El misterio de la Virgen de Absam
El 17 de enero de 1797 se produjo en Absam, un pueblecito del Tirol (Austria) próximo a Hall, un hecho inexplicable que trasformó para siempre la vida de la región. A día de hoy, nadie ha encontrado una explicación razonable de lo acontecido aquel día ni -de ser un milagro, como piensan la mayoría de los habitantes del pueblo- se ha podido saber a ciencia cierta qué objetivo perseguía.
La historia nos ha enseñado que la mayoría de los enigmas suelen deshacerse con el tiempo o quedar relegados al olvido, pero no ha sido el caso del misterio que nos ocupa, que ha llegado a convertir la modesta iglesia de San Miguel Arcángel de Absam en toda una basílica dedicada a la Virgen María, a la que fluyen sin cesar fieles y peregrinos procedentes de todas partes. Pero comencemos por el principio para no perdemos en divagaciones. Aquella tarde de invierno de finales del siglo XVIII, una joven de dieciocho años llamada Rosina Puecher se hallaba cosiendo junto a la ventana de la sala de estar de su casa en Absam cuando, al levantar la vista, se quedó asombrada al ver nítidamente dibujada en el cristal la imagen de lo que entendió era la Virgen María. Perpleja y llena de excitación, llamó de inmediato a su madre, que pudo contemplar también la figura. La madre reaccionó con angustia porque pensó que aquella inusitada aparición entrañaba un mal presagio.
Hay que añadir enseguida que Absam era en aquella época un pueblo eminentemente minero. Se había encontrado una rica mina de sal en lo alto de la montaña y casi todos sus habitantes vivían, directa o indirectamente, de la explotación. El padre y el hermano menor de Rosina trabajaban en aquella mina, que estaba a más de tres horas de camino, montaña arriba, lo que obligaba a los mineros a dormir en la altura y solo regresaban a su casa los fines de semana. Es bien sabido que el miedo a un accidente fatal nunca abandona a las esposas y a las madres de quienes se juegan la vida todos los días en las entrañas de la tierra. La madre de Rosina enseguida relacionó la imagen con el anuncio de una tragedia en la mina, así que, sin pensárselo dos veces, empezó a tratar de borrarla con agua y jabón, como si quisiera ahuyentar así el mal augurio. Todo en vano. La figura parecía disolverse con el lavado, pero en cuanto se secaba el cristal con un paño reaparecía una y otra vez con toda nitidez.
¡Milagro, milagro!
La voz se corrió por el pueblo y no hubo vecino que no se llegara a la casa de los Puecher a contemplar la extraordinaria imagen del rostro de una mujer con un velo en la cabeza, que todos estuvieron de acuerdo en decidir que se trataba indudablemente de la Virgen María. Hubieron de transcurrir aún unos días de gran zozobra antes de que los mineros descendieran de la mina con un par de días de asueto. Entre ellos, estaban el padre y el hermano de Rosina, que contaron cómo habían sufrido un accidente que estuvo a punto de cos-tarles la vida. Aquello cambió el sentido de las cosas y la gente del pueblo empezó a pensar que la misteriosa figura del cristal era un mensaje de consuelo y protección de la Virgen para hacer saber a quienes la amaban que ella se encargaría de protegerlos y velar por su bienestar.
Era una época muy dura en Tirol. Por aquellos días una peste asolaba el valle, cobrándose miles de víctimas entre hombres y animales por igual. Por otra parte, llegaban noticias de que el general Joubert había penetrado en el Valle del Inn y se dirigía a Innsbruck al frente de un cuerpo del ejército de Napoleón. Todo el mundo estaba inquieto y temeroso y una aparición milagrosa de este tipo era cuanto necesitaban para reverdecer la esperanza, así que aquel extraño acontecimiento empezó a verse como “el poderoso manto de la Virgen extendido protectoramente sobre sus fieles tiroleses”.
Análisis
La iglesia, resistiendo el empuje de los vecinos, decidió prudentemente nombrar una comisión de expertos, que, presidida por un clérigo y el rector de la vecina Universidad de Innsbruck, incluía a un catedrático de química y otro de matemáticas, así como a un afamado pintor y a un par maestros cristaleros de reconocido prestigio. El día 21 de febrero de 1797, es decir, un mes después de la aparición, la comisión se llevó el cristal de la ventana con la imagen para ser analizado en Innsbruck.
Unas semanas más tarde, concretamente el 23 de marzo del mismo año, la comisión devolvió el cristal con un escueto comunicado de escaso fundamento científico y poco o nada clarificador: los expertos especularon vagamente con que “la aparición de esta imagen en un cristal fui de ser debida a causas naturales y, por tanto, no debiera considerarse un milagro”. A los vecinos de la comarca el veredicto no les convenció lo más mínimo. Les pareció que respondía más a una postura personal de escepticismo que a una conclusión científica, así que hicieron saber también su opinión al respecto: “La ciencia ha buscado en vano explicar este milagro”. Y no dejaron de presionar al párroco para que la imagen fuera trasladada a la iglesia, lo que finalmente se llevó a cabo dos años mas tarde, el 24 de junio de 1979, en una espectacular y emotiva procesión como no se ha conocido otra por aquellos pagos.
¿Qué había ocurrido en aquellos dos años para que la Iglesia cambiara de opinión? Muy sencillo. La peste había remitido y el ejército francés, vencido repetidamente en la colina de Bergisel por patriotas tiroleses, se había retirado del valle. A nadie le cabía la menor duda del papel que había jugado la imagen milagrosa de Absam en aquellos acontecimientos históricos, así que la Iglesia había optado por adoptar la imagen y su leyenda como objeto de culto.
En primera instancia, el cristal con la imagen de María se situó en pleno altar central y se decidió que cada año se conmemoraría el día de la aparición, 17 de enero, y el del traslado de la figura, el 24 de junio, día de san Juan y comienzo del solsticio de verano, con ceremonias y una solemne procesión entre el incesante repicar de campanas, que nunca ha dejado de llevarse a cabo, ni siquiera durante los difíciles días de las dos guerras mundiales. Cada año, la muchedumbre repite en éxtasis las emocionadas palabras que salieron la primera vez de las gargantas de los presentes: “Donde el Padre está, ha de haber también un lugar para la Madre”.
Curaciones
Andando el tiempo, han sido numerosas las curaciones atribuidas a la imagen y los testimonios de favores concedidos a los fieles, así que la devoción ha crecido de forma exponencial. Basta ver los exvotos depositados por quienes han creído verse favorecidos por sus oraciones a María de Absam, expuestos en una preciosa capillita adyacente a la iglesia, que cuenta con un modernísimo y coqueto altar de cristal, para comprender el alcance de la fe. Incluso miembros de la familia imperial austríaca peregrinaron hasta aquí en distintas ocasiones a lo largo del siglo XIX para presentar sus respetos a la “milagrosa’’ figura de la Virgen.
En el año 2000, y sin que mediara la preceptiva petición de la feligresía, la iglesia de San Miguel Arcángel fue elevada por las autoridades eclesiásticas a la categoría de basílica de María de Absam, la única que hay en todo el Tirol. Se da la circunstancia de que el Camino de Santiago, en su rama tirolesa, pasa justo por allí, así que se superpusieron los peregrinajes y el tramo desde Gnadenwald -donde se encuentra el idílico monasterio de San Martín, levantado sobre una antigua ermita gótica- a la basílica de Absam, parada obligatoria, a unos 5 km de distancia, se llama ahora Vía de la Contemplación. Allí, en un altar lateral, los peregrinos contemplan con fervor la nítida imagen que vio Rosina por primera vez en el siglo XVIII, guardada en una impresionante custodia de oro y piedras preciosas y como telón de fondo, un mural gótico de María.
El párroco actual, preguntado acerca del número y procedencia de los peregrinos que acuden a Absam, reconoce que no tiene estadísticas exactas, pero que, en los años que lleva al frente de la parroquia, la inmensa mayoría de los peregrinos que ha visto proceden del propio Tirol y de regiones vecinas como Trentino (norte de Italia), Salzburgo, Bavaria (Alemania), Alsacia (Francia).,, y muy raramente de países más lejanos.
Les gustará saber qué fue de Rosina Bucher. Pues bien, la joven que vio la Gnadenbild de María por primera vez en la ventana de su casa tuvo una vida de lo más normal. Se casó con Josef Strasser, tuvo tres hijos y murió el 6 de julio de 1864, a la edad de 68 años. Sus restos fueron enterrados en el cementerio de Absam, pero se desconoce dónde están ahora, ya que el antiguo cementerio, junto a la iglesia, fue abandonado en 1925. Milagro? ¿Enigma? ¿Una broma que fue demasiado lejos y nadie se atrevió a confesar? Lo cierto es que con los medios actuales sería un juego de niños determinar la naturaleza del fenómeno, pero nadie parece estar por la labor. Tanto la Iglesia tirolesa como los fieles están encantados con su leyenda, que atrae a tantos peregrinos y turistas.