo es de Cristo. … Por lo tanto, debe la mujer traer sobre la cabeza la divisa de la sujeción a la potestad, por respeto a los santos ángeles”. (I Cor, 11, 4 y 10). Esta divisa es un velo, que en la tradición hispana ha dado lugar a la creación de magníficas mantillas, muy apreciadas por su belleza y arte. De hecho la tradición se mantiene en los trajes de bodas de las novias.

9) Solo se puede comulgar de rodillas y en la boca, no de pie ni en la mano.
Recordemos que en el Santísimo Sacramento está realmente presente el cuerpo, sangre, alma y divinidad de Nuestro Señor Jesucristo. Hay presencia real.
El modo de recibir la comunión es variable según los ritos. El romano tradicional lo ha establecido de rodillas, bajo la especie del pan (ácimo) en forma de delgada lámina para minimizar el riesgo de que las partículas caigan y a fin de que se facilite la manducación.
Por ese mismo motivo el sacerdote que ha consagrado mantiene los dedos índice y pulgar de la mano derecha juntos hasta la purificación posterior a la comunión de los fieles: para evitar que partículas de la forma consagrada caigan. Y por eso se coloca una patena o bandeja bajo el mentón del fiel al comulgar, a fin de recoger las partículas, en cada una de las cuales está entero el sacramento.
La comunión en la mano fue impuesta por la fuerza y luego indultada para Holanda por Paulo VI, donde se comenzó la práctica ilegal. Finalmente, de un modo irregular se impuso en muchos lugares donde no era ni requerida ni practicada. Hoy, curiosamente, en numerosas iglesias “prohiben” comulgar de rodillas y en la boca, cuando ésto es lo que manda y recomienda la Iglesia.

10) No se concelebra, desdeñando un signo de unidad y caridad entre el clero y los gestos de amor fraterno. Celebran misas privadas sin fieles
En el rito tradicional no se concelebra salvo en las ordenaciones presbiteriales o en las consagraciones episcopales. Cuando dos o más sacerdotes concelebran, solo se celebra una misa. La concelebración reduce el número de misas, las que, sean ya privadas o públicas, siempre tienen un valor infinito. ¿Hay mayor caridad que ofrecer el Santo Sacrificio? ¿Para que pide el Señor obreros en su mies, sino principalmente para ofrecer el Santo Sacrificio?
El acólito representa al pueblo fiel. En la misa privada, el diálogo ocurre entre el sacerdote y el pueblo, significado por el acólico. Los fieles siempre están presentes de un modo espiritual.
Hay infinidad de signos rituales de caridad que se observan dentro de la sobriedad del rito. Por ejemplo, el saludo de paz, que viene de la tradición hebrea, se significa con una reverencia en que se juntan la cabezas de los clérigos mientras acercan sus manos a los hombros del saludado. El que comienza la ceremonia es el celebrante (no mero presidente) quien recibe la paz de Cristo mismo, a quien representa y en cuyo nombre la hace descender jerárquicamente a su diácono, subdiácono y clero y fieles.
Por el contrario, los usos del rito moderno nos privan de muchas gracias: las bendiciones que los sacerdotes reiteradamente dirigen al pueblo durante la ceremonia. El “asperges” de las misas solemnes, donde el celebrante asperja con agua bendita a los fieles y al clero. La doble absolución (no sacramental) del sacerdote a los fieles después del sendos actos de contrición. La solemne bendición final. Las oraciones indulgenciadas que siguen a la misa cuando estas son rezadas.

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