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VIII MEDITACIÓN.
Aparato... gratia Dei Salvatoris nostri omnibus hominibus, erudiens nos, ut... pie vivamus in hoc saeculo, exspectantes beatam spem et adventum gloriae magni Dei et Salvatoris nostri Iesu Christi (Tit. II, 11, [12, 13]).
Considerad que por la gracia que se dice que ha aparecido aquí, entendemos el amor destripado de Jesucristo hacia los hombres: amor no merecido ya por nosotros, que por lo tanto se llama gracia. Este amor en Dios era por lo demás siempre el mismo, pero no siempre aparecía. Pero en el nacimiento del Redentor este amor divino apareció bien, y se manifestó a la vista del Verbo Eterno como un niño en el heno, llorando y temblando de frío, comenzando así a satisfacer por nosotros las penas que merecemos, y dándonos así a conocer el amor que nos trajo al dar nuestras vidas por nosotros. In hoc cognovimus caritatem Dei, quoniam ille animam suam pro nobis posuit! (I. IX, 16).1 El amor de nuestro Dios se manifestó entonces a todos, omnibus hominibus. ¿Pero por qué no lo ha conocido todo el mundo, y aún hoy mucha gente no lo conoce? Por eso: Lux venit in mundum, et dilexerunt homines magis tenebras quam lucem (Io. III, 19). No lo han conocido y no lo conocen, porque no quieren conocerlo, amando más las tinieblas del pecado que la luz de la gracia. Si en el pasado hemos cerrado los ojos a la luz, pensando poco en el amor de Jesucristo, procuramos en los días que quedan de vida mantener siempre la mirada en los dolores y en la muerte de nuestro Redentor, para amar a los que tanto nos han amado. Exspectantes beatam spem et adventum gloriae magni Dei et Salvatoris nostri Iesu Christi. De esta manera podemos esperar con razón, según las promesas divinas, ese paraíso que Jesucristo ha adquirido para nosotros con el
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su sangre. En esta primera venida Jesús vino como un niño, pobre y descorazonado, y fue visto en la tierra nacido en un establo, cubierto con un paño pobre y colocado sobre el heno; pero en la segunda venida vino como un juez entronizado de majestad. Videbunt Filium hominis venientem en nubibus... cum virtute magna et maiestate.2 ¡Bienaventurado, pues, el que lo haya amado! Y desdichado es aquel que no lo ha amado!
Afectos y oraciones.
Oh santo hijo mío, ahora te veo en esta pobre, afligida y abandonada paja: pero sé que un día vendrás a juzgarme en un trono de esplendor y cortejado por los ángeles. Perdóname antes de juzgarme. Entonces os haréis jueces de justicia; pero ahora sois mi Redentor y padre de misericordia. Yo, ingrato, fui uno de los que no te conocía, porque no quería conocerte. Por eso, en vez de pensar en amarte, considerando el amor que me has traído, pensé sólo en satisfacerme a mí mismo, despreciando tu gracia y tu amor. Esta alma mía perdida por mí, ahora la entrego en tus santas manos, sálvala tú mismo: In manus tuas commendo spiritum meum; redemisti me, Domine, Deus veritatis (Sal. XXX, 6).
En ti pongo todas mis esperanzas, sabiendo que has dado sangre y vida por mí para redimirme del infierno: Redemisti me, Domine, Deus veritatis. No me dejaste morir cuando estaba en pecado, y me esperaste con tanta paciencia que me arrepentí de haberte ofendido y empecé a amarte, para que pudieras perdonarme y salvarme. Sí, Jesús mío, quiero complacerte: me arrepiento sobre todo mal de todo el asco que te he dado: me arrepiento y te amo sobre todas las cosas. Sálvame por tu misericordia, y que mi salud sea para amarte siempre en esta vida y en la eternidad.
Querida Madre María, encomiéndame a tu Hijo. Represéntale que soy tu siervo y que he puesto mi esperanza en ti. Te escucha y no te niega nada.