segunda-feira, 5 de dezembro de 2011

Ven. Pio XII : "es absolutamente necesario que todos establezcan contacto vital con el Sacrificio de la Cruz, y de esta forma, los méritos que de él se derivan les serán transmitidos y aplicados."



Ven. Pio XII : " es necesario que Cristo, después de haber rescatado al mundo con el preciosísimo precio de Sí mismo, entre en la posesión real y efectiva de las almas. De aquí que para que con el agrado de Dios se lleve a cabo la redención y salvación de todos los individuos y las generaciones venideras hasta el fin de los siglos, es absolutamente necesario que todos establezcan contacto vital con el Sacrificio de la Cruz, y de esta forma, los méritos que de él se derivan les serán transmitidos y aplicados. Se puede decir que Cristo ha construido en el Calvario un estanque de purificación y salvación que llenó con la Sangre vertida por El; pero si los hombres no se bañan en sus aguas y no lavan en ellas las manchas de su iniquidad, no pueden ciertamente ser purificados y salvados. "


"Mediator Dei"
Sobre la Sagrada Liturgia
20 de noviembre de 1947

c) Aplicación de la virtud salvadora de la Cruz.
1) Afirmación de Trento.

94. Por tanto, se comprende fácilmente la razón por qué el Sacrosanto Concilio de Trento afirma que con el Sacrificio Eucarístico nos es aplicada la virtud salvadora de la Cruz, para la remisión de nuestros pecados cotidianos.
2) Única oblación: La Cruz.

95. El Apóstol de los Gentiles, proclamando la superabundante plenitud y perfección del Sacrificio de la Cruz, ha declarado que Cristo, con una sola oblación, perfeccionó perpetuamente a los santificados. En efecto, los méritos de este Sacrificio, infinitos e inmensos, no tienen límites, y se extiendan a la universalidad de los hombres en todo lugar y tiempo porque en El el Sacerdote y la Víctima es el Dios Hombre; porque su inmolación, lo mismo que su obediencia a la voluntad del Padre eterno, fue perfectísima y porque quiso morir como Cabeza del género humano: «Mira cómo ha sido tratado Nuestro Salvador: Cristo pende de la Cruz; mira a qué precio compró..., vertió su Sangre. Compró con su Sangre, con la Sangre del Cordero Inmaculado, con la Sangre del único Hijo de Dios... Quien compra es Cristo; el precio es la Sangre; la posesión todo el mundo» (12).

3) La aplicación.

96. Este rescate, sin embargo, no tuvo inmediatamente su pleno efecto; es necesario que Cristo, después de haber rescatado al mundo con el preciosísimo precio de Sí mismo, entre en la posesión real y efectiva de las almas. De aquí que para que con el agrado de Dios se lleve a cabo la redención y salvación de todos los individuos y las generaciones venideras hasta el fin de los siglos, es absolutamente necesario que todos establezcan contacto vital con el Sacrificio de la Cruz, y de esta forma, los méritos que de él se derivan les serán transmitidos y aplicados. Se puede decir que Cristo ha construido en el Calvario un estanque de purificación y salvación que llenó con la Sangre vertida por El; pero si los hombres no se bañan en sus aguas y no lavan en ellas las manchas de su iniquidad, no pueden ciertamente ser purificados y salvados.

97. Por lo tanto, para que cada uno de los pecadores se lave con la Sangre del Cordero, es necesaria la colaboración de los fieles. Aunque Cristo, hablando en términos generales, haya reconciliado con el Padre, por medio de su Muerte cruenta, a todo el género humano, quiso, sin embargo, que todos se acercasen y fuesen conducidos a la Cruz por medio de los Sacramentos y por medio del Sacrificio de la Eucaristía, para poder conseguir los frutos de salvación, ganados por El en la Cruz. Con esta participación actual y personal, de la misma manera que los miembros se configuran cada día más a la Cabeza divina, así afluye a los miembros, de forma que cada uno de nosotros puede repetir las palabras de San Pablo: «Estoy crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí» (Gal 2, 19-20). Como en otras ocasiones hemos dicho de propósito y concisamente, Jesucristo «al morir en la Cruz, dio a su Iglesia, sin ninguna cooperación por parte de Ella, el inmenso tesoro de la Redención; pero, en cambio, cuando se trata de distribuir este tesoro, no sólo participa con su Inmaculada Esposa de esta obra de santificación, sino que quiere que esta actividad proceda también, de cualquier forma, de las acciones de Ella» (13).

98. El augusto Sacramento del Altar es un insigne instrumento para la distribución a los creyentes de los méritos derivados de la Cruz del Divino Redentor: «Cada vez que se ofrece este Sacrificio, se renueva la obra de nuestra Redención» (14). Y esto, antes que disminuir la dignidad del Sacrificio cruento, hace resaltar, como afirma el Concilio de Trento, su grandeza y proclama su necesidad. Renovado cada día, nos advierte que no hay salvación fuera de la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo, que Dios quiere la continuación de este Sacrificio «desde la salida del sol hasta el ocaso» (Malaq. 1, 11), para que no cese jamás el himno de glorificación y de acción de gracias que los hombres deben al Creador desde el momento que tienen necesidad de su continua ayuda y de la Sangre del Redentor para compensar los pecados que ofenden a su Justicia.

Ven. Pius XII : " Wherefore, that the redemption and salvation of each person and of future generations unto the end of time may be effectively accomplished, and be acceptable to God, it is necessary that-men should individually come into vital contact with the sacrifice of the cross, so that the merits, which flow from it, should be imparted to them. In a certain sense it can be said that on Calvary Christ built a font of purification and salvation which He filled with the blood He shed; but if men do not bathe in it and there wash away the stains of their iniquities, they can never be purified and saved."

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MEDIATOR DEI
ENCYCLICAL OF POPE PIUS XII
ON THE SACRED LITURGY



75. It is easy, therefore, to understand why the holy Council of Trent lays down that by means of the eucharistic sacrifice the saving virtue of the cross is imparted to us for the remission of the sins we daily commit.[71]

76. Now the Apostle of the Gentiles proclaims the copious plenitude and the perfection of the sacrifice of the cross, when he says that Christ by one oblation has perfected for ever them that are sanctified.[72] For the merits of this sacrifice, since they are altogether boundless and immeasurable, know no limits; for they are meant for all men of every time and place. This follows from the fact that in this sacrifice the God-Man is the priest and victim; that His immolation was entirely perfect, as was His obedience to the will of His eternal Father; and also that He suffered death as the Head of the human race: "See how we were bought: Christ hangs upon the cross, see at what a price He makes His purchase . . . He sheds His blood, He buys with His blood, He buys with the blood of the Spotless Lamb, He buys with the blood of God's only Son. He who buys is Christ; the price is His blood; the possession bought is the world."[73]

77. This purchase, however, does not immediately have its full effect; since Christ, after redeeming the world at the lavish cost of His own blood, still must come into complete possession of the souls of men. Wherefore, that the redemption and salvation of each person and of future generations unto the end of time may be effectively accomplished, and be acceptable to God, it is necessary that-men should individually come into vital contact with the sacrifice of the cross, so that the merits, which flow from it, should be imparted to them. In a certain sense it can be said that on Calvary Christ built a font of purification and salvation which He filled with the blood He shed; but if men do not bathe in it and there wash away the stains of their iniquities, they can never be purified and saved.

78. The cooperation of the faithful is required so that sinners may be individually purified in the blood of the Lamb. For though, speaking generally, Christ reconciled by His painful death the whole human race with the Father, He wished that all should approach and be drawn to His cross, especially by means of the sacraments and the eucharistic sacrifice, to obtain the salutary fruits produced by Him upon it. Through this active and individual participation, the members of the Mystical Body not only become daily more like to their divine Head, but the life flowing from the Head is imparted to the members, so that we can each repeat the words of St. Paul, "With Christ I am nailed to the cross: I live, now not I, but Christ liveth in me."[74] We have already explained sufficiently and of set purpose on another occasion, that Jesus Christ "when dying on the cross, bestowed upon His Church, as a completely gratuitous gift, the immense treasure of the redemption. But when it is a question of distributing this treasure, He not only commits the work of sanctification to His Immaculate Spouse, but also wishes that, to a certain extent, sanctity should derive from her activity."[75]

79. The august sacrifice of the altar is, as it were, the supreme instrument whereby the merits won by the divine Redeemer upon the cross are distributed to the faithful: "as often as this commemorative sacrifice is offered, there is wrought the work of our Redemption."[76] This, however, so far from lessening the dignity of the actual sacrifice on Calvary, rather proclaims and renders more manifest its greatness and its necessity, as the Council of Trent declares.[77] Its daily immolation reminds us that there is no salvation except in the cross of our Lord Jesus Christ[78] and that God Himself wishes that there should be a continuation of this sacrifice "from the rising of the sun till the going down thereof,"[79] so that there may be no cessation of the hymn of praise and thanksgiving which man owes to God, seeing that he required His help continually and has need of the blood of the Redeemer to remit sin which challenges God's justice.

Ven. Pio XII : "L'augusto Sacrificio dell'altare è un insigne strumento per la distribuzione ai credenti dei meriti derivati dalla Croce del Divin Redentore: «ogni volta che viene offerto questo Sacrificio, si compie l'opera della nostra Redenzione». Esso, però, anziché diminuire la dignità del Sacrificio cruento, ne fa risaltare, come afferma il Concilio di Trento, la grandezza, proclama la necessità. Rinnovato ogni giorno, ci ammonisce che non c'è salvezza al di fuori della Croce del Signore nostro Gesù Cristo."


L'Apostolo delle genti, poi, proclamando la sovrabbondante pienezza e perfezione del Sacrificio della Croce, ha dichiarato che Cristo con una sola oblazione rese perfetti in perpetuo i santificati. I meriti di questo Sacrificio, difatti, infiniti ed immensi, non hanno confini: si estendono alla universalità degli uomini di ogni luogo e di ogni tempo, perché, in esso, sacerdote e vittima è il Dio Uomo; perché la sua immolazione come la sua obbedienza alla volontà dell'Eterno Padre fu perfettissima, e perché Egli ha voluto morire come Capo del genere umano: «Considera come fu trattato il nostro riscatto: Cristo pende dal legno: vedi a qual prezzo comprò . . .; versò il suo sangue, comprò col suo sangue, col sangue dell'Agnello immacolato, col sangue dell'unico Figlio di Dio . . . Chi compra è Cristo, il prezzo è il sangue, il possesso è tutto il mondo».

L'efficacia del Sacrifizio

Questo riscatto, però, non ebbe subito il suo pieno effetto: è necessario che Cristo, dopo aver riscattato il mondo col carissimo prezzo di se stesso, entri nel reale ed effettivo possesso delle anime. Quindi, affinché, col gradimento di Dio, si compia per tutti gli individui e per tutte le generazioni fino alla fine dei secoli, la loro redenzione e salvezza, è assolutamente necessario che ognuno venga a contatto vitale col Sacrificio della Croce, e così i meriti che da esso derivano siano loro trasmessi ed applicati. Si può dire che Cristo ha costruito sul Calvario una piscina di purificazione e di salvezza che riempì col sangue da Lui versato; ma se gli uomini non si immergono nelle sue onde e non vi lavano le macchie delle loro iniquità, non possono certamente essere purificati e salvati.

Affinché, quindi, i singoli peccatori si mondino nel sangue dell'Agnello, è necessaria la collaborazione dei fedeli. Sebbene Cristo, parlando in generale, abbia riconciliato col Padre per mezzo della sua morte cruenta tutto il genere umano, volle tuttavia che tutti si accostassero e fossero condotti alla Croce per mezzo dei Sacramenti e per mezzo del Sacrificio dell’Eucaristia, per poter conseguire i frutti salutari da Lui guadagnati sulla Croce. Con questa attuale e personale partecipazione, siccome le membra si configurano ogni giorno più al loro Capo divino, così anche la salute che viene dal Capo fluisce nelle membra, in modo che ognuno di noi può ripetere le parole di San Paolo: «Sono confitto con Cristo in Croce e vivo non già io, ma vive in me Cristo». Come, difatti, in altra occasione abbiamo di proposito e concisamente detto, Gesù Cristo «mentre moriva sulla Croce, donò, alla sua Chiesa, senza nessuna cooperazione da parte di essa, l'immenso tesoro della redenzione; quando invece si tratta di distribuire tale tesoro, egli non solo partecipa con la sua Sposa incontaminata quest'opera di santificazione, ma vuole che tale attività scaturisca in qualche modo anche dall'azione di lei».

L'augusto Sacrificio dell'altare è un insigne strumento per la distribuzione ai credenti dei meriti derivati dalla Croce del Divin Redentore: «ogni volta che viene offerto questo Sacrificio, si compie l'opera della nostra Redenzione». Esso, però, anziché diminuire la dignità del Sacrificio cruento, ne fa risaltare, come afferma il Concilio di Trento, la grandezza, proclama la necessità. Rinnovato ogni giorno, ci ammonisce che non c'è salvezza al di fuori della Croce del Signore nostro Gesù Cristo (e); che Dio vuole la continuazione di questo Sacrificio «dal sorgere al tramontare del sole» (f) perché non cessi mai l'inno di glorificazione e di ringraziamento che gli uomini debbono al Creatore dal momento che hanno bisogno del suo continuo aiuto e del sangue del Redentore per cancellare i peccati che offendono la sua giustizia.

Ven. PIE XII : " De fait, les mérites de ce sacrifice, infinis et sans mesure, n’ont pas de limites : ils s’étendent à l’universalité des hommes de tous les lieux et de tous les temps, parce que l’Homme-Dieu en est le Prêtre et la Victime ; parce que son immolation, comme son obéissance à la volonté du Père éternel, fut absolument parfaite, et parce qu’il a voulu mourir comme Chef du genre humain...il faut absolument que chaque homme en particulier entre en contact vital avec le sacrifice de la croix, et donc que les mérites qui en découlent lui soient transmis. On peut dire d’une certaine manière que sur le Calvaire le Christ a établi une piscine d’expiation et de salut, qu’il a remplie de son sang répandu, mais si les hommes ne se plongent pas dans ses eaux et n’y lavent les taches de leurs fautes, ils ne peuvent assurément obtenir purification ni salut. "

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Encyclique MEDIATOR DEI


de Sa Sainteté le Pape PIE XII

SUR LA SAINTE LITURGIE


Valeur infinie du divin sacrifice

Il est donc facile de comprendre pourquoi le saint concile de Trente affirme que la vertu salutaire de la croix nous est communiquée par le sacrifice eucharistique pour la rémission de nos péchés quotidiens (cf. Sess. XXII, cap. 1). L’apôtre des Gentils, en proclamant la surabondante plénitude et perfection du sacrifice de la croix, a déclaré que le Christ, par une seule oblation, a rendu parfaits à jamais tous les sanctifiés (cf. He X, 14). De fait, les mérites de ce sacrifice, infinis et sans mesure, n’ont pas de limites : ils s’étendent à l’universalité des hommes de tous les lieux et de tous les temps, parce que l’Homme-Dieu en est le Prêtre et la Victime ; parce que son immolation, comme son obéissance à la volonté du Père éternel, fut absolument parfaite, et parce qu’il a voulu mourir comme Chef du genre humain : " Vois comment fut traité notre rachat : le Christ pend au bois, vois à quel prix il a acheté… il a versé son sang, il a acheté avec son sang, il a acheté avec le sang de l’Agneau immaculé, avec le sang du Fils unique de Dieu… L’acheteur est le Christ, le prix, le sang ; l’achat, le monde entier " (S. Augustin, Enarr. in Ps. CXLVII, n. 16).

Ce rachat, cependant, n’atteint pas aussitôt son plein effet : il faut que le Christ, après avoir racheté le monde au prix très précieux de lui-même, entre effectivement en possession réelle des âmes des hommes. Aussi, pour que leur rédemption et leur salut, en ce qui concerne les individus et toutes les générations qui se succéderont jusqu’à la fin des siècles, se réalisent et soient agréés de Dieu, il faut absolument que chaque homme en particulier entre en contact vital avec le sacrifice de la croix, et donc que les mérites qui en découlent lui soient transmis. On peut dire d’une certaine manière que sur le Calvaire le Christ a établi une piscine d’expiation et de salut, qu’il a remplie de son sang répandu, mais si les hommes ne se plongent pas dans ses eaux et n’y lavent les taches de leurs fautes, ils ne peuvent assurément obtenir purification ni salut.

Mais la collaboration des fidèles est nécessaire

Afin donc que chaque pécheur soit blanchi dans le sang de l’Agneau, les chrétiens doivent nécessairement associer leur travail à celui du Christ. Si, parlant en général, on peut dire, en effet, que le Christ a réconcilié, avec son Père par sa mort sanglante, tout le genre humain, il a voulu cependant que, pour obtenir les fruits salutaires produits par lui sur la croix, tous fussent conduits et amenés à sa croix, par les sacrements principalement et par le sacrifice eucharistique. Dans cette participation actuelle et personnelle, de même que les membres prennent chaque jour une ressemblance plus grande avec leur divin Chef, de même la vie salutaire découlant du Chef est communiquée aux membres, si bien que nous pouvons répéter les paroles de saint Paul : " Je suis attaché à la croix avec le Christ, et ce n’est plus moi qui vis, mais c’est le Christ qui vit en moi " (Gal II, 19-20).

Comme Nous l’avons déjà dit en une autre occasion d’une façon expresse et concise, " Jésus-Christ en mourant sur la croix donna à son Église, sans aucune coopération de la part de celle-ci, l’immense trésor de la Rédemption ; mais quand il s’agit de distribuer ce trésor, non seulement il partage avec son Épouse immaculée cette œuvre de sanctification, mais il veut encore qu’elle naisse en quelque sorte de sa propre activité " (Lettre encycl. Mystici Corporis, du 29 juin 1943).
Or, le saint sacrifice de l’autel est comme l’instrument par excellence par lequel les mérites venant de la croix du divin Rédempteur sont distribués : " Toutes les fois que le souvenir de ce sacrifice est célébré, l’œuvre de notre Rédemption s’accomplit " (Missale Rom., Secreta Dom. IX post Pentec.). Celui-ci, cependant, bien loin de diminuer la dignité du sacrifice sanglant, en fait plutôt connaître davantage et en rend plus évidentes la grandeur et la nécessité comme l’affirme le concile de Trente (cf. Conc. Trid., Sess. XXII, cap. 2 et can. 4).


Ven. Pio XII : "com o sacrifício eucarístico nos é aplicada a salutar virtude da cruz para a remissão dos nossos pecados quotidianos...é absolutamente necessário que cada um tenha vital contato com o sacrifício da cruz, e assim os méritos que dele derivam lhe sejam transmitidos e aplicados. Pode-se dizer que Cristo construiu no Calvário uma piscina de purificação e de salvação e a encheu com o sangue por ele derramado; mas se os homens não mergulham nas suas ondas e aí não lavam as manchas de sua iniqüidade, não podem certamente ser purificados e salvos."

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CARTA ENCÍCLICA DO PAPA PIO XII
MEDIATOR DEI
SOBRE A SAGRADA LITURGIA

  68. Compreende-se, portanto, facilmente, porque o sacrossanto concílio de Trento afirma que com o sacrifício eucarístico nos é aplicada a salutar virtude da cruz para a remissão dos nossos pecados quotidianos.(71)

69. Também o apóstolo das gentes, proclamando a superabundante plenitude e perfeição do sacrifício da cruz, declarou que Cristo com uma só oblação, tornou perfeitos para sempre os santificados.(72) Os infinitos e imensos méritos desse sacrifício, com efeito, não têm limites: estendem-se à universalidade dos homens de todo lugar e de todo tempo, porque, nele, o sacerdote e a vítima é Deus Homem; porque a sua imolação como a sua obediência à vontade do Eterno Pai foi perfeitíssima, e porque foi como Cabeça do gênero humano, que ele quis morrer. "Considera como foi tratado o nosso resgate: Cristo pende do madeiro; vê a que preço comprou; ...derramou o seu sangue, comprou com o seu sangue, com o sangue do Cordeiro imaculado, com o sangue do unigênito Filho de Deus... Quem compra é Cristo, o preço é o sangue, a aquisição é todo o mundo".(73)

70. Esse resgate, porém, não teve logo o seu pleno efeito: é necessário que, depois de haver resgatado o mundo com o elevadíssimo preço de si mesmo, Cristo entre na real e efetiva posse das almas. Conseqüentemente, a fim de que, com o beneplácito de Deus, se cumpra para todos os indivíduos e para todas as gerações até o fim dos séculos, a sua redenção e salvação, é absolutamente necessário que cada um tenha vital contato com o sacrifício da cruz, e assim os méritos que dele derivam lhe sejam transmitidos e aplicados. Pode-se dizer que Cristo construiu no Calvário uma piscina de purificação e de salvação e a encheu com o sangue por ele derramado; mas se os homens não mergulham nas suas ondas e aí não lavam as manchas de sua iniqüidade, não podem certamente ser purificados e salvos.

71. A fim de que, pois, os pecadores individualmente se purifiquem no sangue do Cordeiro, é necessária a colaboração dos fiéis. Se bem que, falando em geral, Cristo haja reconciliado com o Pai por meio da sua morte cruenta todo o gênero humano, quis todavia que todos se aproximassem e fossem conduzidos à cruz por meio dos sacramentos e do sacrifício da eucaristia, para poderem conseguir os frutos salutares por ele granjeados na cruz. Com esta atual e pessoal participação assim como os membros se configuram cada dia mais à sua Cabeça divina, assim também a salvação que vem da Cabeça flui para os membros, de modo que cada um de nós pode repetir as palavras de são Paulo: "Estou crucificado com Cristo na cruz, e vivo não mais eu, mas Cristo vive em mim".(74) Como realmente, em outra ocasião, de propósito e concisamente dissemos, Jesus Cristo enquanto morria na cruz, deu à sua Igreja, sem nenhuma cooperação da parte dela, o imenso tesouro da Redenção; quando, ao invés, se trata de distribuir tal tesouro, não só participa com sua esposa incontaminada desta obra de santificação, mas deseja que tal atividade jorre, de certo modo, por ação dela.(75)

72. O augusto sacrifício do altar é insigne instrumento para aos crentes distribuir os méritos derivados da cruz do divino Redentor: "toda vez que se oferece este sacrifício, cumpre-se a obra da nossa redenção".(76) Isso, porém, longe de diminuir a dignidade do sacrifício cruento, dele faz ressaltar a grandeza, como afirma o concílio de Trento,"(77) e lhe proclama a necessidade. Renovado cada dia, admoesta-nos que não há salvação fora da cruz de nosso Senhor Jesus Cristo;(78) que Deus quer a continuação deste sacrifício "do surgir ao pôr-do-sol", (79) para que não cesse jamais o hino de glorificação e de ação de graças que os homens devem ao Criador, visto que têm necessidade de seu contínuo auxílio e do sangue do Redentor para redimir os pecados que ofendem a sua justiça.