Estamos viviendo momentos únicos e insólitos en la historia de la Iglesia. Quienes han de confirmarnos en la fe de Cristo, nuestros pastores, se han erigido enjueces en un tribunal humano con el fin de enjuiciar la Sabiduría Divina. La Sabiduría de Dios está en juicio esperando sentencia humana. Aquello que Dios Todopoderoso ha sentenciado y condenado como pecado y camino de perdición es revisado por el tribunal humano. Estamos en tiempo de revisión de la Sabiduría Divina, las “necesidades” del mundo lo exigen, dicen los nuevos jueces de Dios.
¿Qué hacer? ¿A quién seguir? ¿Quién nos da palabra de verdad, confirmándonos en la fe católica? Estamos en el tiempo apremiante de recurrir a quien es el Auxilio de los cristianos, nuestra Santísima Madre de Dios y Madre nuestra. En Ella, Auxilio y Refugio, encontramos el consuelo a la angustia y asfixia que nuestros pastores no han sumido, unos por desviarse claramente de la fe, otros por callar y ser cómplices con su silencio.
A Jesús por María siempre hemos dicho. Esta verdad inquebrantable nos consuela y alivia nuestra alma de las tinieblas de la confusión, manteniéndonos en la luz de la Verdad de Dios, de la Verdad de la Iglesia, de la fe que no cambia. Nos mantiene en la Iglesia que sobrevive a todos aquellos que han querido destruirla. Todas las herejías han sucumbido, despareciendo, mientras la Iglesia católica permanece y permanecerá. Ella desde su posición privilegiadísima de Esposa de Cristo contempla, a lo largo de la historia, como todos sus enemigos se han desvanecido en el olvido.
Los sacerdotes nunca podremos entender la predilección que Nuestra Santísima Madre tiene hacia nosotros. De ninguno se olvida, a ninguna deja de lado. Pero, nos quierelimpios de corazón y rectos de intención como “sables de acero”. ¿Entendemos este significado?: cortar todo aquello que no es de Dios.
Una gran mayoría son hijos perdidos de la Santísima Madre. ¿Quién no está perdido? Ella, en su amorosísima preocupación por sus hijos predilectos, nos corrige maternalmente, como sólo sabe Ella. Nos quiere fidelísimos a su Santísimo Hijo, purísimos de corazón, inquebrantables en la fe, fervorosos en nuestro ministerio, recogidos en la oración, alejados de lo mundano, alentados y guiados por el Espíritu Santo; en definitiva, revestidos de su Hijo Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote.
El mes de mayo nunca termina, el mes de María por excelencia. Todos los meses del año son para Ella. Ella está siempre a nuestro lado, al lado de todos sus hijos, y muy especialmente de sus hijos predilectos sacerdotes. Ella sigue junto al sacerdote en el momento único y privilegiado del día a día de nuestra vida, el Santo Sacrificio de la Misa. ¡Qué cerca se halla de nosotros! Atenta, devotísima, y reparando. Pero, como hijos perdidos, muchos sacerdotes, como hijos predilectos, no son conscientes de ello. Para no reparar, no reparan ni en Su presencia. No reparan en el acercamiento que hay en ese momento con la Santísima Trinidad, y la Madre presente al pie de la Cruz, viviendo y reparando el Santo Sacrificio en el más absoluto y excelso silencio y recogimiento.
La Santa Misa ha trascurrido y no han reparado en la presencia de la Santísima Madre ni en toda la realidad del misterio. Esta es la razón de la falta de devoción, de las prisas, de la falta de preparación, de acción de gracias, de la indiferencia a las rúbricas, del exceso de protagonismo; y lo que es más grave aún, de la falta de delicadeza y cuidado con el Santísimo Cuerpo de Nuestro Señor.
Estos “descuidos” tan lamentables en el Santo Sacrificio tienen sus consecuencias en la vida de cada persona, la fe se debilita. La entereza se desmorona, la firmeza titubea. La apariencia engaña no dejando trasparentar la duda interior. Y ya no saben cortar lo que no es de Dios. Se han mundanizado, tienen las manos “atadas” aunque las muevan en cualquier dirección. Son las “manos” de la firmeza en la fe.
Están perdidos porque han perdido la visión de Nuestra Santísima Madre a su lado en el momento esencial de su ministerio sacerdotal. Y el Santo Sacrifico del Cordero de Dios lo han querido convertir en una simple acción humana adaptada a gustos mundanos, desproveyéndola de lo esencialmente divino y mistérico. Ya no es la Obra de Dios, se la han arrebatado, ahora es la obra de la maldad del hombre.
Sólo desde esta realidad de la desacralización del Santo Sacrificio de la Misa, se puede comprender que hayan surgido los nuevos jueces de la Sabiduría Divina. Acostumbrados a no “ver” a la Santísima Madre de Dios a su lado en la Santa Misa, se han olvidado de su sagrado ministerio sacerdotal y de la acción sagrada que tienen encomendada, porque no es suya, es la perfectísima Obra del Sumo y Eterno Sacerdote Jesucristo.
La Santísima Virgen nos guía por el camino verdadero, el camino de la Verdad de Dios, el camino de la Tradición de la Iglesia. La Tradición es la Verdad de la Iglesia. De la ruptura con la Tradición han surgido estos incautos y soberbios jueces de Dios. La ruptura con la Tradición ha traído como consecuencia el olvido de la presencia de Nuestra Madre en el altar, del olvido de todo.
¿El mes de mayo llega a su fin? No. Ella siempre espera estar en nuestro corazón, que Su presencia llene nuestra vida sacerdotal. Ella siempre espera que sus hijos privilegiados sacerdotes sean limpios de corazón y rectos de intención como “sables de acero.
Padre Juan Manuel Rodríguez de la Rosa